SITUACIÓN:
Ignacio y Silvia tienen tres hijos, de ocho, diez y doce años. Están preocupados. Siempre han sido unos padres bastante exigentes, pues no quieren caer en los errores que ven en algunas familias amigas, cuyos hijos están muy consentidos y son un auténtico desastre.
Sin embargo, ellos tampoco están muy satisfechos de cómo les van las cosas. Se han dado cuenta de que su exigencia es bastante negativa. Así se lo ha hecho ver el tutor de sus hijos esa misma tarde en el colegio. Sus hijos son tímidos, poco comunicativos, se valoran poco a sí mismos. Según parece, les pesa mucho que, hagan lo que hagan, sus logros siempre son insuficientes a los ojos de sus padres.
Aquella noche Ignacio y Silvia lo comentan con preocupación. “Es verdad –dice Silvia–, ahora lo veo todo bastante claro. Si se recrimina demasiado un defecto, el chico acaba pensando que está tan arraigado en él que es inútil luchar por corregirlo. Si confías poco en él, se le quitan las ganas de esforzarse”. Ignacio está pensativo: “¿Y qué quieres que hagamos…? Hace cosas mal, y no podemos dejarlo pasar, ni aplaudirlo…
OBJETIVO:
Crear un ambiente de exigencia positivo.
MEDIOS:
Procurar cambiar los castigos y reprensiones por estímulos positivos.
MOTIVACIÓN:
Silvia supo llevar a buen puerto aquella conversación con su marido. Le convenció para cambiar un poco la estrategia: “Vamos a probar de esa otra manera, Ignacio. Seguro que nos va mejor. Tenemos que intentar hacer ver a los chicos que estamos seguros de que harán las cosas sin que estemos constantemente exigiéndoles, regañando o castigando. Tenemos que apoyarnos más en su deseo natural de hacer las cosas bien, y fomentarlo”.
HISTORIA:
Procuraron poner en práctica lo que habían acordado. Se esforzaron en no enfadarse, no querer corregir cada detalle, procurar alabar lo que hicieran bien, y darles más confianza. Al principio fue bien, pero Ignacio perdía la paciencia de vez en cuando, y salía con alguna de sus clásicas referencias a “la juventud de ahora”, y a que “cuando yo tenía tu edad…”.
Silvia no decía nada, pero luego hablaban a solas con mucha claridad: “Ignacio, tenemos que dar ejemplo nosotros primero. Si hemos quedado en no enfadarnos y no ser aguafiestas, tenemos que cumplirlo. No me digas que te lo propones y no lo consigues, porque esa razón no se la admites a tus hijos”.
RESULTADO:
Fueron firmes en su propósito y a las pocas semanas llegaron los frutos. Al cambiar un estilo autoritario por otro de más cercanía y confianza, el nivel de exigencia en la familia no se debilitó, sino que se fortaleció y se hizo más amable. Empezó a haber en la familia un clima de más confianza, y fue entonces cuando se dieron cuenta de lo mucho que habían sufrido ellos y sus hijos por no escucharse más, por no hablar las cosas, por no sacar más partido a ese sentimiento natural que todos tenemos de desear agradar, de ser útiles, de sentirnos valorados.
Ignacio y Silvia supieron aceptar las observaciones del tutor de su hijo, y gracias a eso pusieron el acento en los estímulos positivos, que son los más eficaces en el camino de la mejora personal.