Asoc. Valenciana Defensa Vida, “8 preguntas básicas sobre las células madre”, VIII.01

1.- ¿Qué son las células madre o estaminales? Las células estaminales –también conocidas como células madres, troncales o germinales-, son células maestras que tienen la capacidad de transformarse en otros tipos de células, incluidas las del cerebro, el corazón, los huesos, los músculos y la piel.

La investigación con células estaminales embrionarias ha despertado un debate en la comunidad científica internacional sobre la licitud ética de matar embriones humanos con fines experimentales. Algunos científicos justifican la muerte de los embriones alegando que servirá para curar enfermedades o simplemente niegan que los embriones concebidos sean seres humanos.

2.- ¿Dónde hay células estaminales? Hasta el momento se ha confirmado que hay células estaminales en el cordón umbilical, la placenta, la médula ósea y en los embriones.

3.- ¿Cómo son las células estaminales embrionarias? Estas células estaminales están contenidas en los embriones humanos de sólo pocos días. A este tipo de células se les llama pluripotenciales porque pueden convertirse en prácticamente células de cualquier tejido y como consecuencia permiten al embrión desarrollarse y convertirse en un cuerpo totalmente formado. Cada blastocisto o blástula, es decir un embrión de cinco días, es una esfera formada por alrededor de 100 células. Las células de la capa externa formarán la placenta y otros órganos necesarios para sustentar el desarrollo fetal en el útero. Mientras que las células internas formarán casi todos los tejidos del cuerpo.

Es por ello que, teóricamente, si se aprende cómo hacerlas crecer y las manipulan, se podrían originar tejidos u órganos nuevos en el laboratorio para implantarlos en pacientes y curar enfermedades.

4.- ¿Qué ocurre cuando las células estaminales son extraídas del embrión? El embrión ya no puede seguir desarrollándose y muere. Sín embargo, se pueden utilizar las células estaminales de la placenta y del cordón umbilical sin atentar contra el embrión humano. En este caso, la ciencia aprovecha las células que son desechadas naturalmente por la madre al momento del parto. Ni la placenta ni el cordón umbilical son vitales para el ser humano y pueden ser utilizados sin ningún problema ético.

Además, hay experimentos con células estaminales de la médula ósea que han logrado éxito. Éstas células son obtenidas de niños o personas adultas que no se ven afectados por perderlas.

5.- ¿Cómo son las células estaminales de adultos? Son células que alberga el tejido maduro en el cuerpo de los niños y de los adultos. Las células madres están aquí más especializadas que las embrionarias y dan lugar a tipos celulares específicos. Se les llama multipotenciales.

El cuerpo maduro utiliza estas células como “partes de reserva” para sustituir otras células caducas. Por ejemplo, ciertas células madres en la médula ósea producen glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas de la sangre. Investigaciones recientes indicaron que las células madres adultas se pueden convertir en muchos otros tipos celulares más de lo que antes se creía posible.

6.- Los científicos que quieren analizar células estaminales embrionarias ¿de dónde las obtienen? Generalmente, los científicos obtienen células estaminales embrionarias de los embriones que desechan las clínicas de fertilidad como parte de las técnicas de fertilización in vitro. Es sabido que estos procedimientos, implican en cada pareja interesada la fertilización de muchos óvulos pero no todos los óvulos fecundados –es decir con vida propia- son implantados en la mujer que los gestará. Algunos mueren, otros logran nacer y muchos son conservados congelados en los laboratorios para ser sometidos a experimentos, utilizados en otras parejas o simplemente ser desechados.

Sin embargo, han surgido grupos de científicos que a utilizando fondos privados, se dedican a producir embriones con el único fin de extraerles las células estaminales, destruyéndolos.

7.- ¿Para qué sirve investigar las células estaminales? Aún no se ha logrado probar éxito alguno del uso de células estaminales embrionarias, sin embargo hay estudios de células estaminales de adultos que arrojan fuertes indicios sobre la posibilidad de utilizarlas para tratar determinadas enfermedades.

La intención de los científicos es controlar las características de transformación de las células madres para sustituir tejidos y órganos dañados por enfermedad o por lesión a fin de restablecer una función normal con injertos y tratamientos para pacientes que han perdido células y tejido.

Sin embargo, todo esto queda aún en el plano de las promesas. Varios médicos han advertido que se están creando demasiadas expectativas al respecto. La cura de todas las enfermedades no existe, por ello es totalmente inadecuado aumentar las esperanzas de enfermos y familiares diciéndoles que si se permite la manipulación de embriones se curarán muchas enfermedades, cosa que puede ser totalmente falsa.

8.- ¿Por qué muchos científicos insisten en usar células estaminales embrionarias? Porque en el embrión las células estaminales son más abundantes y en teoría, más versátiles. Sin embargo, su uso supone la muerte de embriones.

Los médicos pro-vida están a favor de la investigación de las células estaminales de adultos. Muchos ya trabajan usando células madres de adultos en transplantes de médula ósea para pacientes con cáncer, sin dañar al embrión humano. La alternativa radica en extraer estas células de personas adultas. El problema es que no son tan abundantes y no se reproducen tan fácilmente como la de los embriones, pero la respuesta es que se necesita más investigación en esta área para que eso sea posible.

Tomado de www.arvo.net

Natalia López Moratalla, “Tres razones para optar por obtener células madre”, ARVO, 4.VIII.01

No me extrañan las imágenes que nos han ofrecido algunos informativos el primer día de agosto: políticos norteamericanos, con libros de biología bajo el brazo y proyectando videos que muestran los primeros 3 ó 4 días de vida de un ser humano, mientras debaten del proyecto de ley que podría convertir en delito federal cualquier tipo de clonación con embriones humanos. No me choca que les haya resultado necesario, para poder entenderse y entablar así un dialogo racional, intentar primero aclarase en la maraña de términos biológicos y conseguir llamar con los mismo nombres a las mismas realidades y con diferentes a las que son diferentes.

