“Réquiem por Nagasaki” es un libro de Paul Glynn donde se narra la apabullante historia de este hombre sencillo y excepcional, cuya actitud ante la tragedia atómica jugó un papel de enorme importancia. En los aniversarios de la explosión, Hiroshima era una ciudad amarga y ruidosa. Su símbolo podría ser un puño cerrado con ira. Nagasaki, en cambio, era más reflexiva y silenciosa. Su símbolo podría ser el de unas manos unidas en oración. En la Misa de réquiem celebrada el 23 de noviembre de 1945, junto a los escombros de la catedral, Nagai es invitado a tomar la palabra para intentar buscar un sentido a aquella desgracia general: “En la mañana del 9 de agosto una bomba atómica explotaba en nuestro barrio. En un instante, ocho mil cristianos fueron llamados a la presencia de Dios. En la medianoche de aquel día, nuestra catedral se incendió de repente y se consumió. En aquel mismo momento, en el palacio imperial, Su Majestad el Emperador dio a conocer su decisión de poner fin a la guerra, y el mundo entero percibió el resplandor de la paz. He oído que la bomba atómica… iba destinada a otra ciudad. Unas nubes densas hicieron imposible aquel objetivo, y la tripulación norteamericana se dirigió hacia un segundo objetivo: Nagasaki. Entonces surgió un problema mecánico y la bomba fue lanzada más al norte de lo previsto, justo encima de nuestra catedral… No fue la tripulación americana, creo yo, quien eligió nuestro barrio. La Providencia de Dios eligió Urakami y trajo la bomba directamente sobre nuestras casas. ¿No hay quizá una profunda relación entre la aniquilación de esta ciudad cristiana y el fin de la guerra? ¿No fue Nagasaki la víctima elegida, el cordero sin mancha, degollado como un “hansai” en el altar del sacrificio, en expiación por los pecados de todas las naciones durante la Segunda Guerra Mundial? Nagasaki ha sido un sacrificio que ha dado la paz al mundo y la libertad religiosa al Japón. De rodillas, entre las cenizas de este desierto atómico, rezamos para que Urakami sea la última víctima de la bomba.” Al principio, esas ideas fueron como una bofetada en el rostro de unos supervivientes conmocionados. Pero una bofetada que despertó a una generación que corría el peligro de la histeria y del victimismo, hundidos como estaban por los efectos de la devastación nuclear. Nagai fue, por encima de cualquier otro, el principal promotor de la actitud serena que fue tomando la conmemoración de la bomba atómica sobre esa ciudad.
Aunque llevemos una vida tranquila, todos experimentamos la prueba del dolor. Y aunque podamos pasar muchos años sin sufrir nada extraordinario, es obvio que cualquier día puede presentarse ante nosotros una tragedia, mayor o menor, incluida esa tragedia personal última que es la propia muerte. Y todos debemos estar preparados. Afrontar el dolor es una cuestión difícil, tan antigua como nuestra raza, motivo de la mayoría de las crisis que jalonan nuestras vidas. Solemos intentar resolver el problema suprimiendo el dolor, cosa bastante natural, pero sabemos que esa solución nunca puede ser total. Nuestros bisabuelos vivieron sin analgésicos, sin aire acondicionado, sin aviones y sin vacaciones pagadas. Todo eso han sido grandes avances, y esperamos que lleguen muchos más, pero no puede decirse que esos avances hayan disminuido la presencia del dolor en el mundo.
A cualquier persona nos puede tocar un día vivir en nuestra propia carne una crisis en la que ahora no pensamos. Quizá un día escuchemos el informe de un cardiólogo o de un oncólogo que cambiará nuestra vida o la de alguien muy cercano. O quizá tengamos que enfrentarnos a problemas de alcoholismo de un hijo, o a un accidente de tráfico, a los estragos de las drogas, de trastornos mentales, o de matrimonios rotos, que nos impactarán más o menos cerca, pero que siempre pueden presentarse. Son situaciones que dejan a las personas reducidas a la desnudez y la indefensión primigenias. En la historia de Nagai vemos que esos problemas pueden encararse de maneras muy diferentes. Y que hay modos de hacerlo que fortalecen a las personas, a ellas mismas y a las que tienen alrededor, y las hacen más humanas y más dignas de admiración.