Hay diferentes modos de definir lo que es coeducación, pero en general suele entenderse que es un método educativo que parte del principio de la igualdad y la no discriminación por razón de sexo. Coeducación significa no establecer relaciones de dominio que supediten un sexo a otro, sino incorporar en igualdad de condiciones las realidades y las trayectorias de las mujeres y de los hombres para educar en la igualdad desde la diferencia.
La mayoría de las afirmaciones que hacen los defensores de la coeducación son perfectamente asumibles por la educación single-sex. Unos dicen, por ejemplo, que coeducar significa educar a los niños y a las niñas al margen de todos los roles y estereotipos que nos impone la sociedad, de manera que todas las personas tengan las mismas oportunidades. O que el profesorado sea consciente de la importancia de tener una escuela igualitaria que responda a criterios democráticos y de justicia. O que familia y escuela deben buscar juntos superar los estereotipos de varones activos y agresivos frente a mujeres sumisas, pasivas y encargadas de las tareas domésticas (cfr. Marian Moreno Llaneza, “¿Por qué coeducar”, 2007).
Otros definen la coeducación como educar partiendo del hecho de la diferencia entre sexos, pero sin tener en cuenta los roles que se les exige cumplir desde una sociedad sexista, es decir, un modelo de escuela que respete y valore igualmente las aportaciones y experiencias de ambos sexos (Instituto de la Mujer de Extremadura).
Otros explican que coeducar es superar la perspectiva androcéntrica, es decir, la premisa de que ser hombre en masculino es lo universal. Niños y niñas no han de tener necesariamente las mismas necesidades ni los mismos intereses y no se trata de fomentar unos sobre otros sino de dar cabida a todos ellos un nivel de igualdad (Colectivo BROTE).
Revisando los presupuestos básicos de la coeducación aquí recogidos y que establecen unos y otros, podría decirse que todos esos principios son también compartidos por la educación single-sex, al menos como yo la entiendo, pues tanto la escuela mixta como la diferenciada deben aspirar a esos objetivos.
Los promotores de la coeducación insisten en que no debe confundirse coeducación con escuela mixta. Y añaden que el hecho de que niños y niñas compartan aula puede facilitar en mayor o menor medida ese objetivo de coeducar, según se haga mejor o peor. En ambas cosas es fácil estar de acuerdo, y debo añadir que eso mismo puede decirse de la escuela single-sex.
Tanto la escuela mixta como la single-sex deben revisar sus prácticas educativas para ver en qué medida facilitan el aprendizaje de los valores relacionados con la igualdad. La coeducación debe analizar y detectar de qué manera los contenidos y las metodologías educativas afectan de manera diferente a chicas y a chicos, y cómo fomentar las capacidades de unas y otros, desde las primeras etapas educativas, y eso es una obligación tanto de la escuela mixta como de la diferenciada.
Todos repiten los mismos principios, en los que creo que es fácil estar de acuerdo. El problema surge cuando se da el siguiente paso, y se dice que “una enseñanza mixta es el mejor contexto para prevenir los prejuicios y los estereotipos sexistas que supongan una discriminación entre hombres y mujeres, y para prevenir la violencia de género” (Manifiesto por una educación mixta, 2009). Y todo ello sin aportar estudios ni argumentos, como si fuera una evidencia que no necesita demostración.
Sin embargo, son muy numerosos los estudios publicados donde se habla del fracaso general del empeño por coeducar (Ilich Silva-Peña, “Repensando la escuela desde la coeducación: Una mirada desde Chile”, 2010) cuando se reduce a imponer una educación mixta obligatoria. Se comprueba que, después de varias décadas de escuela mixta casi universal en algunos países, hace años que apenas se avanza en la mayoría de los objetivos de la coeducación. Pienso que todos debemos estudiar y analizar por qué esos resultados siguen siendo tan pobres. ¿Por qué las chicas estudian muchos más que los chicos? ¿Por qué los repetidores y los protagonistas de las sanciones son mayoritariamente chicos? ¿Por qué sigue habiendo tanta violencia de género?
