Julio Barrilero, reseña-resumen de Alejandro Llano, “El diablo es conservador”, 25.X.2001

El diablo es conservador, de Alejandro Llano (EUNSA, 2001). El título del libro viene a significar que tan maligno espíritu es considerado como “conservador”; metáfora de la inercia y terquedad de los males sociales y, en particular, de las situaciones flagrantemente injustas. Una de las cosas por las que nos cuesta tanto cambiar las cosas que no van bien es que creemos que no podemos cambiarlas.

El diablo es conservador Claudio Magris, autor de Danubio, decía: “El diablo es conservador porque no cree en el futuro ni en la esperanza, porque no consigue siquiera imaginar que el viejo Adán pueda transformarse, que la humanidad pueda regenerarse. Este obtuso y cínico conservadurismo es la causa de tantos males, porque induce aceptarlos como si fueran inevitables y, en consecuencia, a permitirlos.” Los hechos no son lo mismo que las cosas. Las cosas reales están ahí, tranquilas, esperando sólo que las dejemos ser, es decir, que las conozcamos. Los hechos, en cambio, tienen que ser construidos: responder a los intereses de alguien y a estrategias casi siempre opacas. No confundir los hechos con la realidad representa el inicio de toda sabiduría, por modesta que sea.. La realidad “es de suyo” mientras que los hechos “son para mí”.

No hay sistema humano, ni siquiera “el nuestro”, el del liberalismo racionalista, que sea capaz de asegurar mecánicamente la felicidad humana en este pícaro mundo. Porque la felicidad nunca es un logro automático: hay que merecerla trabajosamente por el sabio ejercicio de la virtud, y vivirla gozosamente como un regalo inmerecido.

Según recuerda Donati, el Estado del Bienestar es una componenda entre burocratización y mercantilismo, donde se intenta reducir la libertad de los ciudadanos a veleidad hedonista. Lo que el permisivismo permite es siempre el dominio de los débiles por los fuertes, el asesinato flagrante de los físicamente indefensos, y la marginación de los más desfavorecidos. El ideal de vida personalmente lograda resulta sustituido por el éxito exterior, por los señuelos del dinero, el placer y la influencia. La verdad ya no es un valor en sí mismo …depende de lo que resulte socialmente plausible relevante, correcto, aceptable, es decir, de lo que se nos imponga desde fuera. El Big Brother, -el Gran Hermano de Orwell- resulta muy activo.

El campo de batalla decisivo de este comienzo de milenio no es la política ni la economía: es la cultura y la educación.

El totalitarismo siempre ha procurado aislar a las personas; pero también el individualismo hedonista contribuye a ese aislamiento, porque nos enseña a conjugar el “yo”, pero nos ha hecho olvidar qué significado pueda tener el “nosotros”.

De ahí que no quede más remedio que conspirar. Se trata de una leal y pacífica conspiración civil a favor de la dignidad y de la libertad de las personas humanas.

El otro modo de pensar Necesitamos más que nunca pensar. Pero hemos de pensar de otro modo. El modo de pensar dominante hasta ahora, desde hace más de dos siglos, es el que corresponde al racionalismo moderno y al predominio del Estado nacional, en el que se mezclan las utopías socialista y liberales, hasta desembocar en el capitalismo consumista.

Ha empezado a ser posible cuestionar públicamente las ideas que han dominado el llamado “primer mundo” a lo largo de los tres últimos siglos: la implacable racionalización del mundo y de la sociedad a través de la ciencia.

la creencia en un progreso histórico indefinido.

la democracia liberal como solución de todos los problemas sociales.

la revolución como medio radical para liberar a los individuos y a los pueblos.

Es necesario, como propone McIntyre, pasar del paradigma de la certeza al paradigma de la verdad que sitúa a la verdad por delante de la certeza, lo radical no es la objetividad sino la realidad.

Surge, así, el otro modo de pensar que se abre a la pluralidad de lo real y ajeno a los modelos unilaterales y cerrados.

El otro modo de pensar diferencia pero no discrimina. Se da un predominio de lo cualitativo sobre lo cuantitativo.

Se da el criterio de incidencia o de cercanía, que fomenta ámbitos compatibles, donde se cultivan bienes que han de ser compartidos: tal es el caso del conocimiento, de la paz, de la armonía, de la amistad, de la alegría, que crecen cuando se participan. El lema es “Yo sólo puedo estar donde tú estás”, en contraposición al “Donde yo estoy tú no puedes estar” propio del criterio de generalidad que produce ámbitos incompatibles, porque se manejan bienes que no se pueden compartir, como el dinero, el prestigio, el placer físico o la influencia, que disminuyen cuando se comparten.

La perfección del mundo, la plenitud de los tiempos, llega cuando el Hijo de Dios hecho carne se ha unido en cierto modo a todo hombre, haciendo al hombre manifiesto a sí mismo, revelando la grandeza de su vocación, de manera que el misterio del hombre sólo se desvela en el misterio del Verbo Encarnado.

Si volvemos la espalda a esta fuente de luz, nuestro saber es vano y nuestra cultura vacía, mientras que la filosofía se curva sobre sí misma, asfixiada por una erudición desesperante o debilitada por el narcisismo.

El otro modo de pensar es la pasión incondicionada por la verdad de lo que las personas son. Lo importante no es lo que nosotros hacemos con la verdad, sino lo que la verdad hace con nosotros, al desvelarla nos desvela lo que nosotros mismos somos.

El “proyecto moderno”, con sus profecías de progreso indefinido, ha entrado en pérdida y casi nadie cree ya que pueda remontar.

Hace ya algún tiempo que se va produciendo la mutación de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Hace ya más de treinta años se viene realizando una “revolución silenciosa” cuyo trasunto son las exigencias postmaterialistas de más alto nivel, configuradas en torno a los movimientos de disidencia social.

Un modo de pensar en el que se armonicen la pluralidad de métodos y de sensibilidades, más atento al juego de las complementariedades que a la dialéctica de las oposiciones. Un modo de pensar solidario en el que se practique la hospitalidad de considerar a los extraños como propios.

Un modo de pensar humanista que sepa ver el rostro de las mujeres y de los varones el resplandor de una dignidad intocable, reflejo de nuestra condición de Hijos de Dios, unidos vitalmente al Verbo Encarnado.

Al filo del milenio: encrucijadas culturales A) Relativismo cultural y valor de la verdad. Lo que se encuentra en la raíz del relativismo cultural es el abandono de la noción de naturaleza, y con ella, de la visión teleológica del hombre y de la entera realidad. Supone parámetros característicos de las sociedades modernas, en las que la clave relacional ya no es la amistad civil sino el comercio.

La vida buena, las Humanidades, la religión la cultura se convierten entonces en una creación circunstancial e histórica del propio hombre. Y, por lo tanto, poseen un valor estrictamente relativo.

La llamada “nueva economía” es la variante más reciente y ambiciosa de tal planteamiento. La mundialización y la emigración masiva que conlleva están contribuyendo al desarraigo de millares de personas y a ampliar el foso que separa a los países pobres de los países ricos.

Tal visión de la realidad social abre camino a una concepción minimalista de la moralidad. Es la ética sin metafísica. La ética es exclusivamente procedimental o funcional: es la moral del buen funcionamiento.

Hoy día decir la verdad siempre -sin componendas, cesiones o compromisos- es la estrategia subversiva por excelencia.

B) Los derechos humanos. Toda sociedad necesita algún referente en el que creer. Hoy día las únicas referencias “políticamente correctas” son los derechos humanos. Es imprescindible ganar la batalla retórica de los derechos humanos; no permitir que deriven irreversiblemente hacia su versión individualista y agnóstica; abrir un camino más ancho a su versión cognitivista, es decir, aquella que se basa en la admisión de la capacidad que el hombre tiene para conocer su propia naturaleza, que es lo que hace ser persona.

