Alfonso Aguiló, “El talón de Aquiles”, Hacer Familia nº 307, 1.IX.2019

Aquiles es uno de los grandes héroes de la mitología griega, el principal héroe de la Guerra de Troya, el más fuerte y rápido guerrero de la Ilíada de Homero.

Era hijo de Peleo, rey de los Mirmidones, y de Tetis, una ninfa marina. Ambos eran mortales. Pero cuando Aquiles nace, su madre lo sumerge a escondidas en la corriente del río Estigia, cuyas aguas conducen al Averno y tienen el don de la inmortalidad, pero lo hace sujetando a su hijo por el talón derecho, con lo que se hace invulnerable todo el cuerpo excepto ese talón que queda sin bañar. De este modo, aquella sería en adelante la única zona de su cuerpo donde podría ser herido en batalla, su único punto vulnerable, “su talón de Aquiles”.

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Alfonso Aguiló, “Afrontar los problemas”, Hacer Familia nº 305-306, 1.VII.2019

En el siglo III antes de Cristo, Cartago dominaba los mares y era la gran potencia del Mediterráneo occidental. Aníbal mandaba el ejército cartaginés y era considerado el más grande estratega militar de la época. Después de conquistar Sagunto y otras ciudades en Hispania, cruzó los Alpes y avanzó por Italia encadenando importantes victorias contra los ejércitos romanos en Trebia, Trasimeno y Cannas. En esta última batalla, consiguió vencer a una fuerza muy superior gracias a la movilidad y flexibilidad de sus tropas, en una maniobra de aniquilación que todavía se estudia en las academias militares.

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Alfonso Aguiló, “¿Evitar el esfuerzo?”, Hacer Familia nº 304, 1.VI.2019

Un paisano, en el campo, se encuentra con el capullo de una mariposa. El hombre se sienta y observa pacientemente cómo aquel ser incipiente se esfuerza para que su cuerpo salga a través de una abertura pequeñísima. El tiempo pasa y aquel hombre duda. Le parece que aquella criatura sola no puede avanzar más, que necesita ayuda. Al final se decide a intervenir a favor de aquel naciente insecto. Toma unas pequeñas tijeras y, con sumo cuidado, amplía un poco la abertura del capullo. Gracias a eso, la mariposa sale fácilmente.

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Alfonso Aguiló, “Constancia inteligente”, Hacer Familia nº 303, 1.V.2019

Londres, 22 de mayo de 1787. Después de que los trabajadores han marchado a sus casas, doce hombres se reúnen en una pequeña imprenta del número 2 de la calle George Yard. No son personas poderosas, pero inician un movimiento que, tras mucho trabajo y muchas resistencias, acabaría por transformar el mundo: en menos de cincuenta años lograron que se aboliera la esclavitud en el imperio británico, cuando buena parte de su economía se fundamentaba sobre el trabajo esclavo.

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Alfonso Aguiló, “La espiral del agravio”, Hacer Familia nº 302, 1.IV.2019

La costumbre de dirimir las ofensas a través de un duelo tiene raíces bien antiguas. Todos podemos recordar la imagen de la clásica escena de caballeros con armadura montados a caballo y con lanza, en las justas o torneos medievales.

Aquella vieja costumbre de los duelos y desafíos se popularizó en los siglos siguientes. En 1550 se codifica por primera vez en una obra del italiano Andrea Alciati. Se definía con detalle lo que era el honor y se concretaban las correspondientes reparaciones de su agravio, según la naturaleza de cada ofensa. Se estableció todo un protocolo que era casi en un rito: la ofensa previa, el reto (de palabra o mediante carta, con guante o bofetada), los padrinos, el arma a elegir, el lugar e incluso la distancia entre contendientes. Las modalidades más habituales fueron el “duelo a primera sangre” y el “duelo a muerte”. Se hicieron tan habituales entre personas de cierto linaje, que un cronista francés, Tallemant de Réaux, calculaba que entre 1589 y 1610 tuvieron lugar en Francia unos diez mil duelos en los que perdieron la vida más de cuatro mil personas.

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Alfonso Aguiló, “Suficiencias gnósticas”, Hacer Familia nº 301, 1.III.2019

El gnosticismo es un conjunto de corrientes de pensamiento que tuvieron bastante difusión en los primeros siglos de la era cristiana. Proponían una salvación mediante la “gnosis”, un conocimiento introspectivo de lo divino, superior a la fe, que lleva a cada persona a salvarse a sí misma. Eran creencias dualistas (el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia), con sentido de élite y un cierto menosprecio hacia quienes no compartían sus elevados conocimientos.

