En Europa llevamos casi medio siglo de enseñanza mixta generalizada (en algunos países algo más y en otros algo menos), y en Estados Unidos bastante más de un siglo.
Me parece que ha sido ya tiempo suficiente como para permitirnos cuestionar la ilusión con que se pensó que la escuela mixta acabaría en poco tiempo con los estereotipos, el sexismo, los comportamientos machistas o la brecha de género.
Hay que hacer algo más para promover la igualdad. Hay que permitir que haya un poco más de imaginación y un poco más de capacidad de cuestionar los principios desde los que en algunos lugares se inició esa lucha.
El panorama de la igualdad en el mundo occidental no es hoy el mismo de hace unas décadas. Es importante adaptar las estrategias a la realidad de cada lugar y cada momento.
Y la solución, obviamente, no es que la mujer imite al varón, y sobre todo la solución no es que imite sobre todo sus defectos. Por eso muchos hablan de que la solución no está tanto quizá en la generalización de la superwoman sino en lograr una verdadera responsabilidad familiar del varón:
El gran problema es que las leyes y costumbres del espacio público han sido creadas con criterios exclusivamente masculinos, por hombres que funcionaban como si no tuvieran familia, pues eso se lo dejaban a sus mujeres. La principal dificultad que encuentran las mujeres para ser alguien en el mundo laboral es que se les exige que trabajen como si fueran hombres que no tienen familia.
Si a eso le añadimos que no hay elaborada una teoría equilibrada al respecto, las mujeres se han visto forzadas a imitar el modelo unilateral masculino. Hoy lo que se quiere borrar de todos los sitios es la diferencia, porque se considera sinónimo de subordinación. La mujer no puede dejar de ser mujer cuando se pone a trabajar, porque ésa es su mejor aportación al terreno público y esto no es fácil.
Las mujeres que quieren sacar adelante a la familia tienen de hecho una doble jornada laboral. Si no se ponen pronto en práctica políticas de conciliación, la familia está llamada a la extinción.
Si se quiere mejorar el mundo, la primera medida es que el hombre vuelva a la familia. Ahora mismo, el reto no es que la mujer trabaje o no trabaje, sino que el varón redescubra su paternidad. El varón, en general, se desentiende en la práctica de ser marido y padre. La familia, la mujer, los hijos, tienen necesidad de él y de su modo de hacer las cosas, que es diferente del de la mujer, con la peculiaridad de que ambos modos se potencian uno al otro, tanto en la familia como en el espacio público.
La solución pasa por ahí: la familia es una empresa de los dos. Para la maternidad, la mejor defensa posible es que el varón descubra su paternidad. Para esto hay que entender que ser padres o madres es algo propio del modo de amar y de contribuir al bien de los demás. Tanto la paternidad como la maternidad tienen una dimensión privada y una dimensión pública.
Respecto al varón, tan importante como el ejercicio de la paternidad dentro de la familia, es que favorezca y defienda que la maternidad sea posible en el mundo laboral. El hombre-varón tendría que descubrir su paternidad. La familia saldrá adelante si el varón asume que es padre, tanto dentro como fuera del hogar. El peso de sacar adelante la familia no recae exclusivamente sobre la mujer, aunque sólo sea porque muy pocas tienen capacidad para ser superwoman (Blanca Castilla de Cortázar, “De la superwoman al varón responsable”, 2015)
Hay aspectos más fáciles para el varón y otros para la mujer, y cada uno debe cultivar lo que más necesite potenciar. Las escuelas deben tener un plan de igualdad desde el que se trabaje para generar una cultura en que la igualdad se respire de modo general.
Hay cuestiones menores, como el esfuerzo por usar un lenguaje no sexista, o la visualización de la aportación de la mujer a lo largo de la historia, pero lo fundamental es ver siempre al hombre y a la mujer como iguales en derechos y oportunidades. Y sin plantearlo como una lucha de clases, ni fomentando odios ni rivalidades. Educando a todos en la importancia de la familia, en la importancia de dedicar todos tiempo de calidad al hogar. Sin estigmatizar la maternidad, sino dando a la maternidad y a la paternidad la dignidad que merecen.
