La falta de valor para abordar conversaciones difíciles suele ser uno de los mayores obstáculos en la comunicación entre las personas. No es fácil aprender a dar feedback de un modo que resulte positivo, pero parece que es aún más difícil aprender a recibirlo. Y por muy persuasivo y empático que sea el emisor del mensaje, el destinatario es finalmente quien decide si lo acepta o si se pone a la defensiva y lo rechaza.
Todos deseamos aprender. Todos queremos mejorar como personas. Queremos saber qué piensan los otros de nosotros, cómo nos valoran. Queremos ser reconocidos y aceptados. Todo eso nos provoca sentimientos contrapuestos. Queremos saber la verdad, pero nos cuesta aceptarla. Por eso es importante desarrollar nuestra capacidad de encajar la crítica. Es más, si sabemos incluso pedir oportunamente valoraciones críticas de lo que hacemos (con la voluntad de mejorar, no en busca de cumplidos), mejorará nuestro modo de actuar y mejorará la percepción que los otros tienen de nosotros.
Cuando recibimos una crítica, lo natural es que surja espontáneamente un primer movimiento interior de negación y de rechazo. Enseguida nos fijamos en los aspectos más cuestionables de lo que nos dicen, que siempre los hay. Pero también sabemos que, aunque el 90% de la crítica careciera de un fundamento real, el 10% restante bien podría ayudarnos a mejorar.
Para entender las implicaciones de un comentario que nos hacen, conviene pensar qué lo ha motivado y qué pretende con ello la persona que lo ha hecho. De entrada, conviene quizá procurar prolongar un poco esa conversación, para hacerse una idea más clara de lo que nos intentan decir. Lo normal es que haya habido un primer comentario de tanteo, y que nuestro interlocutor solo continuará explicándose si encuentra en nosotros una suficiente receptividad. Y sea muy acertado o poco lo que nos dice, esas conversaciones, si se saben aceptar y agradecer, suelen servir para fortalecer una relación personal.
Otro punto interesante es saber separar el mensaje del mensajero. Nuestra primera reacción al feedback suele ser no tanto al propio consejo recibido como a la persona que nos lo da. Es posible que el consejo no lo hubiéramos pedido. O que nos lo hayan dado en un momento poco oportuno. O de un modo poco cordial o proactivo. Es cierto que todos deseamos tener consejeros expertos, con credibilidad, que nos inspiren confianza y que nos ayuden en el momento y de la forma oportunas. Si los tenemos, estupendo, somos muy afortunados, cuidémoslos. Pero lo habitual es que la mayor parte del feedback que recibamos provenga de personas que no son de nuestro agrado, y es por lo que conviene separar el mensaje del mensajero, para así aprovecharlo a pesar de todo. Porque lo más habitual es que el feedback provenga de jefes que no tienen tiempo, compañeros de trabajo difíciles o clientes maleducados, que nos hacen comentarios que, aunque nos resulten desagradables, no por eso dejan de ser útiles. Curiosamente, a veces las opiniones más valiosas proceden precisamente de las personas con las que más nos cuesta trabajar o relacionarnos.
Hay personas que no se enteran de lo que se les dice aunque se les hable de modo claro y directo. Y hay otras personas que son tan sensibles que se desestabilizan con el más pequeño comentario. Cada uno debe examinar cómo reacciona él mismo ante los comentarios que recibe, y examinar a su vez cómo reaccionan los demás ante los que reciben. No es mala idea hablar sobre esto con las personas que tratamos, para saber mejor cómo reacciona cada uno y actuar en consecuencia. A medida que vayamos aprendiendo a encajar los comentarios de los demás, ya no hará falta que esos consejos sean perfectos, dados por personas perfectas y de un modo perfecto. Aprenderemos a aprovechar hasta los consejos más torpes e inoportunos, y facilitaremos que los demás hagan lo mismo.