C) Materia y espíritu. El materialismo actual ya no es el materialismo burdo del siglo pasado o de comienzo de este. Pero aunque más sutil, en el fondo, seguimos pensando que -de manera extraordinariamente compleja y difícilmente inteligible para los legos en el tema- todo acaba por reducirse a materia y movimiento local, es decir, a un mecanismo que no se distingue esencialmente de lo que el hombre puede fabricar.

Recientemente, el director del Instituto Max Plank de Frankfurt, recordaba que los ordenadores no han sido capaces de simular hasta ahora ni siquiera parte del cerebro de una mosca; ni lo serán por más que se multiplique el volumen y la velocidad de las computadoras, porque los algoritmos que rigen, respectivamente, los cerebros biológicos y las máquinas cibernéticas son esencialmente diferentes y mutuamente irreductibles.

Hay que afirmar la primacía del espíritu sobre la materia. Y este sentido de la realidad y eficacia del espíritu procede reincorporarlo a la vida diaria, al común vivir y sentir de las gentes, hasta en los detalles aparentemente más intrascendentes.

D) Sexualidad y consumo. La pérdida del pudor, del respeto al cuerpo propio y ajeno, de la vergüenza a exhibirlo ante propios y extraños, es quizás el fenómeno más grave con el que nos enfrentamos.

Detrás de esta realidad social hay toda una labor de ejercicio de la “sospecha” intelectual que viene de muy atrás. Existe, también, una estrategia de seducción y perversión desde la infancia hasta la vejez, que ha conducido a una penosa “sexualización” del arte y de la moda.

Se trata de una re-educación del gusto, es decir, de que llegue de nuevo a agradar lo bello y lo bueno, y a repeler o disgustar lo soez y desvergonzado.

El consumo es otro de los grandes temas culturales de la hora presente. Hay que llegar a una situación en la que la riqueza común (no precisamente pública) sea compatible con la austeridad personal, sin que los consabidos indicadores económicos hagan sonar sus apocalípticas señales de alarma.

Como indica Schumacher, la virtud que hoy más necesitamos es la sobriedad. Y la sobriedad es la elegancia del espíritu.

E) Comprender la religión. El relativismo cultural y ético es ahora la coartada ideal para evitar tener que ponerse decididamente a favor o en contra de actitudes religiosas determinadas, actitud que siempre resulta peligrosa.

F) Educación y religión. Eliminar o marginar la religión de la enseñanza primaria, media o universitaria equivale a eludir el problema, al precio de que surjan otras aporías más angustiosas y empobrecedoras.

Apartar las cuestiones religiosas del debate público, con la coartada de que tales discusiones dividen a la sociedad y enconan a unos ciudadanos contra otros, es una salida en falso, teñida de un despotismo ilustrado que casi nunca logra ocultar las vergüenzas de su sectarismo religioso.

Hoy la religión ha vuelto a enraizarse en el suelo personal y vital -el de la cultura y el estilo de pensamiento- que es previo a toda estructura política y económica, aunque nunca deje de haber entre ambos niveles un diálogo constante.

Actualidad política del humanismo clásico El pensamiento clásico nos sitúa ante “lo natural” del hombre, entendiendo por natural lo opuesto a lo meramente humano o demasiado humano. El pensamiento clásico no es tradicional en el sentido usual y peor de la palabra, es decir, heredado y repetitivo.

El humanismo clásico es un modo de pensar libre de todo fanatismo.

La supresión casi total de las Humanidades clásicas en la enseñanza nos conduce a perder toda perspectiva histórica, toda visión de la profundidad de lo real, para resignarnos a un continuo deslizamiento por la brillantez de superficies niqueladas que esconden lo que son y deforman lo que reflejan.

El humanismo cívico se encuentra en la antípodas del ya residual empeño por reforzar el Estado del Bienestar. El nuevo modo de pensar del humanismo cívico propone una progresiva sustitución del modelo técnico-económico por el paradigma ético de la comunidad política, que proviene de la filosofía práctica aristotélica.

Según se ha discurrido desde Aristóteles hasta nuestros días, salirse fuera de la efectiva condición humana, es algo que no se debe intentar ni se puede conseguir. La “vida buena” consiste en la contemplación de la verdad y la virtud probada. Según McIntyre, la fusión de ambas es hacedera y fue llevada acabo por el humanismo cristiano de Tomás de Aquino.

La primacía de la “vida” sobre la “vida buena” hace perder todo el impulso ético y cultural del humanismo clásico, hasta acabar en el actual economicismo pragmático.

Lo que la revolución antropocéntrica quiso desterrar a toda costa fue precisamente la idea de sacrificio, es decir, el reconocimiento de una Santidad trascendente que exige entrega esforzada y generosa. … Pero esta emancipación del hombre ha originado el grandísimo efecto equivoco de un sufrimiento sin límite y sin consuelo.

Es preciso rescatar lo humano del humanismo racionalista.

Sólo si nos situamos más acá de la cultura, en una naturaleza teleológicamente cristiana, podremos acoger al multiculturalismo como una integración posible de identidad y diferencia.

Formación ciudadana Junto a una cierta satisfacción con las libertades públicas y el progreso económico, experimentan estas sociedades fenómenos de disidencia, marginación, paro, violencia e, incluso terrorismo, que provocan el generalizado sentimiento de que “algo no marcha”.

A los jóvenes actuales les faltan auténticos maestros. Se hallan desasistidos respecto a su preparación ética y cultural.

Aprender el oficio de la ciudadanía.. Se trata de un conocimiento práctico que sólo se puede adquirir en comunidades vitales cercanas a las personas mismas, como son la familia, el colegio, la parroquia o la universidad.

Hace poco había en Italia un inmenso cartel con la inconfundible imagen telegénica de Berlusconi. En este anuncio se trataba de la educación del futuro, que según el Honorable, consistía en tres palabras que coincidían en comenzar con la letra i: inglés, informática, internet. Un lúcido espontáneo había añadido, pintado con rotulador, una cuarta: ignorancia.

La formación cívica es asunto estrechamente relacionado con la adquisición de las virtudes morales e intelectuales: fortaleza, prudencia, sabiduría, templanza, arte y justicia.

Como decía Corts Grau, a la juventud hoy se la adula, se la imita, se la seduce, se la tolera, … pero no se la exige, no se la ayuda de verdad, no se la responsabiliza,… porque en el fondo no se la ama.

El amor noble y normal de los padres y maestros para con los jóvenes está siendo sustituido por el emotivismo, por la inundación afectiva,…

Al menos en una tradición histórica y religiosa como la nuestra, no es posible una formación cívica sin un sólido fundamento cristiano. Las exigencias sociales del cristianismo , sus demandas cívicas, serán mucho más altas y certeras que las que puedan transmitir cualquier doctrina científica, ética o política.

Reducir la moral al ámbito exclusivamente personal, familiar o profesional, con abandono de la esfera estrictamente pública, es un enfoque burgués y completamente insuficiente de la ética.

Antropología de la dependencia Sin que se pueda hacer todavía un balance, somos muchos los que pensamos que el pensamiento típicamente moderno -La Ilustración- se nos presenta hoy como una ficción que se ha tornado imposible.

El ideal metódico de la modernidad implica una racionalidad monocorde y unívoca, mientras que el pensamiento clásico de signo realista supone un uso abierto o analógico de la razón.

