Angel García Prieto, “Depresión en la adolescencia”, Arvo, 15.XI.03

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Angel García Prieto, “Elogio de la debilidad”, Arvo, 1.XI.02

Cada cual es único, y por tanto anormal (Alexandre Jollien).

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Angel García Prieto, “Conflictos en la adolescencia: de Edipo a Narciso”, PUP, 14.I.03

Las dificultades que tenía que superar un adolescente, para enfrentarse a una vida de autonomía personal; todo el conjunto de experiencias, tensiones y aprendizajes que conducían a conseguir la madurez emocional, laboral y relacional de un adulto, están cambiando a fuerza de las presiones que sufre nuestra sociedad postmoderna. Aquello que dio en denominarse el “complejo de Edipo” –con demasiada frecuencia malinterpretado, al ser reducido a cuestiones represivas del instinto y comportamiento sexuales, cuando su realidad es mucho más rica – está pasando a la historia, para proyectar ahora el conflicto fundamental de la adolescencia en otro mito griego, el de Narciso, aquel joven que se enamoró de su propia figura reflejada en el agua del arroyo al que acudía para buscar sus anhelos y deseos en sí mismo.

Sí, adolescentes ensimismados, que pasan por una infancia en la que los adultos no han sabido, querido o podido ponerles límite a sus deseos, caprichos y satisfacciones. Y acaban llegando a esa época crucial de la vida, que es la adolescencia, sin hábitos ni adquisiciones internas que sirvan de base a la autodisciplina necesaria para la madurez, la autonomía que pueda proyectarse en bien hacia los demás.

En este sentido se han manifestado los psicólogos y psicoanalistas participantes, el pasado otoño en Murcia, en una reunión que llevaba el título de “La adolescencia, un reto para la salud mental”. Así, la profesota titular de Psicología Clínica de aquella universidad, Concha López Soler, manifestaba: “Creemos que dándoselo todo a los niños y evitando negativas les hacemos felices, pero ¿qué clase de adultos estamos creando?”, criticando el exceso de gratificaciones inmediatas y la necesidad de comenzar a desarrollar el autocontrol en el primer año de vida, pues si se llega a los cuatro sin arraigarlo, en la adolescencia habrá problemas. Los padres se cansan de mantener la disciplina, el ambiente social no la favorece y en las aulas escolares tampoco parece que haya vientos favorables, entre un profesorado al que se le han quitado los recursos y las motivaciones para educar con cierto control de las conductas. Los expertos reunidos en ese congreso monográfico coincidían, como tantos otros de distintos ambientes y localizaciones, en que el entorno familiar ha pasado del recurso frecuente del castigo, el autoritarismo y la imposición a la ausencia de disciplina. Ya no existen represiones – y el concepto represión no tiene porqué ser siempre algo indeseable – por lo que deseos e impulsos campan a sus anchas durante la infancia, para desembocar en la adolescencia en una situación que desencadene la impotencia de autocontrol ante requerimientos de la vida, para conducir a los chicos a la depresión y la desorientación, cuando no a otros patrones de conducta más patológicos y conflictivos.

Angel García Prieto, “Psicopatología del acoso”, PUP, 11.XII.01

Se ha puesto de moda hablar del “síndrome de acoso institucional o mobbing”. Y no sin razón, pues desde hace no mucho tiempo se observa en las consultas de psiquiatría la frecuente presencia de pacientes que sufren este trastorno.

El acoso es tan antiguo como la vida social. Siempre ha habido casos de personas individuales o grupos que persiguen a otros de una manera psicológica. Existe un acoso psicológico en el ámbito laboral, en el que un superior o un grupo de compañeros persiguen, aíslan, hostigan o maltratan de diversas maneras a otro compañero víctima, por razones de envidias, estrategias del grupo o diversos motivos que conducen a intentar expulsar o aniquilar de esa persona; éste es el que ahora denominamos “acoso institucional”. Pero también existe un “acoso sexual”, cuando la pretensión del acosador es obtener un beneficio lascivo, o cuando los medios de que se vale para otros fines tienen un carácter sexual o cuando la víctima lo es simplemente por su sexo. Incluso se puede hablar de otro tipo de acoso que se produce en el seno de una familia o una pareja, es el denominado “Luz de gas” – por el título de la famosa y clásica película, que lo describe de una manera magistral – y consiste no! tanto en atemorizar a la víctima sino en hacerla dudar de sí misma, de sus percepciones y juicios, para anularla como persona.