Estamos en un momento muy importante de las ciencias biomédicas. Sabemos que, con mayor o menor intensidad, los tejidos y órganos de nuestro cuerpo tienen capacidad para repararse y regenerarse por sí mismos y sabemos también que diversas enfermedades, incluidas el Parkinson, el fallo cardíaco, la diabetes, etc., implican una degeneración irreversible de células del cerebro, del músculo cardiaco o del páncreas. Por ello se investigan terapias que permita producir, células humanas intactas tanto in vivo, como obteniéndolas in vitro para posteriormente transplantarlas o inyectarlas al paciente, a fin de reparar los tejidos u órganos que la enfermedad ha alterado. Esta reparación de tejidos se basa fundamentalmente en la utilización de “células madre”, llamadas también células troncales, que se caracterizan por poseer una capacidad ilimitada de multiplicarse y sobre todo porque tienen la posibilidad de desarrollarse y dar lugar a las células maduras y diferenciadas que forman tejidos y órganos. Aunque queda un largo camino por recorrer, diversos intentos con ratones, y alguno con humanos, indican que puede ser posible en un futuro no lejano una amplia medicina reparadora.

El dilema está planteado en que existen diversas “fuentes” de células madre con características diferentes: a) los embriones humanos de varios días; b) la sangre del cordón umbilical innecesario para el hijo y para la madre después del nacimiento; c) las grandes reservas naturales guardadas en cada organismo para su propia regeneración, en la médula ósea, la sangre, la grasa, el cerebro y hasta en el bulbo de cada pelo, etc. y d) las células reprogramadas de tal forma que el núcleo y las señales del citoplasma procedentes de dos tipos celulares diferentes, den lugar a una célula “híbrida” del tipo del que necesitara un paciente.

¿Qué fuente deberíamos usar ahora al inicio de las investigaciones como material de trabajo, y ahora y más adelante como material terapéutico? Para todos es obvio, sea cual sea el valor que le conceda a una vida incipiente, que es mejor no destruir embriones que hacerlo. Por eso, para muchos científicos rige la máxima de Einstein: en caso de duda olvidar la ciencia y recordar nuestra humanidad. Es decir, aún en la duda de que pudieran llegar a ser más o menos valiosas unas que otras “fuentes” para la medicina reparadora, emplearse a fondo en la opción que no exige destruir. No se trata de parar el progreso de la medicina frenando un área de la investigación biomédica, sino de liberarse de presiones economicistas e interesadas y confiar en que los caminos menos agresivos, menos invasivos, menos destructores, más naturales y más conservadores de los elementos y piezas del propio cuerpo, son a la corta y a larga mejor remedio a la enfermedad. Aporto los resultados de tres investigaciones con la sana intención de contribuir al rigor de la información científica que constituye la base misma de un debate de los aspectos ético y legal ante un dilema de esta naturaleza.

Las células madre embrionarias algo más que “pluripotentes” Hablamos de clonación reproductiva cuando se trata de producir dejar nacer y vivir un ser humano (un o una “Dolly” humana), copia más o menos exacta de un adulto; y de momento hay miedo a las posibles malformaciones tras el “mal resultado” de la famosa oveja y por ello, y de momento, nos prometemos no legalizar la clonación reproductiva, y nos recomendamos prudencia. Igual que ella es la clonación terapéutica; se diferencia en que no se dejaría desarrollarse nacer ni vivir al “producto” -un hermano gemelo del nacido años antes y que está enfermo-, sino que tras deshacer el embrión “producto” se toman las células de su interior -las células de la masa interna- para multiplicarlas y reconducirlas, hacia el tipo que necesite el gemelo enfermo, y puesto que son clónicos (genéticamente idénticos) se evitan los problemas del rechazo. Por otra parte, a partir de un embrión de pocos días bien el gemelo del paciente obtenido por clonación terapéutica, o bien a partir, de un embrión que es sobrante de la fecundación in vitro, o que no es sobrante, sino producido intencionadamente a tal fin, se plantea proceder a “obtener de células madre embrionarias pluritotentes” por su enorme potencial. Se nos presenta de una forma simple: no hay más que deshacer un embrión y tomar sus células y cultivarlas; y es más se nos repite con cierta frecuencia -como una matización importante que hay que tener en cuenta en el juicio ético- que las células madre embrionarias pluritotentes no son embriones porque al no contribuir al desarrollo de la placenta, no pueden formar un organismo completo. Pero no. No es así; y no lo digo yo. Lo dicen los que hicieron los experimentos y publicaron por primera vez la “obtención de células madre embrionarias humanas”: los investigadores del equipo de James Thompson de la Universidad de Wisconsin en 1998, en la revista Science (en el volumen 282, paginas 1145 a 1147). Estas células del embrión de pocos días (en estado de blastocisto) dan lugar a las células de la capa externa, el trofoblasto, incluso después de varios meses de cultivarlas, capa de la que derivará la placenta. En otras palabras, estas famosas células de partida no son pluripotentes sino totipotentes; no son células sin más sino embriones muy tempranos gemelos entre sí; son capaces, si no se les impide, de dar un nuevo embrión; embrión que si se le permitiera anidar en el útero de una mujer continuaría su vida y nacería. Es pues una clonación embrionaria (algunos la llaman paraclonación para diferenciarla de la clonación de un adulto): la imitación “en serie” del proceso natural por el que algunas veces de una sola fecundación aparecen dos gemelos idénticos. Estos investigadores han llamado a estos embriones gemelos-clónicos, “cuerpos embrioides” y han mostrado cuan laborioso e inseguro es el proceso de encauzar su totipotencialidad natural a convertirse en un organismo completo hacia la pluripotencialidad de convertirse en cualquiera de los tipos de células que forman un cuerpo pero sin su organización estructural y funcional. ¿Y en que se traduce la diferencia entre ser totipotentes o ser pluripotentes a efectos de su futura eficacia terapéutica? Un colega mío lo dice de una forma muy gráfica: pretender encauzar la potencialidad de estas células de dar un cuerpo entero para que sólo den lugar al tipo celular deseado y además lo hagan todas plenamente, es como pretender formar un rebaño de gatos. De hecho al implantarlas en experimentos con animales ratones les han producido teratomas, extraños tumores en los que pueden verse una mezcla informe de tejidos, piel, uñas, etc. Optar por el embrión como fuente supondrá siempre el handicap y riesgo añadido de tener que domeñar una fuerza una potencia mayor que la que necesitamos; será siempre más factible conducir al destino deseado un rebaño de ovejas.

