Los resultados son interesantes. Los “espirituales” adictos a las drogas doblan a los “religiosos” drogodependientes.
Los “espirituales” tienen un riesgo un 25% mayor que los “religiosos” de desarrollar un trastorno de ansiedad. Los “espirituales” tienen hasta un 70% más posibilidades de tener fobias que los “religiosos”. Algo parecido sucede con desórdenes de alimentación (anorexia y bulimia) y con los desórdenes neuróticos. La conclusión final del estudio se resume en una frase: “Las personas que tienen una comprensión espiritual de la vida en la ausencia de un marco religioso son más vulnerables a la enfermedad mental”.
Las reacciones a estas conclusiones han sido igualmente interesantes. Michael King, investigador principal del proyecto, ha comentado que después de publicar el estudio recibió una gran cantidad de correos electrónicos agresivos e insultantes. Pero se mantiene firme en sus resultados, pues insiste en que las enormes diferencias entre un colectivo y otro “son diferencias muy obvias”. Y esa furia de los comentarios contra un resultado científico no deja de ser reveladora.
¿Qué significa eso de ser “espiritual pero no religioso”? En Gran Bretaña, que es donde se ha hecho el estudio, los “espirituales no religiosos” son sobre todo agnósticos con inquietudes filosóficas, personas vagamente deístas o panteístas, cristianos no practicantes o no vinculados a ninguna iglesia, variantes diversas de New Age, reiki, orientalismo, yogas, relajaciones, etc.
Está claro que el estudio muestra una correlación, no necesariamente un fenómeno de causa y efecto. Pero alguna vinculación parece haber. La psicóloga Tanya Luhrmann, antropóloga y profesora en la Universidad Stanford, explicó a la CNN que, al menos en Occidente, la religiosidad estable y disciplinada (como ir a la iglesia con periodicidad) tiene efectos benéficos que se pueden medir sociológicamente, pues suponen pertenecer a una red de apoyo social, tener una creencia firme y eficaz en un Dios que nos pide hacer el bien, y hay además una práctica organizada de la oración. Y las tres cosas ayudan al bienestar psicológico. “Cuando eres espiritual pero no religioso, pierdes los primeros dos puntos y la mayoría de las personas espirituales-no-religiosas no practican el tercero”, dijo Luhrmann. “Lo que funciona no es sólo una creencia genérica en Dios. Lo que funciona son las prácticas específicas”.
Hay otros estudios similares, como los de Robert Putnam y Chaeyoon Lim, que fueron publicados en la American Sociological Review, y señalan que la religiosidad da beneficios claros en forma de felicidad, mayor salud mental, estabilidad y protección frente a las adicciones, siempre que se cumplan algunas condiciones, como reunirse regular y frecuentemente, compartir algo espiritual y coincidir con gente a la que se conoce por su nombre y se aprecia.
Está claro que la religión no es una simple práctica que aporta beneficios sociológicos y psicológicos, sino mucho más. Pero viene bien saber que ser creyente practicante trae consigo muchas cosas positivas para el carácter y la psicología de las personas, pues hay demasiada gente empeñada en decir, sin sustento científico alguno, que la religión provoca problemas psicológicos, cuando la evidencia de los investigadores es más bien contraria.