Seguramente todos hemos escuchado muchas veces la expresión “victoria pírrica” para hacer referencia a un triunfo que ha supuesto demasiado desgaste o que acarrea consecuencias poco ventajosas. La frase tiene su origen en un personaje griego del siglo IV a.C. llamado Pirro, rey de Epiro, cuya historia inspiró esa expresión tan habitual en nuestro lenguaje.
Pirro nació en el 318 a.C. y falleció en el 272. Sus soldados le llamaban “el águila” y fue considerado uno de los mejores generales de su tiempo, así como uno de los grandes rivales de la República romana.
Epiro estaba en lo que ahora es el norte y oeste de Grecia. Pirro gobernó ese territorio desde el 307 al 302 y del año 297 al 272. Durante sus incursiones militares por Italia, conquistó la mayor parte de la Sicilia púnica. A raíz de la batalla de Heraclea, en el 280 a.C., comenzaron las llamadas Guerras Pírricas. Pirro se enfrentó a las legiones romanas en esa ciudad del sur de Italia, comandando las fuerzas combinadas de Epiro, Tarento, Turios, Metaponto y Heraclea. Se estima que los romanos sumaban unos 30.000 soldados y los griegos unos 25.000, aunque apoyados por veinte elefantes de guerra.
Lo de los elefantes no es un dato menor, pues parece ser que los griegos se alzaron con la victoria en gran parte porque eran animales desconocidos para los romanos y su presencia producía auténticas desbandadas. La victoria fue para Pirro, pero, según el historiador Dionisio de Halicarnaso, las pérdidas entre los griegos fueron de unos 13.000 hombres, y además aquella victoria no les permitió tomar Roma ni ejercer presión sobre ella, sino que tuvieron que ofrecer una tregua. El Senado romano no la aceptó, y además concertó una alianza con Cartago para combatirles. Fue entonces cuando Pirro comentó: “Otra victoria como esta, y tendré que regresar a Epiro solo”.
Un año después volvieron a enfrentarse en la famosa batalla de Ausculum. Los romanos perdieron 6.000 hombres y Pirro 3.500. Los griegos volvieron a lograr la victoria, sí, pero fue un éxito militar a un precio demasiado alto. Las crónicas de la época aseguran que Pirro, viendo las grandes pérdidas sufridas, se lamentó: “¡Otra victoria como esta y estaré vencido!”. Así quedó para la historia la expresión de “victoria pírrica” para referirse a victorias que se logran a tan elevado coste que debilitan al vencedor hasta el punto de dudar si realmente ha sido una victoria.
Volviendo a nuestro mundo de hoy, quizá vemos a nuestro alrededor infinidad de batallas, entre personas muy diferentes, con frentes muy diversos, con alianzas cambiantes y a veces inesperadas, con versiones bastante dispares sobre el resultado final de esas luchas, pero, en todo caso, lo que vemos son muchas victorias pírricas.
La mayoría de las batallas que contemplamos en nuestro entorno producen bastante desgaste y crispación, pero es dudoso que al final hayan supuesto un avance claro para quienes han combatido.
Es natural que haya diferencias de apreciaciones, de intereses, de ideas, de todo, pero da la impresión de que hay demasiada predisposición al combate y bastante menos predisposición a buscar soluciones comunes, alcanzar consensos o buscar sinergias.
El futuro es de quienes sepan trabajar en equipo, desarrollar y gestionar la empatía, con los que tiene a favor y también con quienes se declaran o se sienten contrarios. Detrás de cada crítica que recibimos, de cada discusión, hay siempre valores comunes que compartimos. Quizá hemos de hacer más esfuerzo por encontrarlos y construir sobre ellos, de modo que se facilite el diálogo y el encuentro, aunque al principio sea en pocas cosas. Así habrá una mejor comunicación, y sobre todo saldremos de la perniciosa estrategia binaria del ganar/perder, y avanzaremos hacia una sociedad un poco más constructiva.