Esa vieja frase, “The buck stops here!” venía a recordarle que cuando hay una decisión que tomar, esa decisión ya no podía ir más allá de su mesa. No había ya ninguna otra persona que estuviera por encima y pudiera cargar con esa responsabilidad. Era él quien tenía que decidir y asumir las consecuencias.
“El balón se detiene aquí”, sería una traducción más literal. No se lo puedo endosar a otro. No puedo pasarlo a otra persona, al siguiente escalón más arriba, ni al de abajo. No puedo echar balones fuera. Aquella frase era una forma de poner un límite a esa tendencia natural que muchas veces sentimos y que nos empuja a quitarnos de en medio, o a alargar inútilmente los debates, o a prolongar el recuento de ventajas e inconvenientes de una opción o de la otra cuando, en el fondo, sabemos que el problema principal es que nos da miedo afrontar la realidad y asumir las consecuencias de una resolución difícil. Truman repetía que estaba allí para eso, para tomar decisiones y, con ellas, correr el riesgo de acertar o de equivocarse.
Muchas personas tienen demasiado miedo a decidir, y con ello acaban transfiriendo a otros una buena parte del control de su vida. Quien tiene que decidir y no decide, enseguida se ve sometido a los dictados del entorno que le rodea, o al azar. Sus indecisiones y sus miedos, su tendencia a prolongar los dilemas que les inquietan, les hacen ir cediendo cada vez más espacios de libertad y ser arrastrados por la corriente de la vida sin apenas usar el timón, ni los remos, ni siquiera bracear un poco. Además, muchas veces comprueban que las decisiones que no debían retrasar y retrasaron, les han traído luego problemas mayores y que han exigido decisiones aún más difíciles y dolorosas.
Es verdad que nunca tenemos el control total de nuestra vida, incluso ni siquiera de la mayor parte de ella. Y es verdad también que a veces vemos que no haber alcanzado nuestros deseos ha sido una suerte, porque las cosas han salido de modo diferente a lo que pensábamos y eso nos ha llevado finalmente una solución mejor. Eso sucede porque nuestro conocimiento propio y nuestro conocimiento de la realidad que nos rodea son siempre bastante limitados, y por eso debemos tener la humildad de relativizar un poco nuestras opiniones, o las composiciones de lugar que nos hacemos. Pero todo eso no quita que, cuando tenemos que decidir, no podemos echarnos atrás por miedo o por falta de madurez. Podemos pedir consejo, y será bueno hacerlo con frecuencia, pero las decisiones nuestras debemos tomarlas nosotros, sin pasar la pelota a nadie.
Es verdad también que a veces lo más sensato es no precipitar una decisión, porque necesitamos madurar más las cosas, o porque es prudente pedir consejo o hacer alguna consulta. Pero, si somos honestos, observaremos que hay otras ocasiones en que rastreamos nuestra mente para encontrar motivos que eviten una decisión, y aunque esos motivos aparezcan enseguida, más o menos reales, y más o menos bien estructurados, sabemos que son excusas y justificaciones impuestas por nuestra comodidad o por nuestra cobardía. Por eso es importante chequear nuestras verdaderas motivaciones interiores, para reconocer si provienen del deseo de tomar una decisión mejor o si responden más bien a nuestro deseo de evitarnos un mal trago.