En uno de los capítulos del libro Imágenes de esperanza (ed. San Paolo), del cardenal Joseph Ratzinger, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe reflexiona sobre la celebración más importante del calendario litúrgico: la resurrección de Nuestro Señor Jesús. Por su interés y en plena alegría pascual, ofrecemos a nuestros lectores los párrafos más significativos. Alfa y Omega, 4.IV.02 Continuar leyendo “Joseph Ratzinger, “La alegría pascual”, Alfa y Omega, 4.IV.02″
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Alfonso López Quintás, “La manipulación del hombre a través del lenguaje”
El gran humanista y científico Albert Einstein nos hizo esta severa advertencia: “La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual”.¿Qué forma de pensar hubiéramos debido cambiar para evitar esta hecatombe? Sin duda, Einstein se refería al estilo de pensar objetivista, dominador y posesivo que hizo quiebra en la primera guerra mundial y no fue sustituido por un modo de pensar, sentir y querer más ajustado a nuestra realidad humana.
Los pensadores más lúcidos nos vienen instando desde el período de entreguerras a cambiar el ideal, realizar una verdadera metanoia y superar el afán de poder mediante una decidida voluntad de servicio. Este giro fue realizado en círculos escogidos, pero no en las personas y los grupos que deciden la marcha de la sociedad. En éstos siguió operante un afán incontrolado de dominio, dominio sobre cosas y sobre personas.
El dominio y control sobre los seres personales se lleva a cabo mediante las técnicas de manipulación. El ejercicio de la manipulación de las mentes encierra especial gravedad en este momento por tres razones básicas: 1)Sigue orientando la vida hacia el viejo ideal del dominio, que provocó dos hecatombes mundiales y no logra colmar hoy nuestro espíritu pues ya no podemos creer en él.
2)Impide dar un giro decidido hacia un nuevo ideal que sea capaz de llevar nuestra vida a plenitud.
3)Incrementa el desconcierto espiritual de una sociedad que perdió el ideal que persiguió durante siglos y no logra descubrir uno nuevo que sea más conforme a la naturaleza humana.
Si queremos colaborar eficazmente a configurar una sociedad mejor, más solidaria y más justa, debemos poner al descubierto los ardides de la manipulación y aprender a pensar con todo rigor. No es demasiado difícil. Un poco de atención y finura crítica nos permitirá delatar los trastrueques de conceptos que se están cometiendo y aprender a hacer justicia a la realidad. Esta fidelidad a lo real nos depara una inmensa libertad interior.
No basta vivir en un régimen democrático para ser libres de verdad. Hay que conquistar la libertad día a día frente a quienes intentan arteramente dominarnos con los recursos de esa forma de ilusionismo mental que es la manipulación.
Esta conquista sólo es posible si tenemos una idea clara de cuatro cuestiones: lª) Qué significa manipular, 2ª) Quién manipula, 3ª) Para qué manipula, 4ª) Qué táctica moviliza para ello. El análisis de estos cuatro puntos nos permitirá al final discernir si es posible poner en juego un antídoto de la manipulación. Estamos a tiempo de salvaguardar nuestra libertad personal con todo cuanto implica. Hagámoslo animosamente.
l. Qué significa manipular Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, cuidarlo, canjearlo, desecharlo. Estoy en mi derecho, porque se trata de un objeto. Manipular es tratar a una persona o grupo de personas como si fueran objetos, a fin de dominarlos fácilmente. Esa forma de trato significa un rebajamiento de nivel, un envilecimiento.
Esta reducción ilegítima de las personas a objetos es la meta del sadismo. Ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición. Ese rebajamiento puede realizarse a través de la crueldad o a través de la ternura erótica. Cuando, en tiempos recientes, se introducía a un grupo numeroso de prisioneros en un vagón de tren como si fueran paquetes, y se los hacia viajar así durante días y noches, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto envilecerlos. Al ser tratados como meros objetos, en condiciones infrahumanas, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos y repelentes. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una actitud de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto para dominarla sin restricciones es una práctica manipuladora sádica.
Por su parte, la caricia erótica reduce la persona a cuerpo, a mero objeto halagador. Es reduccionista, y, en la misma medida, sádica, aunque parezca tierna. La caricia puede ser de dos tipos: erótica y personal. Para comprender lo que es, en rigor, el erotismo, recordemos que , según la investigación ética contemporánea, el amor conyugal presenta cuatro aspectos o ingredientes: 1)la sexualidad, con cuanto implica de atracción instintiva hacia otra persona, de halago sensorial, de conmoción psicológica…; 2)la amistad, forma de unidad estable, afectuosa, comprensiva, colaboradora, que debe ser creada de modo generoso, ya que no poseemos instintos que, puestos en juego, den lugar a una relación de este género; 3)la proyección comunitaria del amor. El hombre, para vivir como persona, debe crear vida comunitaria. El amor empieza siendo dual y privado, pero alberga en sí una fuerza interior que le lleva a adquirir una expansión comunitaria. Esto sucede el día de la boda, cuando la comunidad de amigos y -en el caso religioso- de creyentes acoge el amor de los nuevos esposos; 4)la relevancia y fecundidad del amor. El amor conyugal tiene un poder singular para incrementar el afecto entre los esposos y dar vida a nuevos seres. Nada hay más grande en el universo que una vida humana y el amor verdadero a otra persona. Por eso el amor conyugal tiene una relevancia singular, una plenitud de sentido y un valor impresionantes.
Estos cuatro elementos (sexualidad, amistad, proyección comunitaria, relevancia) no deben estar meramente yuxtapuestos, el uno al lado del otro. Han de estar estructurados. Una estructura es una constelación de elementos trabados de tal forma que, si falla uno, se desmorona el conjunto.
Ahora podemos comprender de modo preciso qué es el erotismo. Consiste en desgajar el primer elemento, la sexualidad, para obtener una gratificación pasajera, y prescindir de los otros tres. Ese desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo priva de su sentido pleno y de su identidad. Por eso es violento aunque parezca cordial y tierno. Pongo en juego la sexualidad a solas, porque me interesa para mis propios fines, y prescindo de la amistad. En realidad, no amo a la otra persona; deseo el halago que producen algunas de sus cualidades. Dejo, asimismo, de lado la expansión comunitaria del amor. No presto atención a la vida de familia que está llamado el amor a promover. Me recluyo en la soledad de mis ganancias inmediatas. Por eso reduzco la otra persona a mera fuente de gratificaciones para mí. Esa reducción desconsiderada es violenta y sádica. Puedo jurar amor eterno, pero serán palabras vanas, pues lo que entiendo aquí por amor no es sino interés por saciar mi avidez erótica.
Conviene mucho distinguir con nitidez los dos planos en que podemos movernos: el corpóreo y el espiritual, el que es susceptible de manejo y el que pide respeto. Cuando una persona acaricia a otra, pone su cuerpo en primer plano, le concede una atención especial. Siempre que unas personas se relacionan con otras, su cuerpo juega cierto papel en cuanto les permite hablar, oír, ver… Si no se trata de una comunicación afectiva, el cuerpo ejerce función de trampolín para pasar al mundo de las significaciones que se quieren transmitir. Hablamos durante horas de un tema y otro, y al final recordamos perfectamente lo que dijimos, la actitud que adoptamos, los fines que perseguimos, pero posiblemente no sabemos de qué color tiene los ojos nuestro coloquiante. Nos vimos, pero no detuvimos nuestra atención en la vertiente corpórea. No sucede así en los momentos de trato amoroso. En éstos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad peculiar y prende la atención de quienes se manifiestan su amor. El amante atiende de modo intenso al cuerpo de la amada. Si ve en él la expresión sensible del ser amado y toma su gesto de ternura como un acto en el cual está incrementando su amor a la persona, su modo de acariciar tendrá un carácter personal. En tal caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista, pero no desplaza a la persona, la hace más bien presente de modo tangible y valioso. La caricia personal no se queda en el cuerpo, se dirige a la persona. Cuando dos personas se abrazan, sus cuerpos entrelazados juegan un papel sobresaliente, pero no constituyen la meta de la atención; son el medio expresivo del afecto mutuo. La persona, en tal abrazo, no queda relegada a un segundo plano. Al contrario, es realzada. En cambio, si la atención se detiene en el cuerpo acariciado, sencillamente por el atractivo sensorial que implica tal gesto, el cuerpo invade todo el campo de la persona. Esta es vista como objeto, realidad asible, manejable, poseíble, disfrutable… Pero a un objeto no se lo ama , se lo apetece sólamente. De ahí el carácter penoso de la expresión “mujer-objeto” aplicada a ciertas figuras femeninas exhibidas en algunos espectáculos como objeto-de-contemplación o tomadas en la vida diaria como objeto-de-posesión.