La suerte de algunas buenas iniciativas sociales depende del fomento de una cultura que no siga valorando negativamente lo que McIntyre llama “virtudes de la dependencia reconocida”: entre las que se sitúan el servicio a los más necesitados, el cuidado de los más débiles, el respeto a la corporalidad decaída, la capacidad de sacrificio, la misericordia, la compasión, la ternura, el agradecimiento, …

Lo que falta a la espléndida teoría clásica (Aristotélica) de la excelencia o virtud, es el reconocimiento del valor positivo de la dependencia respecto de otros. Es más, los humanos sólo podemos adquirir la independencia a partir de la dependencia misma.

Quien no sabe qué hacer con el dolor propio y ajeno, quien no acierta a descubrir su misterioso sentido, llevará necesariamente una vida desgraciada o de penosa superficialidad.

Es una sociedad escasamente humana la que sistemáticamente recluye a los niños en guarderías y a los ancianos en los asilos.

La edad-robot a la que suele dirigirse la publicidad mercantil y la propaganda política es la del adulto infantilizado y prematuramente envejecido.

Una buena definición del ser humano: aquél que en algún sentido es mejor que cualquiera de sus semejantes y que no puede ser sustituido por ninguno de ellos.

La intrínseca vulnerabilidad de la humana condición proporciona una inédita relevancia a las virtudes de la independencia reconocida y a las propias virtudes de la independencia ganada o rescatada, hasta tal punto de que la propia noción de virtud -y la misma necesidad de las virtudes- se oscurece si pensamos en los humanos como si fueran pura y simplemente personas lockeanas o sujetos cartesianos. Porque nunca lo somos, ni siquiera en las fases -menos frecuentes de lo que admitimos- de impecable lucidez y salud perfecta.

Si no entendemos que nuestra situación de dependencia es inseparable de nuestro logro de la independencia, comprenderemos escasamente lo más peculiar de la naturaleza humana.

Si el humanismo es tan soberbio e ilustrado que pierde el sentido profundamente humano que lleva consigo el sufrir por otros, y sobre todo, con otros, entonces es que se ha transmutado en su paradójica oposición, es decir, en lo inhumano o deshumanizador.

La familia ante la nueva sensibilidad Hemos de lograr una nueva sensibilidad familiar que sepa descubrir la unidad que late bajo la dispersión .

El Estado del Bienestar ha producido una multitud de efectos perversos o equívocos….

El fenómeno global que revela ese grandioso “efecto no pretendido” es la marginación. Marginación de los países del tercer mundo, de los pobres, de los suburbios, de los inmigrantes, de los parados, de los enfermos…

Pero hay más, es que la marginación ya no es marginal . Es un estilo, una moda. Los universitarios de familia bien acuden a la universidad vestidos de marginados; los ejecutivos se sienten obligados a revestirse cada semana con prendas que simbolizan la marginación, aunque sean carísimas.

La familia constituye el más fundamental grupo generador de sentido: la solidaridad primaria, la más radical y básica. Como dijo T.S. Elliot “home is where one starts from”; es el sitio del que se parte.

La familia es la víctima típica de la paradojas del Estado del Bienestar. Esta gran paradoja consiste en que el Estado del Bienestar ha ignorado la principal fuente humana del auténtico bienestar.

La anomia de la familia -su desregularización con el divorcio y las parejas de hecho- está en el origen de buena parte de los casos de marginación y “nueva pobreza”: minusválidos, ancianos, enfermos, depresivos, inadaptados, quedan abandonados a la intemperie pública, multiplicándose así las situaciones límite: autismo, delincuencia juvenil, prostitución temprana, infección por SIDA, fracaso escolar, drogadicción, violencia callejera o escolar, suicidio.

Los cinco principios de la nueva sensibilidad: a) Principio de gradualidad. Es preciso recuperar el principio de gradualidad del saber; Las familias de hoy han de redescubrir que la fecundidad formativa es más importante que la eficacia a corto plazo o el bienestar inmediato.. Lo importante es no ser el mejor, sino ser bueno.

b) Principio de pluralismo. El descubrimiento del valor de la diferencia es propio de la nueva sensibilidad. Los padres que se empeñan de hacer de todos sus hijos ejecutivos o tecnólogos -y les prohiben de hecho ser historiadores o literatos- les están prestando un flaquísimo servicio.

c) Principio de complementariedad. La realidad no es antagónica sino complementaria. No todo lo diferente es contrario. Los valores de la nueva sensibilidad familiar son, sobre todo, valores que la mujer representa. La postmodernidad ha descubierto la profundidad y el valor de la dimensión femenina de la persona.

d) Principio de integralidad. La persona humana es una realidad poliédrica, compleja y unitaria, que no debe considerarse de una manera unidimensional. Precisamente el humanismo es la visión pluridimensional y unitaria del hombre y el amor es el núcleo de todo auténtico humanismo.

e) Principio de solidaridad. Un nuevo desafío para las familias actuales, en sus empeños de renovación educativa, es el fomento de la empatía como raíz antropológica de toda solidaridad. Según Edith Stein, la empatía es la experiencia inmediata de sujetos distintos de nosotros mismos así como de sus vivencias. Una sola acción, una sola expresión corporal -una mirada o una sonrisa- puede darme una vivencia del núcleo de una persona, que quizá era ante para mí un desconocido. De la casa hasta la escuela, las familias han de cultivar en los niños y adolescentes esa capacidad primitiva de comprender a los demás, de hacerse cargo de lo que les pasa.

Comprensión, veracidad, diálogo El dialogar fáctico no plenifica una situación de comunicación interpersonal, que requiere, al menos, la condición de la comprensión mutua y la ayuda efectiva. La comprensión y la veracidad aparecen como presupuestos imprescindibles de un diálogo con sentido.

Comprender es hacerse cargo. La comprensión permite entendernos aunque no estemos de acuerdo, convivir estrechamente aunque nuestras ideas sean diversas o incluso opuestas.

La comprensión es una virtud que nos posibilita ser fieles al amigo y a la verdad conjuntamente.

La sociedad de la información arroja un notorio déficit de capacidad dialógica, que ha llevado a Jacques Ellul a hablar de “la palabra encadenada”. Ya Platón al final de Fedro dice que “todo hombre serio se abstendrá de poner cosas serias por escrito”.

El diálogo, que es un instrumento para encontrar soluciones justas, una vía hacia la verdad práctica, se prostituye al convertirse en una herramienta de superficial contemporarización: la verdad se dulcifica, se ablanda, se amortigua hasta convertirse en algo amorfo que vale para todos porque ya nada vale.

La veracidad es el presupuesto objetivo del diálogo.

Un riesgo: el deseo de ser claros, de darnos a entender, de estar al día, de ser “políticamente correctos”, de comprender al interlocutor, prevalece sobre el afán de ser veraces, por manifestar las cosas como son.

Es muy clara la afirmación de Tomás de Aquino: “En nada se perfecciona mi entendimiento sabiendo qué deseas o qué piensas tú, sino sólo sabiendo lo que pertenece a la verdad de las cosas”.

El diálogo es una actividad interpersonal en la que la mutua comprensión se basa en un interés común por la verdad.

¿Qué es la persuasión? Alusión constante a dos obras de Claudio Magris: “el Microcosmos” y “el Danubio”, en las que de diferentes maneras habla de la persuasión.

Dice Magris: “El desarrollo de la civilización occidental ha privado al individuo de la persuasión, o sea, de la fuerza de vivir poseyendo plenamente el propio presente y, por tanto, la propia persona…”.

“El presente para bastarse a sí mismo debe apoyarse en valores, pero el polvillo de fines y obligaciones convencionales…. ofusca y tapa esos valores, eso si no los destruye; impide al pensamiento detenerse en lo esencial.

“La leyenda que hace desembocar el Danubio en el Adriático revela el deseo de disolver las escorias del miedo, obsesiones, pudores, delirios de defensa, en la gran persuasión marina, distendido abandono, puro presente de la vida que se basta a sí misma y no se consume en la carrera hacia metas que alcanzar, en el ansia de hacer, de haber hecho ya y ya vivido, sino que es felicidad sin meta y sin agobio, eternidad y autosuficiencia del instante”.

