Aquiles es uno de los grandes héroes de la mitología griega, el principal héroe de la Guerra de Troya, el más fuerte y rápido guerrero de la Ilíada de Homero.
Era hijo de Peleo, rey de los Mirmidones, y de Tetis, una ninfa marina. Ambos eran mortales. Pero cuando Aquiles nace, su madre lo sumerge a escondidas en la corriente del río Estigia, cuyas aguas conducen al Averno y tienen el don de la inmortalidad, pero lo hace sujetando a su hijo por el talón derecho, con lo que se hace invulnerable todo el cuerpo excepto ese talón que queda sin bañar. De este modo, aquella sería en adelante la única zona de su cuerpo donde podría ser herido en batalla, su único punto vulnerable, “su talón de Aquiles”.
Aquiles creció junto a Patroclo, a orillas del monte Pelión, donde se alimentaba de jabalíes, entrañas de león y médula de oso para aumentar su valentía. Recibió una formación de guerrero y destacó por ser el más ágil y veloz, y por su destreza en el tiro con arco. También aprendió el arte de la elocuencia y el canto, así como la curación de las heridas de guerra.
Todos decían que Aquiles era inmortal, y de hecho iba de una guerra a otra, desafiando a la muerte, a quien sin duda no temía. En una de las tantas batallas contra la ciudad de Troya, protegida por sus enormes muros, Patroclo muere en un encuentro cuerpo a cuerpo con el príncipe Héctor. Cuando Aquiles recibe la noticia de la muerte de su maestro y amigo, se entristece mucho. Establecen una tregua durante la noche, para velar al guerrero difunto. Aquiles, cargado de odio, jura que vengará esa muerte. Pide a su madre una nueva y más poderosa armadura y se dirige a las murallas de Troya en busca del asesino de Patroclo, reta a Héctor a combate cuerpo a cuerpo, lo vence, ata el cadáver a su carro y lo arrastra durante nueve días seguidos en torno a los muros de Troya, sin permitir que se celebren los acostumbrados ritos funerarios.
El poderoso Aquiles recorría altivo y confiado el exterior de los muros de la ciudad, aparentemente invencible, ante una lluvia de flechas que caía con furia sobre él desde las murallas. Sin embargo, una de esas flechas, lanzada por el príncipe troyano Paris, alcanzó mortalmente a Aquiles en su talón derecho, su único punto débil.
Este famoso relato del talón de Aquiles ha sido siempre una referencia clásica para hablar del punto débil de cualquier persona. Está claro que si Aquiles hubiera sido más consciente de cuál era su oculta debilidad, se habría protegido más y se habría expuesto menos.
Todos debemos conocer nuestras propias fortalezas y talentos, para hacerlos rendir, pero también debemos conocer bien nuestros puntos débiles, para que nuestro actuar no nos haga demasiado vulnerables. Aprender a ser uno mismo, y al tiempo aprovechar nuestras cualidades, no está reñido con una buena gestión de esos otros aspectos menos favorables. Tan importante es sustentar nuestra mejora personal sobre nuestros puntos fuertes como atender con realismo a nuestros puntos débiles, para fortalecerlos. No hay que negarlos ni minusvalorarlos, sino asumirlos con inteligencia y con serenidad, sin obsesionarse con ellos ni tampoco exagerarlos.
Algunos puntos débiles no están en nosotros mismos, sino en nuestro entorno, en nuestra familia, en los proyectos o ideas o instituciones que queremos impulsar o defender. Ha sucedido siempre, tanto con las pequeñas cosas como con las grandes. Cualquier empeño humano, o cualquier buen objetivo por el que luchar, siempre supone encontrarse con oponentes no buscados, asumir riesgos que suponen exponer puntos de debilidad, como bien sabemos todos. Pero no podemos por eso quedarnos paralizados, ni dejar de asumir compromisos por un excesivo miedo a vernos envueltos en conflictos que cualquier buena causa nos puede acarrear.