Las dificultades que tenía que superar un adolescente, para enfrentarse a una vida de autonomía personal; todo el conjunto de experiencias, tensiones y aprendizajes que conducían a conseguir la madurez emocional, laboral y relacional de un adulto, están cambiando a fuerza de las presiones que sufre nuestra sociedad postmoderna. Aquello que dio en denominarse el “complejo de Edipo” –con demasiada frecuencia malinterpretado, al ser reducido a cuestiones represivas del instinto y comportamiento sexuales, cuando su realidad es mucho más rica – está pasando a la historia, para proyectar ahora el conflicto fundamental de la adolescencia en otro mito griego, el de Narciso, aquel joven que se enamoró de su propia figura reflejada en el agua del arroyo al que acudía para buscar sus anhelos y deseos en sí mismo.
Sí, adolescentes ensimismados, que pasan por una infancia en la que los adultos no han sabido, querido o podido ponerles límite a sus deseos, caprichos y satisfacciones. Y acaban llegando a esa época crucial de la vida, que es la adolescencia, sin hábitos ni adquisiciones internas que sirvan de base a la autodisciplina necesaria para la madurez, la autonomía que pueda proyectarse en bien hacia los demás.
En este sentido se han manifestado los psicólogos y psicoanalistas participantes, el pasado otoño en Murcia, en una reunión que llevaba el título de “La adolescencia, un reto para la salud mental”. Así, la profesota titular de Psicología Clínica de aquella universidad, Concha López Soler, manifestaba: “Creemos que dándoselo todo a los niños y evitando negativas les hacemos felices, pero ¿qué clase de adultos estamos creando?”, criticando el exceso de gratificaciones inmediatas y la necesidad de comenzar a desarrollar el autocontrol en el primer año de vida, pues si se llega a los cuatro sin arraigarlo, en la adolescencia habrá problemas. Los padres se cansan de mantener la disciplina, el ambiente social no la favorece y en las aulas escolares tampoco parece que haya vientos favorables, entre un profesorado al que se le han quitado los recursos y las motivaciones para educar con cierto control de las conductas. Los expertos reunidos en ese congreso monográfico coincidían, como tantos otros de distintos ambientes y localizaciones, en que el entorno familiar ha pasado del recurso frecuente del castigo, el autoritarismo y la imposición a la ausencia de disciplina. Ya no existen represiones – y el concepto represión no tiene porqué ser siempre algo indeseable – por lo que deseos e impulsos campan a sus anchas durante la infancia, para desembocar en la adolescencia en una situación que desencadene la impotencia de autocontrol ante requerimientos de la vida, para conducir a los chicos a la depresión y la desorientación, cuando no a otros patrones de conducta más patológicos y conflictivos.