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Alfonso Aguiló, “Obedecerse a uno mismo”, Hacer Familia nº 300, 1.II.2019

La madre –explica José Antonio Marina– enseña al niño a dirigir su atención, es decir, a adueñarse de sus procesos perceptivos. Muy pronto sigue sus indicaciones con la mirada. Después, le anima a buscar objetos, a juegos compartidos, en los que, cuando el niño se cansa, la madre retoma su atención, para enseñarle así la perseverancia en la acción. Más tarde, mediante la palabra, comienza a dar órdenes a su hijo, que el niño aprende a obedecer. Posteriormente, el niño comenzará a darse órdenes a sí mismo. Está poniendo los cimientos de la voluntad.

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Alfonso Aguiló, “Llevarse bien”, Hacer Familia nº 299, 1.I.2019

“The Grant Study” es parte de un gran estudio de investigación longitudinal desarrollado a lo largo de más de ochenta años por la Harvard Medical School. Comenzó en 1938 con un grupo de 268 universitarios de segundo año y otro grupo de 456 jóvenes procedentes de los distritos más desfavorecidos de Boston. Durante décadas todos fueron evaluados al menos cada dos años sobre su trabajo, su vida familiar y su salud física y mental. El objetivo era identificar predictores de envejecimiento saludable.

El primer investigador fue George Vaillant, que publicó un primer libro cuando esos dos grupos de personas tenían ya 47 años de edad, y un segundo libro cuando llegaron a los 70 años. Actualmente, ese estudio sigue adelante bajo la dirección del Robert Waldinger, que ha ampliado su investigación a los más de 2.000 hijos que tuvieron esas personas.

Muy pocos estudios se han realizado a lo largo de tanto tiempo, con tanta constancia en los cuestionarios, entrevistas y análisis médicos, indagando en su salud y sus sentimientos de felicidad y satisfacción personal, intentando saber qué es lo que nos mantiene sanos y felices conforme avanzamos en la vida.

¿Qué se ha podido aprender después de tan extensa e intensa investigación? Robert Waldinger lo resume en una famosa TED Talk con 25 millones de visualizaciones y traducida a 45 idiomas. “Si tuviéramos que invertir ahora en lo mejor para nuestro futuro, ¿dónde habría que poner nuestro tiempo y energía?”, se pregunta. La respuesta no parece tener relación con el dinero, la fama o trabajar mucho. La conclusión más clara de todos esos años de estudio es bastante sencilla: las buenas relaciones personales nos hacen más felices y con mejor salud.

Las relaciones humanas nos hacen bien y la soledad nos mata. Las personas con más vínculos con familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos… son más felices, más sanas y viven más. En cambio, las personas que están más aisladas se sienten menos felices, tienen peor salud, sus funciones cerebrales decaen antes y viven menos años. O sea, que la soledad es bastante tóxica, y lo malo es que, por ejemplo, en USA ya más de 1 de cada 5 personas viven solas.

Lógicamente, la clave no es solo el número de vínculos sino su calidad. Vivir en un entorno de buenas y cálidas relaciones resulta decisivo para la salud emocional, y también a largo plazo para la salud física. Cuando el grupo de personas del estudio llegaron a los ochenta y tantos años, los investigadores analizaron cómo fue su mediana edad, para ver si podía predecirse quién se convertiría en un octogenario feliz y saludable y quién no. Y no fueron los niveles de colesterol de la mediana edad los que predijeron cómo envejecerían. Fue sobre todo el grado de satisfacción que tenían en sus relaciones. Las personas más satisfechas en sus relaciones a los cincuenta años fueron las de mejor salud a los ochenta. Las relaciones cercanas parecen amortiguar bastantes achaques de nuestro envejecer, y además permiten sobrellevarlos mucho mejor.

Decir que las buenas relaciones personales son buenas para la salud y el bienestar, parece una obviedad. Pero, siendo tan obvio, ¿por qué es tan difícil de lograr y tan fácil de ignorar? Quizá porque no siempre son sencillas, porque cuidar a la familia y a los amigos no siempre es atractivo ni glamuroso, porque hace falta ser muy constante, porque hay que superar la propia comodidad.

Cuando esas personas eran adultos jóvenes creían que lo fundamental era el dinero, la fama y los logros profesionales, pero con el tiempo vieron que no era así. Por ejemplo, las personas más felices en la última etapa del estudio fueron las que al jubilarse supieron reemplazar compañeros de trabajo por nuevos compañeros de ocio.