El amor erótico de los seductores de tipo donjuanesco es posesivo, y en la misma medida va unido con la burla y la violencia. Don Juan, el “Burlador de Sevilla” -según la atinada formulación de Tirso de Molina-, se complacía en burlar a las víctimas de su engaños y en resolver las situaciones comprometidas con el manejo expeditivo de la espada. Esta violencia innata, muchas veces soterrada, del amor erótico explica que pueda pasarse sin solución de continuidad de unas situaciones de máxima “ternura” aparente a otras de extrema violencia. En realidad, ahí no hay ternura, sino reducción de una persona a objeto. La violencia de tal reducción no queda aminorada al afirmar que se trata de un objeto adorable, fascinador. Estos adjetivos no redimen al sustantivo “objeto” de lo que tiene de injusto, de no ajustado a la realidad. Rebajar a una persona del nivel que le corresponde es una forma de manipulación agresiva que engendra los diferentes modos de violencia que registra la sociedad actual. La principal tarea de los manipuladores consiste en ocultar la violencia bajo el velo seductor del fomento de las libertades.
En el albor de la cultura occidental, Platón entendió por “eros” la fuerza misteriosa que eleva al hombre a regiones cada vez más altas de belleza, bondad y perfección. Actualmente, se entiende por “erotismo” el manejo de las fuerzas sexuales con desenfado, sin más criterio y norma que la propia satisfacción inmediata. Obviamente, esta reclusión en el plano de las ganancias inmediatas supone una regresión cultural.
2. Quién manipula Manipula el que quiere vencernos sin convencernos, seducirnos para que aceptemos los que nos ofrece sin darnos razones. El manipulador no habla a nuestra inteligencia, no respeta nuestra libertad; actúa astutamente sobre nuestros centros de decisión a fin de arrastrarnos a tomar las decisiones que favorecen sus propósitos.
En un anuncio televisivo se presentó un coche lujoso. En la parte opuesta de la pantalla apareció enseguida la figura de una joven bellísima. No dijo una sola palabra, no hizo el menor gesto; mostró sencillamente su imagen encantadora. De pronto, el coche comenzó a rodar por paisajes exóticos, y una voz nos susurró amablemente al oído: “¡Entrégate a todo tipo de sensaciones!”. En ese anuncio no se aduce razón alguna para elegir ese coche en vez de otro. Se entrevera su figura con la de realidades atractivas para millones de personas y se las envuelve a todas en el halo de una frase llena de adherencias sentimentales. De esta forma, el coche queda aureolado de prestigio. Cuando vayas al concesionario de coches, te sentirás llevado a elegir éste. Y te lo facilitarán, pero no la señorita. En realidad, nadie te había prometido que, si comprabas el coche, te darían la posibilidad de tratar a esa joven. Eso hubiera supuesto hablar a tu inteligencia. Se limitaron a influir sobre tu voluntad de forma oblicua, artera. No te han engañado; te han manipulado, que es una forma sutil de engaño. Han halagado tu apetito de sensaciones gratificantes a fin de orientar tu voluntad hacia la compra de ese producto, no para complacerte o ayudarte a desarrollar tu personalidad. Te han reducido a mero cliente. Esa forma de reduccionismo es la quintaesencia de la manipulación.
Este tipo de manipulación comercial suele ir unida con otra mucho más peligrosa todavía: la manipulación ideológica, que impone ideas y actitudes de forma solapada, merced a la fuerza de arrastre de ciertos recursos estratégicos. Así, la propaganda comercial difunde, a menudo, la actitud consumista y la hace valer bajo pretexto de que el uso de tales o cuales artefactos es signo de alta posición social y de progreso. Un anuncio de un coche lujoso repetía hasta veinte veces la palabra “señor”: “Un señor como Vd. debe utilizar un coche como éste, que es el señor de la carretera. Enseñoréese de sus mandos y siéntase señor…”.
Cuando se quieren imponer actitudes e ideas referentes a cuestiones básicas de la existencia -relativas a la política, la economía, la ética, la religión…-, la manipulación ideológica adquiere suma peligrosidad. Por “ideología” se entiende actualmente a menudo un sistema de ideas esclerosado, rígido, que no suscita adhesiones por carecer de vigencia y, por tanto, de fuerza persuasiva. Si un grupo social lo asume como programa de acción y quiere imponerlo a ultranza, sólo tiene dos recursos: l. la violencia, y aboca a la tiranía, 2. la astucia y recurre a la manipulación. Las formas de manipulación practicadas por razones “ideológicas” suelen mostrar un notable refinamiento, ya que son programadas por profesionales de la estrategia [2] .
3. Para qué se manipula La manipulación responde, en general, a la voluntad de dominar a personas y grupos en algún aspecto de la vida y dirigir su conducta. La manipulación comercial quiere convertirnos en clientes, con el simple objetivo de que adquiramos un determinado producto, compremos entradas para ciertos espectáculos, nos afiliemos a tal o cual club…El manipulador ideólogo intenta modelar el espíritu de personas y pueblos a fin de adquirir dominio sobre ellos de forma rápida, contundente, masiva y fácil. ¿Cómo es posible dominar al pueblo de esta forma? Reduciéndolo de comunidad a masa.
Las personas, cuando tienen ideales valiosos, convicciones éticas sólidas, voluntad de desarrollar todas las posibilidades de su ser, tienden a unirse entre sí solidariamente y estructurarse en comunidades. Debido a su interna cohesión, una estructura comunitaria resulta inexpugnable. Puede ser destruida desde fuera con medios violentos, pero no dominada interiormente por via de asedio espiritual. Si las personas que integran una comunidad pierden la capacidad creadora y no se unen entre sí con vínculos firmes y fecundos, dejan de integrarse en una auténtica comunidad; dan lugar a un montón amorfo de meros individuos: una masa. El concepto de masa es cualitativo, no cuantitativo. Un millón de personas que se manifiestan en una plaza con un sentido bien definido y sopesado no constituyen una masa, sino una comunidad, un pueblo. Dos personas, un hombre y una mujer, que comparten la vida en una casa pero no se hallan debidamente ensambladas forman una masa. La masa se compone de seres que actúan entre sí a modo de objetos, por vía de yuxtaposición o choque. La comunidad es formada por personas que ensamblan sus ámbitos de vida para dar lugar a nuevos ámbitos y enriquecerse mutuamente.
Al carecer de cohesión interna, la masa es fácilmente dominable y manipulable por los afanosos de poder. Ello explica que la primera preocupación de todo tirano -tanto en las dictaduras como en las democracias, ya que en ambos sistemas políticos existen personas deseosas de vencer sin necesidad de convencer- sea privar a las gentes de capacidad creadora en la mayor medida posible. Tal despojo se lleva a cabo mediante las tácticas de persuasión dolosa que moviliza la manipulación. 4. Cómo se manipula El tirano no lo tiene fácil en una democracia. Quiere dominar al pueblo, y debe hacerlo de forma dolosa para que el pueblo no lo advierta, pues lo que prometen los gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad. En las dictaduras se promete eficacia, a costa de las libertades. En las democracias se prometen cotas nunca alcanzadas de libertad aunque sea a costa de la eficacia. ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca? Ese medio es el lenguaje. El lenguaje es el mayor don que posee el hombre, pero el más arriesgado. Es ambivalente: el lenguaje puede ser tierno o cruel, amable o displicente, difusor de la verdad o propalador de la mentira. El lenguaje ofrece posibilidades para descubrir en común la verdad, y facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión. Con sólo conocer tales recursos y manejarlos hábilmente, una persona poco preparada pero astuta puede dominar fácilmente a personas y pueblos enteros si éstos no están sobre aviso. Para comprender el poder seductor del lenguaje manipulador debemos estudiar cuatro puntos: los términos, los esquemas, los planteamientos y los procedimientos.
A) Los términos El lenguaje crea palabras, y en cada época de la historia algunas de ellas se cargan de un prestigio especial de forma que nadie osa ponerlas en tela de juicio. Son palabras “talismán” que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana.
La palabra talismán de nuestra época es libertad. Una palabra talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponérsele. Hoy se da por supuesto -el manipulador nunca demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene- que censura –todo tipo de censura- se opone siempre a libertad. En consecuencia, la palabra censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia, autonomía, democracia, cogestión van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de términos talismán por adherencia.El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga. Cuando, en cierto país europeo, se llevó a cabo una campaña a favor de la introducción de la ley abortista, el ministro responsable de tal ley intentó justificarla con este razonamiento: “La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca”. La afirmación de que “la mujer tiene un cuerpo” está pulverizada por la mejor filosofía desde hace casi un siglo. Ni la mujer ni el varón tenemos cuerpo; somos corpóreos. Hay un abismo entre ambas expresiones. El verbo tener es adecuado cuando se refiere a realidades poseíbles, es decir: objetos. Pero el cuerpo humano, el de la mujer y el del varón, no es algo poseíble, algo de lo que podamos disponer; es una vertiente de nuestro ser personal, como lo es el espíritu. Te doy la mano para saludarte y sientes en ella la vibración de mi afecto personal. Es toda mi persona la que te sale al encuentro. El hecho de que en la palma de mi mano vibre mi ser personal entero pone al trasluz que el cuerpo no es un objeto. No hay objeto, por excelente que sea, que tenga ese poder. El ministro intuyó sin duda que la frase “la mujer tiene un cuerpo” es muy endeble, no se sostiene en el estado actual de la investigación filosófica, y para dar fuerza a su argumento introdujo inmediatamente el término talismán libertad: “Hay que conceder libertad a la mujer para disponer de su cuerpo…” Sabía que, con la mera utilización de ese término supervalorado en el momento actual, millones de personas iban a replegarse tímidamente y a decirse: “No te opongas a esta proposición porque está la libertad en juego y serás a tachado de antidemócrata, de fascista, de ultra”. Y así sucedió, efectivamente.
Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras. El ministro no indicó a qué tipo de libertad se refería, porque la primera ley del demagogo es no matizar el lenguaje. De hecho aludía a la “libertad de maniobra”, la libertad -en este caso- de maniobrar cada uno a su antojo respecto a la vida naciente: respetarla o eliminarla. La “libertad de maniobra” no es propiamente una forma de libertad; es, más bien, una condición para ser libre. Uno comienza a ser libre cuando, pudiendo elegir entre diversas posibilidades, -libertad de maniobra- opta por aquellas que le permiten desarrollar su personalidad de modo cabal –libertad creativa-. Pero una persona que utilice esa libertad de maniobra en contra del germen de vida que marcha aceleradamente hacia la plena constitución de un ser humano, ¿se orienta hacia la plenitud de su ser personal? Vivir personalmente es vivir fundando relaciones comunitarias, creando vínculos. El que rompe los vínculos fecundísimos con la vida que nace destruye de raíz su poder creador y, por tanto, bloquea su desarrollo como persona.Todo esto se ve claramente cuando se reflexiona. Pero el demagogo, el tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación opera con extrema celeridad para no dar tiempo a pensar y someter a reflexión detenida cada uno de los temas. Para ello no se detiene nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; lo da todo por consabido y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión. Ello le permite destacar en cada momento el aspecto de los conceptos que le interesa para su fines. Cuando subraya un aspecto, lo hace como si fuera el único, como si todo el alcance de un concepto se limitara a esa vertiente. De esa forma evita que las gentes a las que se dirige tengan suficientes elementos de juicio para clarificar las cuestiones por sí mismas y hacerse una idea serena y bien aquilatada de las cuestiones tratadas. Al no poder profundizar en una cuestión, el hombre está predispuesto a dejarse arrastrar. Es un árbol sin raíces que lo lleva cualquier viento, sobre todo si éste sopla a favor de las propias tendencias elementales. Para facilitar su labor de arrastre y seducción, el manipulador halaga las tendencias innatas de las gentes y se esfuerza en cegar su sentido crítico.
Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un mago, un ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer “mágicos” porque realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe. El demagogo procede, asimismo, con meditada precipitación, a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos. Un manipulador proclama, por ejemplo, ante las gentes que “les ha devuelto las libertades”, pero no se detiene a precisar a qué tipo de libertades se refiere: si a las libertades de maniobra que pueden llevar a experiencias de fascinación -que despeñan al hombre hacia la asfixia- o a la libertad para ser creativos y realizar experiencias de encuentro, que lleva al pleno desarrollo de la personalidad. Basta pedirle a un demagogo que matice un concepto para desvirtuar sus artes hipnotizadoras.En verdad, tenía razón Ortega y Gasset al advertir: “¡Cuidado con los términos, que son los déspotas más duros que la Humanidad padece!”. Un estudio, por somero que sea, del lenguaje nos revela que “las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos” (M. Heidegger [3] ).
B) Los esquemas mentales Del mal uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los esquemas que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y escribimos, estamos siendo guiados por ciertos pares de términos: libertad-norma, dentro-fuera, autonomía-heteronomía… Si pensamos que estos esquemas son dilemas, de forma que debemos escoger entre uno u otro de los términos que los constituyen, no podremos realizar en la vida ninguna actividad creativa. La creatividad es siempre dual. Si pienso que cuanto está fuera de mí es distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo colaborar con cuanto me rodea y anulo mi capacidad creativa en todos los órdenes.
Una alumna manifestó un día en clase lo siguiente: “En la vida hay que escoger: o somos libres o aceptamos normas; o actuamos conforme a lo que nos sale de dentro o conforme a lo que nos viene impuesto de fuera. Como yo quiero ser libre, dejo de lado las normas”. Esta joven entendía el esquema libertad-norma como un dilema. En consecuencia, para ser auténtica, para actuar con libertad interior se sentía obligada a prescindir de cuanto le habían dicho de fuera acerca de normas morales, dogmas religiosos, prácticas piadosas, etc. Con ello se alejaba de la moral y la religión de sus mayores y -lo que es todavía más grave- hacía imposible toda actividad verdaderamente creativa.
He aquí el poder temible de los esquemas mentales. Si un manipulador te sugiere que para ser autónomo en tu obrar debes dejar de ser heterónomo y no aceptar norma alguna de conducta que te venga propuesta del exterior, dile que es verdad pero sólo en un caso: cuando actuamos de modo pasivo, no creativo. Tus padres te piden que hagas algo, y tú obedeces forzado. Entonces no actúas autónomamente. Pero suponte que percibes el valor de lo que se te sugiere y lo asumes como propio. Esa actuación tuya es a la vez autónoma y heterónoma, porque es creativa.
Cuando era niño, mi madre me decía: “Toma este bocadillo y dáselo al pobre que llamó a la puerta”. Yo me resistía porque era un señor de barba larga y me daba miedo. Mi madre insistía: “No es un delincuente; es un necesitado. Vete y dáselo”. Mi madre quería que yo me adentrara en el campo de irradiación del valor de la piedad. El valor de la piedad me venía sugerido desde fuera, pero no impuesto. Al reaccionar positivamente ante esta sugerencia de mi madre, fui asumiendo poco a poco el valor de la piedad hasta que se convirtió en una voz interior. Con ello, este valor dejó de estar fuera de mí para convertirse en el impulso interno de mi obrar. En esto consiste el proceso formativo. El educador nos adentra en el área de imantación de los grandes valores, y nosotros los vamos asumiendo como algo propio, como lo más profundo y valioso de nuestro ser.
Ahora vemos con claridad la importancia decisiva de los esquemas mentales. Un especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, afirmó lo siguiente: “De todos los monopolios de que disfruta el Estado ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario”. Nada más cierto, a condición de que veamos los términos dentro del marco dinámico de los esquemas, que son el contexto en el que juegan su papel expresivo.
C) Los planteamientos estratégicos Con los términos del lenguaje se plantean las grandes cuestiones de la vida. Debemos tener máximo cuidado con los planteamientos. Si aceptas un planteamiento, vas a donde te lleven. Desde niños deberíamos estar acostumbrados a discernir cuándo un planteamiento es auténtico y cuándo es falso. En los últimos tiempos se están planteando mal, con el fin estratégico de dominar al pueblo, temas tan graves como el divorcio, el aborto, el amor humano, la eutanasia… Casi siempre se los plantea de forma sentimental, como si sólo se tratara de resolver problemas acuciantes de ciertas personas. Para conmover al pueblo, se aducen cifras exageradas de matrimonios rotos, de abortos clandestinos, realizados en condiciones infrahumanas… Tales cifras son un ardid del manipulador. El Dr. B. Nathanson, director de la mayor clínica abortista de Estados Unidos, manifestó que fue él y su equipo quienes inventaron la cifra de 800.000 abortos al año en su país. Y se sorprendían al ver que la opinión pública recogía el dato y lo propagaba con toda candidez. Hoy, convertido a la defensa de la vida, se siente avergonzado de tal fraude, y recomienda vivamente que no se acepten las cifras aducidas para apoyar ciertas campañas.
D) Los procedimientos estratégicos Hay diversos medios para dominar al pueblo sin que éste se dé cuenta. Pongamos un ejemplo; en él yo no miento pero manipulo. Tres personas hablan mal de una cuarta, y yo le cuento a ésta exactamente lo que me han dicho, pero altero un poco el lenguaje. En vez de decir que tales personas en concreto han dicho esto, indico que lo dice la gente. Paso del singular al colectivo. Con ello no sólo le infundo miedo a esa persona sino angustia, que es un sentimiento mucho más difuso y penoso. El miedo es temor ante algo adverso que te hace frente de manera abierta y te permite tomar medidas. La angustia es un miedo envolvente. No sabes a dónde acudir. ¿Dónde está la gente que te ataca con su maledicencia? La gente es una realidad anónima, envolvente, a modo de niebla que te bloquea. Te sientes angustiado.
Tal angustia es provocada por el fenómeno sociológico del rumor, que suele ser tan poderoso como cobarde debido a su anonimato. “Se dice que tal ministro realizó una evasión de capitales”. ¿Quién lo dice? La gente, es decir, nadie concreto y potencialmente todos.
