Me parece que la idea de que los niños necesitan de colegios mixtos para aprender a comunicarse con el otro sexo es quizá un poco antigua, propia del ambiente de hace unas décadas en algunos países, de rígida separación social entre hombre y mujeres. Los chicos y chicas viven hoy inmersos en un mundo mucho más dinámico, en el que tienen abundante trato con el otro sexo fuera de los horarios escolares.
Mi experiencia de bastantes años en la dirección de centros de educación diferenciada, así como por los muchos centros mixtos que conozco por mi trabajo en las organizaciones de titulares de escuelas, o por encuentros con profesionales de la educación de muy diverso origen, o por lo que escucho a alumnos y familias de entornos bastante diversos, hace que mi impresión es que hoy día el trato entre los dos sexos es totalmente normal en ambos casos.
Hay gente que dice que si se educan solo chicos, o solo chicas, les faltará luego facilidad de trato entre ambos sexos. Entiendo que lo digan, porque efectivamente muchos lo dicen basándose en lo que ellos mismos quizá han vivido hace unas décadas, en ambientes bien distintos a los de ahora. Pero si cambian sus paradigmas por otros más actuales, y visitan centros de educación diferenciada, o preguntan a quienes envían allí a sus hijos, o, mejor aún, preguntan a los propios alumnos y alumnas de esos colegios, es probable que en bastantes casos cambien bastante su opinión.
Hoy la gente joven tiene muchos problemas, quizá más que hace unos años, pues se desenvuelven en condiciones que en gran parte son de mayores conflictos y mayor vulnerabilidad, pero mi impresión es que uno de los pocos problemas que apenas tienen hoy es el de la falta de confianza en el trato con el otro sexo. Lo que sí falta con demasiada frecuencia en el mundo en que vivimos es más respeto por la mujer, y mi percepción es que en los centros diferenciados suele crearse un ambiente de más respeto. Al menos, esa es mi experiencia. No he encontrado apenas estudios al respecto, pero estoy casi seguro de que los colegios diferenciados forman a sus alumnos varones es un respeto por la mujer superior a la media del que hay en la sociedad.
Volviendo a citar a Jennifer Wolcott,
“algunos creen que la escuela diferenciada es meter a los chicos en un ambiente antinatural donde no aprenderán a tratar a las chicas con normalidad…, pero la mayoría de los chicos de esas escuelas con los que yo he hablado descartan que vayan a tener problemas…, se ríen y dicen que es un mito la creencia de que una escuela masculina es una especie de monasterio…, que fuera del colegio abundan las chicas y no les faltan ocasiones de tratarlas” (Jennifer Wolcott, 2004).
Hay otro argumento a este respecto que ha aportado María Calvo y que considero de interés (María Calvo, 2006). El psiquiatra Luis Rojas Marcos, en su libro “Nuestra incierta vida normal”, habla de lo importante que resulta compartimentar las parcelas de las que extraemos momentos agradables, como estrategia contra la vulnerabilidad:
“lo mismo que los inversores no colocan todo su capital en un solo negocio, no debemos depender de una sola fuente para abastecer nuestra satisfacción con la vida”.
De la misma manera que el dicho popular previene de que “no es bueno cargar todos los huevos en el mismo cesto”, también es buena estrategia tener nuestra ilusión repartida entre varios escenarios: el trabajo, la familia, los amigos del fin de semana, aficiones personales y actividades sociales, etc., de manera que si tenemos un problema en una de estas parcelas, podamos mantenernos bastante equilibrados ya que tenemos otros ambientes que nos siguen proporcionando satisfacción.
Por el contrario, si nos concentramos demasiado en un solo ambiente, en el que están incluidos todos los protagonistas, al sufrir una crisis es más fácil que se venga todo abajo. Esta teoría fundamental para el equilibrio emocional y la felicidad de los adultos, puede aplicarse a los adolescentes y la escuela. En los colegios mixtos, lo normal es que los jóvenes tengan dentro del colegio sus amigos y su pareja, de forma que tienen un único o principal escenario de vivencias. Cuando rompen con su pareja (lo que a esas edades no es nada infrecuente) el efecto puede ser traumático, pues de forma inevitable los afectados seguirán viéndose a diario, quieran o no. Además, estas rupturas suelen provocar la victimización del que ha sido abandonado por su pareja y en consecuencia la reacción adversa de todo su grupo de amigos frente a quien decidió poner fin a la relación. Esto da lugar a situaciones incómodas en el centro escolar, que incrementan fenómenos de acoso y de hostilidad, verbal o material, física o psicológica, que va desde ignorar al compañero hasta romper o esconder objetos personales, burlarse, colocar apodos, recibir amenazas, etc. (Daniel J. Flannery, “School Violence Risk. Preventive intervention and policy”, 1997).