Marisa Madieri, esposa de Magris, escribe: “No me gusta el declinar del año, el transcurrir demasiado rápido de las estaciones. Quisiera un tiempo que no pasa, la hora de la persuasión, porque sé que no me espera nada más hermoso que el presente que vivo”.

La nueva complejidad Lo propio de esta nueva complejidad es que nos deja perplejos, es, como dice Habermas una “nueva inabarcabilidad”.

La sociología actual viene a coincidir en que las variadísimas manifestaciones patológicas de la actual complejidad pueden sintetizarse en cuatro: Segmentación: es una especie de fragmentación o fraccionamiento creciente de los procesos y de las situaciones sociales.

Efectos perversos: Se multiplican las consecuencias equívocas o no pretendidas.

Anomia: Es la carencia de reglas y normas indiscutibles o, simplemente, vigentes. El hombre anómico es espiritualmente estéril, concentrado sobre sí mismo, no responsable ante nadie. Se burla de los valores de otras personas..

Implosión: Es la explosión seca, producida por el vaciamiento interior, por la pérdidas de la esencia propia y de los proyectos genuinos. Es significativo que las instituciones más frecuentemente afectadas por la implosión sean las más primitivas, las más originarias como la familia o la universidad.

Mi propuesta discurre por una descarga de la complejidad indeseada, que no es más ni menos que una desburocratización y una desmercantilización de la sociedad a favor de la iniciativa y la responsabilidad social.

La rápida historia de esta mutación hasta planteamientos humanistas, queda reflejada en un interesante proceso, aún en curso, que puede sintetizarse en cinco parámetros: Organizativo: En una empresa como institución, la organización es sólo instrumental y, por lo tanto versátil y flexible.

Relacional: Las organizaciones están ahora esencialmente orientadas hacia el cliente o usuario, hasta el punto que consideran que forma parte de la compañía.

Motivacional: Se entiende la corporación, en términos antropológicos, como una institución vital que se constituye en torno a valores, el motivo predominante es la efusividad, la necesidad de aportar, compartir y crear.

Cognoscitivo: A medida que la complejidad ha ido creciendo, los profesionales de la empresa han necesitado un espectro más amplio de conocimientos.

Ético: En este ámbito empresarial se registra un mundo ético de pensar que critica duramente al pragmatismo y actualiza el concepto clásico de virtud. Basta reflexionar sobre las virtudes que se requieren en la función directiva: para el diagnóstico: la prudencia; la decisión exige audacia y magnanimidad, y la ejecución fortaleza y confianza en los demás.

En la nueva empresa más valioso que tener “poder” es tener “peso”. El que obedece también manda, según Leonardo Polo. Porque al ejecutar una orden está devolviendo otra orden a quien emitió la primera.

¿Emergencia o colonización? Hay dos grandes posibilidades que se abren ante nosotros: a)La colonización. Es la intromisión del Estado, el mercado y los medios de comunicación en el ethos ciudadano.

b)La emergencia. Es la aportación de sentido que va desde las personas y sus relaciones originarias hasta la estructura político-económica y de la comunicación colectiva.

La colonización es descendente y alienadora, la emergencia es ascendente y personalizada. El humanismo civil y empresarial es emergencia.. Se trata de pasar del Estado del Bienestar a la sociedad del bienestar. Ese cambio tiene dos vertientes: a) El peso se traslada desde el Estado-mercado y mass media a la sociedad. b) El concepto de bienestar cambia, deja de ser pasivo y cuantitativo para ser cualitativo y activo, empieza a llamarse calidad de vida.

Lo que hoy llamamos postmodernidad es el mundo de lo radicalmente humano: el mundo de las solidaridades primarias, de las iniciativas sociales, de las relaciones cívicas, la sustancia misma del ethos o cultura en sentido radical. La postmodernidad puede llegar a representar una síntesis de clasicismo y modernidad.

Si consideramos el humanismo como emergencia, entonces la personalización no está reñida con la eficacia. Todo lo contrario: en una organización compleja y viva, la eficacia sólo se puede lograr a través de la personalización.

Organizaciones inteligentes Sólo las instituciones capaces de operar de manera corporativamente inteligente serán capaces de navegar en el espacio del conocimiento abierto por la nueva sociedad.

Personas cultas, habitar sabio, reticularidad compleja, espontaneidad vital … Son rasgos que nos hablan que la sociedad está volviendo a adquirir un sentido humanista.

Para cruzar los umbrales de la sociedad postindustrial necesitamos una silenciosa sabiduría práctica.

La primera confusión que hemos de evitar es creer que el conocimiento se identifica, sin más, con la información.

Lo que nos permiten los ingenios cibernéticos es descargarnos de las tareas rutinarias de buscar información, almacenarla y, en alguna medida, organizarla y procesarla. Quedamos a sí en franquía para ponernos a realizar esa misteriosa operación de la que sólo nosotros, los seres humanos, somos capaces: pensar.

Las únicas corporaciones adaptadas a la sociedad del conocimiento son las “organizaciones inteligentes”.

Seis propuestas para la sociedad del conocimiento Primera: Trabajar es aprender, dirigir es enseñar. Lo importante no es enseñar, lo importante es aprender. La única finalidad de la enseñanza es el aprendizaje, así como el único objetivo de la dirección es la mejora de la calidad del trabajo.

Segunda: Una organización inteligente es una comunidad de investigación y aprendizaje. Todos tienen la responsabilidad de no dejar de indagar, de reforzar sus ocurrencias acertadas y de cuidar de que sus innovaciones no tropiecen con rigideces burocráticas o con autoritarismos formales.

Tercera: Las organizaciones inteligentes entienden la profesionalidad como dominio de un “oficio”. Un profesional es quien resulta capaz de dar fe pública de sus conocimientos. La organización inteligente permite y fomenta que exista la creatividad, y esto sólo lo logra quien domina la técnica o el arte que le es propia..

Cuarta: Una organización inteligente posee una ineludible dimensión ética. Según Millán Puelles “la moral es la lógica de la libertad”, es la urdimbre de toda convivencia… La tolerancia institucional de mentiras o medias verdades es letal para una organización inteligente.

Quinta: Una organización inteligente ha de cultivar una profunda cultura corporativa. La capacidad para adquirir saberes nuevos no se puede restringir a unos pocos especialistas o a un departamento de innovación, sino que tiene que empapar la empresa de arriba a bajo. Esto es lo que debemos llamar hoy cultura corporativa. Una empresa culta es la que está llena de proyectos, más que de realidades logradas.

Sexta: En las organizaciones inteligentes investigación y gestión se identifican. La propia acción directiva consiste en poner a todos los miembros de la organización a pensar en lo que cada uno está haciendo.

José Ignacio Moreno, “La filosofía, una ciencia práctica”

El nombre filosofía es de una actualidad siempre nueva. No es fácil sustituir el nombre de filosofía por otro sinónimo porque filosofía significa amor a la sabiduría. Definir la sabiduría es algo atrevido, pero atractivo. Pretendo acercarme un poco a esta noción de un modo práctico y relativo a lo que he visto. Me parece que ser sabio es ser feliz; o, mejor dicho… intentar serlo. A la sabiduría la he visto más o menos encarnada en algunas personas distintas pero con un núcleo común: me parece que son mujeres y hombres felices y capaces de hacer felices a otros. Tienen también otros factores comunes: son gente práctica, laboriosa, con sentido común, paz, guasa, abnegación, fe, y -sobre todo- un amor maduro que se manifiesta en estar en las cosas de los demás de un modo simpático e ilusionado, sabiendo exigir cuando hace falta.