Otra forma oblicua, sesgada, subrepticia, de vencer al pueblo sin preocuparse de convencerlo es la de repetir una vez y otra, a través de los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al fondo de los problemas. Sencillamente se lanzan proclamas, se hacen afirmaciones contundentes, se propagan eslóganes a modo de sentencias cargadas de sabiduría. Este bombardeo diario configura la opinión pública, porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan, como aquello de que todos hablan, como lo que se lleva, lo actual, lo normal, lo que hace norma y se impone.
Actualmente, la fuerza del número es determinante, ya que lo decisivo se resuelve mediante el número de votos. El número es algo cuantitativo, no cualitativo. De ahí la tendencia a igualar a todos los ciudadanos, para que nadie tenga poder directivo de orden espiritual y la opinión pública pueda ser modelada impunemente por quienes dominan los medios de comunicación multitudinarios. Una de las metas del demagogo es anular, de una forma u otra, a quienes pueden descubrir sus trampas, sus trucos de ilusionista.
La redundancia desinformativa tiene un poder insospechado de crear opinión, hacer ambiente, fundar un clima propicio a toda clase de errores. Basta establecer un clima de superficialidad en el tratamiento de los temas básicos de la vida para hacer posible la difusión de todo tipo de falsedades. Según Anatole France, “una necedad repetida por muchas bocas no deja de ser una necedad”. Ciertamente, mil mentiras no hacen una sola verdad. Pero una mentira o una media verdad repetida por un medio poderoso de comunicación se convierte en una verdad de hecho, incontrovertida; viene a constituir una “creencia”, en el sentido orteguiano de algo intocable, de suelo en que se asienta la vida intelectual del hombre y que no cabe discutir sin exponerse al riesgo de quedar descalificado. A formar este tipo de “creencias” tiende la propaganda manipuladora con vistas a tener un control soterrado de la mente, la voluntad y el sentimiento de la mayoría.
El gran teórico de la comunicación MacLuhan acuñó la expresión de que “el medio es el mensaje”: no se dice algo porque sea verdad; se toma como verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los espectáculos de diverso orden tienen un inmenso prestigio para quien los ve como una realidad prestigiosa que se impone desde un lugar para uno inaccesible. El que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene algún poder de discernimiento. Pero el gran público permanece fuera de los centros que irradian los mensajes. Es insospechable el poder que implica la posibilidad de hacerse presente en los rincones más apartados y penetrar en los hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de modo sugerente.
Antídoto contra la manipulación La práctica de la manipulación altera la salud espiritual de personas y grupos. ¿Poseen éstos defensas naturales contra ese virus invasor? ¿Cabe poner en juego un antídoto contra la manipulación demagógica? Actualmente, es imposible de hecho reducir el alcance de los medios de comunicación o semeterlos a un control eficaz de calidad. No hay más defensa fiable que una debida preparación por parte de cada ciudadano. Tal preparación abarca tres puntos básicos: 1)Estar alerta, conocer en pormenor los ardides de la manipulación.
2)Pensar con rigor, saber utilizar el lenguaje con precisión, plantear bien las cuestiones, desarrollarlas con lógica, no cometer saltos en el vacío. Pensar con rigor es un arte que debemos cultivar. El que piensa con rigor es difícilmente manipulable. Un pueblo que no cultive el arte de pensar con la debida precisión está en manos de los manipuladores.
3)Vivir creativamente. Lo más valioso de la vida sólo se lo aprende de verdad cuando se lo vive. Si tú, por ejemplo, prometes crear un hogar con otra persona y eres fiel a esa promesa, vas aprendiendo día a día que ser fiel no se reduce a tener aguante. Aguantar es la tarea de muros y columnas. El hombre está llamado a algo más alto, a ser creativo, es decir: a ir creando en cada momento lo que prometió crear. La fidelidad tiene un carácter creativo. Cuando el manipulador de turno te diga al oído: “No aguantes, búscate satisfacciones fuera del matrimonio, que eso es lo imaginativo y creador”, sabrás contestar adecuadamente: “Amigo, yo no intento aguantar, sino ser fiel, que es bien distinto”. Lo dirás porque sabrás por dentro lo que es e implica la virtud de la fidelidad.La movilización de un contraantídoto: la confusión de vértigo y éxtasis Si tomamos estas tres medidas, seremos libres a pesar de la manipulación. Pero aquí surge un grave peligro: quienes desean dominarnos están poniendo en juego un contraantídoto, que consiste en confundir dos grandes procesos de nuestra vida: el de vértigo y el de éxtasis. Si caemos en esta trampa, perderemos definitivamente la libertad.
El vértigo es un proceso espiritual que comienza con la adopción de una actitud egoísta. Si soy egoísta en la vida, tiendo a considerarme como el centro del universo y a tomar cuanto me rodea como medio para mis fines. Cuando me encuentre con una realidad -por ejemplo, una persona- que me atrae porque puede saciar mis apetencias, me dejaré fascinar por ella. Dejarse fascinar por una persona significa dejarse arrastrar por la voluntad de dominarla para ponerla a mi servicio. Cuando estoy en camino de dominar aquello que enardece mis instintos, siento euforia, exaltación interior. Me parece que voy a adquirir una rápida y conmovedora plenitud personal. Pero esa conmoción eufórica degenera inmediatamente en decepción, porque, al tomar una realidad como objeto de dominio, no puedo encontrarme con ella, y no me desarrollo como persona. Recordemos que el hombre es un ser que se constituye y desarrolla a través del encuentro. Esa decepción profunda me produce tristeza. La tristeza acompaña siempre a la conciencia de no estar en camino de desarrollo como persona. Esa tristeza, cuando se repite una y otra vez, se hace envolvente, asfixiante, angustiosa. Me veo vaciado de cuanto necesito para ser plenamente hombre. Al asomarme a ese vacío, siento vértigo espiritual, angustia.
Si el sentimiento de angustia es irreversible porque no soy capaz de cambiar mi actitud básica de egoísmo, la angustia da lugar a la desesperación: la conciencia lúcida y amarga de que tengo todas las salidas cerradas hacia mi realización personal.
Un joven estudiante se esforzó un día en convencer a una amiga drogadicta de que se estaba destruyendo. Ésta le interrumpió y le dijo con desaliento: “No te canses. Sé perfectamente que estoy bordeando el abismo. Lo que pasa es que no puedo volver atrás, que es bien distinto”. Esta conciencia de no tener salida es la desesperación.
La desesperación lleva rápidamente a la destrucción, la propia o la ajena, la física o la moral.
(Digamos entre paréntesis que este proceso se refiere a quienes en perfecto estado de salud se entregan al afán de poseer lo que encandila las propias apetencias, no a quienes sufren algún tipo de depresión por causas fisiológicas.) Sobrevolemos lo dicho. El vértigo no te exige nada al principio, te lo promete todo y te lo quita todo al final. El vértigo te llena de ilusiones y acaba convirtiéndose en un iluso.
Veamos ahora el proceso opuesto: el de éxtasis o creatividad. Si no soy egoísta, sino generoso, no reduzco cuanto me rodea a medio para mis fines. Yo soy un centro de iniciativa, pero tú también. Por eso te respeto en lo que eres y en lo que estas llamado a ser. Este respeto me lleva a colaborar contigo, no a dominarte. Colaborar es entreverar mis posibilidades con las tuyas. Y este entreveramiento es el encuentro. Al encontrarme, me desarrollo como persona y siento alegría. Esta alegría, en su grado máximo, se llama entusiasmo. A mí me entusiasma encontrarme con realidades que me ofrecen tantas posibilidades de actuar creativamente que me elevan a lo mejor de mí mismo. Esa elevación es el éxtasis. Cuando me siento cercano a la realización de mi vocación más profunda, experimento una gran felicidad interior Esta felicidad me lleva a la edificación de mi personalidad, de la mía y de la de quienes se han encontrado conmigo. He aquí un dato decisivo: El proceso de éxtasis o encuentro crea vida de comunidad. El proceso de vértigo la destruye.
El éxtasis es un proceso espiritual que al principio te lo exige todo, te lo promete todo y te lo da todo al final. ¿Qué es lo que exige al principio? Generosidad. No encontrarás ni una sola acción que sea creativa en deporte, en vida de relación, en vida estética o religiosa que no lleve en su base alguna dosis de generosidad. Si eres egoísta en la práctica del deporte, reducirás tu juego a mera competición, que es una de las formas del vértigo de la ambición. Tomarás a los compañeros de juego como medios para tus fines. No fundarás unidad sino disensión, y engendrarás violencia.
Están a la vista las consecuencias del vértigo y el éxtasis: ·El vértigo anula poco a poco la creatividad humana -porque imposibilita el encuentro, y toda forma de creatividad se da en el hombre a través de la fundación de modos diversos de encuentro-, amengua al máximo la sensibilidad para los grandes valores, hace imposible la fundación de modos elevados de unidad.