Si siempre ha habido acoso y ahora sus consecuencias se ven mucho más en la consulta, obedece a diversas razones de tipo sociológico, cuya descripción excedería lo que permite este artículo. Pero en síntesis se podría decir que hoy día somos mucho más sensibles a todo lo que puede ser peligroso o simplemente arduo o difícil para el yo. La sociedad actual educa y alienta en exceso hacia la seguridad y, con palabras de un clásico de la psiquiatría, Fritz Künkel: “El riesgo al que se expone el yo es tanto más grave, cuanto mayor es la solicitud con que busca su protección”, razón, entre otras, para que con facilidad las personas se puedan sentir más frágiles y puedan acudir – porque ahora las hay, antes no tanto – a esas ayudas de profesionales de la salud psíquica.

El síndrome del acoso -que en ocasiones se puede confundir con otro parecido y también muy presente, el de “estar quemado o bourn out”- se puede presentar con síntomas de la esfera depresiva, como tristeza, insomnio, aislamiento, desánimo, cansancio, autodepreciación, desilusión, etc.; o bien en forma de estrés, con ansiedad, obsesiones en torno a la persecución de que se siente objeto, hipervigilacia, irritabilidad o agresividad, dificultades en las relaciones interpersonales, etc. En cualquier caso se trata de un trastorno adaptativo psicológico que hace sufrir mucho al que lo padece y que va a necesitar un tratamiento psicoterapéutico, farmacológico y, si es posible, una intervención en el ámbito laboral o institucional en el que se desarrolla el acoso.

Angel García Prieto, “36 no es su talla, es su edad”, PUP, 2.X.01

Estas últimas semanas se exhibían dos tipos de carteles callejeros en la campaña que está llevando a cabo una conocida marca comercial de ropa. Era llamativo, en primer lugar, que las modelos se presentaban vestidas con elegancia y no provocativamente semidesnudas, como nos tienen acostumbrados de una manera ya tópica gran parte de las imágenes publicitarias que tratan de orientar la moda.

Pero además, se puede considerar aún más laudable el mensaje que trasmitían. La artimaña publicitaria se basaba en un pequeño quiebro entre la percepción y el juicio de los observadores, pues sobre las figuras femeninas aludidas se podía observar una cifra y una leyenda de gran tamaño: “36”. “No es su talla, es su edad”, en uno de los carteles o “90-70-90”. “No son sus medidas. Es su teléfono”, en el otro. Y en letras más pequeñas, en la base del reclamo y como conclusión feliz: “La moda se lleva. No te lleva”.

Está bien que alguna marca comience a darse cuenta de la dramática epidemia de delgadeces que entre las adolescentes y jóvenes vienen provocando las tendencias de modistos, pasarelas y ofertas comerciales de los últimos años. Las anorexias mentales, bulimias y trastornos de la conducta alimentaria en general se han multiplicado por decenas, centenares y miles, respectivamente, por efecto del bombardeo de eslóganes, modas y planes para el fomentar un estilo de alimentación y una estética de la línea corporal por completo inhumanas y atentatorias contra la salud corporal y psíquica.

Enhorabuena a esa firma comercial por su orientación. A ver si este ejemplo cunde y comienza a enderezarse el camino de la moda femenina hacia una dirección que sea racional, saludable y realmente digna.

Angel García Prieto, “Anorexia, Bulimia, talla 36 y modistos flautistas”, PUP, 13.VI.02

La anorexia, la bulimia y otros trastornos de la conducta alimentaria, como bien se sabe, están creciendo entre los adolescentes – especialmente en las chicas – de una manera alarmante. De ello se hacen eco con frecuencia los medios de comunicación y, por fortuna, cada vez más estamos informados de la existencia de esta verdadera epidemia.

No obstante la información por sí misma no previene, no sirve para evitar nuevos casos, ni para solucionar los ya existentes. Hace falta una labor clínica, médica y psicológica. Y es necesaria una amplia tarea de educación familiar y escolar, para defender la tumultuosa estructura psicológica del adolescente de la obsesión enfermiza por un cuerpo artificialmente delgado.