Los embriones congelados que caducan algo más que sobrantes Hay tres términos con diferente carga emotiva para el mismo hecho: “producir embriones para…”.

Uno, producir embriones por fecundación in vitro sólo para investigar, nos lleva a corear ¡no hace falta ese despilfarro humano, tenemos muchos congelados!. El segundo, usar los embriones excedentes que están congelados y sobran en las clínicas de fecundación in vitro para investigar nos lleva rápidamente a gritar ¡que crueldad negarse a que se usen para una investigación tan prometedora si se van a destruir cuando pase el plazo legal de cinco años!. El tercero, producir abundantes embriones aprovechando los óvulos comprados -eso sí a precio meramente simbólico- a jóvenes chicas donantes para producir embriones y de este modo agilizar las largas colas de espera de las clínicas de fecundación asistida, se acompaña de un ¡hay que fomentar la donación solidaria!. En que quedamos: ¿sobran o faltan embriones humanos? Mas aún, si es que sobran ¿porque no dar permisos y fondos monetarios para que los investigadores experimenten con ellos?.

Pienso que la sola idea de unas vidas humanas “excedentes”, formando parte de un lote que sobra y no se sabe uno como quitárselos de encima de una forma ética y digna, sugiere por sí sola muchas razones para tomar la resolución de no producir más embriones que los que van a poder anidar en la madre y llegar a nacer y vivir. De evitar que sobren, legislando y modificando leyes si fuera necesario para garantizarlo. Vidas humanas “como medio para” por muy noble que sea el fin no parece buen método médico. No me repugnaría emplear como material para investigación embriones que van a ser en cualquier caso destruidos, pero no lo haría por nada del mundo, porque me repugna que sobren y sigan cada unos años sobrando lotes, y que pudiéramos aportetarlos generosamente para investigar sin que nos preocupe ni que sobren ni el porqué sobran.

De todos es conocido que, en pro de alcanzar una eficacia respetable de las técnicas de fecundación asistida, se ha generalizado, y legalizado en países como el nuestro, inducir a la que desea ser madre una multiovulación: se le provoca que maduren varios óvulos en un sólo ciclo. Es una forma menos molesta para ella ya que en la misma intervención se le toman varios óvulos; después se fecundan, se dejan desarrollarse unos días y se transfieren unos pocos de los embriones al útero para que uno de ellos con la cooperación del resto pueda anidar y el resto se congelan; ese resto pasan a ser sobrantes si la primera transferencia embrionaria tiene éxito y llega a nacer un bebé. En febrero de este año la revista Human Reproduction (volumen 16 y páginas de la 221 a la 225) publicaba un documentado estudio que muestra que los embriones originados por fecundación de óvulos que proceden de una multiovulación tienen más dificultad para anidar y, los que lo consiguen se desarrollan con más malformaciones que los originados por fecundación del óvulo madurado de forma natural en un ciclo; más aún la madre por efectos del fármaco que se usa en estos casos aporta un microentorno menos acogedor y más agresivo al embrión que trata de anidar. Un perfecto ciclo vicioso: para mejorar la eficacia se produce un exceso de embriones y la producción de ese número mayor conlleva que los embriones tienen deficiencias, son menos viables y además tienen que ser congelados, y el útero materno los acoge peor. La recomendación médica de los investigadores es obvia y lo hacen decididamente: no producir múltiples óvulos, sacar uno, o dos, que maduran en un ciclo normal. Esto es, es la ciencia, no sólo la ética, la que indica la conveniencia de que no nos sobren embriones.

Las células embrionarias ni la única ni la mejor esperanza de curar enfermedades No es fácil, incluso a quien puede seguir la literatura científica en este campo, poder evaluar al día cual de las fuente de células madre (embriones, sangre del cordón umbilical, las de reserva del propio organismo) son las reinas. Es más, estamos intentando memorizar que se ha conseguido de hecho, no en promesa, con cada una de ellas y nos empiezan a hablar del desarrollo de una técnica alternativa a la clonación terapéutica que consiste en fusionar la célula del paciente con una célula “aceptora” adecuada para que se desarrolle directamente al tipo celular que necesita el paciente (la futura fuente de las programada a medida). En el Congreso de la Sociedad Británica de Fertilidad, celebrado el 23 de febrero del 2001 investigadores de la firma comercial PPL Therapeutics, en la que participa también el Instituto Roslin, informaron que habían logrado transformar células adultas de piel de vaca en células madre y las habían convertido en células de músculo cardiaco iniciando un nuevo sistema.

