Cuenta una vieja leyenda griega que los habitantes de Frigia (en la actual Anatolia, Turquía) necesitaban elegir rey. Según su costumbre, consultaron al oráculo, que les respondió asegurando que el nuevo rey vendría por la Puerta del Este acompañado de un cuervo que se posaría en su carro, y que debían escoger a ese hombre como rey.
Ese hombre fue Gordias, un labrador que tenía por toda riqueza una carreta con sus bueyes. Cuando le proclamaron rey fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció su carro al templo de Zeus, atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior del propio nudo. Tan complicado resultó el nudo, al decir de la leyenda, que nunca nadie lo pudo soltar, y se aseguraba que quien lo consiguiese desatar se haría dueño de toda Asia.
Cuando Alejandro Magno se disponía a conquistar el Imperio persa, ya en el año 333 a. C., tras cruzar el Helesponto, conquistó Frigia, y allí se enfrentó al difícil reto de desatar el famoso nudo gordiano. Para sorpresa de todos, resolvió el problema de un modo rápido e inesperado, y lo hizo segando el nudo de un tajo con su espada. Esa noche hubo una tormenta de rayos que simbolizó, según Alejandro, que Zeus estaba de acuerdo con la solución, y dijo: «tanto monta cortar como desatar» (da lo mismo cortarlo que desatarlo). Y parece que de ahí proviene el lema de Fernando el Católico, “tanto monta, monta tanto”, que hace alusión a este nudo: «tanto monta cortar como desatar», es decir, da igual cómo se haga, con tal de que se consiga.
Desde entonces, y siguiendo con la leyenda, la expresión “nudo gordiano” ha quedado asociada a un obstáculo de imposible superación, un misterio indescifrable o una disyuntiva cuyas salidas que son todas igualmente indeseables.
Lo habitual de los nudos gordianos es que necesitan soluciones fuera de su propia disyuntiva, es decir, soluciones diferentes, propias de lo que algunos llaman “pensamiento lateral”. Cortar el nudo gordiano es, por ejemplo, remontarse por encima de una discusión inacabable o improductiva y resolver la cuestión de una manera que se sale un poco de lo esperado, que cambia las reglas del juego, o en la que nadie había pensado pero que una vez aplicada se demuestra una buena solución.
Todos recordamos problemas que en su momento nos parecían irresolubles, pero que, pasado el tiempo, se arreglaron de un modo que nadie podía prever. Y sabemos que hay personas que tienen una especial capacidad para vislumbrar soluciones diferentes, para intuir salidas que se escapan de los dilemas en que a veces nos encontramos aprisionados.
Quizá en la educación todos tendríamos que poner mayor empeño en reflexionar sobre cómo reenfocar los problemas, para encontrar así soluciones más creativas, soluciones que superen esos desencuentros que tantas veces parecen irremediables. Soluciones que abran nuevos espacios de encuentro, que generen ideas nuevas que no choquen tanto con las ideas previas, que no pongan a los demás innecesariamente a la defensiva. Igual que los nudos no se desatan normalmente metiendo más presión, los problemas no suelen resolverse confrontándose con más energía sino encontrando nuevos caminos en los que caminar juntos.
Todos tenemos muchos nudos que cortar, tensiones que aflojar, empeños que renunciar, orgullos que superar, humillaciones que asumir y aceptar. Cuestiones que nos invaden y nos agobian pero que no se van a resolver por darles muchas más vueltas o dedicarles más energías. Cuestiones que quizá se arreglan dejando de pensar en lo que nos bloquea y abriéndonos a nuevas perspectivas, nuevos paradigmas que enmarquen de otra manera el problema, quizá descubriendo su esencia para entender mejor todas sus implicaciones.