Mercedes Salisachs cuenta en su última novela la historia de Lucía, una niña de once años, huérfana, que después de una infancia azarosa se lanza a la aventura de aprender a leer.
«Lo cierto es que a medida que Lucía se iba adentrando en el mundo de las letras todo cuanto la rodeaba parecía dilatarse, se volvía más comprensivo y luminoso.
»También se hacía preguntas nuevas. ¿Qué era el cielo? ¿Por qué había tantas estrellas? ¿En qué consistía la lluvia? Y a medida que se iba introduciendo en la comprensión de los signos, algo la espoleaba a comprender también lo que aquellos signos significaban.
»De pronto todo se iba trastocando en la mente de la niña: todo tenía un motivo. Lo más insignificante (como un parpadeo, o un gesto, o cualquier ademán) ya no era algo insustancial que flotaba en el aire. Tenía un significado que podía plasmarse en un papel en forma de nombre.
»Además podía escribirse: todo, incluso aquello que muchos no sabían explicar, la escritura lo explicaba. Era una sensación excitante.» Leer nos abre la puerta a un mundo nuevo. Un mundo en el que todo se amplía y se ilumina, donde tenemos acceso a lo mejor que se ha pensado y vivido a lo largo de la historia.
La palabra nos descifra la imagen, enriquece lo que vemos, nos ayuda a ampliar nuestra visión del mundo, de los demás y de nosotros mismos.
Leer nos permite vivir otras vidas, ponernos en el lugar de otros. Nos hace ver también por los ojos de los demás, pasar por la mente de muchas personas diferentes sin dejar de ser nosotros mismos.
Leer (con acierto, se entiende) nos ayuda a pensar con más libertad y menos estereotipos. Nos hace más libres. Ensancha nuestra mente y nos confiere un sentido crítico que nos hace salir de estrecheces que esclavizan. Como ha escrito Alejandro Llano, una persona que empieza a leer libros de calidad, comienza a abandonar las bien disciplinadas filas de los dictados del consumo, dando un paso al frente, hacia el aire libre del protagonismo en el que uno toma las riendas de su propia vida.
Leer nos facilita comunicarnos con los demás. Facilita temas de conversación, capacidad de expresarse, de abordar los problemas. Quizá sentimos a veces el agobio del “lo sé, pero no lo sé explicar bien”, y eso indica un pensamiento aún confuso, no suficientemente destilado por la lectura.
Conocer la realidad de las cosas exige una riqueza interior que resulta difícil sin una riqueza de lenguaje. También, a veces falla la comunicación entre las personas porque, a uno o a otro —o a los dos—, les resulta difícil expresarse. La pobreza de lenguaje está muy ligada a la pobreza de conceptos, y a un pobre conocimiento de la realidad. Si una persona maneja un vocabulario muy reducido, es fácil que no logre discernir bien lo que le sucede, ni sepa cómo traducirlo en palabras. Percibirá su interior quizá como un desconcertante manojo de tensiones, que le hacen sentirse mejor o peor, pero no logra comprender bien qué es lo que siente. Se encuentra perdido y confuso entre acosos e inquietudes que no sabe ni puede desactivar.
No debe desdeñarse el poder del lenguaje. No es una cuestión accesoria, ni meramente formal. Como ha escrito José Antonio Marina, «la palabra hace navegable el sentimiento, y esto es así porque la mayor parte de lo que sabemos, lo sabemos “empalabrado”». Por eso, lograr expresar bien en palabras lo que sentimos suele ser un gran paso hacia la clarificación de lo que nos sucede. Un avance decisivo para conocer el corazón del hombre, para conocer el propio corazón, y para aprender a convivir con él, procurando mejorarlo.
La gente que desdeña el valor de la lectura, es fácil que viva con un déficit grande de autoconocimiento que deje baldío e improductivo gran parte de su talento, e incluso que malogre el de otros, como sucede con los conductores inexpertos, que son un peligro para ellos mismos y para los demás.
Quizá el peor enemigo de la lectura es verla como algo costoso, poco grato, como otro deber más que hay que cumplir. Por eso es tan importante darse cuenta de que leer es un excelente modo de descansar y de disfrutar, y que es una verdadera lástima que algunos nunca lleguen a hacer ese descubrimiento.
Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”