Diferentes fuentes, diferentes puntos de partida -células de animales o de humanos-, experimentos a gran velocidad, diferente impacto social, fuertes cargas emotivas… no facilita demasiado un juicio sereno y riguroso ya que no es fácil tener la información de si las embrionarias son las reinas de las que no se puede prescindir, o si la propia ciencia las ha destronado ya en pro de las de las reservas y los bancos de cordón umbilical. Una muestra: algunos periódicos han dado junto a la información del dilema del Presidente Bush una noticia que según los titulares sirve de argumento a favor de decidir aportar las subvenciones a los centros públicos americanos. La noticia: científicos de Israel han conseguido células cardiacas que funcionan como músculo a partir de células embrionarias. Una buena noticia para los que han sufrido, o temen sufrir infarto de corazón; pero esa noticia no tendría más tinte que de alegría y esperanza si pudiéramos recordar a su vez que en el año 2000 el equipo de Vescovi había demostrado que células madre de adulto se transforman en musculares inmaduras; que estas inmaduras (mioblastos) ya habían sido transplantadas por Beauchamp en 1999 a ratones con corazón dañado fusionándose con el órgano y regenerando la zona dañada; que Clarke ha conseguido regenerar el corazón dañado de ratones transplantándoles las células madre de la médula ósea y que Menasche en el presente 2001 ha realizado con éxito el primer experimento clínico de transplante autólogo de mioblastos a un paciente de 72 años con isquemia cardiaca por una coronariopatía.

Con los datos actuales en la mano las células madre de adulto y del cordón umbilical merecen la corona. Aprendieron a estar en la reserva y al quite de donde puede ser necesitadas para acudir en repuesto con el traje que les corresponda llevar. Son una promesa terapéutica. A las embrionarias les costará siempre perder la incontrolable capacidad que su misión de dar un cuerpo entero les confiere, aunque podamos forzarlas a hacerlo. Leí los “pufos” de la pluripotencialidad de las células sacadas del embrión precoz y de la absoluta necesidad de usar los embriones en la carta de los Premios Nobel al Presidente Bush. Me chocó que firmasen 80 sin haber leído la literatura científica. Busqué la lista y ya no me extrañó tanto: tenían muchos de ellos el Premio por méritos alejados del este campo de investigación, y los había sin Nobel y con intereses muy claros en patentes de células embrionarias humanas; una muestra: Robert Lanza de la Advanced Cell Technology, Inc. De Worcerter, Masdachusetts, no laureado firmaba también la carta.

Natalia López Moratalla Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular ARVO, 4.VIII.01

Jeremy Rifkin, “El estudio de la célula madre: el plan comercial oculto”, El País, 7.IX.01

Jeremy Rifkin, Presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas de Washington. Continuar leyendo “Jeremy Rifkin, “El estudio de la célula madre: el plan comercial oculto”, El País, 7.IX.01″

Jaime Esteban, “Moral sentimental” (sobre la manipulación de embriones), PUP, 29.X.01

Terror, eso es lo que he sentido. Se me dirá, posiblemente, que soy un agorero o un exagerado, pero creo que el asunto es peliagudo y se las promete muy fieras. Y me explico.

Hace pocos días, admirado, escuché el caso reciente de una mujer que ha conseguido ser madre estando ya bien entrada en la cincuentena. Se trata, ciertamente, de un prodigio de la medicina. Ciencia y humanismo se alían para conseguir la felicidad de una mujer; así lo han visto la mayoría de los medios de comunicación. Yo no quiero ser menos, y deseo lo mejor de esta vida para la madre y la criatura. Pero… Siempre es bueno detenerse a ver si hay peros, y en este caso los hay. Me enteré de la noticia por algún informativo televisado, creo recordar que el Telediario de la primera cadena de Televisión Española, en el que se entrevistaba a la médico de la recién estrenada madre. Parecía una mujer agradable y optimista. Hizo especial hincapié en la buena disposición de su paciente para éxito de la empresa, léase gestación y posterior alumbramiento. Hablaba, encantada, de la felicidad impagable que había conseguido su paciente gracias a la donación de óvulos… «Luego esa mujer no es! la verdadera madre de la criatura», me dije; pero rápidamente deseché pensamiento tan impertinente y continué atendiendo a la entrevistada. La médico ensalzaba el tesón de su paciente. Parece ser que el premio de sentirse madre no lo había alcanzado sino después de numerosos intentos… «¡Numerosos intentos!». Aquí, he de confesarlo, ya no pude contener mis pensamientos inoportunos. Porque, veamos: ¿qué significa numerosos intentos? No sé en este caso que nos ocupa, pero lo normal es que un intento fallido sea un embrión destruido: muerto. O congelado. O tirado a la alcantarilla por un desagüe… ¿Y de qué estamos hablando? ¿De un caramelo, una canica, una mercancía que puede escogerse, manipularse, congelarse? No sé si el embrión es persona o no lo es, pero sí tengo claro que se trata de un proyecto de vida humana, un proyecto viable, autónomo e independiente, y eso es suficiente para otorgarle la condición de ser humano y, por tanto, tratarlo como a tal. Lo contrario, el empl! eo utilitarista del ser humano, nos acerca casi siempre a situaciones poco deseables: la esclavitud, la trata de blancas, la compraventa de niños; y de ahí a Auswitz, el camino que hay que recorrer se hace inquietantemente más corto. Pero, curiosamente, nadie se ha ocupado de esto en los medios de comunicación. Es un asunto incómodo, molesto. Lo que importa es la felicidad de una mujer que por fin se ha sentido madre. Y esto es lo terrorífico. Esto es lo que verdaderamente me asusta.

