Cuentan de Chesterton que era muy despistado. En una ocasión, viajando en tren, el revisor le pidió el billete. Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso. Entonces el revisor le dijo: “Tranquilo, no se inquiete, que no le haré pagar otro billete”. “No es pagar lo que me inquieta –repuso Chesterton– lo que me preocupa es que he olvidado a dónde voy”.