Un maestro samurai paseaba por el bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita a aquel lugar. Al llegar, pudieron comprobar la pobreza de las construcciones y de sus habitantes: un matrimonio y tres hijos, una sencilla casa de madera, vestidos sucios y desgarrados, sin calzado. Preguntaron al padre de familia: “En este lugar no hay posibilidades de trabajo ni de comercio, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?” Aquel hombre calmadamente respondió: “Tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte la vendemos o la cambiamos por otros productos en la ciudad vecina y, con el resto, producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así vamos saliendo adelante.
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento más, luego se despidió y se fue. Siguieron su camino y, un rato después, se volvió hacia su discípulo y le dijo: “Busca esa vaquita, llévala hasta ese cortado y empújala al fondo del barranco.” El joven, espantado, cuestionó la orden recibida, pues la vaquita era el único medio de subsistencia de aquella pobre familia. Pero ante el silencio absoluto de su maestro, finalmente se dispuso a cumplirla. Empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir.
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