Escuchamos constantemente que hay que trabajar mucho, que debemos esforzarnos más para lograr más. Pero quizá también debemos esforzarnos en tener más cercanía con las personas, recuperar amistades, dedicar tiempo a amigos y parientes, aprender a gestionar mejor los conflictos que hay en cualquier familia o ambiente profesional, y a olvidar los rencores. Todo eso es sabiduría práctica ancestral sobre cómo construir una vida larga y plena.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”

Alfonso Aguiló, “Anfitriones de ideas”, Hacer Familia nº 298, 1.XII.2018

C. S. Lewis publicó en 1942 un libro muy original. Era un conjunto de cartas breves que un demonio ya anciano escribe a un demonio joven, sobrino suyo, para enseñarle el oficio de tentar a los humanos. Pronto se tradujo al castellano con el título “Cartas del diablo a su sobrino”. La singularidad de su planteamiento, su buen estilo literario y la agudeza del autor, hicieron de este título uno de los más apreciados y brillantes de Lewis.


En esas cartas describe las corrientes de pensamiento, costumbres y contradicciones más extendidas en la vida cotidiana, y las critica con ingenio y sentido del humor. En varias ocasiones, por ejemplo, el diablo veterano recomienda a su sobrino que no se empeñe en tentar a los humanos sugiriéndoles ideas malvadas, puesto que suele ser más eficaz distraerles para que no piensen demasiado. Le explica que la mayoría de los males del mundo no proceden de una maldad premeditada, sino de no haber tenido valor o sosiego suficiente para pensar.

Quizá, efectivamente, muchos de nuestros errores provienen de que nos falta valor para atrevernos a pensar con mayor hondura. Aristóteles decía que es señal de mente educada ser capaz de entretener un pensamiento, aun sin aceptarlo. Es decir, que igual que sabemos tratar educadamente a las personas, aunque no simpaticemos con ellas, podemos tratar educadamente a las ideas que lleguen a nuestra mente, aunque las consideremos equivocadas.

No hace falta ser un experto para saber tratar educadamente a un invitado. Cuando recibimos un visitante, procuramos tener la casa medianamente presentable, procuramos prestarle atención, crear un ambiente acogedor. Cuando llega, procuramos que no se quede esperando, en silencio o incómodo. Le invitamos a pasar, a sentarse, le ofrecemos algo. Procuramos ser atentos y corteses. La misma actitud deberíamos tener frente a una idea que nos visita, porque si recibimos a las ideas habitualmente con escepticismo, miedo, torpeza o indiferencia, poco podremos aprender de ellas. Deben sentirse a gusto mientras permanezcan con nosotros.

Cuando llega un invitado, se hacen las presentaciones correspondientes, facilitamos que se integre con las demás personas presentes, sobre todo con quienes pueda tener algo en común. Las nuevas ideas también deben ser relacionadas con otras. Tanto las personas como las ideas podemos mejorar al entrar en relación con nuevas personas e ideas.

Al invitado se le da una cierta preferencia, un tiempo para explicarse, una oportunidad de responder a las objeciones, una atención a sus argumentos y a sus respuestas. Procuramos escuchar con interés, preguntar con inteligencia para saber más, y sobre todo no caer en la deshonestidad de simplificar las ideas para rebatirlas fácilmente.

A las ideas, y a las personas, a veces hay que darles una nueva oportunidad, una posibilidad de conocerlas mejor, de cambiar nuestra anterior opinión y apreciarlas más…, porque quizá las habíamos juzgado prematura o precipitadamente.

Ser buenos anfitriones, de las personas o de las ideas, es una señal de respeto, educación, amistad. Es indicativo de una mente abierta, que entiende, que aprende. Si las nuevas ideas se sienten a gusto en nuestra mente, no querrán irse, invitarán a otras nuevas, generarán relaciones entre ellas, nos harán mejores.

A veces nos falta coherencia de vida porque no damos entrada a nada que cuestione nuestras propias ideas, cada vez más simples y anquilosadas. Por supuesto que es razonable tener un conjunto de convicciones que no nos cuestionamos, pero el problema es que solemos extender esa actitud a muchas cosas que no son convicciones sino obcecaciones en las que nos encastillamos de un modo poco razonable. Está bien mantener unos principios de honestidad, de servicio, de respeto. O de trascendencia, de fe, de tradición. Pero la fidelidad a esos principios debe ir unida a la capacidad de actualizar nuestras ideas cada día con nuevas aportaciones que las enriquecen.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”

Alfonso Aguiló, “Responsabilidad de grupo”, Hacer Familia nº 297, 1.XI.2018

El gabinete de crisis que en 1961 ideó la invasión de Cuba mediante un desembarco en la playa de Bahía Cochinos ha sido motivo de estudio durante décadas. Aquella sucesión de reuniones que acabaron en tan desastrosa decisión se ha considerado una interesante muestra de cómo un equipo de personas inteligentes y capaces, sin especiales problemas de relación entre ellos, puede cometer colectivamente errores garrafales.

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