Ya dijo Aristóteles que no había en el mundo idea absurda que no tuviera al menos algún filósofo para sostenerla, y quizá por eso ha habido efectivamente quien sostenga algo así. Por ejemplo, Rafael Simancas, portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid en 2005, dijo nada menos que “la segregación en la educación conduce a la desigualdad, la desigualdad a la discriminación, y finalmente ambas conducen a la violencia de género” (ABC, 19-04-2005, p. 39).
No he conseguido encontrar muchas más afirmaciones como esta, pero es quizá una idea que late en la mente de algunas personas, y por eso no está de más que hablemos sobre el tema, ya que nos hemos propuesto analizar todos los argumentos que se escuchan contra la educación diferenciada, por inverosímiles que parezcan.
Apenas disponemos en España de datos fiables sobre violencia de género en décadas pasadas, pues hubo tiempos en que la mayoría de los casos no se denunciaban. Pero sí hay cifras bastante fiables al menos desde 1997, que pueden consultarse con todo detalle en la web del Instituto de la Mujer, organismo autónomo creado por el gobierno de Felipe González en 1983 y adscrito al Ministerio de Igualdad.
No es fácil sacar demasiadas conclusiones de esas estadísticas, pese a ser muy completas, pero una cuestión sí parece clara: no puede decirse que la violencia de género sea un fenómeno que esté disminuyendo en nuestro país, pese a la multitud de medidas administrativas, legislativas, judiciales y educativas que se han tomado.
Los agresores que cometen esos infames delitos tienen edades muy variadas, pero, a fecha de hoy, la mayoría de ellos han sido educados ya en escuelas mixtas, por lo que no es fácil sostener que la educación mixta esté resolviendo la terrible lacra de la violencia contra la mujer. Tampoco puede decirse lo contrario, pues no se me ocurre pensar que haya ninguna relación entre escuela mixta y violencia de género, pero desde luego no parece que hayan mejorado las cosas respecto a los primeros datos fiables, hace poco más de treinta años, cuando un porcentaje mayor de los varones de mediana edad habían estudiando en escuelas diferenciadas.
Ese incremento de la violencia masculina en nuestro tiempo hace pensar que algo grave está fallando en la educación, y desde luego no se debe a la minoritaria educación diferenciada, que desde hace décadas apenas escolariza a un 1% de la población.
Hay otras teorías que achacan al trato diferenciado entre chicos y chicas las causas de esta violencia, y señalan al “matrimonio tradicional” como origen de una mentalidad de “represión patriarcal” que acaba en la tragedia de la violencia doméstica (Mar Esquembre, 2014). Sin embargo, los datos del Instituto Nacional de Estadística, el Instituto de la Mujer y el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género indican que en los últimos años las denuncias y los homicidios son muchísimo más frecuentes en las parejas de hecho que en los “matrimonios tradicionales” (Aceprensa, 29 diciembre 2010).
Los expertos señalan que la violencia de género es un grave problema con múltiples causas socioeconómicas, psicológicas y culturales. En España, cada semana una mujer es asesinada por su pareja o ex-pareja. La tasa de asesinatos se ha mantenido estable desde hace más de una década, a pesar de los importantes esfuerzos y cambios introducidos. Por ejemplo, en 2019 se presentaron en España 168.168 denuncias por violencia de género y se dictaron 40.720 órdenes de protección para prevenir una posible agresión (cfr. Principales cifras sobre la violencia contra las mujeres en España). La evidencia empírica internacional disponible sugiere que, en general, la incidencia es menor cuando las mujeres tienen una mejor situación económica, disponen de mejor acceso a la información y tienen legalmente la posibilidad de separarse. Algunos expertos señalan que podría ser útil proporcionar más ayuda psicológica a los agresores y castigar las infracciones menores con penas de arresto, así como, para evitar que las víctimas puedan ser presionadas, considerar la posibilidad de que las denuncias por malos tratos no puedan ser retiradas (Manuel Bagues, “La violencia de género: Evidencia empírica”, 2012).
Por otra parte, los estudios más recientes muestran que, en un entorno de décadas de enseñanza mixta casi total, el sexismo no disminuye. Según una de las conclusiones del informe Andalucía Detecta del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) presentado en 2014 por el Consejero de Justicia, el 24% de los jóvenes andaluces se muestra de acuerdo con que “el lugar más adecuado para la mujer es en su casa con su familia” y que “no es propio de los hombres hacerse cargo de las tareas del hogar”. El 10% cree que es el hombre el que debe tomar las decisiones importantes en la pareja, más del 20% cree que la mujer es más débil que los hombres y el 50% cree que la mujer aguanta la violencia de género. Un estudio sobre la Igualdad y prevención de la Violencia de Género en la adolescencia refleja un aumento en los últimos años de los porcentajes de adolescentes que han sufrido situaciones de maltrato. Un 61% de las jóvenes han sido víctimas de la violencia machista a través del móvil y las redes sociales y un 25,1% dicen ser controladas por su pareja a través del móvil.
Los datos son muy preocupantes. Parece claro que hay que educar mejor, hay que concienciar a chicos y chicas sobre esta realidad, pero sin abordar este asunto con diagnósticos y remedios demasiado simples. La solución a la violencia de género no está en que la escuela sea mixta o diferenciada, sino en promover la igualdad de un modo realmente eficaz y en enseñar a todos a resolver los conflictos de forma madura. Formar personas pacíficas, que a su vez formen familias pacíficas.