La moda hace estragos. La delgadez patológica de la mayoría de las modelos de pasarela, el diluvio de publicidad de alimentos, ejercicios, cosméticos y demás adelgazantes abonan la ya de por sí titubeante estructura psicológica adolescente, para obsesionar a muchas chicas por la consecución de un cuerpo que cada vez tiene menos de natural.

La moda la hacen modistos y empresarios, que imponen el mercado del vestir. Algunos de ellos son como flautistas de Hamelin que se llevan hipnotizados a los más jóvenes de nuestra sociedad. Y las chicas que en ese periodo atienden demasiado a los cambios corporales – la adolescencia, decía Dante “Es acrecentamiento de vida (…) nuestra alma atiende al crecimiento y hermoseamiento del cuerpo, y de ahí los muchos y grandes cambios que operan en la persona” – Las chicas, decía, se obsesionan hasta lo patológico por conseguir esos cuerpos ideales, cultivados artificialmente por las modelos, para “sentirse bien” a toda costa. Ese “sentirse bien”, se traduce en enfermedad física y mental, fracaso en el rendimiento escolar, ruptura de las relaciones afectivas, trastornos de conducta, depresión y, en un 5 a 10 por ciento de los casos, muerte. Así de dramático. Así de real.

Para complicar más la situación, determinadas marcas y redes comerciales están falseando las medidas de las tallas, dando prendas más estrechas que las que corresponderían al número, de modo que acomplejan aún más a las clientas con la anchura de sus caderas o sus piernas. ¿ Será esto una venganza, como la del flautista de Hamelin? ¿Qué les ha hecho nuestra sociedad, para que embauquen a sus menores y los lleven engañados?. No sé. Pero el panorama parece de locos. Ahí está.

Sólo cabe más reflexión, más debate de creadores, comerciantes, consumidores, padres y chavales para racionalizar la situación. De lo contrario las consecuencias de la epidemia son muy malas: decenas de muertes, centenares de enfermas psíquicas crónicas, miles de trastornos importantes en la conducta, las relaciones y los estudios durante un periodo de varios años en la juventud de sus víctimas y en la vida de sus familiares.

Angel García Prieto, “¿Qué es la ortorexia?”, PUP, 4.VII.03

Hay en la actualidad un buen número de ciudadanos de nuestra sociedad occidental –más mujeres y sobre todo jóvenes- que padecen algún tipo de trastorno de la conducta alimentaria, en especial bulimia y en menor grado anorexia. Y con esta premisa, no es aventurado pensar que en poco tiempo esta cifra se aumente con aquellos que caigan en una nueva patología, que se denomina ortorexia.

En 1996, el médico norteamericano Steven Bratman publicó un libro titulado Yonquis de la comida sana, en el que proponía este término, Ortorexia, -del griego ortos = recto y rexia = apentencia– para designar un cuadro clínico psicopatológico caracterizado por la obsesión de búsqueda de la calidad extrema en los alimentos que se consumen. Se trata de personas que dedican gran parte de su tiempo diario, más de tres horas, en pensar qué comen; que son capaces de recorrer largas distancias, gastar demasiado dinero o hacer importantes sacrificios sólo para garantizar que aquellas cosas que van a ingerir son de indudable calidad natural. Por estos motivos llegan a perder la relación con los demás, a sentir desprecio o rechazo por las personas que no se preocupan como ellos, a no acudir a comidas fuera de su casa, a sufrir ansiedades y depresiones por la obsesión de no conseguir, o perder, esa garantía alimentaria.

Este tipo de trastornos parecen ser de la misma índole que las bulimias y las anorexias, se suelen dar en personas obsesivas, meticulosas, exigentes, rígidas, que tienen preocupaciones previas de tipo hipocondríaco (miedo patológico y exagerado a sufrir enfermedades). Así, se citan anecdóticamente como ejemplos de este tipo de conductas enfermizas a algunas estrellas de Hollywood, que sólo consumen refrescos orgánicos, leche de soja, o que analizan en un laboratorio la composición de los yogures que toman…

Se trata, pues, de otra vuelta de tuerca de las obsesiones en una sociedad del bienestar, que está continuamente bombardeada por eslóganes de seguridad, salud, ecología, belleza en la delgadez y otros tantos valores sacados de quicio y que tienen un eco especial, una sintonía de mucha intensidad, en personas con perfiles demasiado perfeccionista.

