“Matar un ruiseñor” es una magnífica novela de Harper Lee publicada en 1960 y que ganó el Premio Pulitzer. Pronto alcanzó un gran éxito y se convirtió en un clásico de la literatura norteamericana.
La historia transcurre durante la época de la Gran Depresión en Maycomb, un viejo pueblo de Alabama. La narradora es Scout Finch, una niña de seis años que vive con su hermano mayor Jem y su padre Atticus, un abogado viudo de mediana edad. A Atticus le encargan la defensa de un hombre de color llamado Tom Robinson, acusado de violar a una joven mujer blanca llamada Mayella Ewell. Aunque muchos de los pobladores de Maycomb no están de acuerdo, Atticus acepta defender a Tom en el juicio.
Otros niños se burlan de Jem y Scout a causa de la posición que toma su padre Atticus, y lo llaman despectivamente “amante de los negros”.
Atticus logra probar que tanto Mayella como su padre Bob Ewell, que es el borracho del pueblo, mienten en sus acusaciones. Aunque existe una evidencia considerable sobre la inocencia de Tom, el jurado lo declara culpable. Tom, condenado y desesperado, intenta escapar de la prisión y recibe un tiro. A su vez, Bob Ewell se considera humillado por Atticus en el juicio y jura vengarse.
La novela relata con gran tensión la tragedia y las injusticias que se suceden, la tristeza y los contratiempos de los hombres buenos, tan reales como la vida misma, pero dejando siempre una fuerte impronta de coraje y de compasión, y sobre todo una gran lección de dignidad y un claro estímulo para procurar ser mejores personas.
Los niños absorben el ejemplo y las enseñanzas de su padre Atticus, sobre todo al ver sus reacciones, como cuando insiste en no juzgar a una persona hasta que no hayan comprendido los motivos y razones que determinan su comportamiento: “nunca comprendes verdaderamente a una persona hasta que consideras las cosas desde su punto de vista, hasta que te metes en su piel y caminas en ella”. Les da también ejemplo de diferentes formas de coraje, tanto a la hora de dar la cara por alguien que poco podrá corresponderle, como a la de moderar las reacciones demasiado impulsivas de sus hijos, o de sobreponerse ante los atropellos de la injusticia o la ingratitud: “cuando eres golpeado antes de comenzar pero, sin embargo, comienzas, y continúas con tu tarea no importa lo que suceda”.
Todos recordamos en nuestro interior ese gran caudal de pequeños ejemplos aprendidos en la intimidad de la familia o la escuela. Esas ideas de fondo que se establecen en nuestra mente al ver cómo unos y otros reaccionan ante la contrariedad o la injusticia. El coraje que se demuestra al no rendirse ante lo que otros ya se han rendido. El esfuerzo por mantener la coherencia personal entre lo que se cree y lo que se dice o se hace, aunque eso suponga pérdidas importantes. Los valores que se transmiten cuando vemos la consideración con que se trata a cada persona, también a las que parecen no merecer consideración alguna. Las páginas finales del libro ilustran especialmente esas ideas, cuando Scout le dice a su padre que era realmente una buena persona y él le contesta que “la mayoría de las personas lo son, Scout, cuando finalmente logras verlas en su totalidad.”
Son lecciones humildes y sencillas, que permanecen el anonimato, que difícilmente saldrán a la luz porque casi no sabemos ni cómo ni cuándo las aprendimos. Es la escondida proeza de tantas personas que dejaron sus fuerzas y consumieron sus vidas sacrificándose por educar a sus hijos o a sus alumnos, como mejor supieron, derramando a raudales su amor y su misericordia en miles de horas de desvelos, procurando ayudarles a configurar sus vidas. Es la grandeza de la educación, de tantos hombres y mujeres que cada día ponen todos sus conocimientos y su sabiduría en servicio de los demás, cultivando el corazón de a quienes pronto les tocará llevar las riendas de nuestra sociedad.