Es por lo que pienso que sabiduría es amor maduro, es decir: amor que sabe lo que es el sacrificio y cuenta con el dolor. En este sentido filosofía es querer alcanzar este tipo de actitud. Así vista la filosofía es algo que puede ser asumido por cualquier tipo de persona con una profesión honrada.

¿Qué pasa entonces con lo que comunmente se entiende por filosofía? Miles de razonamientos sobre lo que es la verdad y la mentira, qué sentido tiene la vida y la muerte, qué es moral o qué no lo es. Tienen el valor de buscar lo verdadero y procurar desmantelar lo falso porque no se puede amar sin conocer. Sin embargo alguien podría decir, con razón, que son muchas y muy distintas, incluso contrapuestas, las filosofías que han existido y existen. Es más, esta diversidad es con frecuencia presentada como cargo contra el estatuto científico de la filosofía. ¿Qué escoger? ¿Quién dice la verdad?… Pienso que hay que ser prudente: ayudarse por personas que merezcan nuestra confianza, dejarse asesorar, y ejercitar luego la libertad personal, porque la filosofía es una ciencia donde interviene de modo muy especial la voluntad. ¿Quién dice que se puede ser feliz a pesar de las cosas duras? ¿Quién fundamenta un auténtico sentido del humor que no sea ácido ni tonto? ¿Quién afirma que la felicidad pasa a través de los que me rodean y que esto no es una tontería?… Cada uno es quien ha de elegir una respuesta positiva y, si no quiere ser un renegado de la existencia, procurar vivirla. Conviene tener los suficientes resortes intelectuales y de voluntad para incrementar las propias convicciones hechas vida con un talante, dispuesto a rectificar, abierto al diálogo pero descubridor de errores y desviaciones, presentadas en ocasiones de modos muy sugerentes. Es una tarea antigua y novedosa.

Pienso que este es el valor de la filosofía como tarea intelectual: ayudar a vivir una vida lograda, una vida verdaderamente humana, una vida feliz. No son las luces por las sombras, sino al revés y siempre es una tarea actual, en el paisaje de la existencia, detectar dónde hay ceguera y dónde visión.

José Ignacio Moreno, “Ideas sobre la dignidad humana”

1. La sabiduría de Nelson Horatio Nelson fue un conocido almirante inglés que vivió entre los años 1758 y 1805. Tuvo mala salud y llegó a perder un brazo en un combate. Sin embargo era un genio militar. Cuentan de él que, en medio del fragor de las batallas, bajaba a su camarote y abría un misterioso cofre. Rápidamente volvía a subir y, renovado en su ánimo, continuaba dando órdenes muy eficaces. Tras su muerte unos compañeros suyos se decidieron a abrir el misterioso cofre. Contenía un papel en el que estaban escritas estas palabras: “izquierda, babor; derecha, estribor”.

Tantas veces la sabiduría está en no olvidar las cosas más sencillas, incluso las perogrulladas. Es difícil que alguien diga que esto son letras y que no lo son al mismo tiempo y en el mismo sentido. Pero…aquella jugada de fútbol decisiva…¿fue penalty?; lo que le he dicho a esta persona…¿está bien?…o: ¿puedo encontrar una razón verdadera para romper este compromiso?…No siempre las respuestas son fáciles aunque quizás en muchas ocasiones las dificultades provienen de que nuestros intereses o nuestra voluntad no coincide con la realidad de las cosas. No es una cuestión únicamente de inteligencia sino también de voluntad.

Las personas humanas a veces buscamos el término medio en lo que ya es un extremo, pero por mucho que nos afanemos eso no será nunca una virtud. Con tesón equivocado buscamos en ciertos momentos la cuadratura del círculo pero si somos más sencillos caemos en la cuenta de que esto es imposible o absurdo.

Así las cosas puede parecer que las reglas de la realidad un poco o bastante aguafiestas frente a los sueños de nuestra imaginación. A veces tal vez sí; pero otras no. Quisiera destacar una y una muy importante. Recuerdo la penetrante pregunta de un antiguo alumno mío: ¿por qué la vida no puede ser absurda? …Es cierto que ocurren cosas a las que no siempre sabemos encontrarles una respuesta: millones de personas sumidas en la pobreza, jóvenes o niños que encuentran la muerte de súbito, graves injusticias o, algo más cotidiano, la propia fealdad interior o exterior. Todo esto puede parecernos más o menos absurdo pero “la vida no puede ser totalmente absurda por la misma razón que un círculo no puede ser cuadrado”. Esta regla férrea de la no contradicción nos libera de la inquietud del absurdo y nos da una base andadera sobre la que avanzar con un sentido.

2. Resulta que es al revés Entre 1616 y 1633 tuvo lugar el famoso proceso de Galileo. Lo que tal vez no sepas es que la junta de teólogos astrónomos que juzgó las tesis de Galileo también sospechaban que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Pero no tenían las pruebas suficientes y la matemática de Galileo estaba equivocada. Sobre el caso Galileo, Walter Brandmüller publicó un interesante libro titulado “Galileo y la Iglesia”. Lo he recordado ahora porque “realmente nos parece que desde el alba hasta el ocaso es el sol el que gira alrededor de nosotros y, sin embargo, resulta que es al revés”. Esta observación, que durante miles de años tenía la seguridad de una evidencia, se repite en otros órdenes de la vida: si escuchamos nuestra propia voz grabada en una cinta nos parecerá extraña; quizás si nos grabaran en vídeo durante un día nos resultaría francamente curioso.

La verdad de las cosas es anterior a nosotros y está fuera de nosotros; conviene no olvidarlo. Viktor Frankl ha afirmado en su best-seller “El hombre en busca de sentido” que es mejor plantearse la pregunta ¿qué espera la vida de mi?, en vez de ¿qué espero yo de la vida?…Desde luego no se trata de carecer de proyectos ni ilusiones, ni tampoco de tener un conformismo negativo, pero “hay que saber tomar la vida como viene y ser realistas para poder tener eficacia y fecundidad”. Chesterton escribió: “cuantas cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés”.

3. La originalidad Tal vez la originalidad tenga que ver con el origen. Y el origen nos puede recordar el lugar donde uno ha nacido, donde estaban los amigos de la infancia; en definitiva: la patria chica. Es un lugar entrañable. Allí uno se encuentra a gusto. Esta bien consigo mismo.

Hay niveles más profundos de encontrarse uno a sí mismo; de aceptarse -sin que esto suponga una claudicación por superarse-, de estar contento. Quizás sea ahí: en el conocimiento de nuestra naturaleza, en la madurez que supone saber algo sobre nuestras posibilidades y límites, donde uno puede lograr ilusión para hacer de sí mismo “un clásico”.

Quizás para ser un “clásico”, genio y figura, no hace falta poseer la intuición de Einstein o la imaginación de Spielberg, o el ritmo de los Beatles. Simplemente puede consistir en sacar fuera lo mejor de nosotros mismos. Tal vez todo sea tan sencillo como ser normal o ser natural. Pero…¿qué es ser natural? Actuar según nuestra naturaleza más verdadera. Explica Millán Puelles (1) que las personas estamos compuestas por una tendencia a abrirnos a la realidad y por otra tendencia a cerrarnos en nosotros mismos. De la pugna entre ambas surgirá el resultado de la propia vida. La tendencia a la apertura puede llamarse vocación profesional, afectiva, espiritual, etc; la clausura: egoísmo. Así la vocación es para algunos motivo de felicidad y para otros motivos de angustia.