·El éxtasis, por el contrario, incrementa la creatividad, la sensibilidad para los grandes valores, la capacidad do unirse de forma sólida y fecunda con las realidades del entorno.
Ahora podemos responder lúcidamente a la pregunta que dejamos antes pendiente. Decíamos que el tirano domina a los pueblos reduciendo las comunidades a meras masas. Lo hace amenguando la capacidad creadora de cada una de las personas que constituyen tales comunidades. Este empobrecimiento de las personas se consigue orientándolas hacia las diversas formas de vértigo no hacia las de éxtasis. Para ello el demagogo manipulador confunde ambas formas de experiencia, y dice a las gentes, sobre todo a los jóvenes: “Os concedo todo tipo de libertades para realizar experiencias exaltantes de vértigo. Esa exaltación es la verdadera forma de entusiamo, y conduce a la felicidad y la plenitud”.
Si caemos en esta trampa artera, no tenemos futuro como personas. Vértigo y éxtasis son polarmente opuestos en su origen -que es la actitud de egoísmo, por una parte, y de generosidad, por otra- y son diversos en sus fines: El vértigo tiende al ideal del dominio y el disfrute; el éxtasis se orienta al ideal de la unidad y la solidaridad. Confundir ambos tipos de experiencias significa proyectar el prestigio secular de las experiencias que los griegos denominaban “éxtasis” -elevación a lo mejor de uno mismo- sobre las experiencias de vértigo y dar una aparente justificación a las prácticas que conducen al hombre a formas de exaltación aniquiladora.
Nuestra voluntad de supervivencia como seres personales nos lleva a preguntar si hay un antídoto contra la confusión de vértigo y éxtasis. Por fortuna, lo hay, y se basa en la convicción de que el ideal lo decide todo en nuestra vida. Somos seres dinámicos, debemos configurar nuestra vida conforme a un ideal; tenemos libertad para tomar un ideal u otro como meta de la existencia, impulso y sentido de nuestro obrar, pero no podemos evitar que el ideal del egoísmo y el dominio nos exalte primero y nos destruya al final, y que el ideal de la generosidad y la unidad nos exija al principio un gran desprendimiento y nos dé al final la plenitud. El hecho de orientar la vida hacia este ideal plenificante nos impulsa a elegir en cada momento lo más adecuado a nuestro verdadero ser. Esta libertad interior nos inmuniza en buena medida contra la manipulación.
La configuración de un Nuevo Humanismo Una vez que recuperemos el lenguaje secuestrado por los manipuladores y ganemos libertad interior, podemos abordar con garantía de éxito la gran tarea que tiene ante sí la Humanidad actual: dar vida a una nueva forma que asuma los mejores logros de la Edad Moderna y supere sus deficiencias, las que provocaron dos hecatombes mundiales. Esta tarea, que en lenguaje religioso se está llamando “reevangelización”, sólo podrá llevarse a cabo si vamos a la raíz de nuestro obrar. La raíz es el ideal que nos mueve.
Desde el período de entreguerras se pide en Europa un cambio en el estilo de pensar, de sentir y actuar. Ese cambio no se ha realizado. De ahí el desconcierto y la apatía de la sociedad contemporánea. Es hora de abandonar la indecisión y poner las bases de una concepción de la vida aquilatada, más ajustada a la condición verdadera del ser humano. Ello requiere tener la valentía de optar por el ideal de la generosidad, la unidad, la solidaridad. Ese ideal -y la cultura a él correspondiente- tiene una antigua y prestigiosa tradición en Europa, pero, frente a la época anteriores a la nuestra, se nos presenta como algo novedoso. Si lo asumimos animosamente, sin restricción alguna, veremos nuestra vida colmada de alegría, pues, como bien decía el gran Bergson, “la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado” [4] . Y no hay mayor triunfo que el crear modos auténticos de unión personal.
Que esta tarea creativa se lleve a cabo en la sociedad actual depende en buena medida de los medios de comunicación. Un día y otro, con el poder de persuasión que ejerce la insistencia, los “medios” abren ante el hombre actual dos vías opuestas: la vía de la creatividad y la edificación cabal de la personalidad, y la vía de la fascinación y el desmoronamiento de la vida personal. Cuando se habla de manipulación, se alude a una forma de abuso de los medios de comunicación que tiende a encaminar a las gentes por una vía destructiva.Cabe, sin embargo, otra forma de uso que asuma todas las posibilidades de tales medios y les confiera una honda nobleza y una gran fecundidad. Sólo cuando las gentes se orienten por esta vía tendrán garantizada su libertad en el seno de los regímenes democráticos, que -bien está recordarlo- no generan libertad interior automáticamente.
[1] Este trabajo servirá de Introducción a un curso que el autor va dar en breve en el Internet del Vaticano (Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales) con ese mismo título.
[2] Sobre este concepto de “ideología” puede verse mi trabajo “Conocer, sentir, querer. A propósito del tema de las ideologías”, en Hacia un estilo de pensar I. Estética. Editora Nacional, Madrid 1967, págs. 39-96.
[3] Cf. Nietzsche I, Neske, Pfullingen 1961, p. 400.
[4] Cf. L’energie spirituelle, PUF, París 321944, p. 23 El Dr. López Quintás es catedrático de filosofía en la Univ. Complutense de Madrid.
C. S. Lewis, “La abolición del hombre”
“La conquista de la Naturaleza por parte del hombre” es una expresión utilizada habitualmente para describir el progreso de las ciencias aplicadas. “El Hombre ha derrotado a la Naturaleza”, le dijo alguien a un amigo mío hace poco tiempo. En su contexto, estas palabras tenían una cierta trágica belleza, pues quien las pronunciaba se estaba muriendo de tuberculosis. “No importa”, siguió diciendo: “Sé que soy uno de las pérdidas. Está claro que hay pérdidas tanto en la parte ganadora como en la parte perdedora. Pero no altera el hecho de que sea ganadora”. He elegido esta historia como punto de partida con el fin de poner en claro que no deseo menospreciar lo que de verdaderamente beneficioso existe en el proceso descrito como “La conquista humana”, y mucho menos toda la verdadera pasión y el sacrificio personal que lo han hecho posible. Pero una vez dicho esto, debo proceder a analizar esta concepción un poco más de cerca. ¿En qué sentido es el Hombre el poseedor de un poder creciente sobre la naturaleza? Consideremos tres ejemplos típicos: el avión, la radio y los anticonceptivos. En una comunidad civilizada y en tiempo de paz, cualquiera que se lo pueda permitir puede hacer uso de estas tres cosas. Pero no se puede decir estrictamente que quien lo hace esté ejerciendo su poder personal o individual sobre la Naturaleza. Si te pago para que me lleves no se puede decir que yo sea un hombre con poderío. Todas y cada una de las tres cosas que he mencionado les pueden ser negadas a algunos hombres por parte de otros hombres: los que las venden, o por los que permiten la venta, o por los que poseen los medios de producción o por quienes los producen. Lo que llamamos el poder del Hombre es, en realidad un poder que poseen algunos hombres, que pueden permitir o no que el resto de los hombres se beneficien de él. De nuevo, en lo que se refiere al poder del avión o de la radio, el Hombre es tanto el paciente u objeto como el poseedor de tal poder, puesto que es blanco tanto de las bombas como de la propaganda. En lo que respecta a los anticonceptivos, existe paradójicamente un sentido negativo por el que todas las posibles generaciones futuras son pacientes u objetos de un poder que ejercen sobre ellas los que aún viven. A través de la contracepción, simplemente se les niega la existencia; a través de la contracepción, se les obliga a ser, sin que les pida opinión, lo que una generación, por sus propias razones, pueda elegir. Bajo este punto de vista, lo que llamamos el poder del Hombre sobre la Naturaleza se revela como un poder ejercido por algunos hombres sobre otros con la Naturaleza como instrumento.
Por supuesto que es un tópico lamentarse de que, hasta ahora, los hombres han usado equivocadamente y contra sus propios congéneres el poder que la ciencia les ha otorgado. Ni siquiera es éste el punto sobre el que quiero reflexionar. No me estoy refiriendo a abusos o corrupciones particulares que una mayor moralidad pudiera subsanar; estoy considerando lo que debe ser siempre y esencialmente lo que llamamos “el poder del Hombre sobre la Naturaleza”. Sin duda, este cuadro se podría modificar con la estatización de las materias primas y las empresas y mediante el control público de la investigación científica. Pero, a menos que existiera un único Estado mundial, esto todavía significaría la preponderancia de unas naciones sobre otras. E incluso esta única Nación o Estado mundial, significaría (en general) el poder de las mayorías sobre las minorías y (en particular) el poder del gobierno sobre el pueblo. Y todas las acciones de poder a largo plazo, especialmente en lo que respecta a la natalidad, significan el poder de las generaciones previas sobre las posteriores.
