El descubrimiento de escándalos financieros e irregularidades contables en grandes empresas de EE.UU. ha creado un clima de desconfianza entre los inversores y ha provocado la caída de altos directivos. También ha dado lugar a un debate sobre los factores que han minado la ética empresarial.
El economista Paul Krugman (International Herald Tribune, 5-VI-2002) ve en los escándalos financieros actuales el resultado de elevar la avaricia a criterio de gobierno de la empresa. En conjunto, “los directivos empresariales no son peores (ni mejores) de lo que siempre han sido. Lo que ha cambiado son los in-centivos”. “Hace veinticinco años (…) los salarios de los directores generales eran bajos en comparación con las espléndidas retribuciones de hoy. Los directivos no se preocupaban exclusivamente de que subiera la cotización de las acciones. Pensaban que debían servir a distintos grupos interesados en la marcha de la empresa, incluidos sus empleados”. El sistema funcionaba y, de hecho, la generación de posguerra vio duplicarse su nivel de vida.
Después el crecimiento vaciló, y en los años 80 llegaron los que Krugman llama “asaltantes empresariales” (tiburones). “Estos mantenían, y a menudo estaban en lo cierto, que podían aumentar los beneficios, y por tanto la cotización de la acción, comprimiendo los efectivos y los gastos de las empresas”. Al mismo tiempo, al hacer depender en gran parte la retribución de los directivos de la cotización de la acción, se les inducía a hacer todo lo posible para mantener alto ese precio.
Los actuales escándalos muestran, dice Krug-man, el fallo capital de esta teoría: “Un sistema que retribuye espléndidamente a los directivos por el éxito tienta a estos ejecutivos, que controlan la mayoría de la información accesible a terceros, a fabricar la apariencia de éxito”. “Y no estamos hablando de unas cuantas manzanas podridas. Las estadísticas de los últimos cinco años muestran una importante divergencia entre los beneficios que las compañías declaran a los inversores y otras medidas del crecimiento de los beneficios. Esto es una clara prueba de que muchas, si no la mayoría, de las grandes empresas estaban amañando sus números”.
Jeffrey Sonnenfeld, decano de la Yale School of Management, escribe en The New York Times (12-VI-2002) que la crisis no puede atribuirse solo a falta de supervisión en las empresas o a una contabilidad amañada. Este diagnóstico pasa por alto algo que tienen en común estos directivos ahora cuestionados: “todos ellos son compradores en serie de otras empresas”. “Estos ejecutivos consideraban que su papel primero y principal consistía en hacer más grande el holding empresarial, antes que en gestionar la empresa para producir mejores bienes y servicios. Y como su objetivo eran los resultados financieros a corto plazo, tendían a considerar a las autoridades reguladoras como adversarios y las reglas contables como obstáculos para lograr sus propósitos”.
“Estos compradores en serie no construían un negocio sobre un núcleo de competencias, sino que eran como aves de presa en busca de buenas adquisiciones, estrategia que rara vez es rentable a largo plazo. Un estudio hecho por Thomson Financial para el Wall Street Journal revela que en el actual mal momento económico la cotización de los 50 principales compradores de empresas ha caído tres veces más que el índice Dow Jones”.
A través de sucesivas adquisiciones, lo que en principio eran compañías destacadas en un campo se convirtieron en conglomerados que incluían una suma heterogénea de actividades. La debilidad de estos compradores en serie era que no entendían los negocios en que se metían, afirma Sonnenfeld. Su rápido crecimiento hizo también más difícil valorar sus resultados con los criterios tradicionales. “En vez de tener que demostrar su habilidad creando nuevos productos, proporcionando buenos servicios o motivando a los empleados, estos ejecutivos han sido generalmente juzgados por los inversores y analistas solo por la hinchazón de sus imperios”.
Lo legal y lo ético El discurso del presidente Bush, en el que propuso penas más severas para perseguir los fraudes y la contabilidad amañada, ha tenido un buen efecto en la opinión pública que pide mano dura. Sin embargo, algunos expertos no creen que esto baste para mejorar la honestidad empresarial.
David Skeel y William Stuntz, profesores de Derecho de las Universidades de Pennsylvania y Harvard, respectivamente, explican en The New York Times (10-VII-2002) por qué no creen en este enfoque: “La razón es simple y, a la vez, fácilmente olvidada: las leyes penales hacen que la gente se preocupe de lo que es legal en vez de lo que es ético”.
Recuerdan que, hace cien años, la ley penal federal sobre el fraude consistía en unas pocas disposiciones. En cambio, hoy “el código penal federal incluye más de 300 disposiciones sobre el fraude y la falsedad contable; la mayoría van más allá de lo que la ley solía cubrir. Con todo este arsenal legal, deberíamos haber alcanzado un alto nivel ético empresarial. Pero no hace falta decir que los hechos muestran otra cosa. Quizá porque hemos convertido lo que eran cuestiones morales en cuestiones de técnica jurídica. En el mundo actual, es más probable que los ejecutivos se preocupen por lo que pueden hacer legalmente que por lo que es justo y honrado”.
“El resultado es que los que actúan éticamente mal escapan al castigo porque buscan modos originales de eludir la ley. Y ejecutivos honrados, en vez de centrarse en desempeñar su trabajo honestamente, terminan imitando los mismos juegos legales de los ejecutivos deshonestos. Esta es la consecuencia lógica de confiar demasiado en la ley penal y poco en la regulación civil y, especialmente, en las normas éticas”.
Aceprensa, 102/02