La ventaja de las chicas es amplia y continuada en todo el sistema educativo. El menor rendimiento académico masculino, junto con su mayor conflictividad, les deja en una situación paradójica, y en ese sentido no son pocos los que hoy dicen que el sexo vulnerable es sobre todo el masculino, pues la brecha entre chicos y chicas es cada vez mayor (Sebastian Kraemer, “The fragile male”, 2000).
Esta inferioridad del varón resulta acentuada si tenemos en cuenta que gran parte de los docentes no son muy conscientes de todo este fenómeno. Esperan que los varones sean igual de puntuales, ordenados, constantes y tranquilos que sus vecinas de pupitre. Desearían verlos sentados en filas ordenadas, escuchando las lecciones en silencio y tomando pulcros apuntes. Pero se desesperan comprobando que no consiguen que eso suceda. Los chicos se quejan de que son castigados con mayor frecuencia que las chicas sencillamente por “comportarse como chicos” (Joel Wendland, “Reversing the Gender gap”, 2004). Mientras las chicas tienden a estar sentadas y atender, los varones necesitan tener algo entre las manos, moverse en la silla o levantarse. Se produce así una tendencia a conflictivizar la conducta de los niños. Esto ha llevado en algunos casos a diagnosticar con demasiada facilidad a muchos chicos el trastorno actualmente más estudiado en niños en edad escolar, el TDAH o trastorno de déficit de atención con hiperactividad, cuando en bastantes casos su principal problema es el de ser varones, activos, enérgicos, competitivos, que están compartiendo aula con niñas que son más pausadas, tranquilas y disciplinadas. Algunos expertos resuelven esto medicando a esos niños con demasiada facilidad, para que se asimilen más a las niñas, que son las supuestamente “normales”, por el hecho de ser más tranquilas y pacíficas. Como demuestran numerosos estudios, muchos alumnos varones pierden la motivación y se rinden, o se les clasifica erróneamente como alumnos con dificultades de aprendizaje (ADHD Data & Statistics, 2013).
Todos podemos estar fácilmente de acuerdo en que los niños tienen que aprender a tratar bien a los más pequeños, a ser respetuosos con los mayores, a ser amables y a ayudar a los que les rodean, pero todo esto se aprende dándoles una mejor educación en valores, no reprimiendo su naturaleza: el varón es activo, le gusta jugar con fuerza y con rapidez, con movimiento, lo que no significa que no pueda ser al mismo tiempo solidario, empático, honesto, generoso, trabajador y sensible a los problemas de los demás.
Hay quienes ven esto de un modo más alarmante, y se ha llegado a hablar de una crisis de la masculinidad, ante el predominio de la mujer en la escuela y ante el gran número de varones sin apenas formación y sin empleo. Es positivo el avance que todo esto supone para la mujer, que está superando una anterior etapa en la que ha estado discriminada, pero la solución no es tan simple como dejar que el varón siga deslizándose por esa pendiente. Todos queremos avanzar lo más posible hacia una dinámica de igualdad, y las propias mujeres quieren para sus hijos varones una educación en igualdad, no de inferioridad. Nadie quiere que se siga agrandando la brecha académica entre ambos sexos, sino buscar el modo de que se vaya cerrando, sin igualar a la baja.