Los países progresan cuando mejora su capital humano, y eso es impensable si no progresa la familia, y es impensable sino se redescubre el sentido de la maternidad. Quizá durante décadas se ha extendido el tópico de que la maternidad atonta y alela a las mujeres, centrando su vida en un mundo infantil y relegándolas a tareas tediosas y repetitivas. Así lo explica Katherine Ellison, una exitosa periodista de investigación galardonada con el Premio Pulitzer y que considera que todas esas ideas proceden de clichés y trivializaciones que no reflejan la realidad. En uno de sus libros (Katherine Ellison, “Inteligencia maternal: de cómo ser madres nos vuelve más inteligentes”, 2005) muestra, a partir de recientes investigaciones científicas y de su propia experiencia como madre, que la maternidad contribuye a estimular la inteligencia de las mujeres, al enfrentarlas a nuevos retos y a la necesidad de resolver nuevas situaciones. Este libro, que fue en su momento un best seller mundial, está repleto de anécdotas y relatos sobre madres jóvenes que aseguran que la maternidad es un enriquecimiento general para la mujer, acentúa su sensibilidad e incrementa sus capacidades gracias a lo que ha empezado a llamarse “inteligencia maternal”.
Muchas mujeres son acosadas por reticencias que flotan en el ambiente y que les empujan a postergar la decisión de tener un hijo. A su vez, temen que, al ser madres, sufran un declive en sus facultades personales. Está muy presente el tópico de la mujer embarazada agobiada y sensiblera que llora por cualquier tontería, o el de la madre extenuada incapaz de pensar en nada salvo en los horarios de los niños y en la lista de la compra. La angustia que genera esa imagen de la maternidad ha ido en aumento y por eso Katherine Ellison insiste en el enriquecimiento del repertorio emocional y la gran experiencia que aporta la maternidad. El vínculo entre madre e hijos es una poderosa fuente de valores para la propia vida de la madre. El cuidado de los hijos implica una gran capacidad para hacer frente a cualquier desafío, por difícil que este sea, y son desafíos que quizá en otro contexto les harían rendirse pero que ahora les fortalecen y engrandecen como personas.
Es muy sorprendente la fuerza natural interior que se activa en los padres para que se obre el milagro cotidiano de que cuiden de sus hijos. ¿Qué fuerza casi sobrenatural les impulsa a invertir tal cantidad de energía en atender a un ser vivo que en los primeros estadios de su existencia no hace poco más que comer, llorar y ensuciarse? El sentido personal del confort de los padres se modifica, los viejos paradigmas son reemplazados por otros nuevos que les llevan a volcarse en la preocupación por el bienestar de otro ser humano. Ese compromiso es un factor clave para el desarrollo de cuestiones humanas tan esenciales como el afecto entre las personas, la educación, la transmisión de valores, la sociabilidad y el amor.
El altruismo que despierta y desarrolla la maternidad es uno de los motores más poderosos que sacan adelante cada día a nuestra sociedad. Un altruismo que habitualmente incluye también al padre: la transformación que experimenta un hombre quizá egoísta que se ve de pronto expuesto a un contacto cercano con niños pequeños ha protagonizado el argumento de un sorprendente número de películas producidas por Hollywood en los últimos tiempos. Cuidar de los hijos es una gran fuente de humanidad que nuestro tiempo está empezando a valorar como merece.
La maternidad enriquece a la mujer, la añade capacidades. Contratar a una madre es un valor añadido. Es preciso cambiar la perspectiva androcéntrica que envuelve hoy buena parte del mundo laboral y familiar, y no precisamente cargando contra la maternidad sino incorporando su perspectiva. Y esa es una de las grandes tareas pendientes en la escuela, tanto en la escuela mixta como en la diferenciada.