Dios no habla,
pero todo habla de Dios.
Julien Green
Cuenta Gorki la historia de un pensador ruso que pasaba por una etapa de cierta crisis interior y decidió ir a descansar unos días a un monasterio. Allí le asignaron una habitación que tenía en la puerta un pequeño letrero en el que estaba escrito su nombre. Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió dar un paseo por el imponente claustro. A su vuelta, se encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de cada dormitorio.
Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche dando vueltas por el enorme y oscuro corredor. Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la cual había pasado tantas veces, sin reconocerla.
Aquel hombre pensó que todo su deambular de aquella noche era una figura de lo que a los hombres nos sucede con frecuencia en nuestra vida. Pasamos muchas veces por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo.
Saber cuál es nuestra misión en la vida es la cuestión más importante que debemos plantearnos cada uno, y que podemos plantear a quienes queremos ayudar a vivir con acierto. La vocación es el encuentro con la verdad sobre uno mismo. Un encuentro que proporciona una inspiración básica en la vida, de la que nace el compromiso, el cometido principal que cada persona tiene, y que quien es creyente percibe como los planes de Dios para él. La vocación incluye todo aquello que una persona se ve llamada a hacer, lo que da sentido a su vida.
-¿Y si no quisiera conocerla?
Quizá la mayor desgracia que puede sufrir una persona sea la de desconocer la voluntad de Dios para ella. La vocación es como el reto que el Señor nos plantea en nuestra vida, lo que nos hará más felices que cualquier otra opción. Por eso, la ayuda que pueda darse a otra persona para encontrar la voluntad de Dios, sea probablemente el mejor servicio que se le puede prestar. Porque no se trata de una cuestión accesoria o puntual de la que dependa solo un poco más de felicidad en la vida de esa persona, sino algo que afecta al resultado global de su existencia.
-¿Te refieres a la felicidad en la vida eterna?
Me refería a la felicidad aquí en la tierra, aunque, al fin y al cabo, son cuestiones muy relacionadas, pues quienes buscan la felicidad del Cielo encuentran también el ciento por uno aquí en la tierra.
Cualquier ideal humano, cualquier cambio en la vida de un hombre, nace del descubrimiento de una verdad. El encuentro más profundo con la verdad, después de la fe, es la vocación. La vocación es una nueva luz, un acontecimiento que nos da una visión nueva de la vida. Una luz para acertar con nuestro camino y para no tropezar en él.
La vocación es una llamada que pide respuesta dentro de nosotros. Y dentro de nosotros hay muchas respuestas, que pueden encarnar muchos modos de desarrollar nuestra vida, con más o menos generosidad. Nuestra vida puede ser muy distinta, según sean esas respuestas, porque, como dice un proverbio indio, allí donde el hombre pone su pie, pisa mil caminos. La libertad solo recorre uno, pero está abierta a muchos.
Por esa razón, los relatos y reflexiones que irán saliendo a lo largo de estas páginas no pretenden convencer dialécticamente acerca de lo que Dios pueda pedir a una persona, sino ayudar a que cada uno tenga ese encuentro con Jesucristo, ya que, en definitiva, eso es la vocación. He procurado recoger muchos testimonios y textos, provenientes de muchas fuentes, así como algunas de las muchas preguntas que ordinariamente se plantean en torno a este tema. Las ideas, las anécdotas o los ejemplos de la vida de los santos, nos abren un panorama que nos invita a buscar ese encuentro. Y las consideraciones que se hacen, nunca pretenden ser exhaustivas, sino meras pautas de reflexión, consideraciones, nunca respuestas concluyentes.
-¿Pero la vocación es encontrar una verdad, o es encontrar a Jesucristo?
Para quien es cristiano y creyente, viene a ser lo mismo, pues en el Nuevo Testamento puede leerse bien claro que Él es la Verdad. Por eso, conocer cada vez mejor a Jesucristo es algo central para el discernimiento de la vocación. No se suele comenzar a ser cristiano, ni a entregarse a Dios, por una decisión ética, o por una gran idea, sino más bien por el encuentro con la persona de Jesucristo, o al menos con lo que ese encuentro ha supuesto para otras personas.
Conocer a Jesucristo no es una mera curiosidad piadosa, o un grado más en el camino de la vida ascética. Es algo que afecta muy seriamente a nuestra existencia. “Porque -como ha escrito José Luis Martín Descalzo- con Jesús no ocurre como con otros personajes de la historia. Que César pasara el Rubicón o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi salvación como hombre. Que Napoleón muriera derrotado en la isla de Santa Elena o que llegara siendo emperador hasta el final de sus días, no moverá hoy a un solo ser humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a hablar de él a una aldehuela del corazón de África.
“Pero Jesús no, Jesús exige respuestas absolutas. Él asegura que, creyendo en él, el hombre salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este hombre se presenta como el camino, la verdad y la vida. Por tanto -si esto es verdad- nuestro camino, nuestra vida, cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona. ¿Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído sus palabras?”.
La convicción de que Dios existe no es una idea más. Creer no es añadir una opinión a otras. El hecho de creer, cambia nuestra vida, la llena de luz, nos da una orientación para saber cómo vivir. Creer es seguir la senda señalada por la palabra de Dios. Y la elección de Dios que supone la vocación, es una elección de amor, una iniciativa de Dios, que ha pensado lo mejor para cada uno de nosotros.
En los Evangelios pueden leerse numerosas escenas en las que el Señor pasa y llama. Llama y espera una respuesta. “Llamó a los que quiso”, recalcan los evangelistas. Y relatan el caso de alguno que se ofrece a seguir determinado camino y no es admitido. Han pasado veinte siglos, y hoy el Señor sigue llamando, y sigue llamando a cada uno según quiere.
Una mirada al mundo muestra enseguida la inmensidad del trabajo pendiente. “Alzad los ojos y ved los campos, dispuestos para la siega”. El campo está listo, las necesidades son enormes, pero los trabajadores son escasos. ¿Cómo van a conocer a Dios si no hay quien dé testimonio de Él? Hacen falta personas que entreguen su vida para llevar la luz del Evangelio a todo el mundo, a los dirigentes de la sociedad, a los empresarios, a los intelectuales, a los abatidos, a los enfermos, a las zonas más remotas de la tierra, a quienes viven sin esperanza.