Este último punto no siempre se enfatiza lo suficiente, pues los estudiosos de los asuntos sociales aún no han aprendido a imitar a los físicos en la consideración del tiempo como dimensión. A fin de comprender totalmente lo que significa realmente el poder del Hombre sobre la Naturaleza y, por tanto, el poder de algunos hombres sobre otros, debemos considerar en el tiempo la raza humana, desde la fecha de su aparición hasta la de su extinción. Cada generación ejercita un poder sobre sus sucesores y cada una, en la medida que modifica el medio ambiente que hereda y en la medida que se rebela contra la tradición, limita y se resiste al poder de sus predecesores. Esto modifica el cuadro que, a veces, se nos presenta: una progresiva emancipación frente a la tradición y un control progresivo de los procesos naturales resultantes del continuo incremento del poder humano. En realidad, por supuesto, si cada generación realmente alcanzara, mediante una educación eugenésica y científica, el poder de realizar en sus descendientes lo que ella deseara, cualquier hombre que viviera tras dicha generación sería objeto de tal poder. Y no sería más fuerte, sino más débil: aunque hayamos podido poner útil maquinaria en sus manos, habremos prefijado cómo se debe usar. Y si, como suele suceder, la generación que hubiera logrado el máximo poder sobre la posteridad fuera también la generación más emancipada de la tradición, se vería comprometida en reducir el poder de sus predecesores tan drásticamente como el de sus sucesores. También tenemos que recordar que, aparte de esto, cuanto más reciente es una generación, tanto más cercana está de la fecha en que las especies se hayan de extinguir, y tanto menos poder tendrá para avanzar, pues sus sujetos serán cada vez menos en número. Por consiguiente, no se puede plantear la cuestión del poder conferido a la raza como algo que se asienta con firmeza en la medida en que la raza progresa. Los últimos hombres, lejos de ser herederos del poder, serán sobre todo los más sujetos a la mano mortal de los grandes planificadores y manipuladores, y serán menos capaces de ejercer un poder sobre el futuro.
El cuadro resultante es el de una época dominante -pongamos por caso el siglo X d.C.- que resiste con éxito a las generaciones precedentes y domina de forma irresistible a las posteriores y, por tanto, es la auténtica guía de la especie humana. Y centrándonos en esta generación, (que es en sí una minoría infinitesimal de la especie) el poder lo ejercerá una minoría aún más reducida. La conquista de la Naturaleza, si se cumple el sueño de ciertos científicos planificadores, resultará ser el proyecto de algunos cientos de hombres sobre miles de millones. Ni hay ni puede haber incremento alguno del poder por parte del Hombre. Todo poder conquistado por el hombre es también un poder ejercido sobre el hombre. Todo avance debilita al tiempo que fortalece. En toda victoria, el general, además de triunfar, es también el esclavo que sigue el coche triunfal.
Aún no estoy considerando si el resultado de tales victorias ambivalentes es algo bueno o malo. Sólo pretendo clarificar lo que significa la conquista de la Naturaleza verdaderamente y, en especial, cuál es el peldaño final de tal conquista (peldaño que, por otra parte, no parece estar lejano). El peldaño final se alcanza cuando mediante la eugenesia, mediante la manipulación prenatal y mediante una educación y una propaganda basadas en una perfecta psicología aplicada, el Hombre logra un completo control sobre sí mismo. La naturaleza humana será el último eslabón de la Naturaleza que capitulará ante el Hombre. En ese momento se habrá ganado la batalla. Habremos “arrancado el hilo de la vida de las manos de Cloto” y, en adelante, seremos libres para hacer de nuestra especie aquello que deseemos. La batalla estará, ciertamente ganada. Pero ¿quién, en concreto, la habrá ganado? El poder del Hombre para hacer de sí mismo lo que le plazca significa, como hemos visto, el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les place. No cabe duda de que siempre, a lo largo de la historia, la educación y la cultura, de algún modo, han pretendido ejercer dicho poder. Pero la situación que tenemos en ciernes es novedosa en dos aspectos. En primer lugar, el poder estará magnificado. Hasta ahora, los planes educativos han logrado poco de lo que pretendían y de hecho, cuando los repasamos (cómo Platón considera a cada niño “un bastardo que se refugia tras un pupitre”, y cómo Elyot desearía que el niño no viese hombre alguno hasta los siete años, y cumplida esa edad, no viese a ninguna mujer, y cómo Locke quiere a los niños con zapatos rotos y sin aptitudes para la poesía) podemos agradecer la beneficiosa obstinación de las madres reales, de las niñeras reales, y sobre todo, de los niños reales por mantener la raza humana en el grado de salud que todavía tiene. Pero los que moldeen al hombre de esta nueva era estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnología científica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la prosperidad a su antojo.
La segunda diferencia es, si cabe, más importante aún. En los antiguos sistemas, tanto el tipo de hombre que los educadores han pretendido producir como sus motivos para hacerlo estaban prescritos por una Norma moral; una Norma a la que estaban sujetos los propios maestros y frente a la que no pretendían tener la libertad de desviarse. No aquilataban a los hombres según el esquema por ellos preestablecido. Manejaban lo que habían recibido: iniciaban al joven neófito en el misterio de la humanidad que a ambos concernía; es decir: los pájaros adultos enseñando a volar a los jóvenes. Pero esto se modificará. Los valores no son simplemente fenómenos naturales. Se pretende generar juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación. Sea cual fuere la Norma, será el resultado y no el motivo de la educación. Los Manipuladores se han emancipado de todo esto. Han conquistado una parcela más de la Naturaleza. El origen último de toda acción humana ya no es, para ellos, algo dado. Es algo que manejan, como hace con la electricidad: es misión de los Manipuladores controlar dicho origen y no someterse a él. Saben cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar. Ellos se sitúan aparte, por encima. Estamos considerando el último eslabón de la lucha del Hombre ante la Naturaleza. La última victoria se ha producido. La naturaleza humana ha sido conquistada, sea cual fuere el sentido de dichas palabras.
Los Manipuladores, en ese punto, estarán en condiciones de elegir el tipo de Norma artificial que quieran imponer, según sus propias razones adecuadas, sobre la raza humana. Son los motivadores, los creadores de motivos. Pero ¿de dónde sacarán ellos esos motivos? En principio, quizás tengan reminiscencias en sus propias mentes de la antigua Norma “natural”. Por tanto, se considerarán a sí mismos como servidores y guardianes de la humanidad y creerán tener el “deber” de hacerlo “bien”. Pero sólo la confusión les permitirá permanecer en esa situación. Consideran el concepto de deber como el resultado de ciertos procesos que ahora pueden gobernar. Su victoria ha consistido, precisamente, en pasar del estado en que eran objetos de dichos procesos al estado en que los utilizan como herramientas. Una de las cosas que deben decidir ahora es si condicionarnos al resto de tal modo que podamos seguir teniendo la vieja idea del deber y las antiguas reacciones ante él. ¿De qué manera les puede ayudar el deber a decidir una cosa así? Someten a juicio el propio deber: pero en dicho juicio el deber no puede ser al mismo tiempo juez. Y así, lo intrínsecamente “bueno” se queda estancado, no mejora. Saben con precisión cómo producir en nosotros una docena de concepciones diferentes del bien. La cuestión es cuál de ellas se lleva a la práctica, en caso de que se lleve alguna. Ninguna de las distintas concepciones del bien les puede ayudar a decidir. Es absurdo centrarse en algo que se compara para hacerlo modelo de comparación.
A alguien podría parecerle que estoy imaginando dificultades ficticias para mis Manipuladores. Otros críticos, más ingenuos, podrían preguntar: “¿Por qué presupones que son tan malvados?” Sin embargo, yo no presupongo que sean hombres malvados, pues ni siquiera son ya hombres -en el antiguo sentido de la palabra-. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado su parte de humanidad tradicional a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la “Humanidad”. “Bueno” y “malo”, aplicadas a ellos, son palabras vacías, puesto que el contenido de las mismas se deriva, en adelante, de ellos mismos. No es ficticia, por consiguiente, la dificultad. Podemos suponer que fue posible decir: “Después de todo, la mayoría queremos más o menos lo mismo: comida, bebida e intercambios sexuales, diversión, arte, ciencia, y una vida lo más larga posible para los individuos y para la especie. Digámosles, simplemente: Esto es lo que nos gusta; y manipulemos a los hombres de modo que logremos el objetivo. ¿Cuál es el problema?” Pero no es ésta la respuesta. En primer lugar, es falso que a todos nos gusten las mismas cosas. Pero aunque así fuera, ¿qué motivo impulsa a los Manipuladores a despreciar satisfacciones y vivir días laboriosos a fin de que, en el futuro, tengamos lo que nos gusta? ¿Su deber? Su deber no es otro que la Norma, que decidirán si imponernos o no, pero que no será válida para ellos. Si la aceptan ya no serán los que deciden sobre las conciencias, sino que aún estarían sujetos a la Norma y, en tal caso, no habría acontecido la conquista definitiva de la Naturaleza. ¿La preservación de las especies? ¿Por qué han de ser protegidas las especies? Uno de los problemas que dejarían tras ellos sería si a este sentimiento hacia la posteridad (que bien saben ellos cómo producir) se le debe dar o no continuidad. No importa cuánto se retrotraigan o cuánto profundicen, pues no encontrarán base alguna sobre la que fundamentarlo. Todo motivo que pretendan poner en juego se convertirá, de primera, en petitio. No es que sean hombres malvados; es que no son hombres en absoluto. Apartándose de la Norma han dado un paso hacia el vacío. Y no es que sean, necesariamente, gente infeliz. Es que no son hombres en absoluto: son artefactos. La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre.