Angel García Prieto, “La influencia de la moda en la anorexia y la bulimia”, PUP, 1.III.01

La Anorexia, la Bulimia y otros trastornos de la conducta de alimentaria son, en nuestra sociedad occidental y rica, una verdadera epidemia, sobre todo entre los adolescentes y jóvenes.

En esa dinámica psicológica de cambio crítico, actúa de un modo especialmente agudo y determinante el factor moda, al que se suma el gregarismo y la imitación, así como la sugestionabilidad y la identificación con personajes de éxito social. De manera que puede ser fácil para muchos adolescentes el comportamiento extremista para conseguir una identificación con lo que se les presenta como ideal. Y la extrema delgadez femenina es , hoy por hoy , un prototipo de éxito en las pasarelas, espectáculos, deportes y otras actividades de éxito entre los jóvenes.

La prevención de estos serios trastornos- psíquicos primero y de consecuencias físicas después – tiene que pasar por la influencia de la moda, que actúa como desencadenante de la enfermedad. Sin dicho factor el trastorno se manifestaría epidemiológicamente en cantidades ínfimas, casi anecdóticas, como antaño venía ocurriendo. Los llamados grupos de riesgo para la Anorexia y la Bulimia son los formados por chicas- los varones en mucha menor medida, de 1 a 10 aproximadamente- adolescentes, de buen nivel intelectual y rendimiento escolar, voluntariosas y tendentes al perfeccionismo. Éstas son las que no se sienten a gusto con su cuerpo – ¿ y que jovencita consigue gustarse a sí misma ? – y buscan adelgazar a toda costa, hasta desarrollar una auténtica y grave obsesión que, además, les hace percibirse alteradamente – se ven “gordas”, a pesar de estar bien o incluso sumamente delgadas.

En casa, en el colegio, en las tiendas de ropa, entre los modistos, las atletas, las modelos, los artistas…debería darse el mensaje auténtico de mujer bella, no el de sílfide anémica que sonríe ante las cámaras y llora amargamente, luego en la intimidad, la depresión, el vacío y la soledad de su morboso y falso atractivo, de su autodestrucción.

Angel García Prieto, “El alcohol en los jóvenes, sociología y patología”, PUP, 19.IV.01

Las recientes estadísticas ponen de manifiesto que ha aumentado el uso y el abuso de alcohol entre la gente joven. Ahora también la mitad de las chicas lo consumen especialmente los fines de semana. Y también parece muy claro que se ha adelantado de una manera notable el inicio de esta costumbre, que ahora se cifra en los 13 años para los varones y los 14 para las chicas, aunque existan algunas diferencias según las muestras estadísticas estudiadas en nuestro país.

La capacidad adquisitiva mayor, el retraso en la emancipación de la familia y el aumento de tiempo de ocio, son algunos de los factores que se estiman como favorecedores de este fenómeno social, en el que los chicos dedican la mayor parte de su dinero – a partir de los 18 años también es el coche o la moto quien comparte este primer lugar en el capítulo de gastos – y de su tiempo relacional y de ocio.

El pico estadístico de mayor consumo está en torno a los 25 años, edad a partir de la cual la mayoría – salvo aquellos que están encaminados por una más o menos clara trayectoria de alcoholismo – comienzan a descender la cantidad de etílico consumido. La cerveza y los licores combinados son las bebidas preferidas de los más jóvenes y el vino aumenta su protagonismo a medida que crece la edad. Y es en el medio rural donde la proporción de varones es mayor que en la ciudad; al contrario de las chicas que, por razones estilo de vida y consideración social, beben más en el ambiente urbano.

