Llevo muchos años de experiencia docente en la Universidad. Cada vez me resulta más difícil que los alumnos entiendan las alusiones a ideas que proceden de la Biblia o de la tradición cristiana. Por ejemplo, tengo que explicar el hecho social de la envidia. Resulta imprescindible la referencia a Caín y Abel, pero esos dos personajes son perfectamente desconocidos para mis alumnos y cada vez más. ¿Cómo van a entender la magistral novela de Unamuno sobre Caín? (Abel Sánchez). Si aludo a la «ética del trabajo», es inútil hablar de la revolución que supuso la vida monástica medieval o la influencia de Calvino. La conclusión es tan evidente como desmayada. Las últimas promociones de alumnos no tienen una idea clara de la Religión como hecho cultural. Ante esa circunstancia, resulta tan vergonzosa como necesaria la reciente propuesta de volver a introducir la Religión en el plan de estudios de la enseñanza obligatoria. Aciaga decisión fue en su día sustituirla por ratos de ocio escolar. En la televisión entrevistaban el otro día a un mozalbete sobre esta cuestión de la nueva asignatura. El zangolotino sostenía que «ahora, con la clase de Religión, ya no vamos a tener tiempo para relajarnos». Espero que al chico no le dé por estudiar Sociología.
Una consecuencia más grave de la ausencia que señalo es que nuestros funcionarios internacionales argumentan que la Constitución europea debe basarse en la «laicidad». Es decir, que ese documento alude a los orígenes culturales de Europa -Grecia, Roma y la Ilustración- saltándose bonitamente el Cristianismo. Qué disparate. No pensarán que yo vaya a votar un texto tan nesciente. En todo caso, la «laicidad» de la cultura europea es una derivación más del Cristianismo. La teoría de «las dos espadas» del papa Gelasio es un portento de civilización que solo el cristianismo supo avanzar. Ni las religiones orientales ni el Islam llegaron a esa estupenda dicotomía entre el poder espiritual y el político.
Otra profunda peculiaridad del Cristianismo es el principio de que uno se salva si contribuye a la salvación de otros. Gracias a ese espíritu la cultura europea ha gozado de ese formidable ímpetu descubridor, transformador, que no tuvieron otras civilizaciones o imperios. Pues bien, lo dicho son solo ejemplos mínimos de lo que habría que estudiar en la asignatura de Religión, necesariamente obligatoria. Por lo menos nos serviría para que los futuros funcionarios (nacionales o internacionales) no fueran tan analfabetos.
Asunto menor es que la Religión sea una asignatura apologética o simplemente histórica. Lo lógico es que se explique desde el punto de vista católico, pues budistas aquí no hay muchos. Pero en el mundo en que estamos ya no se piensa en intolerancias o exclusivismos. Cabe sólo un resto de intolerancia, la de quienes se oponen a que los chicos estudien Religión en nombre de la santa «laicidad». Más bien tontería progresista me parece a mí.