Quizá se ha confiado ingenuamente que con juntar chicos y chicas en el aula todo eso se resolvería solo, pero ya se ve que el asunto no es tan sencillo. Quizá si las energías que algunos dedican a combatir la educación diferenciada (donde todos esos problemas son notoriamente menores) se dedicaran a buscar las verdaderas razones de todos esos problemas, podríamos dar un buen avance. Hay personas que lo viven desde dentro con asombro:
“Llevo casi cuatro décadas en la enseñanza pública y, por tanto, mixta; sin embargo, no estoy segura de que ésta sea la mejor ni la única solución para que se mejore el rendimiento escolar. Por tanto, y a la vista de tanto fracaso, todavía me ha sorprendido más que no se conceda en Cantabria una subvención en un colegio donde, por lo menos, no lo hacen peor; es más, en algunos aspectos superan con creces a nuestras escuelas públicas, cada vez más desmotivadas y con tanto fracaso. Es como una actitud infantil de no querer reconocer que no siempre tenemos razón, que otras soluciones pueden ser buenas aunque no nos gusten, y me parece una sandez que se llame discriminar a la educación diferenciada. Simplemente, separan en las clases, adaptándose a las circunstancias tan evidentes de distinta maduración entre los chicos y las chicas. Estados Unidos y el Reino Unido tienen muchas escuelas así y nadie lo considera discriminatorio.” (Teresa Bravo, El País, 20-04-2009).
También resulta interesante estudiar la preocupación de activas feministas que observan con preocupación que, después de varias décadas de escuela mixta, con un profesorado mayoritariamente femenino, el aula mixta sigue siendo tremendamente androcéntrica. Autoras reconocidas como Amelia Valcárcel o Elena Simón observan que las chicas en un entorno mixto siguen considerando la “ley del agrado” como una fórmula de éxito vital:
“Lo importante es gustar y que te quieran. Lo importante es la mirada ajena. Las mujeres harán lo que sea para obtener ese aprecio, aunque sea perjudicial o peligroso para ellas mismas (…). Nos extrañamos de que chicas potentes y bien formadas tengan actitudes serviles o sumisas respecto a los chicos y a los hombres de los que se enamoran y que estén dispuesta a todo “cuando llega el amor”. Están dispuestas a tener relaciones sexuales sin atender a su propio deseo, a seguirle el rollo al sabio profesor que les mira demasiado el escote, a renunciar a un viaje o salida para aplacar los celos de su chico y a no ejercer como líderes ni como jefas porque ahí suponen que no agradarán y por tanto, no serán muy queridas.”
“Barbies anoréxicas, guerreras rendidas, discípulas boquiabiertas: en estos prototipos han derivado los mandatos obligatorios de otros tiempos sobre el agrado como fórmula de aceptación y de éxito, incluso de supervivencia (…). Otros prototipos actuales son los de verónicas y salvadoras. Como la mayor parte de los hombres no han cambiado su rol de guerreros de la vida, ellas creen que con el auxilio y el apoyo continuo, con su disposición para reparar los desastres que las conductas masculinas de riesgo producen, tendrán asegurado el apego, el cariño, el amor. Y con ello asegurado en cierto modo el éxito.
Este espejismo tiene que ser desvelado y corregido por nuevos conceptos y prácticas en la educación, que alcancen a dar una nueva visión del mundo contando con ellas como ciudadanas, no como ciudadanos, ni como cuidadoras de ciudadanos. Pretender que las mujeres sean como hombres y educarlas para ello, no ha dado el resultado apetecido. Las mujeres nunca serán como hombres, simplemente porque no son ni machos ni varones. A lo que deben aspirar es a ser equivalentes y a que la diferencia sexual no se convierta en desigualdad discriminatoria (Elena Simón Rodríguez, “La igualdad también se aprende: Cuestión de coeducación”, 2010, pp. 88-90).
Resulta muy ilustrativo leer sin prejuicios los textos de las feministas más acreditadas, pues son quizá quienes mejor han estudiado las dinámicas contrarias a la igualdad que surgen con tanta facilidad en el aula mixta. Se trata de fenómenos psicológicos y sociológicos de enorme interés, presentes en todo nuestro mundo, y que, sorprendente y contraintuitivamente, parecen menos presentes en el aula diferenciada.