Estamos constituyendo una moral que se asienta en los pilares resbaladizos del sentimentalismo. Fijémonos, si no, en los modos de argumentar. Ante al aborto siempre se escucha la cantinela de la violación, la muerte segura de la madre en el parto o la pobre chiquilla que será apaleada hasta la muerte por un padre intransigente; nadie habla de la grandeza de la vida. En el caso de las rupturas matrimoniales se apela al derecho a ser feliz de la persona; el compromiso, la dignidad del hombre acrisolada en una promesa de fidelidad, de garantizar que uno va a seguir siendo el mismo al cabo del tiempo, no aparece por ninguna parte. Ciertamente cada caso es cada caso, y no somos quienes para juzgar nadie; menos aún en situaciones de tensión vital y sufrimiento extremos. Pero a lo que no podemos renunciar es al uso de la razón. Es verdad que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Es cierto que la hipertrofia de la razón es fría y desagradable, a más de procurarnos una i! magen falseada del hombre. ¿Pero qué ocurre si fiamos todo al sentimiento? La pasión es ciega, y los sentimientos tienen más de pasión que de razón. En una moral que siente en vez de pensar, hasta las mayores monstruosidades tienen cabida siempre que se vendan con unas pocas lagrimitas y una banda sonora de esas que hace se te ericen los pelos del colodrillo. Mal negocio es guiarse por los sentimientos, y peor aún construir una moral asentada en éstos. Si escogemos a un ciego como lazarillo vamos directos al despeñadero.

Razonar es un acto reflexivo, algo interior. Un hombre es reflexivo cuando vive hacia dentro y no hacia fuera. Cuando pondera las cosas en su fuero interno, y no cuando su obrar sigue al sentir. Pero no nos engañemos; lo que hoy interesa es el color, la música, la imagen, el sonido. Hay que alucinar y que flipar. Y mientras, según dicen, cada vez se lee menos en España.

Gonzalo Herranz, “Propaganda y realidad sobre la clonación humana”, ABC, 2.XII.01

De clonación humana hemos hablado esta semana hasta la saciedad. Parece imposible añadir razonamientos nuevos a los que, desde las diferentes posturas, se han aducido. Pienso, sin embargo, que merece la pena examinar críticamente el argumento fuerte que los partidarios de la clonación terapéutica humana, un argumento que viene a ser una adaptación del principio utilitarista de la mayor felicidad para el mayor número. Dice así: las células madre derivadas de clones humanos curarán a millones de pacientes, acabarán con las grandes plagas que azotan hoy a la humanidad.

El argumento incluye, pues, dos promesas: una, llevar alivio a millones de seres humanos; otra, de curar muchas y muy diversas enfermedades. Ninguna de ellas es creíble.

¿A cuántos beneficiará la clonación terapéutica? Recordemos que lo propio de la clonación es la identidad entre clon y clonante. Un clon producirá, si todo va bien, células madre destinadas al individuo singular del que es copia. A nadie más. Cada vez que tratemos a un enfermo con células madre, tendremos que producir primero su correspondiente embrión clónico.

Pero obtener esas células es algo tan complejo y caro que sólo estará al alcance de una clientela muy exclusiva, que tenga dinero bastante para comprar decenas de oocitos y pagar las sofisticadas técnicas de micromanipulación y cultivo, los agentes que dirigen la diferenciación hacia tipos celulares específicos, al personal supercualificado, y, puesto que los fracasos acechan, las pólizas de seguro contra tantos riesgos.

La clonación terapéutica será siempre muy cara, y no sólo durante el largo tiempo de optimización de las técnicas. Nada, pues, de millones de beneficiarios reales, de “miles de millones”, como un científico español exageró en un telediario. Los servicios nacionales de salud no podrán hacerse cargo de esa prestación. El deber de justicia plantea ahí un grave problema ético. De momento, no parece justo destinar dinero público a desarrollar técnicas que, una vez puestas a punto, van a beneficiar a unos pocos millonarios.

Nadie sabe todavía si las células troncales derivadas de embriones clonados serán beneficiosas y en qué grado. No tenemos todavía suficientes pruebas experimentales. Y, sin embargo, se habla, como si la cosa estuviera a la vuelta de la esquina, de curar enfermedades que hoy no tienen tratamiento satisfactorio: el Alzheimer, el Parkinson, la esclerosis múltiple, la apoplejía, el cáncer, la cirrosis, la diabetes, el daño miocárdico, la osteoporosis, la leucemia, la esclerosis múltiple y el SIDA: todas enfermedades terribles y de elevada prevalencia. Además, se nos asegura que, gracias a la clonación terapéutica, se desarrollará la medicina reparativa que neutralizará la erosión que, con la edad, desgasta nuestros órganos: nos hará, sino perpetuamente jóvenes, sí resistentes al paso de los años.

En resumen: que la clonación terapéutica parece casi una panacea. La historia nos enseña que soñar en panaceas es exponerse a llevarse un chasco. Desengañémonos: tanto énfasis en los poderes curativos de la clonación es un gesto de mercadotecnia: hacen falta muchos millones para ese negocio tan arriesgado y azaroso, hay que conseguir que accionistas y políticos pongan la pasta, diciéndoles que la medicina regenerativa es a la vez una mina de oro y un deber social.

Allá por los años 70, hubo un movimiento reivindicativo, Science for the people, que reclamaba para el pueblo la función de programar la investigación científica. Duró poco a causa de su radicalismo destemplado. Pero la idea de que la gente común ha de meterse en política científica es una idea sana que, así lo espero, terminará por imponerse. Hace unos años, la prestigiosa Royal Society, lanzaba a todos el mensaje de que había que interesarse por el ADN. No pretendía convertirnos en expertos en bioquímica o biotecnología. Simplemente pedía que estudiáramos y conversáramos unos con otros sobre como la ciencia va camino de afectar lo más profundo de nuestra humanidad. Hay leer entre líneas lo que cuentan los científicos. Hay que participar en la tarea de fijar los límites del dominio de la ciencia sobre el hombre.