Hay algo que a los humanos nos atrae como un poderoso imán: la alegría. Al entender la vida al revés sustituyendo la autorrealización o “egobuilding” por el servicio a los demás uno se libera de las autoritarias exigencias de su propio yo. Exigencias que pueden ser gigantes e irrealizables y, por tanto, sustituidas con el tiempo por la apatía o el peor conservadurismo: la cobardía de encerrarse en el anonimato.

Salir de uno mismo supone iniciar la aventura de acceder a una realidad que es anterior a mí; es disfrutar con la existencia de unas leyes previas a mí, en las que puedo descansar. Esta actitud ofrece resortes para afrontar los imprevistos de la existencia.

Posibilita abandonar la pesada carga de algunos proyectos personales que tal vez no sean necesarios. Cuando uno aprende a ponerse en su sitio también aprende a quererse mejor a si mismo.

4. Tu verdad “Hay verdades parciales porque hay Verdad máxima de modo análogo a que hay móviles porque hay una red”. Un teléfono que no tuviera conexión con el resto o insistiera en llamarse a sí mismo no sirve de mucho. Algo parecido nos ocurre a las personas. Tu verdad no es “tu verdad”…sino tú verdad relativa a la de los otros y a la Verdad primera que causa a todas.

Una antigua canción tonaba este estribillo “lo que soy es guapo”. Puede ser cierto, o no. Hay etapas en la que no nos cuesta nada aceptarnos; todo lo contrario: estamos muy orgullosos de nosotros mismos, tal vez con motivos poco fundados. Existen otros periodos en los que nos puede doler nuestra propia vida. Aceptar la penosa situación que atravesamos se nos revela como algo arduo y áspero. El realismo y el sentido común nos dicen que hay que seguir adelante, pero tal motivación no es por sí sola atractiva. Rechazamos el sinsentido y el puro azar como causa de lo que nos pasa por considerarlos motivos absurdos, irracionales e inhumanos. La familia, los amigos, la empresa -quizá en menor grado-, pueden ser puntos de referencia para proseguir la tarea de vivir.

Hay otra motivación más profunda que no sé si acertaré a expresar: nuestra vida es, ante todo, una llamada a la existencia, una biografía. Nadie hará por ti tu vida. En cualquier novela o película el protagonista encuentra dificultades, situaciones no previstas, difíciles, que tiene que afrontar. Sin ellas no habría ni encanto, ni atractivo, ni novela. Ninguno hemos elegido vivir sino que “hemos sido elegidos”; y es más ilusionante ser elegido para algo digno como es vivir, que elegir. Este es el motivo, como explicaba en sus clases el profesor Antonio Ruiz Retegui, por el que no cambiamos nuestra vida por la de nadie: porque nos ha sido dada con un sentido personal, no siempre fácil de descubrir, con una misión que solo cada uno puede cumplir.

5. Unidad en la pluralidad La unidad entre las personas que compran en unos grandes almacenes es por lo general una relación de interés y agregación. Sus relaciones son sobre todo utilitarias. La unidad entre los hinchas de un mismo equipo deportivo es algo más, comparten una afición: un interés no necesario. La unidad que se da entre los hombres de bien tras la liberación de un secuestrado que ha sufrido torturas es mucho mayor: las personas se alegran profundamente por la alegría de la persona que estaba siendo maltratada. Esta es una unidad por la que se quiere el bien de la otra persona. El hecho de que le hayan sido devueltas las condiciones propias de su dignidad crea en los demás un clima de unidad. Se comprende al otro porque de algún modo es igual a los demás. La persona es el ser capaz de comprender; de ponerse en el lugar del otro; de salir de si misma. Por esto, afirma Spaemann (2), la persona es un símbolo del absoluto.

Hay otro aspecto que no conviene olvidar: Lewis, al hablar de la amistad en su obra “Los cuatro amores” al hablar de la amistad afirma que cada amigo me revela parte de mi yo. La amistad no es sólo un lujo sino algo que nos engrandece; algo que nos hace ser más. La riqueza interior de cada uno depende de todos aquellos que le aprecian bien. Aquí hay algo muy importante: de alguna manera el otro está en el fondo de mí: su verdad está conectada a la mía, aunque ambas son distintas.

Si una mujer o un hombre viven rodeados de injusticias que afectan a otros y no hacen nada que esté a su alcance por evitarlas, sus propias vidas empiezan a perder sentido. Si trabajan por mejorar las condiciones de vida de sus semejantes comienzan a estar satisfechos: a estar a bien conmigo mismos, a ser felices. Tenemos mayor unidad interior, integridad y plenitud de sentido en la medida en que somos generosos.

6. Enfermedad y muerte No llevamos el timón de la realidad, ni siquiera totalmente el de nuestra propia vida pero aunque en el mar de la existencia haya tormentas que no entendemos no por eso carecen de un sentido que quizás más adelante podremos entender. Este es un punto importante para saber que “la vida es una verdad imperfecta en la que nos podemos realizar como personas”.

La enfermedad, especialmente la crónica, es una acompañante de camino bastante antipática, francamente desagradable y, en ocasiones, brutalmente ofensiva. Sin embargo resulta ser una catedrática de fina sabiduría y tras su rostro feo esconde un alma delicada y una tenaz entusiasta de nuestra mejora personal.

Cabalgar por las amargas estepas del insomnio o sentir la ácida y abotargada sensación de las jaquecas o el desaliento y el malestar no es algo solamente nefasto. El espíritu puede entonces sacar de la autosuficiencia dependencia, de la pedantería sencillez, de la torpeza comprensión, de la angustia paz, de la tragedia comedia. Empieza a entenderse la vida como regalo y al descostrarse nuestro egoísmo podemos volver a entender de un modo nuevo la actitud más básica y fundamental del hombre, tan frecuentemente olvidada: la gratitud.

El enfermo es para su familia fuente de contradicción e incluso de aburrimiento; pero en mucho mayor grado es causa de generosidad y de fraternidad. En especial cuando nuestro enfermo entra en fase terminal y fallece. Llega así un momento, un día radicalmente distinto, en el que uno va por primera vez detrás del coche funerario donde llevan a un ser muy querido. La insuficiencia de este mundo se manifiesta patente, nítida; pero no su sinsentido si se tienen ciertas referencias. Más todavía, como he visto, si la persona fallecida ha encarado su enfermedad y muerte con categoría humana, con plenitud de sentido y con amor a los demás. Tal actitud no aparece como absurda sino todo lo contrario: como la más noble, digna y verdaderamente humana. Su capacidad de transformar es poderosa. Verdaderamente la auténtica buena muerte, su aceptación llena de paz y de esperanza es toda una escuela para la vida.

7. La vida como regalo “Se trata de que no se vaya el santo al cielo sino que venga el cielo al santo”. Esta frase la decía un amigo mío en la mesa, señalando un magnífico postre en un día de fiesta.¡Cuanta razón tenía! Hoy parece que se ha acentuado el afán de disfrutar. Muchos buscan una auténtica cultura del “subidón”, un empeño por gustar sensaciones fuertes, potenciado y extendido por capitalismos mediáticos publicitarios. Es lógico querer pasarlo bomba; sin embargo el problema está en que curiosamente no se sabe vivir bien . Las prisas, la búsqueda del éxito y del dinero rápido, la aceleración como modo de vida puede que no sea, en el fondo, más que una huida hacia delante.

La exaltación de las emociones nocturnas no da respuesta a la realidad del trabajo cotidiano. Se vive con cierta histeria una única realidad en la que no se encuentra la unidad de sentido de la vida. Y esto se debe, como afirma Alfonso Aguiló (3) en alguno de sus artículos, a que se busca la felicidad donde no está y se ignora que para ser feliz lo que hay que modificar no es tanto lo de fuera sino lo de dentro de uno mismo.

