En la consulta psiquiátrica de los últimos años se viene observando un fenómeno nuevo, relativo a los problemas de ansiedad y depresión en niños y adolescentes, que se caracteriza por el progresivo aumento del número de casos y por la posible relación de su causa con el esfuerzo en conseguir el éxito escolar.
La simple observación clínica indica que los chavales sufren más tensiones psíquicas que años atrás, o al menos son traídos a las consultas especializadas con una mayor frecuencia. Se ve que algunos – tanto chicas como chicos – comienzan a manifestar síntomas de ansiedad y depresión en los cursos medios del bachillerato, con manifestaciones de obsesión, desasosiego, irritabilidad, insomnio y tristeza, sobre todo en las épocas de exámenes o en relación más o menos directa con las actividades escolares. La mayor parte de las veces se trata – además – de muchachos muy responsables, con notas buenas o excelentes, que parecen no conformarse con un rendimiento normal en sus tareas escolares.
Naturalmente, en el origen de estos trastornos- que denominamos técnicamente como reactivos o adaptativos – influyen muchas razones de tipo congénito, caracterológico, físico o familiar, pero todo parece indicar que hay un importante factor socioambiental de reciente aparición que ha multiplicado la presencia de estas afecciones psíquicas: la competitividad.
Nuestros chavales conocen, de un modo más o menos racional o explícito, que tienen que estudiar no sólo para saber, sino también para aprobar y lo que es peor para conseguir mejores calificaciones que los demás. Los niños, ya desde pequeños, opositan, luchan para encaramarse en las listas de resultados escolares, porque de la nota media va a derivarse su posterior admisión en tal universidad, facultad o centro de formación. Esta competencia se extiende a otras actividades, y se preparan también para ser mejores en el deporte, la música, el aspecto físico o las habilidades recreativas y de afición…
La perspectiva de muchos años por delante, sometidos al esfuerzo de esta competición, acaba con los nervios de un porcentaje cada vez mayor de adolescentes – a veces incluso niños aún – que son demasiado conscientes de su autoexigencia y responsabilidad y que no saben, o se olvidan, que lo primero es vivir tranquilos y tratar de ser felices.
Nadie, ninguno, podrá conseguir ser un buen estudiante si antes no es capaz de sentirse medianamente en paz consigo mismo. No se puede ser profesional antes que persona. Y es misión de los padres y educadores irles haciendo comprender que antes que estudiantes tienen que ser niños; que antes de sacar buenas notas tienen que aprender a sonreir, a jugar, a ser felices. Es misión de toda la sociedad frenar esta espiral de competitividad y velar para que nuestros niños lleguen a ser personas, no suicidas, ni monstruos.