El hecho de que chicos y chicas sean diferentes no es una afirmación ofensiva, conservadora o reaccionaria, sino algo observable y comprobable empíricamente. Además, diversos estudios científicos hablan también de considerables diferencias entre el varón y la mujer en su propia estructura cerebral.
En ese sentido, en el año 2003 tuvo una gran difusión el libro de la antropóloga norteamericana Hellen Fisher, “El primer sexo”, en el que explicaba la diferencia entre hombres y mujeres a partir de datos científicos sobre el cerebro, las hormonas y la genética. La autora asegura que el feminismo debe replantear sus estrategias para adaptarlas a los descubrimientos que va aportando la ciencia:
“A las únicas a las que no ha gustado mi libro ha sido a las feministas tradicionales, porque se empeñan en creer que hombres y mujeres son definitivamente iguales. Y eso no es verdad… cada sexo juega con una baraja de cartas evolutivas distintas” (Hellen Fisher, “El primer sexo”, 2003).
La neuróloga británica Anne Moir es otra estudiosa de las diferencias neurológicas entre hombres y mujeres:
“Hay enormes diferencias en la configuración neuroquímica entre ambos sexos. La principal es aquello que nos motiva y que capta nuestra atención. A los chicos les fascina asumir riesgos, como saltar en paracaídas. Pese a que siempre hay excepciones, una mujer suele estresarse más con todo lo relacionado con el riesgo. El cerebro es muy plástico y, si no lo usas, lo pierdes. Las mujeres tienden a asumir menos riesgos a medida que van creciendo. Por ello, se les debe enseñar a tomarlos desde que son pequeñas. Los chicos no lo necesitan.”
“Los chicos desarrollan la inteligencia emocional mucho más tarde que las mujeres y eso puede conducir a que estas ignoren a los chicos de su misma edad y piensen que son estúpidos. Si queremos ayudar a socializar tenemos que utilizar lo que sabemos sobre el cerebro. La socialización no es algo que simplemente ocurre, sino que se debe entrenar. La evidencia sugiere que actualmente hay una enorme distracción sexual entre ambos”.
“El cerebro de un hombre madura entre los 20 y los 25 años; los cerebros de las mujeres son maduros a los 16 o 17 años. Opino que ese lento desarrollo determina que poner a los adolescentes en las mismas clases repercute negativamente en su desarrollo y empobrece la comunicación entre sexos. Me gustaría que los colegios se organizasen de manera más científica y no políticamente. Miro a la ciencia y pienso: ¿cómo dice que enseñaremos mejor a los niños?”.
“Si enseñas a un niño sabiendo que su cerebro está organizado de una manera, lograrás sacarle lo mejor de sí mismo. Si ignoras las diferencias, las acentuarás. Pondré un ejemplo. Los chicos desarrollan la actividad verbal mucho más tarde que las chicas. La educación actual incide en la comunicación verbal, y los chicos se pueden sentir desplazados por no poder seguir la clase. Las chicas tienen menor habilidad para pensar en tres dimensiones. Si se ignora esto serán menos aptas para dedicarse a labores técnicas, y se acentuarán estereotipos como que las mujeres aparcan peor. Algunos feminismos ignoran las diferencias, con lo que esas diferencias aumentan” (Anne Moir, El País, 22-04-2011).
Como vamos viendo, hay numerosos estudios de expertos del más variado origen, cultura e ideología, que señalan que la educación diferenciada contribuye a atender mejor los distintos ritmos de aprendizaje y maduración de alumnos y alumnas, y así lograr una mayor igualdad. Hay métodos de aprendizaje que suelen resultar más eficaces para las chicas y que, sin embargo, pueden tener resultados bastante modestos con los chicos. Y hay técnicas pedagógicas que fascinan a los niños, pero dejan a las niñas perplejas y frustradas. No siempre es fácil acertar con una manera de enseñar que sea eficaz para ambos sexos de forma simultánea (María Calvo, 2013).
Es interesante que padres y profesores conozcan las diferencias biológicas y psicológicas de niños y niñas, pues permite entenderles y atenderles mejor.
“El conocimiento de cómo aprende el cerebro tendrá un gran impacto en la educación. Comprender los mecanismos cerebrales que subyacen al aprendizaje podría transformar las estrategias educativas y permitirnos su optimización” (Sara-Jayne Blackmore y Uta Frith, “Cómo aprende el cerebro”, 2006).
Podrían citarse muchos más estudios recientes de diversos científicos e investigadores que hablan de diferencias innatas en los cerebros femenino y masculino que suponen habilidades cognitivas diferentes. Es un tema complejo, en el que hay actualmente un importante debate entre los científicos, por lo que quizá aún es pronto para sacar demasiadas conclusiones. Lo que parece claro es que hay diferencias entre chicos y chicas, y que ignorarlas no suele ser una buena idea, tanto si es para potenciar una capacidad como para corregir una desigualdad.