Reflexionar en que uno ha nacido sin ningún mérito personal ni consulta previa es mucho más que una perogrullada: es la pura verdad que, sin embargo, olvidamos con mucha frecuencia. A pesar de los flagrantes males del mundo, de la enfermedad y del dolor moral, la vida sigue siendo una llamada, un regalo de valor incalculable. El bien suele ser más discreto y silencioso que el mal, pero mucho más sólido y fundamental…como lo es una madre buena. Lo que podemos hacer, en expresión de Julián Marías es “educar la mirada” y también el entendimiento y la voluntad para caer en la cuenta de la cantidad de cosas estupendas que nos suceden: desde respirar hasta optar por aventuras quizás sencillas pero llenas de verdad y de bien, maduras de humanidad y sazonadas de buen humor. Quien procura vivir siempre así, de hecho, es bastante probable que lo haga desde la fuerza de la fe.

Hay un salto de confianza, de esperanza, de aptitud para la felicidad – esto es en parte la fe- que no puede ser impuesto racionalmente, porque la mano de Dios sólo se coge si libremente se quiere. Lo que sí se puede constatar es que quien así lo hace está en condiciones de disfrutar tanto en día laborable como en fin de semana: y con un gozo enorme, porque todo se llena de sentido. Y ese sentido es la fuente de la felicidad.

8. Ser querido Ser querido, dejarse querer, parece lo más natural del mundo. Se ve muy claro en los niños y en los ancianos; y en todo el mundo. Sin embargo, en épocas más o menos largas, nos cuesta aceptar el aprecio de los demás aunque en el fondo lo deseamos.

Nuestra autonomía, incluso en el darse, puede impedir algo que tal vez es más importante que querer: aceptar ser querido. La razón es quizá sencilla: nadie da de lo que no tiene. Nadie que no haya sido querido sabrá querer. Querer a otra persona, como dice Pieper, no es quererla para mí sino querer lo mejor para ella. Ser querido es por tanto ser dignificado, ser dotado de sentido, de valor.

Ser querido es en cierta manera permitir que nuestra identidad dependa de otro, por esto puede dar vergüenza. Ser querido es aceptar la unión con las demás personas, y supone -si se puede hablar así- perder algo de casta para ganarlo de personalidad. Aceptar ser querido es la base para querer; y sólo quien se sabe muy querido sabrá querer y darse con toda su persona.

9. Fijarse en lo positivo El agujero es en el queso y la herida en el cuerpo. Las sombras son por las luces; no al revés. Fijarse en lo positivo, en lo bueno, es ser realista. No se trata de la necedad de ignorar el mal ni sus consecuencias, a veces tremendas. Se trata de comprender una cosa: ser es ser agradecido.

Muchos bienes no son noticia. Dicen, con respeto y aprecio a las verdades difundidas por el periodismo, que “el ruido no hace bien y que el bien no hace ruido”. Fijarse en lo bueno es el requisito previo para conseguirlo. En ocasiones el escalador tiene que mirar hacia abajo pero sobre todo debe mirar arriba para poder llegar.

Cada persona se transforma en aquello hacia lo que se dirige. Si nos fijamos en el bien y nos acercamos a él seremos buenos. Esto requiere un ingrediente difícil de obtener: el conocimiento propio. En este conocimiento, donde juegan un papel importante la sensatez, la experiencia y el consejo cualificado, también hay que fijarse en lo positivo, en lo bueno de nosotros mismos, por las mismas razones que hemos antes, para recuperar, con más temple, la propia ilusión de vivir.

Mirar a la victoria, sin desconocer las dificultades que pueda llevar consigo, es ya empezar a conquistarla.

10. Vida y misterio La vida esconde en su origen y en su actualidad el misterio de su por qué. La palabra misterio era traducida por los latinos como sacramentum; esto es: algo visible que connota lo invisible, lo que está detrás; lo que es su sentido. La realidad visible es de alguna manera un símbolo; algo que remite a su origen, a lo que la dota de unidad de sentido. Y, en la realidad, viven unos símbolos vivos y libres que somos nosotros mismos.

Los hombres podemos representar personalmente el mundo; por ejemplo al escribir una novela, pero no podemos dotarla de realidad. Hay Alguien que si puede. En El su ser se identifica con su pensamiento y su querer con su poder. Un literato ha creado la novela en que vivimos. Alguien entiende el mundo y al entenderlo lo ama. Nos entiende a través de su Idea, de su Nombre. Somos porque nos quiere. En expresión de Chesterton, “el mundo es una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor” (4). Cada persona es una biografía dentro de la novela. Y hace falta un personaje principal que dé unidad de sentido a todas nuestras vidas.

11. Cuatro puntos de apoyo Vamos a destacar cuatro ideas. Hemos visto que desde experiencias parciales podemos extraer conclusiones generales que a su vez son reglas sólidas de la realidad y condiciones para que exista: “el sentido del mundo está diseñado desde fuera del mundo”. Otra conclusión estudiada es que “ser original es ponerse en el lugar del otro”. También tu verdad personal tiene mucho que ver con la verdad de los demás :existe una “unidad en la pluralidad”. Y, entre otras muchas cosas interesantes, “la realidad, y la propia vida de cada uno, remite a un misterio que permanece desconocido a unos y llena de sentido a otros”.

¿Piensas que hay una relación entre estas cuatro ideas y algo que está a diario al alcance de nuestra vista? (1) Cfr. Antonio Millán Puelles, “La estructura de la subjetividad”, Rialp, Madrid, 1967. (2) Cfr. Robert Spaeman,”Felicidad y benevolencia”, Rialp, Madrid, 1991. (3) Cfr. www.interrogantes.net (4) Cita recogida en “Alfa y Omega”, Nº 1, 9-XII-95, Madrid, p.27.

Salvador Cervera, “La depresión, mucho más que la tristeza”, Alfa y Omega, 15.I.04

Se ha generalizado el término depresión, que se ha puesto de moda en el lenguaje de la calle y se utiliza en muchos casos de forma incorrecta. Sin embargo, la enfermedad es muy seria, no tiene nada que ver con esa apatía ante la vida del estudiante que ha suspendido seis asignaturas, y como tal debe ser tratada. El peligro de generalizar el término poliédrico puede llevar a descuidar una cura eficaz ante la enfermedad. Para esclarecer este punto, el profesor Salvador Cervera, de la Universidad de Navarra, explicó en el reciente Congreso Internacional de la Salud, celebrado en Roma, la diferencia entre el malestar y la enfermedad de la depresión El estado de ánimo triste es un malestar psicológico frecuente, pero sentirse triste o deprimido no es suficiente para afirmar que se padece la depresión. Este término puede indicar un signo, un síntoma, un síndrome, un estado emocional, una reacción o una entidad clínica bien definida. Por ello es importante diferenciar entre la depresión como enfermedad y los sentimientos de infelicidad, abatimiento o desánimo, que son reacciones habituales ante acontecimientos o situaciones personales difíciles.

En la respuesta afectiva moral nos encontramos con sentimientos transitorios de tristeza y desilusión, comunes en la vida diaria. Esta tristeza, que denominamos normal, se caracteriza por: ser adecuada y proporcional al estímulo que la origina; tener una duración breve; y no afectar especialmente a la esfera somática, al rendimiento profesional o a las actividades de relación.

