Su estudio se encontró con una pauta sorprendente. La mayor parte de la literatura sobre el tema durante los cincuenta años anteriores era bastante superficial. Estaba impregnada de una obsesión por la imagen personal, por las técnicas y estrategias externas de tipo social para solucionar problemas profundos que, como es natural, solían prolongarse como dolencias crónicas subyacentes, que empeoraban y reaparecían una y otra vez.
En cambio, casi todos los libros de los ciento cincuenta años anteriores se centraban en lo que podría denominarse «ética del carácter»: integridad, humildad, fidelidad, mesura, valor, justicia, paciencia, esfuerzo, sencillez, modestia, etc. Se hablaba sobre todo de los esfuerzos para integrar profundamente en la propia naturaleza ciertos principios y hábitos necesarios para vivir con efectividad, y se aseguraba que para experimentar un verdadero éxito y una felicidad duradera es fundamental aprender esos valores e incorporarlos establemente como virtudes en el propio carácter.
Pero poco después de la Primera Guerra Mundial, la idea del éxito pasó a vincularse más a la imagen pública, a las actitudes y habilidades que aceleraban los procesos de la interacción humana. Se centró todo demasiado en la actitud mental, en las técnicas para conseguir gustar a los demás o interesarse por los otros para obtener de ellos lo que uno quiere, en una “cosmética” de la persona que, sin dejar de tener su importancia, trasladaba el centro de gravedad de la mejora personal hacia estrategias de influencia y de poder, de habilidad de comunicación y de actitudes. Se vislumbraba un descarado afán de “obtener beneficios” de la buena conducta.
Covey hizo un profundo replanteamiento de las motivaciones y los fundamentos de la idea de la mejora personal. Se remontó a los valores más profundos, al esfuerzo por percibir a cada persona con su identidad y su valor personal. Era también una persona muy creyente, y gracias a esa profundización y a su coherencia personal, logró crear todo un nuevo estilo en la literatura sobre el tema. Insistió siempre en que cada uno cosecha lo que siembra, en que no basta que la retórica o las intenciones sean buenas, sino que hay que esforzarse decididamente para desarrollar una serie de hábitos imprescindibles para vivir con dignidad. Si no hay una integridad profunda y una fuerza fundamental del carácter, los desafíos de la vida acaban sacando a la superficie los verdaderos motivos y el fracaso está asegurado.
Es obvio que resulta preciso esforzarse honestamente día tras día, para procurar mejorar también día tras día y así alcanzar una vida lograda. Los 7 hábitos que desarrolla este magnífico libro y que han llevado a Stephen Covey a ser un autor consagrado, son sin duda una excelente pauta para incorporar principios que sean fundamento seguro de la felicidad y el éxito duraderos. Recomiendo vivamente su lectura. Aunque escrito quizá desde una cultura y una sensibilidad diferentes a la nuestra, está lleno de sensatez y de luz, tanto para gente sencilla como para quienes se consideren personas muy cultivadas.