Caso práctico de Educación de los sentimientos nº 1

SITUACIÓN:

David tiene 15 años y es el pequeño de tres hermanos. Hoy ha vuelto de clase con bastante mal humor, cosa que por desgracia es bastante habitual. Su madre, que lo conoce bien, intuye que ha vuelto a pelearse. Sabe que su hijo tiene un carácter fuerte y le preocupa ver que con los años no mejora, sino que parece seguir igual, o incluso peor. El chico es discutidor y tiende a resolver sus diferencias de manera contundente. Enseguida “se dispara” y acaba diciendo palabras fuertes –y a veces no sólo palabras–, que producen conflictos, tanto en clase como en casa o con sus amigos.

OBJETIVO:

Aprender a controlar los propios sentimientos.

MEDIOS:

Evitar los enfados, superar el resentimiento y aprender a perdonar y pedir perdón.

MOTIVACIÓN:

Su padre desea encontrar una ocasión favorable, en la que David esté receptivo, para hablar de cómo el enfado y el resentimiento no suelen arreglar los problemas sino agrandarlos.

HISTORIA:

David ha tenido esta semana varios enfados en clase. Tiene poca paciencia y es cada vez más susceptible. Enseguida se pone nervioso y acaba discutiendo. Como además ha crecido ya bastante y se siente físicamente fuerte, tiende casi sin darse cuenta a querer imponerse de modo poco razonado.

Sus padres llevan tiempo preocupados, pero no saben bien qué más decir a su hijo. “Estoy pensando –concluía su padre– que tendría que hablar con él con un poco de calma. Veo que siempre hemos hablado de estas cosas después de algún problema y estando David poco receptivo. Como este viernes no tienen clase, voy a proponerle que me acompañe a la visita que tengo que hacer a la fábrica. Como dice que quiere ser ingeniero, seguramente le gustará”.

RESULTADO:

Efectivamente, a David le hizo ilusión el plan. Durante el trayecto, que fue casi de hora y media, hablaron mucho de cosas de ingeniería. Su padre hizo un esfuerzo para explicarse bien y ser paciente. Se dio cuenta de que cuando hablaba a su hijo como a una persona adulta, éste le contestaba como una persona adulta. “Veo que este chico es más sensato y profundo de lo que parece”, pensaba para sí.

Ya de vuelta, su padre pensó que había ya un ambiente adecuado para hablar con más confianza sobre el carácter de su hijo. Le preguntó, con el mejor tono que supo. Intentó que David se explicara, y le pidió que pusiera ejemplos concretos y expresara cómo eran sus sentimientos en esos momentos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no interrumpirle en algunos puntos que juzgaba muy poco objetivos, pero pensó que en ese momento era mejor no romper el hilo del desahogo.

David era bastante consciente de su problema, pero se veía superado por el ímpetu de sus frecuentes sentimientos de desagrado, rabia, rencor y tristeza. Además, luego se pasaba horas dándole vueltas en la cabeza a los motivos por los que él tenía razón, y acababa más enfadado todavía.

Su padre le encontró receptivo, y pudo hablarle con calma de cómo los enfados no suelen arreglar los problemas sino agravarlos; cómo con ellos se sufre y se hace sufrir inútilmente; se dicen cosas de las que luego uno se arrepiente enseguida; se producen heridas que tardan mucho en cicatrizar; etc.

Todo iba muy bien, hasta que debió decir algo un poco más fuerte, y entonces David saltó: “Tampoco te vayas a creer tú que no tienes defectos, ¿o es que no te acuerdas de las veces que te has enfadado en casa?”.

El padre de David fue inteligente y supo encajar el golpe, que por otra parte era bastante objetivo. “La verdad –pensó– es que este chico tiene unos arranques bastante parecidos a los míos. Se ve que a tal palo, tal astilla”. Por un momento sintió que comenzaba a enfadarse, pero enseguida se sobrepuso y vio que tenía que dar ejemplo a su hijo de no ser susceptible. Aprovechó la ocasión para explicárselo: “Mira, David –le dijo–, lo que me has dicho me ha producido una reacción primaria de enfado, porque yo me parezco bastante a ti. Enseguida he advertido que enfadarme no iba a arreglar nada, sino que más bien iba a estropear este rato de conversación tranquila que hacía tiempo que no teníamos.”

Siguió hablando. David le miraba con cara de asombro. Le parecía que su padre le hablaba con más franqueza que nunca. Cuando además le dijo que él también se iba a esforzar, aquello a David le sonó aún más a nuevo.

Las cosas cambiaron mucho a raíz de aquella conversación, pues quedó abierta la comunicación entre ambos, y en los meses siguientes pudieron hablar con confianza de estos temas, descendiendo a detalles concretos, y los dos lograron mejorar bastante.