En el siglo III antes de Cristo, Cartago dominaba los mares y era la gran potencia del Mediterráneo occidental. Aníbal mandaba el ejército cartaginés y era considerado el más grande estratega militar de la época. Después de conquistar Sagunto y otras ciudades en Hispania, cruzó los Alpes y avanzó por Italia encadenando importantes victorias contra los ejércitos romanos en Trebia, Trasimeno y Cannas. En esta última batalla, consiguió vencer a una fuerza muy superior gracias a la movilidad y flexibilidad de sus tropas, en una maniobra de aniquilación que todavía se estudia en las academias militares.
Aníbal podía entonces haber caído sobre Roma, que estaba desguarnecida y humillada, pero él y sus hombres se confiaron, se entretuvieron con conquistas secundarias por ciudades próximas, y Roma tuvo tiempo de reponerse. Cuando al cabo de dos años quiso hacerlo, ya no era posible y pronunció aquella frase que pasó a la historia: “Cuando pude no quise, y cuando quise no pude”.
Por entonces, el joven Escipión, con solo 25 años, recibió el mando de los maltrechos ejércitos romanos en Hispania, donde logró importantes éxitos y pudo volver a Roma con la misión cumplida. Entre tanto, Aníbal llevaba quince años imbatido por la península itálica. Escipión propuso trasladar la guerra al terreno enemigo y asestar un golpe por sorpresa contra Cartago. Desembarcó en Africa con un ejército renovado y obtuvo las primeras victorias.
Aníbal regresó de inmediato en auxilio de Cartago. Escipión había aprendido la lección de Cannas. Sabía que las estrategias romanas de siempre ya no servían. Si quería ganar a Aníbal necesitaba un cuerpo de caballería más numeroso, y así lo hizo, gracias a una alianza con Numidia.
La batalla decisiva tuvo lugar en Zama el año 202 a.C. Los ochenta elefantes de guerra de Aníbal, bien acorazados y con una torre de arqueros, eran un enemigo aterrador, que hacía cundir el pánico en ejércitos enteros y deshacer las líneas de infantería pesada. Para contrarrestar su embestida, Escipión ordenó a sus hombres bruñir sus escudos y usar unas grandes placas de metal para reflejar el sol y deslumbrar a los elefantes, así como unas grandes trompetas que los desconcertaban. Lograron que aquellas enormes bestias, nerviosas por el ruido y los reflejos, se desviaran a través de los pasillos que Escipión había dejado entre sus tropas. Así perdían ímpetu y eran alanceados desde los lados hasta la muerte. Luego, la caballería romana sobrepasó los flancos de los africanos y cargó contra su retaguardia decidiendo el destino de la batalla y de la guerra.
Cartago se vio obligada a firmar una paz que puso fin a su sueño de crear un gran imperio en el Mediterráneo occidental. Roma había estado en grave peligro de ser derrotada por completo, pero supo resistir, renovar su ejército, tomar la iniciativa y llevar el conflicto a terreno favorable y con nuevas estrategias.
Es quizá un interesante ejemplo de cómo hay que hacer frente a situaciones o escenarios nuevos o diferentes. Roma siempre había vencido con sus tácticas habituales, pero en determinado momento se vio superada por las de Aníbal. Escipión supo generar un nuevo escenario más favorable, donde pudo de nuevo ser superior a su oponente. Consiguió formar alianzas duraderas con antiguos aliados de los cartagineses, porque demostró ser fiel a sus compromisos, cosa que no sucedía por el lado cartaginés. La generosidad de Escipión con los vencidos permitió la adhesión a su bando o la neutralidad, mostrando cuál sería su posición tras la guerra. Aníbal confiaba mucho en su fuerza militar y poco en la diplomacia. Escipión, en cambio, supo convertir a sus enemigos en aliados, dio a sus legiones identidad y confianza, ganó en flexibilidad y, sobre todo, supo tocar su corazón.
Todo este relato puede ser una referencia interesante para nuestro modo de gestionar los problemas. En primer lugar, hay que comprender bien las situaciones, para poder reconocer los errores y puntos débiles, y así darles solución. También hay que saber encontrar el escenario más favorable donde afrontar los problemas. Hay que buscar alianzas y neutralidades, sin minusvalorar a nadie. Hay que saber gestionar los éxitos, para no crearse enemistades torpemente. Hay que saber cuándo es preciso actuar con rapidez, sin entretenerse en otras opciones más cómodas, y cuándo, en cambio, es mejor esperar. Todo esa inteligencia en el actuar facilita que haya equipos motivados y unidos, que saben buscar nuevas formas de afrontar los problemas, nuevos recursos, nuevas ideas y nuevas soluciones.