Algunos luchan un día, y son buenos;
otros luchan un año, y son mejores;
unos pocos luchan toda la vida:
esos son imprescindibles.
Bertolt Brecht
-Mantener la generosidad que exige ese diálogo con Dios supone una lucha constante durante toda la vida. ¿No es un poco extenuante ese planteamiento?
Todas las personas tienen que luchar y esforzarse por ser cada día mejores. No se trata de plantearse grandes hazañas, sino de proponerse cada día pequeñas metas con las que mejorar. Quienes lo hacen, alcanzan mucha más satisfacción y felicidad en sus vidas. En cambio, quienes se abandonan y eluden la lucha personal por mejorar, acaban teniendo que luchar más todavía para arrastrar el lastre de sus apegos y miserias, y así pierden buena parte de su libertad. Quien tiene muchos vicios, señala Plutarco, tiene muchos amos.
En ese sentido, podría decirse que luchar es un descanso, pues, al menos a largo plazo, la virtud alivia y el vicio en cambio no satisface, sino que es como una droga que crea adicción, que cada vez exige más y en contrapartida da menos. Hay que contar con el esfuerzo, con la lucha, con la cruz del Señor. El que no cuenta con la cruz, se la encuentra de todos modos, y entonces, además, encuentra en la cruz la desesperación. En cambio, cuando contamos con ella, aunque puedan venir momentos difíciles, estamos mucho más felices y seguros.
Quiero con esto decir que no debe tenerse una imagen negativa de la lucha ascética o de la entrega a Dios. Estar en buena forma física supone un esfuerzo, pero esa misma buena forma hace que cada vez esos esfuerzos sean menores. Y de manera semejante podría decirse que cuidar el espíritu hace que cada vez nos cueste menos el camino de la virtud.
-Pero a veces vienen momentos malos en que no es así.
Es cierto. Igual que podemos estar en buena forma física pero, en determinado momento, pasar por una etapa peor, o por una enfermedad o una lesión. Pero eso no quita lo anterior.
Todos sabemos que la vida tiene momentos de euforia y otros de abatimiento (a veces, dentro de un mismo día), y hemos de aprender a sobreponernos a los efectos negativos de esos ciclos de los estados de ánimo. Esos malos momentos pueden provenir de que Dios ha permitido una etapa de sequedad interior, sin culpa nuestra, por motivos que Él bien sabrá (purificarnos, mejorar nuestra rectitud de intención, hacernos partícipes de su cruz); o pueden provenir de nuestro descuido personal, porque estamos eludiendo el esfuerzo necesario por mejorar.
A esto último se refería Santa Teresa, al rememorar una larga etapa de desasosiego interior, provocado precisamente por eludir lo que Dios le pedía: "Pasaba una vida trabajosísima… Por una parte me llamaba Dios; por otra yo seguía lo mundano. Dábanme gran contento las cosas de Dios; teníanme atada las mundanas. Paréceme que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos mundanos. (…) Pasé en este mar tempestuoso casi veinte años… Sé decir que es una de las vidas más penosas que me parece se puede imaginar: porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento con lo mundano. Cuando estaba en los contentos mundanos, en acordarme de lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones mundanas me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años."
-Pero, aunque te decidas a ser más generoso, vendrán esos días malos en los que costará mucho ser leal a la palabra dada a Dios.
En nuestra vida tendremos muchas ocasiones de no ser leales, pero en esas ocasiones es precisamente donde se prueba nuestro amor a Dios. La lealtad, la fidelidad de una persona, se demuestran sobre todo ante las situaciones difíciles, cuando lo bueno se presenta rodeado de inconvenientes y lo malo nos atrae mucho. La honradez se demuestra, por ejemplo, cuando a uno le intentan sobornar y necesita mucho ese dinero; la fidelidad conyugal cuando se presenta una solicitación contra ella; o la valentía cuando sentimos miedo pero lo superamos. La virtud se reconoce cuando es capaz de obrar en la adversidad.