Cuando la gente piensa por su cuenta en la clonación terapéutica, termina por rechazarla. Así lo han mostrado las encuestas serias hechas en el Reino Unido, Estados Unidos y Canadá.

Gonzalo Herranz Departamento de Humanidades Biomédicas, Universidad de Navarra

Emilio Carmona, “En nombre de la ciencia”, II.02

Ante las noticias que se suceden sin cesar sobre todo lo que ocurre en este planeta, muchas personas toman conciencia de que para estar bien informados es preciso conocer la Historia. Pretendiendo rescatar esta memoria histórica, y ante los desafíos inevitables de la bioética, conviene recordar acontecimientos importantes en la historia de las ciencias.

Si hojeamos libros y artículos de finales del siglo XIX y principios del XX, veremos qué concepto de la bioética se tenía entonces. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la eugenesia (selección de una raza superior) estaba bien vista, y cualquiera que se opusiese era un retrógrado que pretendía frenar el progreso de la humanidad. Algunos escritores, como G. K. Chesterton, J. R. R. Tolkien o C. S. Lewis, advirtieron ya de los peligros del cientificismo, pero la propaganda positivista de J. Huxley, E. Haeckel, Haegel, Feuerbach y C. Marx (entre otros) sobre la fe en “la todopoderosa Ciencia, demostrada en el triunfo del Darwinismo sobre la obsoleta religión” impulsó la idea del imperativo tecnológico (“Todo lo que puede hacerse se hará”). Pero ¿puede existir ética sin religión?. Algún tipo de ética siempre existe, pero ¿qué ética se forjó en la primera mitad del siglo XX?.

Los alumnos de carreras de ciencias (y todo el mundo) tienen archiconocidos los enfrentamientos históricos entre ciertos científicos y la posición teológica dominante de su época (que estén bien informados de todo lo que se dijo entonces es harina de otro costal): Galileo y Darwin se citan como casos paradigmáticos. Lo que no todos conocen tan bien es que en la Historia se han dado igualmente casos paradigmáticos de enfrentamientos de una minoría (científica, religiosa o de otra índole) contra la postura predominante de la comunidad científica. Y la eugenesia de principios del siglo XX es ese caso.

Estaba “científicamente demostrado” que la raza blanca o caucásica era la más evolucionada de todas las existentes, siendo los negroides los más próximos a nuestros antepasados simiescos. Y “por supuesto”, las personas con síndromes genéticos suponían una amenaza al progreso de la especie. Debían ser abortados, esterilizados, o incluso utilizados para experimentación. Al fin y al cabo, su vida era “inferior”. Una nación progresista -Alemania- se atrevió a llevar estas ideas a la práctica. Y el mundo entero se dio cuenta de la barbaridad que suponía aquello. La eugenesia es hoy reconocida como una atrocidad, y lo que ocurrió entonces se asocia inequívocamente a posturas políticas radicales.

Pero no hay más que coger el periódico o ver ciertos documentales para notar que está surgiendo un nuevo tipo de eugenesia. Un científico alemán decía el año pasado en unas declaraciones a “El país” que había que domesticar al ser humano mediante la genética, porque llevamos la agresividad en los genes. Y añadía: “La gente se escandaliza de esto porque lo dice un alemán, pero si lo dijese un científico americano no pasaría nada”. A esto podríamos añadir las noticias sobre aplicaciones “erróneas” de la eutanasia en Holanda, la inadmisión en la UVI de mayores de 70 años en Dinamarca, el tráfico de fetos humanos con fines “médicos”, los abortos horas antes de cumplir los nueve meses, los maltratos en centros de personas mayores o los de enfermos mentales (de los que nadie se entera, “y no pasa nada”), etcétera.

Hoy no queremos seleccionar a nadie por su etnia o nacionalidad, pero ¿qué actitud está tomando la sociedad hacia las personas con síndromes genéticos, los enfermos graves, los embriones y fetos humanos “que sobran”, los inadaptados…? ¿Nos “estorban”? ¿Se preocupará alguien si son eliminados?. Conviene tener olfato histórico, porque aquellos que olvidan su Historia, tienden a repetirla.

Emilio Carmona Doctorando en Biología molecular emilio@fafar.us.es

Real Academia de Medicina, “Rechazo a la clonación terapéutica”, 5.III.02

La Real Academia de Medicina ha declarado que se opone a cualquier tipo de clonación. Defiende que el embrión, desde su concepción, es una vida en desarrollo que debe ser protegida con una legislación internacional, según informa Diario Médico.

“La clonación terapéutica puede ser lícita en cuanto a que los fines son laudables (aliviar, curar al hombre enfermo), pero es inadmisible si comporta la destrucción de una vida anterior que es la del blastocisto, esto es, la del ovocito fecundado convertido en óvulo y, por tanto, en una vida incipiente que comienza a desarrollarse”. Esta es una de las conclusiones de una conferencia impartida por el académico Félix Peréz y Pérez, emérito de la Real Academia de Doctores y de la Real Academia de Medicina, que esta última ha adoptado como postura institucional, según ha explicado a DM Hipólito Durán, su presidente.

EN SUS JUSTOS TÉRMINOS Qué dice la Real Academia de Medicina 1. No a la destrucción de blastocistos (células madre embrionarias de fácil obtención), pues, en todo caso, supone la interrupción de la vida. ** Respeto absoluto a la vida humana desde que comienza -activación del genoma (primera célula diploide)- hasta la muerte.

2. Reconocimiento mediante legislación oportuna de los derechos del embrión.

3. Prohibición de la obtención de blastocistos en exceso para la reproducción por FIV-ET para tratamiento de esterilidad.

4. Destino digno para los embriones excedentes de la FIV-ET y promoción de su destino para la adopción de parejas estériles.