El alcohol desinhibe y tomado en cantidades excesivas – para cada persona el límite cuantitativo es distinto, y a veces muy pequeño- predispone a conductas violentas personales o grupales; euforias que pueden ser peligrosas en el uso de vehículos, y no cabe olvidar que los accidentes de motos y coches son la primera causa de muerte juvenil; en la conducta agresiva frente a otros – el alcohol es “amigo” del crimen, dice algún tratado de medicina legal -; en excesos de control sexual, con aumento de embarazos no deseados en adolescentes y las consecuencias en el feto del uso habitual de alcohol de la madre… y en general en consecuencias de actos en los que el bebedor excesivo puede dejarse llevar del sentimiento de omnipotencia que el alcohol produce, como droga psicoactiva que es.

Naturalmente, no todo uso de alcohol pinta unos cuadros tan dramáticos como los enumerados; pues su utilización moderada y en circunstancias ambientales apropiadas no solo no es malo para la mayoría de las personas, sino un elemento que sirve para animar la vida personal y social. Pero cuanto más se tome y cuanto más joven sea el que lo ingiere, la cercanía a las consecuencias negativas aumenta. Es necesario tener en cuenta, en este sentido, que la adolescencia es un periodo muchas veces difícil para los chicos: problemas y tensiones interiores, frustraciones escolares, laborales o familiares; y ellos de una manera más o menos consciente buscan en el alcohol la compensación que además de falsa se convierte en un riesgo de primer orden.

Algunos medios, y en especial la televisión, favorecen unos usos sociales del alcohol que son más que criticables, al presentarlo como medio para triunfar, relacionarse, ligar, estar alegre, superar los propios complejos…En definitiva, legitima unos patrones de uso impropios, a la vez que presenta como naturales, inocuos y recomendables unas normas de uso que son nocivas y patológicas.

Nuestra sociedad tiene, en estas cuestiones, un reto que no sólo es necesario afrontar, sino que hay que intentar con todos los medios superar.

Angel García Prieto, “Un mapa de la felicidad matrimonial”, PUP, 8.I.01

La prestigiosa revista norteamericana Newsweek, en su número de 26.IV.99, publica un reportaje sobre los estudios que está llevando a cabo John Gottman, psicólogo del laboratorio de Investigación de la Familia de la Universidad de Washington. Este investigador lleva años buscando las claves del éxito conyugal y ha publicado un libro – The Seven Principles for Making Marriage Work – que explica el resultado de los estudios y es un mapa científico de la felicidad matrimonial. Golttman, para su estudio, partió de la consideración de que los trabajos psicológicos sobre los matrimonios casi siempre se establecían en torno al análisis de los fracasos y problemas. Y decidió lanzarse a la investigación de los motivos que hacen que las parejas vayan bien. El psicólogo – de 56 años de edad – reconoce que sus resultados no tienen la categoría de datos empíricos sólidos, pero sirven para entender las conductas y ayudan a otras parejas a encontrar su felicidad matrimonial. Insiste en la idea de que la construcción de “una casa con buenos cimientos matrimoniales” pasa por apreciar lo mejor del otro, compartir las obligaciones domésticas y el cuidado de los hijos. Las parejas felices son las que saben, además de ser esposos, ser padres y vivir compartiendo las obligaciones hacia ellos. Aceptar los rasgos de carácter que no van a cambiar nunca en el otro y amarse por lo que tienen en común y lo que les hace complementarios, es otra de las fórmulas magistrales que aporta. Las riñas no son las razones principales del enfriamiento conyugal. Los auténticos demonios son la indiferencia, el desprecio, la crítica, el encerramiento en sí mismo y la actitud defensiva frente al otro. Gottman señala, además, que hay dos épocas delicadas durante el matrimonio, pues existe un elevado número de divorcios después de una media de 5,2 años de matrimonio y otro pico estadístico después de pasados 16 a 20 años. Otra apreciable observación es que las parejas felices se esfuerzan en no dejarse desbordar por los conflictos que siempre surgen. El sentido del humor, la distensión momentánea ante la riña, son muy útiles para evitar entrar en una dinámica de discusión de complicada salida. Tampoco se debe caer en el tópico de aceptar que la relación entre el hombre y la mujer debe partir de mundos emocionales muy distintos. Según sus estudios, estas diferencias de género puede contribuir a que haya problemas, pero no son su causa. Prácticamente el mismo número de mujeres que de hombres entrevistados estuvieron de acuerdo en que la amistad dentro de la pareja es el factor más importante de satisfacción matrimonial.