-Eso suena un poco a tener que fastidiarte porque has dado antes tu palabra.
Puede verse así, como si fuera una simple obligación consecuencia de un contrato, pero eso es vaciar de contenido la vocación. Porque el compromiso vocacional es un compromiso de amor, igual que lo es el matrimonio, que no es un simple contrato, aunque tenga la forma jurídica de un contrato. Ser llamado de modo específico por Dios es una gran suerte. Es estar entre ese grupo de discípulos que seguían más de cerca al Señor, porque Él llamaba a la santidad a todos, pero a ese grupo de un modo especial.
Y el hecho de que haya momentos en que la fidelidad se sostenga sobre todo por un sentimiento de lealtad a la palabra dada, no quita mérito ni eficacia a esa fidelidad, sino más bien al revés. Sabemos por ejemplo, que Santa Teresa, una gran santa, pasó muchos años en los que con frecuencia le parecía como si Dios no existiese, y sin embargo ha sido guía y modelo para infinidad de personas, porque fue leal a Dios. Y la Madre Teresa de Calcuta, como ya hemos comentado, pasó también por largos años de oscuridad interior, y su fidelidad en esa etapa ha llenado de luz a millones de almas.
-Entonces, ¿qué recomiendas para los altibajos de ánimo, para los momentos de crisis?
Hay que tener en cuenta que en los períodos bajos, cuando nuestro mundo interior está frío y gris, cualquier pequeño problema tiende a ocupar toda la mente y adquiere un peso desproporcionado. Entonces, es fácil engañarse pensando que nuestro primer entusiasmo de los inicios de la conversión o de la vocación tendría que haberse mantenido siempre. O creemos que nuestra aridez actual será una situación igualmente permanente y nos amargará la existencia. Si esas ideas se fijan en la mente, dejamos entonces el campo abierto a la desesperanza, o a un voluntarismo que se empeña en recobrar los viejos sentimientos de entusiasmo por pura fuerza de voluntad, cosa siempre agotadora. Y quizá llegamos al convencimiento de que los primeros entusiasmos han sido un ingenuo acceso juvenil que el tiempo está poniendo en su sitio, y que en realidad todo ha sido una "fase" de la vida que ya ha pasado.
-Pero es que algo de eso puede ser cierto.
Indudablemente. Pero si aplicas ese planteamiento a cualquier meta o logro que una persona se haya planteado, y lo haces precisamente cuando está pasando por un momento bajo, no hay meta de largo alcance que pueda lograrse, pues siempre hay momentos malos, y la perseverancia y la fidelidad dependen precisamente de la capacidad para superarlos.
"Para construir la propia vida -explicaba Benedicto XVI-, nuestro futuro exige también la paciencia y el sufrimiento. La Cruz no puede faltar en la vida de los jóvenes, y dar a entender esto no es fácil. Como el montañero sabe que para hacer una buena experiencia de escalada tendrá que afrontar sacrificios y entrenarse, así también el joven tiene que entender que en la escalada al futuro de la vida es necesario el ejercicio de una vida interior."
Tanto en el celibato como en el matrimonio se pueden pasar momentos de crisis, en los que se presenten deseos o afectos que suponen infidelidad. La convivencia diaria puede traer momentos de desencanto o de desilusión, puede hacernos descubrir y experimentar vivamente lo poco que es el ser humano, nuestra capacidad de frialdad o de antipatía, de establecer distancias. Por eso es tan importante cultivar la propia mirada para ver con buenos ojos al otro, para comprender sus limitaciones, para aceptar que toda persona es un ser normal, quizá nada excepcional en su vertiente cotidiana de la convivencia ordinaria. Todo esto es ineludible, sea cual sea la opción que tomemos, y solo afrontaremos con éxito esa difícil realidad si sabemos hacerlo de forma madura, sin evadirnos de los retos diarios de la mejora personal.