5. Prohibición absoluta para importar embriones con destino a la experimentación.

6. El ser humano no es algo, sino alguien. Su generación en el laboratorio va en todo caso en contra de nuestra dignidad…

El texto analiza el impacto social, ético y moral de la clonación embrionaria humana, cuyo fin terapéutico ha sido aprobado hace sólo unos días por el Reino Unido (ver DM del 1-III-02). El texto rechaza la validez del término preembrión y considera inadmisible la postura adoptada por Advanced Cell Technologies que calificó al blastocisto como un conjunto de células sin perspectivas de vida. Para la Academia, “hay que admitir con toda valentía que el blastocisto es ya una vida y su destrucción implica una ejecución (interrupción y, por tanto, aborto)”.

Al mismo nivel La Academia duda de los fines de la clonación terapéutica y de las garantías de éxito que actualmente pueda tener. Según el documento, “la vida es vida en sí misma y es tan importante la vida de los embriones incipientes como la de los sujetos que recibirán estas células después del sacrificio de aquéllos, con la duda -todavía sin resolver- de si estas células pueden prender con absoluta eficacia en el organismo receptor o por el contrario no se adaptarán”.

El texto recuerda que las células clonadas “no son generalizables, pues sirven exclusivamente para un tratamiento individualizado, es decir, para las enfermedades que padece el propio individuo del cual se han obtenido”. La Academia aclara que no hay que poner coto a los avances científicos y a la Biomedicina, pero “una cosa es el impulso de la investigación y otra la utilización de las técnicas que destruyen la vida y reducen los seres humanos a la condición de mera mercancía”.

Esta institución exige la “urgente reglamentación internacional de la investigación sobre el cultivo de células madre y respecto a los blastocistos existentes en los bancos respectivos, pues la investigación ofrece un enorme campo, pudiendo eludir la destrucción de seres vivos en desarrollo (blastocistos)”.

En cuanto al “preocupante destino de los blastocistos sobrantes de la FIV, un porvenir digno sería destinarlos, previa autorización de los padres, al tratamiento de mujeres estériles, pues su uso en la investigación es inadmisible”.

Visiones enfrentadas El anuncio del Reino Unido de admitir la clonación embrionaria humana con fines de investigación terapéutica ha reabierto un debate en Europa, incluida España. Santiago Grisolía, expresidente del Comité de Coordinación de la Unesco para el proyecto Genoma Humano, considera que la comunidad científica española es favorable, en términos generales, a la clonación de células embrionarias humanas con fines terapéuticos y estima necesario un debate sobre esta cuestión, según informa Europa Press. Tras reconocer que los científicos saben todavía muy poco sobre el proceso de división celular, Grisolía explica que el interés de los preembriones reside en que a partir de ellos es muy fácil conseguir células. Frente a esta opinión, Juan Ramón Lacadena, catedrático de Genética de la Universidad Complutense de Madrid, considera esta clonación como un paso previo a la reproductiva (ver DM del 1-III-02).

100 intelectuales piden penas para clonadores Por otra parte, según informa Europa Press, un centenar de médicos, científicos, abogados, farmacéuticos y docentes, entre otros, han firmado un manifiesto impulsado por Profesionales por la Ética para reclamar una reforma legislativa que permita establecer penas de prisión e inhabilitación la clonación de embriones humanos “en cualquier etapa de su desarrollo”.

Según los responsables de la iniciativa, así se permite la investigación con células madre procedentes del cordón umbilical, “favoreciendo con ello los avances hacia la clonación con fines terapéuticos”, mientras que “el dilema ético que supone el uso de células embrionarias, es decir, de futuros seres humanos, desaparece totalmente, ya que las células madre se pueden extraer de cualquier tejido humano sin necesidad de destruir embriones y sin ningún daño para el donante”.

Tomado de PUP, 5.III.02

Ignacio Sánchez Cámara, “Aprendices de brujo” (clonación), ABC, 9.VIII.2001

Algunos científicos parecen empeñados en convertirse en discípulos aventajados del doctor Frankenstein. Si un disparate es posible, podemos estar seguros de que intentarán realizarlo. Aunque con ello demuestren que su talento científico aún resulta superado por su indigencia moral. Se veía venir. Desde que en 1997 se logró la clonación de la oveja Dolly, pocas dudas podían albergarse acerca del inminente intento de ensayar la clonación de seres humanos. Naturalmente, la aberración debe revestirse con la dignidad de la ciencia y con la promesa de maravillosas consecuencias para la humanidad. La ciencia no debe detenerse. Las fuerzas de la ignorancia, del oscurantismo y de la reacción siempre se han opuesto al avance de la ilustración y del conocimiento. La clonación permitirá curar enfermedades y abastecer de órganos para eventuales trasplantes. También facilitará el progreso de la investigación científica. Este argumento de la tradicional oposición a la ciencia es especialmente peligroso, por su aparente plausibilidad. Y, sin embargo, resulta de una perfecta endeblez. Que hayan existido y existan fuerzas hostiles a la libre investigación, no significa que todo lo que sea posible hacer, pueda moralmente hacerse. La lógica de este argumento falaz podría llevar a justificar, por ejemplo, todo tipo de experimentos eugenésicos. Una cosa es la ilimitada libertad de conocer, atributo esencial del hombre, y otra la licitud de cualquier técnica de manipulación de vidas humanas. Quienes nos oponemos a la clonación de seres humanos, no establecemos con ello ninguna limitación al afán de conocer ni al progreso de la ciencia, sino sólo a la decisión de convertir lo que es un fin en sí mismo en puro medio. Ni siquiera se trata de poner límites morales a la ciencia, que puede y debe llegar hasta donde pueda en su voluntad de conocer. Se trata de poner límites a la acción y a la voluntad humanas, que nunca están legitimadas para ponerse al servicio de la deshumanización. Si no se respeta toda vida humana, se termina por no respetar ninguna. Se ha devaluado tanto la vida que ya casi parece normal que la experimentación científica y técnica pueda estar por encima de ella en lugar de estar al servicio de ella. Con ser contundente, ni siquiera es decisivo el argumento proporcionado por la mayoría de la comunidad científica, que ha alertado sobre la posibilidad de que se produzcan anomalías en los embriones fabricados. Tampoco es lo más grave que la rapacidad de algunos científicos pueda llevarles a poner su técnica al servicio de sus intereses económicos para explotar el deseo de tener hijos de las parejas que no pueden tenerlos por medios naturales. Lo decisivo es la pretensión misma de fabricar seres humanos. El debate principal no afecta a las consecuencias, favorables o desfavorables, de la clonación humana, aunque existen sobradas razones para presagiar que prevalecerán las segundas. Es, ante todo, una cuestión de principios. De lo que se trata es de decidir si el hombre es persona o cosa, si la vida humana encierra un valor en sí misma o es una mera propiedad inherente a ciertos seres. Porque si es posible moralmente la fabricación en serie de seres humanos, como si de una cadena de montaje se tratara, entonces podemos afirmar que casi todo está permitido. El episodio revela una vez más cómo la más sofisticada ciencia y técnica pueden coexistir con la mayor barbarie moral. Desgraciadamente la ciencia, cuando se aleja del ámbito de los principios filosóficos y morales, no vacuna contra la inmoralidad. Por el contrario, favorece la aparición de ridículos aprendices de brujo, de remedos del personaje que soñó Mary Shelley.

