Dejando efectivamente aparte las diferencias físicas, hay datos estadísticos empíricos que muestran diferencias importantes, de diverso tipo.
Por ejemplo, los resultados PISA (evaluación internacional realizada cada tres años en países de la OCDE y otros asociados, sobre competencias a los 15 años en lectura, matemáticas y ciencias) muestran diferencias significativas entre chicos y chicas, en todos los países y en todas las áreas (Informe PISA 2018, capítulos 3 y 4). ¿A qué se deben? No hay una respuesta unívoca. Se pueden hacer hipótesis que ofrecen explicaciones más o menos convincentes, pero, en todo caso, los datos que evidencian esas diferencias son claras y están ahí.
Por ejemplo, los resultados de PISA de las chicas de España en lengua son bastante superiores a los resultados de los varones de Finlandia (el país europeo tradicionalmente estrella en resultados académicos). Eso quiere decir que las diferencias entre los chicos y las chicas dentro de un país son mayores que las diferencias entre los países que están muy distantes en las tablas de resultados en una materia. ¿Por qué? No es fácil saberlo, pero es un hecho empírico comprobable.
Hay más datos interesantes. Por ejemplo, los datos PISA muestran que la brecha entre chicos y chicas no se acortan con el paso de los años, sino que, por el contrario, aumentan en muchos casos. Y todo ello en un escenario de enseñanza mixta en casi el 99% de todo el entorno internacional del estudio PISA. Quizá puede concluirse que la enseñanza en general, y la enseñanza mixta en particular, no está teniendo demasiado éxito en este punto en su lucha contra la desigualdad entre hombres y mujeres.
Los centros de educación diferenciada están más especializados en atender esas diferencias, y por eso, como veremos más adelante, esa brecha de género se amortigua considerablemente.