SITUACIÓN:
La escena se desarrolla en la sala de estar de una familia con cuatro hijos. La tercera, Elena, está en plena crisis adolescente y lleva unos días bastante insoportable. Después de cenar, y con intención clara de provocar un poco, hace ruido ostentosamente mientras los demás ven la televisión. Todos hacen un esfuerzo para seguir como si no pasara nada, a ver si la chica se cansa, pues saben que si “hay bronca” será peor y no conseguirán ver pacíficamente el programa, que está en su punto álgido. Esperan un poco a ver si se le pasa, pero no es así, y a los cinco minutos su padre está a punto de perder los nervios: “Elena, eso que haces no está bien”, dice con un tono lo más conciliador que puede. “Pues eso es tu opinión. No sé por qué va a estar mal. Para mí está bien. No sé dónde está la libertad en esta casa, no la veo por ningún sitio”. La escena terminó ahí. Todos vieron que era mejor no tomar en consideración aquel desplante (un ejemplo práctico de tolerancia, para evitar un mal mayor), y siguieron viendo el programa, hasta que terminó y se fueron a dormir. Ya en su dormitorio, los padres comentaron su preocupación por su hija: “Está que no hay quien la aguante, hay que pensar algo”.
OBJETIVO:
Aprender a encontrar un equilibrio sensato entre opinión, libertad y autoridad.
MEDIOS:
Mantener una conversación larga y tranquila sobre el tema en un contexto positivo.
MOTIVACIÓN:
Buscar una ocasión propicia para hablarlo en una tertulia familiar, de modo que todos vean que es necesario encontrar ese equilibrio.
HISTORIA:
Los padres estaban bastante preocupados, pues el ambiente familiar iba peor últimamente. Hablaron bastante. No era un tema nada sencillo. Pensaron que era preciso tratarlo en familia, pero debían buscar –o provocar– una ocasión propicia.
Dos días después, Silvia, la mayor, volvió a casa poco antes de cenar. Nada más entrar en la sala de estar, Elena saltó inmediatamente con un tono desafiante: “Oye, Silvia, guapa, que esas gafas de sol que llevas son las mías. No está nada bien que te lleves lo que no es tuyo”.
Silvia la miró, dudó un momento, y finalmente contestó a su hermana con un tono parecido: “Pues eso es tu opinión. No sé por qué va a estar mal. Para mí está bien. No sé dónde está la libertad en esta casa, no la veo por ningún sitio”. Se paró un momento y añadió: “¿Te suenan esas frases…? Son tuyas, guapa, las que nos decías el otro día, cuando no nos dejabas ver la televisión”.
La escena fue breve pero tensa. Hubo referencias a otros ejemplos pasados, y habrían acabado a gritos si no fuera porque intervino su padre con contundencia: “Será mejor que hablemos con calma sobre todo esto mañana, que es sábado, después de desayunar”.
RESULTADO:
Hubo sorpresa. Un desayuno muy especial, del gusto de todos. Papá y mamá habían madrugado para prepararlo. Eso ayudó a que se despejaran los nubarrones de la noche anterior. La conversación fue muy animada, pero esperaron a terminar para “entrar en materia”.
Finalmente, en un ambiente ya caldeado y positivo, abordaron con serenidad lo que anoche habían hablado a gritos. La madre hizo una introducción, para situar las cosas en un marco de cierto nivel. No podían seguir molestándose unos a otros amparados en que eran libres de hacer lo que les diera la gana. Todos reconocieron que veían demasiado la televisión y eso hacía que el ambiente fuera de poca atención de unos por otros. Y que sin respetar unos valores y un mínimo de autoridad, acabarían por caer en la dictadura de la fuerza, como en la selva. Que cada uno tenía sus opiniones, pero esas opiniones podían ser buenas o malas, pues hay cosas que están por encima de la opinión.