«El matrimonio tenía dos hijos: dos muchachos despiertos, inteligentes y resabiados que conocían al dedillo la forma de tratar a sus padres para conseguir lo que se proponían.
»A menudo recurrían a buscar complicidades unilaterales cuando los padres estaban en desacuerdo, y era tal el acierto con que utilizaban sus trucos que siempre salían victoriosos: “Pero no se lo digas a tu padre”, o bien: “Sobre todo, que no se entere tu madre”. Era una forma cómoda de quitarse los problemas de encima, y de aceptar sin aceptar. O de asentir traicionando. Pero ni el marido ni la mujer se daban cuenta de que aquel sistema no sólo malcriaba a los hijos sino que los iba separando poco a poco de ellos. Estaban demasiado ocupados en organizar su vida con agendas apretadas: reuniones, viajes, estrenos, conferencias o invitaciones de alta sociedad, como para divagar sobre las consecuencias de las minucias de sus hijos.
Continuar leyendo “Alfonso Aguiló, “El abismo de la soledad”, Hacer Familia nº 83, 1.I.2001″