C. S. Lewis, “La obra bien hecha y las buenas obras”
“El diablo propone un brindis”, Ed. Rialp.
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C. S. Lewis, “La abolición de la educación”
Fragmentos de “El diablo propone un brindis”.
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Biografía de C. S. Lewis
Tomada de la primera “Crónica de Narnia”, en la edición de Andrés Bello: Clive Staples Lewis es considerado como una de las figuras más interesantes del pensamiento inglés de nuestro siglo. Nació en 1898 y falleció en 1963. Estudió literatura y destacó como crítico y novelista y también por sus escritos morales. Entre 1925 y 1954 se desempeñó como ‘fellow y tutor” en Magdalen College, Oxford, y en 1954 fue nombrado profesor en la Universidad de Cambridge, en la cual, hasta su muerte, enseñó literatura inglesa medieval y del Renacimiento.
Su cultura literaria, filosófica y teológico fue impresionante, al igual que lo fueron su imaginación y talento de escritor. A estas condiciones une una profunda religiosidad cristiana actual y, como sostienen algunos comentaristas, “de vuelta” de todas las tentaciones contemporáneas.
Entre sus textos de crítica están “The Allegory of love” y la “Literatura Inglesa del siglo XVI”.Sus obras más conocidas son sus escritos religiosos y morales, como su estudio sobre el problema del dolor (“The problem of pain”).”Cartas del diablo a su sobrino” (“The screwtape Letters”) y otras.
Algunos de sus libros abordan temas de ciencia ficción: “Out of the Silent Planet” es la primera de tres novelas que además destacan por su fuerte sentido cristiano.
Con “El León, la Bruja y el Ropero” Lewis inició una serie de siete libros para niños que reunió bajo el título “Las crónicas de Narnia”. Es una obra en la que resaltan el brillo y talento del autor, junto a una imaginación desbordante y a un lenguaje de riqueza extraordinaria.
Tomada de la enciclopedia Microsoft Encarta 97: Lewis, Clive Staples (1898-1963), crítico, académico y novelista inglés, nació en Belfast (Irlanda). Estudió en escuelas privadas y completó su formación en la Universidad de Oxford. Fue tutor y miembro del consejo de Gobierno de Oxford entre 1925 y 1954. Posteriormente dio clases de literatura medieval inglesa en la Universidad de Cambridge.
Su principal obra crítica es Alegoría del amor (1936), donde estudia las relaciones entre la literatura medieval y el amor cortesano. Esta obra consolidó su prestigio académico. Sin embargo, Lewis es más conocido por sus análisis de problemas morales y religiosos resultado de sus vivencias: se educó en el protestantismo del Ulster, se hizo agnóstico por la influencia pagana de la lectura de los clásicos y abrazó la fe cristiana tras largas discusiones con su amigo Tolkien. Su trilogía Perelandra, que comenzó con El planeta silencioso (1938), resultó ser una fusión sin precedentes de ciencia ficción, fantasía y alegoría. Entre sus estudios sobre las creencias del cristianismo tradicional, basadas en parte en sus conferencias radiofónicas para la BBC durante la II Guerra Mundial, figuran Más allá de la personalidad (1940), Milagros (1947), y La cristiandad (1952). Una de sus obras más populares es Cartas del diablo a su sobrino (1942), en las que un diablo anciano instruye sardónicamente a su aprendiz en los métodos de la tentación moral. Lewis describió su propia conversión al cristianismo en Sorprendido por la alegría (1955). Escribió asimismo una serie muy popular de libros infantiles titulada Crónicas de Narnia, que comenzó en 1950 con El león, la bruja y el armario, una obra alegórica y fantástica sobre la eterna lucha del bien y el mal bajo una concepción católica, en la que al final el creador del país de Narnia se inmola para salvar el mundo; aunque la obra rebosa optimismo y humor. Un género que también cultivó su amigo J. R. Tolkien en El señor de los anillos.
Tomada de Miguel Casas Ruiz (www.menteabierta.org): Clive Staples Lewis fue bautizado el 29 de Junio de 1899 en la iglesia de San Marcos Dundela de Belfast, Irlanda.
Su padre, Albert era notario y provenía de una familia de granjeros de Gales que habían inmigrado a Irlanda. Había empezado como obrero y terminó como socio de una importante firma de ingeniería y armadores de buques. De talante sentimental, era apasionado y melodramático; tan tierno como lleno de ira, muy al contrario de su madre, Flerence Augusta Hamilton que hacía gala de una mente crítica e irónica. Ella provenía de una familia de clérigos y abogados y era la hija de un pastor protestante. Esta diferencia tan notable de caracteres en las familias, marcó parte del temperamento y carácter de C. S. Lewis.
Desde su más tierna infancia estuvo rodeado de libros de todas clases, algunos poco recomendables para un niño de su edad. Lejos de ser criado en un puritanismo estricto, Lewis fue enseñado en la rutina de ir a la iglesia y de rezar a su debido tiempo que él, por su parte, aceptó sin un interés especial.
Cuando sólo contaba 9 años de edad, su madre enfermó de cáncer murió. Esta muerte marcó su vida. No sólo le dejó huérfano sino que también le separó de su padre quien, bajo la presión de la enfermedad de su esposa, se había convertido en un hombre hosco con un temperamento imprevisible. A tierna edad Lewis ya había empezado a escribir narraciones fantásticas que ocurrían en un mundo donde los personajes eran animales.
A los 14 años, entró en el Malvern College de Inglaterra, después de haber recibido una educación preliminar en diferentes colegios. En su etapa final de preparación tuvo la importante influencia de su tutor, un profesor ateo y racionalista. Bajo su influencia fue desarrollándose en C. S. Lewis una conversión gradual hacia la increencia. Un extraño pensamiento ateo combinado con creencias ocultistas fue el resultado.
La imaginación, de un tipo o de otro, jugó siempre un papel preponderante en su vida. La lectura de la obra “Sigfrido y el ocaso de los dioses” lo envolvió en la pasión más pura por lo nórdico, llegando a ser un verdadero erudito en la materia. Durante su época de universitario sus sentimientos hacia la naturaleza se ensalzaron al más puro sentido de lo romántico, desplazando su primitiva pasión por la mitología nórdica que imperceptiblemente terminó por convertirse en un interés puramente “científico”.
A finales de 1916 se presentó en Oxford para el examen a una beca. Entró en la Residencia en el trimestre del verano de 1917. Corrían los tiempos de la Primera Guerra Mundial y tuvo que alistarse en el ejército. Fue destinado a Francia y allí, convaleciente de una enfermedad, tuvo su primer encuentro con la obra de G. K. Chesterton. Podría pensarse que debido a su ateísmo, a su carácter pesimista y al rechazo que sentía por todo sentimentalismo, fuera el autor con quien menos congeniase. La realidad, en cambio, fue que lo conquistó inmediatamente. Aceptó y disfrutó de lo que decía en sus obras y sentía el encanto de la bondad que transmitían.
La lectura de las obras de George McDonald, le abrió la frontera a un nuevo mundo, un mundo de beatitud, en donde Dios estaba más cerca de la realidad de lo que nunca antes había vivido. Leer a Chesterton y a McDonald no es lo más recomendable a uno que se dice ser ateo.
La guerra terminó para él cuando fue herido por un obús inglés. Durante su convalecencia tuvo otra experiencia trascendental en la lectura de Bergson. Fue una experiencia que revolucionó su vida emocional y le abrió las puertas a la comprensión hacia autores apasionados a los que hasta ese momento había rechazado.
En enero de 1919 regresó a Oxford y vivió situaciones y momentos que tuvieron una influencia esencial en su forma de ver la vida. Tuvo la ocasión de poder ver que los valores más difíciles actúan en nuestras vidas y cambian nuestro pensamiento. Y esto debido a distintas circunstancias como fue las conversaciones con un cura católico apóstata, la experiencia de ver a un ser querido que había experimentado con toda clase de experiencias “espirituales” volverse loco y la conversión de sus mejores amigos a la corriente antroposofista de Steniner que invadía el mundo intelectual de la época. Todo esto le llevó a plantearse cuestiones que hasta entonces creía tener resueltas.