En la depresión como estado patológico se pierde la satisfacción de vivir, la capacidad de actuar y la esperanza de recuperar el bienestar. Se acompaña de manifestaciones clínicas en la esfera del estado de ánimo (tristeza, pérdida de interés, apatía, falta de sentido de esperanza), del pensamiento (capacidad de concentración disminuida, indecisión, pesimismo, deseo de muerte, etc.), de la actividad psicomotriz (inhibición, lentitud, falta de comunicación o inquietud, impaciencia e hiperactividad) y de las manifestaciones somáticas (insomnio, alteraciones del apetito y peso corporal, disminución del deseo sexual, pérdida de energía, cansancio, etc.) Este conjunto de síntomas ponen de manifiesto que nos hallamos ante un estado patológico específico, netamente distinto de la tristeza normal y que adquiere formas e intensidades bien definidas. Y en este sentido se han establecido diversas formas clínicas de depresión internacionalmente aceptadas, que de menor a mayor intensidad son: reacción depresiva; trastorno depresivo mayor; distimia; trastorno bipolar; trastorno depresivo orgánico; depresión melancólica; y depresión psicótica. Cada una de ellas con rasgos diferenciales clínicos bien establecidos.

La depresión es el resultado de un diálogo interactivo entre la biología, los factores personales y psicológicos, y el ambiente. Como factores biológicos figuran una base genética, en algunas formas de depresión, alteraciones en los neurotransmisores cerebrales y alteraciones endocrinas e inmunológicas. Todos estos factores no deben ser considerados como agentes causales, sino como moduladores o marcadores biológicos del estado de enfermedad. Desde otro punto de vista, las características de personalidad juegan un papel, unas veces de predisposición, otras de complicación del cuadro clínico, o de configuraciones del cuadro clínico. Es de gran importancia también el estudio de los factores de vulnerabilidad, como, por ejemplo, la inestabilidad emocional, la hipersensibilidad, o la dependencia, la inseguridad y el pesimismo, o la alta vulnerabilidad a las situaciones de estrés. Estos rasgos predispondrían a la enfermedad especialmente cuando se asocian a factores sociales negativos.

Existe también una variedad de factores de protección que fortalecen al sujeto. Son los sistemas de creencias religiosas y de valores, el grado de madurez psicológica que permite una respuesta equilibrada desde el punto de vista emocional y racional, la facilidad para captar y asumir el sentido de las experiencias propias y ajenas, los sentimientos estables de apoyo y pertenencia propios de las relaciones personales, el ejercicio de la libertad para la realización de proyectos que comprometen de manera estable y que nos vinculan a los demás.

En cuanto a los factores ambientales, se han descrito una mayor probabilidad de padecer un trastorno depresivo cuando se dan factores externos adversos, como acontecimientos estresantes recientes, muerte prematura de un familiar, inadecuada educación, pobreza, malnutrición, insuficiente soporte social. Todos estos factores que forman parte de la biografía del individuo, repercuten en él, creando vulnerabilidad.

En conclusión, los factores que inciden en la génesis de la enfermedad depresiva forman parte de un sistema interactivo, que modula la respuesta a los sufrimientos que generan tristeza. Este sistema interactivo incluye una valoración, un discernimiento interno personal que otorga significado a lo percibido, con muy distintos significados clínicos. En la tristeza o aflicción normal, aunque hay una afectación, ésta no rompe el sentido armónico de la persona, y por eso se produce una respuesta adaptada al propio sujeto y a su entorno. En el trastorno adaptativo la afectación es desproporcionada. En la depresión mayor y en la distimia, la afectación de las estructuras es, no sólo intensa, sino distorsionante. Y en el caso de la melancolía, del trastorno bipolar y de la depresión psicótica, la respuesta está fragmentada, rota, con una fisura amplia respecto a las demás formas de depresión, pues manifiestan una ruptura interior, que supone un salto tanto cuantitativo como cualitativo. Consideramos que el principio armónico y de control global al que toda persona tiende, y que es adaptativo, se distorsiona en tres fases sucesivas, que podemos denominar sobrecarga, distorsión y ruptura. Y no parece que se deba plantear una disyuntiva entre incremento cuantitativo y salto cualitativo. En todos los ámbitos, desde lo inorgánico hasta los vivos, son muchos los casos en que un incremento cuantitativo del estrés se traduce en un cambio cualitativo, de forma y de función.

Diez características más comunes de la depresión: La persona experimenta un sentimiento general de falta de esperanza, de interés, con apatía, tristeza y abatimiento general. – Pérdida de perspectiva. Lucha por la confianza en uno mismo en lugar de contra los problemas de la vida. – Cambios en las actividades y preferencias. Alteraciones de sueño, en las comidas, en las relaciones sexuales… – Baja autoestima. – Tendencia al aislamiento. Temor sin fundamento a ser rechazado. – Deseo de huir de los problemas y de la vida misma. Deseo de suicidio. – Hipersensibilidad ante los comentarios y los actos de los demás. – Dificultad para controlar sus emociones, en especial la ira. – Fuerte sentimiento de culpa. – Estado de dependencia que refuerza el sentimiento de invalidez.

El término poliédrico de la depresión La tristeza normal es una respuesta afectiva constituida por sentimientos de la vida diaria, poco o muy intensos, pero escasamente duraderos, que aparece ante situaciones de estrés, frustración y pérdidas. Debe considerarse corno experiencia depresiva normal. – La depresión, como estado patológico, es un fenómeno en el que se pierde la satisfacción de vivir, la capacidad de actuar y la esperanza de recuperar el bienestar; se acompaña de manifestaciones somáticas y psíquicas, y produce en la persona diversos grados de incapacidad. – El proceso de estación de la experiencia depresiva patológica es altamente dinámico en el tiempo, con modos de vulnerabilidad que resultan de la combinación de la biología, factores personales y sociales o ambientales, y que se acentúan de acuerdo al curso de la biografía personal, los factores de protección y las experiencias de sí mismo y del entorno. – En la medida en que es una experiencia estrictamente personal, la vivencia de la enfermedad depresiva, como la de la tristeza normal, deben ser consideradas como únicas para cada persona, y su significado personal debe ser estimado en un plano existencial.

Cómo ayudar a personas que sufren depresión Mensaje de Juan Pablo II a la XVIII Conferencia Internacional sobre la Depresión: «La clave para ayudar a una persona con depresión es el amor y la oración. Las personas que cuidan de los enfermos deprimidos deben ayudar a recuperar la propia estima, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro, las ganas de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida, en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, dignos, en una palabra, de amar y de ser amados.

En el camino espiritual son de gran ayuda la lectura y la meditación de los salmos, el rezo del Rosario, la participación en la Eucaristía, fuente de paz interior. La difusión de los estados depresivos es preocupante. Se manifiestan fragilidades humanas, psicológicas y espirituales, que al menos en parte son inducidas por la sociedad. Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera a un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevas vías, para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura. La Iglesia y la sociedad deben proponer a las personas, especialmente a los jóvenes, figuras y experiencias que les ayuden a crecer en el plano humano, psicológico, moral y espiritual. La ausencia de puntos de referencia contribuye a crear personalidades más frágiles, llevando a considerar que todos los comportamientos son semejantes.

Juegan un papel relevante la familia, la escuela, los movimientos juveniles, las asociaciones parroquiales.

También es significativo el papel de las instituciones públicas para asegurar condiciones de vida dignas, en particular, a las personas abandonadas, enfermas, ancianas. Son igualmente necesarias las políticas para la juventud, que ofrezcan a las nuevas generaciones motivos de esperanza, preservándolas del vacío o de otros peligros».

Salvador Cervera Enguix

Susanna Tamaro, “Regreso al corazón”, Alfa y Omega nº 316

En esta entrevista concedida al diario italiano Avvenire, la escritora italiana Susanna Tamaro juzga «nuestros tiempos díficiles» y la incapacidad de comunicar. Habla la escritora que está a punto de rodar como directora su primer largometraje.

Continuar leyendo “Susanna Tamaro, “Regreso al corazón”, Alfa y Omega nº 316″

Marcello Pera, “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2.V.2005

Entrevista de Juan Manuel de Prada a MARCELLO PERA, Presidente del senado de ITALIA Continuar leyendo “Marcello Pera, “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2.V.2005″