SITUACIÓN:
Los padres de Luis están preocupados. Advierten en su hijo una cierta insustancialidad de fondo que les inquieta. Ven que su cabeza está ocupada casi siempre por la música, el fútbol, las modas de cada momento… y poco más. Es cierto que siempre ha sido buen estudiante, pero ahora parece que está dejando de serlo. Dice que no se concentra, que le aburren todas las asignaturas, que este año ha tenido muy mala suerte con los profesores, que son todos insoportables.
OBJETIVO:
Superar esa insustancialidad.
MEDIOS:
Fomentar intereses y aficiones de mayor nivel.
MOTIVACIÓN:
Hacerle ver el atractivo de ser una persona cultivada, y del mismo hecho de cultivarse.
HISTORIA:
Los padres de Luis ven que su hijo apenas lee, que no le preocupa la actualidad, ni la historia, ni el pensamiento. Comprenden que una persona así tendrá serios problemas a medio o largo plazo, si no cambia.
Es la madre quien más insiste en que no pueden permanecer pasivos: “Hemos de hacer algo para que se ilusione con cosas un poco más altas, con más contenido. Tiene 16 años, y no podemos dejar que esto siga así, porque va a más”.
Su marido es bastante escéptico respecto a ese empeño: “Si no le interesan esas cosas, poco podemos hacer. La gente joven de hoy es así. Ya madurará”. Pero ella no está de acuerdo: “No podemos quedarnos tranquilos pensando que la culpa es suya por no interesarse por esas cosas: nuestro reto es interesarle por esas cosas”.
Finalmente estuvieron de acuerdo en hacer algo. Pensaron que, para ser sinceros, los primeros culpables eran ellos, pues llegaban los dos muy cansados de trabajar, y el poco tiempo libre que tenían lo dedicaban a ver la televisión. Tuvieron la honradez de reconocer que ellos mismos ponían poco empeño en cultivarse y, en el fondo, vivían de las rentas.
Además, pensaron que no basta con decir a los hijos que lean, que se organicen, que se dejen de tonterías… Tenían que ir ellos por delante, porque de otra manera sería difícil cambiar las cosas.
Se propusieron hacer que en la casa hubiera un tono más alto, que se trataran más cuestiones de tipo cultural, temas de cierta envergadura, que dieran una mayor amplitud de miras.
Empezaron por encender la televisión sólo para programas concretos de interés, y apagarla luego enseguida.
Compraron libros, pero poco a poco, y asegurándose de que fueran interesantes y asequibles a un tiempo, pues no querían limitarse a recomendar genéricamente la lectura, sino recomendar títulos concretos; y veían que si fallaban en los primeros consejos bibliográficos perderían su prestigio como promotores de la lectura.
Procuraron poner imaginación para hacer planes culturales. Querían hacerlos con sus hijos, y organizarlos con ellos, pero sin dárselos hechos. Al principio parecía difícil encontrar ideas del gusto de todos, pero con un poco de observación, y gracias a las conversaciones que empezaron a surgir desde que la televisión estaba más callada, fueron saliendo a la luz algunas aficiones e intereses de los hijos, que estaban latentes pero tenían fuerza. Tirando de esas inclinaciones, poco a poco, salieron planes muy diversos: viajes culturales, visitas a exposiciones, hobbies constructivos, etc. De esos planes, así como de las lecturas de todos, y de las tertulias que formaban para comentar cada película después de verla, salían siempre conversaciones e ideas interesantes.
Todos se dieron cuenta –y quizá los padres fueron los más sorprendidos– de que eran buenos modos de descansar, de mejorar la cultura y de preocuparse de los demás.
RESULTADO:
En algún momento pensaron si estaban exagerando, pero pronto se dieron cuenta de que era difícil que ese fuera el problema. El nivel tiende a bajar solo, y el problema suele ser la constancia en mantener la línea emprendida.
Al cabo de unos meses había mejorado mucho el ambiente de la familia, con un resultado palpable en los resultados académicos de los hijos y en el enriquecimiento mutuo de todos.