El 1922 terminó su carrera y estuvo un año más dedicado al estudio de la literatura inglesa. En la obra de los autores cristianos que por su pensamiento deberían estar distantes de su ateísmo, encontró una plenitud de vida que faltaba en el racionalismo laico.
Durante parte de su existencia Lewis buscó la felicidad a través de la belleza, en la creatividad humana, en la mitología nórdica, en los clásicos Platón, Aristóteles, Lucrecio, Cátulo, Tácito y Herodoto. Encontró belleza en Shelley y en Morris e inteligencia en Yeats. Aprendió francés para poder leer a Maeterlinck. Le sorprendió el lado salvaje del romanticismo Wilde y le interesaba la obra de Beardley. Toda su vida estuvo leyendo: Kant, Shopenhauer, Morris, Yeats, Tennyson, Goethe, Voltaire. En su búsqueda de la felicidad se topó con George McDonald y con Dante, con Milton , con Chesterton, Spinoza, Bergson y Spenser, autores cuyas obras le llevaron a un reflexión sobre Dios que cambió radicalmente su vida. Pasó de un tiempo agriamente descreído, viviendo una ausencia de todo, a percibir la verdad del Evangelio que anteriormente había considerado otra fábula más. Finalmente se convirtió al cristianismo. Su racionalismo fue vencido por la razón de Dios. Se encontró con la fe que le abrió los ojos. Su inteligencia y su mente lógica, su preparación y su sensibilidad se rindieron a la evidencia de Jesucristo como Señor y Redentor y desde entonces su vida ya no fue la misma. Era un hombre nuevo. De Antítesis plena pasó a ser llamado a predicar la Gloria de Vida eterna que hay en el seguimiento de Jesucristo.
Fue contratado como profesor por la Universidad y en 1925 fue nombrado miembro del Magdalen College. Por esa época ya había abandonado su actitud racionalista y allí conoció a dos nuevos amigos, ambos cristianos, Dysson y J.R.R. Tolkien. La amistad con este último marcó la caída de los viejos prejuicios.
En 1925 fue elegido Miembro del Magdalen College de Oxford y estuvo 29 años enseñando Literatura y Lengua Inglesa. En 1937 recibió el Premio Gollancz Memorial de literatura en reconocimiento a su estudio de la tradición medieval en “The Allegory of Love”. Fue nombrado Doctor of Divinity por la Universidad de St. Andrews en 1946 y más tarde en 1948 Miembro de la Royal Society of Literature. Se le concedió el Doctorado en Letras por la Universidad de Laval en Quebec en 1951. Y en 1954 aceptó la cátedra de Literatura Medieval y del Renacimiento de la Universidad de Cambridge. Miembro de la Academia Británica, rehusó la Orden del Imperio Británico. En 1957 recibió la Carnegie Medal en reconocimiento por su obra “The Last Battle.” En 1958 Lewis fue elegido Miembro Honorario de la University College, Oxford y un año más tarde fue nombrado Doctor Honorario de Literatura por la Universidad de Manchester.En 1956 se casó con la poetisa americana Joey Davidman. Su matrimonio duró sólo 4 años a causa de la enfermedad de ella, que murió en el 1960 cuando tenía 45 años de edad. En ella Lewis no sólo encontró el amor de una mujer, sino también a una amiga y a una interlocutora activa, inteligente y dispar. Sus caracteres tan distintos les llevaban a controversias bizantinas que podían durar días. Fue un tiempo de serenidad y plenitud.
La obra de C.S. Lewis es ingente y diversa. Su fertilidad creativa le llevó a mezclar estilos tan dispares como son narraciones de ficción, ensayos y poesía. En todos ellas, sin embargo, se encuentran ese sello personalísimo de su autor, su frescura, su bondad, su inteligencia y sensibilidad. Pero donde verdaderamente puso todo su empeño fue en la difusión de la fe cristiana. Ahí se destacó como el apologista más importante de este siglo.
El pensamiento de C.S. Lewis se puede identificar con cualquier rama del saber, debido a la importancia que reviste el ser humano en su pensamiento. Temas como, el lugar del hombre en el universo, la unidad sustancial de cuerpo y alma, el amor y el dolor, alcanzar a Dios partiendo de experiencias fundamentales.
A partir de ahí Lewis muestra la verdad de la revelación como la clave de la inteligibilidad del misterio del hombre. Su pensamiento gira alrededor de estas tres realidades: la existencia de un Dios personal, la centralidad de Cristo en la creación y la historia de la salvación del hombre.
Sus obras más célebres son (traducidas al castellano): Los Cuatro amores, Mientras no tengamos rostro, El diablo propone un brindis, Cartas del diablo a su sobrino, El problema del dolor, Mero Cristianismo, Dios en el banquillo, El gran divorcio, Lo eterno sin disimulo, Las Crónicas de Narnia y la Trilogía de Ransom.
Siempre vigilante a la actualidad, sensible a los problemas del hombre, no perdía ocasión para dar un testimonio de verdad intemporal. Cualquier oportunidad era propicia para hablar, escribir, impugnar, rebatir, contradecir y pelear con argumentos lógicos, como ecuaciones precisas de la geometría divina.
Lewis explicó y defendió la fe cristiana al hombre de hoy y lo hizo poniendo su talento y sus conocimientos al servicio de Dios. Murió el 22 de noviembre de 1963, el mismo día que asesinaron al presidente Kennedy. Contaba 65 años de edad.
Alejandro Llano, “La derecha y la fe”, Alfa y Omega, 29.III.2001
Si alguien dice que no es de izquierdas ni de derechas, entonces es que es de derechas. Hace más de treinta años que escuché por primera vez esta sentencia. Me pareció en aquel momento que no le faltaba buena parte de razón. Pero después la he oído repetir una y otra vez. Y ahora pienso que los que mantienen actualmente esta tesis no saben en qué mundo viven.
Las categorías políticas de izquierda y derecha estaban vinculadas a la alternativa de las visiones revolucionaria y contrarrevoluciaria de la Historia. Pues bien, hoy día tales concepciones del mundo y de la sociedad prácticamente han desaparecido, al menos en los países occidentales. El eje político fundamental ya no es derecha/izquierda, sino humano/no humano. De manera que hay que repensar toda la configuración del espectro ideológico. Continuar leyendo “Alejandro Llano, “La derecha y la fe”, Alfa y Omega, 29.III.2001″
Joseph Ratzinger, “La necesidad del magisterio”, Pamplona, 31.I.98
Discurso de la ceremonia de su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, Pamplona, 31.I.98 Continuar leyendo “Joseph Ratzinger, “La necesidad del magisterio”, Pamplona, 31.I.98″
Joseph Ratzinger, “El Papa sufriente”, X.98
El cardenal Ratzinger publica una reveladora semblanza del Papa envejecido “El Papa sufriente” tiene un particular poder evangelizador.
Tomado de Aceprensa 145/98.
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Joseph Ratzinger, “Meditaciones del Via Crucis del Viernes Santo 2005”, 24.III.05
PRIMERA ESTACIÓN Jesús es condenado a muerte V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26 Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros […], lo matasteis en una cruz…» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.
SEGUNDA ESTACIÓN Jesús con la cruz a cuestas V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 27-31 Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
TERCERA ESTACIÓN Jesús cae por primera vez V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6 Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
MEDITACIÓN El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.
CUARTA ESTACIÓN Jesús se encuentra con su Madre V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo… Será grande…, el Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran consuelo en aquellos momentos.
QUINTA ESTACIÓN El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24 Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
MEDITACIÓN Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
SEXTA ESTACIÓN La Verónica enjuga el rostro de Jesús V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3 No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
Del libro de los Salmos 26, 8-9 Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
MEDITACIÓN «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). Verónica –Berenice, según la tradición griega– encarna este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios. Ella, en principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón –había dicho el Señor en el Sermón de la montaña–, porque verán a Dios» (Mt 5, 8). Inicialmente, Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.
SÉPTIMA ESTACIÓN Jesús cae por segunda vez V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16 Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
MEDITACIÓN La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán –en nuestra condición de seres caídos– y en el misterio de la participación de Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la historia for-mas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad. Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.
OCTAVA ESTACIÓN Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31 Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? MEDITACIÓN Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros… porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?» NOVENA ESTACIÓN Jesús cae por tercera vez V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 27-32 Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.
MEDITACIÓN ¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
DÉCIMA ESTACIÓN Jesús es despojado de sus vestiduras V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.
MEDITACIÓN Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote.
UNDÉCIMA ESTACIÓN Jesús clavado en la cruz V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 7, 37-42 Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
MEDITACIÓN Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado… Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
DUODÉCIMA ESTACIÓN Jesús muere en la cruz V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan 19, 19-20 Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54 Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».
MEDITACIÓN Sobre la cruz –en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo– está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 54-55 El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
MEDITACIÓN Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del rena-cer por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN Jesús es puesto en el sepulcro V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61 José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
MEDITACIÓN Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la «sobreabundancia» de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos […] el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplica-ción del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.