Julio Coll, “La reproducción de los genomas”

  • ¿Qué es un genoma?
  • ¿Cuántas intrucciones tiene?
  • ¿Qué es un gen?
  • ¿Dónde están los genomas?
  • ¿Cómo se originan?
  • ¿Cómo se desarrollan?
  • ¿Clonaje terapética?
  • Conclusiones
  • JULIO COLL MORALES Biológicas UCM pHD Cell Biology MIT

    Ignacio Sánchez Cámara, “Clonación y dignidad”, ABC, 1.XII.2001

    Las reacciones ante la clonación de un embrión humano parecen confirmar el carácter anómalo del debate moral contemporáneo. Especialmente, quizá, en el ámbito de la bioética. Toda discusión moral es estéril si no se remonta a los fundamentos, es decir, a las diferentes concepciones filosóficas de la ética. En caso contrario, todo queda reducido a repetición de tópicos, charla de café o diálogo de sordos. Tampoco cabe encontrar la respuesta en la ciencia, que suministra más los términos del problema que la solución. Y no se trata sólo de que no lleguemos a un acuerdo, cosa tal vez imposible; es que ni siquiera discutimos sobre los mismos presupuestos. De este modo, con exigua sutileza, unos perciben en los partidarios de la clonación terapéutica a una especie de asesinos en serie, y los otros convierten a sus detractores en entusiastas fundamentalistas de la muerte que se oponen con crueldad a un simple tratamiento médico. Pero algunos defensores de la clonación, y de otras causas semejantes, esgrimen un argumento falaz, que consiste en la atribución a sus oponentes de un planteamiento religioso o confesional, identificando el suyo con la racionalidad y el buen sentido, y les exigen la tolerancia y la exclusión del dogmatismo. Naturalmente, aceptar ese planteamiento es otorgarles de antemano la razón y escamotear el debate. Si no estoy equivocado, todo depende de la concepción que se defienda sobre la vida humana, sobre su origen, fundamento y dignidad. No pueden pensar lo mismo sobre, por ejemplo, el aborto, la eutanasia o la clonación quienes consideran que la vida es un don de Dios o una realidad misteriosa o trascendente que quienes la entienden como una mera propiedad inmanente de ciertos seres autónomos que pueden disponer libremente de ella, o quienes limitan la existencia de la persona a un cierto estado de madurez, o reducen el deber moral al principio de no causar daño a un ser sensible o consciente. Tampoco pueden pensar lo mismo quienes postulan la existencia de deberes absolutos e incondicionados que quienes limitan el deber a la producción del placer y a la evitación del dolor. Sin acudir a este ámbito de los fundamentos filosóficos y de la concepción radical del mundo y de la vida, las disputas morales constituyen una pérdida de tiempo y una irresponsabilidad. Si asumimos la primera tesis, es claro que la clonación, incluida la terapéutica, atenta contra el deber moral y contra la dignidad de la vida. Si nos adherimos a la segunda, la conclusión será su licitud en la medida en que puede paliar el sufrimiento de seres conscientes y maduros, aunque sea al precio de manipular y destruir embriones, carentes de toda dignidad. Por eso, no espero nada relevante de un debate sobre la clonación, y, en general, sobre bioética. Poco más que parloteo e incomprensión. Por mi parte, como creo en el sentido trascendente de la vida, considero que la clonación, incluida la terapéutica, es ilícita moralmente. Aliviar el sufrimiento y curar una enfermedad pueden constituir un deber, pero no un deber absoluto e incondicionado. Hay deberes más elevados. Pero también entiendo la posición de los partidarios, aunque creo que parten de una concepción equivocada de vida humana. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es que la suya sea la única posición ilustrada y racional. Si es la única moderna y progresista, me importa muy poco. En cualquier caso, no albergo dudas acerca de cuál de las dos concepciones es más favorable a la dignidad de la vida y de la persona. Si no va a haber auténtico debate, lo mejor es guardar silencio, respetar al discrepante, mas no necesariamente sus argumentos, y confiar en que la verdad moral, que no depende del sufragio universal, termine por imponerse.