Un paisano, en el campo, se encuentra con el capullo de una mariposa. El hombre se sienta y observa pacientemente cómo aquel ser incipiente se esfuerza para que su cuerpo salga a través de una abertura pequeñísima. El tiempo pasa y aquel hombre duda. Le parece que aquella criatura sola no puede avanzar más, que necesita ayuda. Al final se decide a intervenir a favor de aquel naciente insecto. Toma unas pequeñas tijeras y, con sumo cuidado, amplía un poco la abertura del capullo. Gracias a eso, la mariposa sale fácilmente.
La sorpresa es que la mariposa tiene su cuerpo como atrofiado, con las alas aplastadas y pegadas al tronco. El hombre continúa observándola, esperando que las alas se abran, se agiten, y sean capaces de elevar su cuerpo en el aire. Pero la realidad es que aquella mariposa se arrastra con un cuerpo que no se ha desarrollado lo suficiente. Sus alas nunca podrán extenderse con normalidad. Jamás podrá volar.
Aquel hombre no había comprendido cómo era el proceso de maduración que la naturaleza marcaba a esa crisálida. Aquel esfuerzo por salir del capullo, junto con el transcurso del tiempo, eran necesarios para que se produjera el desarrollo que su propio crecimiento tenía previsto, para que el flujo interior de su cuerpo llegara lo suficiente a las alas, de manera que se fortalecieran y fuera capaz de volar una vez fuera del capullo.
En su afán de ayudar, de evitar un esfuerzo o un sufrimiento, aquel hombre hizo que la mariposa saliera prematuramente, antes de estar totalmente formada. Y así, sin haber completado su desarrollo, tuvo con seguridad una corta y difícil existencia.
Esta vieja historia, mejor o peor fundamentada, puede ser una imagen útil para entender lo que tantas veces sucede en la vida de las personas. Nuestra existencia está llena de obstáculos y dificultades, pero quizá el esfuerzo por hacer frente a todo eso es justamente lo que necesitamos para fortalecer nuestra naturaleza y aprender a superar los problemas, que nunca faltarán. Si en la educación, sobre todo en los primeros años, hay una excesiva evitación del esfuerzo, una sobreprotección, o un exceso de autocompasión, toda esa “facilidad” puede dificultar y malograr el futuro, puede impedirnos volar.
Ansiamos tener más fuerzas para superar las dificultades, pero quizá lo que necesitamos es precisamente luchar contra esas dificultades para que nuestras fuerzas puedan crecer. Ansiamos tener más sabiduría, pero solo la alcanzamos con esfuerzo, afrontando y resolviendo problemas. Ansiamos éxito y prosperidad, pero solo llegan con mucho trabajo. Ansiamos afecto y cariño, pero también suelen llegar cuando nos esforzamos por dar nosotros ese afecto y cariño.
Las dificultades, si sabemos aprovecharlas, pueden hacernos más fuertes, más pacientes, más comprensivos. Nos hacen ver las cosas con otra mirada, con una visión más profunda. Quizá lo leído o escuchado pasa más débilmente por nuestra mente, pero lo aprendido a través de la propia vivencia de la dificultad transforma nuestro corazón y nos ayuda a discernir mejor la realidad de las cosas.
Hay muchas cosas que parecen dificultar la vida, o dificultar la educación, pero eso, visto con mayor perspectiva, es algo que puede resultar positivo, que puede desarrollarnos y prepararnos mejor para afrontar los desafíos que nos aguardan. Quizá son retos que nos harán espabilar, que nos llevarán a un resultado mejor que si lo hubiéramos tenido todo más fácil. La vida fácil suele hacer más vulnerables a las personas, y muchas de nuestras capacidades afloran, se desarrollan, se afianzan y se descubren en situaciones costosas.
La realidad es rica en sorpresas, problemas y cansancios. Y las dificultades pueden jugar a nuestro favor si las sabemos leer, porque la vida por sí sola no enseña, lo que enseña es la lectura que sepamos hacer de ella. Como dice aquel viejo aforismo, “la vida es como un espejo: si sonríes ante ella te devuelve la sonrisa, si le pones mala cara ella también te mira mal”.