Es difícil hablar sobre este tema sin caer en tópicos o estereotipos, pero hay una serie de rasgos que son fácilmente observables si uno se aproxima sin prejuicios a esa realidad.
Los chicos son más deductivos y las chicas más inductivas. Los chicos tienen más facilidad para el razonamiento abstracto, mejor capacidad de llevar algo real a algo simbólico representado por signos.
Las chicas tienen más facilidad en la expresión verbal y el uso del lenguaje, por lo que suelen obtener mejores resultados en lecto-escritura y en toda el área de humanidades.
Los chicos suelen ir mejor en inteligencia lógico-matemática y en capacidad espacial, por lo que suelen obtener mejores resultados en áreas matemáticas y científicas.
Las chicas normalmente son más receptivas, escuchan más y manejan mejor la conversación. Tienen más facilidad para el trabajo en equipo, las relaciones humanas y la interacción social.
Los chicos habitualmente son más competitivos y dan más importancia al orden jerárquico en el grupo. Suelen superar a las chicas en fuerza física y velocidad.
Los chicos se aburren con más facilidad y necesitan más estímulo para mantener la atención. Por eso responden mejor en ambientes de más disciplina.
Los chicos tienden a ocupar más espacio físico, moverse más, tener un comportamiento inquieto y controlar peor sus impulsos. Son menos ordenados, se concentran peor y encuentran mayores dificultades para expresar sus sentimientos.
Los chicos son más propensos al alboroto, la agresividad y la indisciplina. Suelen acaparar los castigos, son más proclives a pelearse, decir palbras fuertes, faltar a clase o adoptar actitudes amenazantes. No hay que olvidar que vivimos en una sociedad en la que, por ejemplo, hay una enorme diferencia entre hombres y mujeres en lo que se refiere a la comisión de delitos o a la población reclusa: por citar un dato, en enero de 2019 había en España 54.530 varones españoles en las cárceles y solo 4.441 mujeres; es decir solo 1 de cada 12,2 personas en prisión es mujer (EPData, Cuántos presos hay en España y otros datos y estadísticas sobre las prisiones).
Basta acudir a las estadísticas para ver la muy diversa incidencia en cada sexo del número de accidentes laborales con consecuencia de muerte, del número de suicidios consumados (cfr. Tasas de suicidio por países y género), de la criminalidad, del ejercicio de los cargos de dirección, del tipo de enfermedades que se contraen, de la pertenencia a grupos políticos extremistas, etc. Se trata de datos externos objetivos que manifiestan diferentes modos de ser en diversos ámbitos y aspectos.
Los chicos sufren en mayor proporción problemas de aprendizaje o de conducta, hiperactividad, déficit de atención, etc. (cfr. Diferencias de género en el TDAH). Los chicos tienden a monopolizar los deportes y las chicas las actividades extraescolares y de representación.
En el varón predomina la búsqueda de independencia y el aprendizaje de poder o dominio. De ahí la mayor conflictividad y rebeldía ante el profesor, que con facilidad reacciona manteniendo respecto a ellos un trato más negativo.
Las chicas tienden más a subestimar sus capacidades, por lo que necesitan más reconocimiento por parte del profesor. Los chicos, por el contrario, tienden más a sobreestimar sus capacidades, incluso cuando lo hacen mal, por lo que necesitan que alguien les ayude a ser más realistas (cfr. Christina Hoff Sommers, “La guerra contra los chicos”, 2006).
En un estudio de Luis Brusa realizado sobre 8.000 estudiantes de 11 a 18 años de 40 escuelas mixtas públicas de Polonia, se pidió a los alumnos y a sus padres y profesores, tanto varones como mujeres, que eligieran, en un cuestionario anónimo, de entre una lista de 24 valores y habilidades, los 9 que consideraran más conveniente potenciar en su caso personal y en su aula. Los resultados mostraron una notable diferencia entre chicos y chicas: por ejemplo, ellas mostraron casi el doble de necesidad de desarrollar la amistad; por el contrario, ellos señalaron más del doble de necesidad de potenciar la valentía y el coraje. El estudio es interesante, sobre todo por ver la diferente percepción entre chicos y chicas, y el contraste entre esa percepción y la de sus padres y profesores (Luis Brusa, “Boys vs girls. Personal development needs comparison study”, 2013).
Aunque podría pensarse que la presencia de las chicas favorece la disciplina escolar de los chicos, no está claro que sea así, sino que a veces sucede quizá lo contrario, pues los chicos en las aulas mixtas acaparan las faltas de disciplina y en cambio su comportamiento en las aulas en que hay solo chicos es más normal.
La habitual superioridad académica de las chicas puede conducir a los varones a menospreciar el estudio, llegando incluso los más capaces a ocultar sus capacidades para no ser rechazados. Los varones en un contexto mixto en ocasiones se sienten obligados a mostrar que el estudio no les interesa (Marcia Gentry, Robert Gable, y Mary Rizza, “Students’ perceptions of classroom activities: Are there grade-level and gender differences?”, 2002, pp. 539-544).
En el aula single-sex hay mayor participación, al no tener el temor al ridículo delante de los compañeros del otro sexo. En el aula mixta hay más motivos de distracción e inhibición por los compañeros del otro sexo. Hay más confianza entre sexos, pero también con cierta frecuencia hay menos respeto, o más casos de acoso sexual, más estereotipos y más comportamientos sexistas. En la enseñanza single-sex, los chicos aprenden mejor a tratar a la mujer con más respeto y deferencia, cosa que hoy no está de más.
El aula mixta ha podido ser un factor positivo de cambio hace unas décadas, en una época en que la mujer parecía destinada a ser débil y dependiente del hombre, pero es bastante discutible que el modelo mixto aporte hoy mucho en esa línea.