Por el contrario, los niños y niñas que van a colegios de un solo sexo, forzosamente diversifican las inversiones que realizan en sus amistades. En el colegio tienen a los amigos o amigas, y fuera del colegio tienen a su novio o novia. De manera que, los problemas que lleva implícita toda relación sentimental quedan fuera del colegio, y encuentran en el centro escolar una parcela de intimidad segura, al margen de sus conflictos amorosos tan frecuentes en la adolescencia.
Natasha Devon, una escritora y activista especializada en educación, salud mental e igualdad, publicó en 2016 en Times Educational Supplement un artículo titulado “En un mundo todavía predominantemente patriarcal en sus valores, existe un fuerte argumento a favor de la existencia de escuelas para niñas”, donde hace unas interesantes reflexiones sobre su experiencia personal de haber asistido a una escuela de solo chicas:
“Tengo esta noción radical y es que todos los seres humanos son diferentes. A menudo, en educación hablamos como si hubiera un tipo de escuela, o aprendizaje, o plan de estudios que sería el mejor para todos los niños, cuando en realidad eso es imposible. Lo único que podemos hacer es esforzarnos por tener la suficiente flexibilidad, accesibilidad y pluralidad dentro del sistema educativo para que cada niño pueda ver satisfechas sus necesidades únicas (algo que, en la actualidad, estamos fracasando miserablemente a pesar de los mejores esfuerzos de los profesores). Menciono esto porque, con frecuencia, oigo a la gente hablar en términos despectivos sobre las escuelas para un solo sexo (…). Dicen que las escuelas para un solo sexo son “antinaturales” y dejan a sus alumnos poco preparados para las realidades de la vida.
En mi experiencia, eso simplemente no es cierto, y creo que en un mundo que sigue siendo predominantemente patriarcal en sus valores, hay un fuerte argumento a favor de la existencia de escuelas solo para chicas. Mi escuela era inusual, en el sentido de que era (y sigue siendo) solo para niñas. Para mí, las ventajas de estar en un entorno exclusivamente femenino eran muchas. El simple hecho de que no dividíamos las asignaturas en aquellas que se percibían como “masculinas” y “femeninas”. Si había sillas que apilar, o trabajos que exigían fuerza, o puertas que abrir para los demás, lo hacíamos. He oído a profesores de otras escuelas mostrar un sesgo inconsciente diciendo cosas como “Necesito dos chicos grandes y fuertes para ayudarme a mover esta mesa”, pero en nuestra escuela necesitábamos ser chicas grandes y fuertes porque no había chicos alrededor para hacerlo por nosotras. Tampoco creo que pasar tanto tiempo en compañía de solo chicas haya hecho que mis relaciones con los chicos o los hombres sean difíciles (…). Tampoco me siento intimidada por los hombres como algunas mujeres que conozco, quizás porque no tuve que escuchar interminables bromas ni ser objeto del acoso sexual que, según se informa, el 59% de las adolescentes sufren hoy en día en la escuela (…). No necesitábamos recibir lecciones de feminismo en la escuela porque estábamos en un ambiente que era naturalmente feminista. Crecí en un momento en que había un cierto consenso tácito de que las mujeres eran un tanto decorativas y debían soportar los comportamientos de los “chicos malos”. Nuestra escuela era un santuario y un antídoto para eso. Como alumnas, se nos hacía sentir que podíamos aspirar a cualquier opción, y yo ciertamente dejé la escuela creyendo que no había nada que no pudiera hacer. Por supuesto, la educación para un solo sexo no es para todos. Y no estoy sugiriendo ni por un segundo que la solución al acoso sexual en las escuelas sea aislar a los niños y niñas entre sí, pero mi experiencia de asistir a una escuela sólo para niñas fue abrumadoramente positiva (Natasha Devon, “In a world still predominantly patriarchal in its values, there is a strong argument for the existence of all-girls’ schools”, TES, 13 diciembre 2016).