Frodo y Sam lograron escapar de las cavernas de Ella-Laraña y llegaron a la caldera volcánica de Sammath Naur en el Orodruin (el Monte del Destino). Gollum los siguió durante todo este camino, esperando una oportunidad de tomarlos por sorpresa y robar el Anillo. Cuando Frodo y Sam casi llegaban a su destino, él los atacó, pero falló. Momentos más tarde, Frodo estaba parado en el borde de la grieta de la montaña y, en ese momento, casi con sorpresa para sí mismo, no se mostró dispuesto a destruir el Anillo, sino que lo reclamó como suyo y se lo puso en su dedo.
Entonces Gollum le atacó de nuevo. Ambos lucharon y finalmente Gollum le arrancó a Frodo el dedo de un mordisco. Para celebrar su logro, Gollum bailó al borde del abismo, levantando en alto su tan preciado tesoro. Fue entonces cuando dio un paso en falso al borde del gran pozo, perdió el equilibrio y cayó mientras sujetaba el dedo de Frodo junto con el Anillo, y cayendo daba un último grito de “¡Tessssssorooo!”.
Así, el Anillo, Gollum y el dedo de Frodo fueron destruidos en la lava del Monte del Destino. Gollum cayó junto con el Anillo al fuego del que había sido forjado, y al morir cumplió, por medio de su mala acción, la buena misión que Frodo y Sam no habían logrado culminar: destruir el Anillo y con él, el poder de Sauron en la Tierra Media.
Se podría decir que Gollum terminó involuntariamente haciendo el bien, pues si no hubiera atacado a Frodo, éste se habría quedado con el Anillo y eso le habría convertido en un nuevo Señor Oscuro; sin embargo, gracias a la maligna intervención de Gollum, el Anillo fue destruido.
Esta historia nos puede hacer pensar en todas esas ocasiones en que comprobamos cómo “los malos” tienen también su papel, y que muchas veces, sin querer, acaban facilitando o provocando cosas buenas, o incluso decisivamente buenas.
Quizá la primera enseñanza es que “los buenos”, por el hecho de serlo, no lo hacen todo bien: tienen fragilidades, errores, incoherencias. Frodo había sido fiel a su misión hasta el final, a lo largo de innumerables peripecias, siempre al borde de la muerte. Pero cuando logra llegar al borde mismo de la infernal grieta de la montaña, y ya solo tiene que dejar caer el Anillo al fondo del abismo, su voluntad se quiebra. Se descubre entonces la ancha fractura que había permanecido oculta a lo largo de su azarosa y heroica historia. Se encuentra sorprendido a sí mismo por una impetuosa fuerza interior que le impulsa a no dejar caer el anillo, y decide quedarse con él. Enloquecido, el virtuoso Frodo se ve entonces como el nuevo amo. No quiere o no puede ver en ese momento que, al hacer eso, quedará eternamente esclavizado bajo el poder de Saurón, condenado a la soledad y el odio eternos. Es entonces cuando Gollum le ataca súbitamente, ambos luchan a muerte, con feroz determinación, y el monstruo inicialmente vence, pero a continuación resulta vencido porque, víctima de su propia presunción y su maldad interior, oscila al borde del abismo y cae.
Frodo se salva en el último instante, a pesar de él mismo, aun habiendo tomado una mala decisión. Y se salva gracias precisamente a que alguien peor que él, queriendo hacer y hacerle el mal, le arrebata el anillo y, celebrándolo, cae al abismo y hace y le hace un gran bien. Y entonces Frodo se encuentra ante la oportunidad de rectificar y aceptar con resignación un grave contratiempo a sus deseos pero que en realidad le salva la vida y le reencamina hacia el bien. Es esto quizá algo cotidiano de todos los mortales, en situaciones diarias grandes o pequeñas que nos contrarían y que nos cuesta entender, pero que a lo mejor nos traen un bien que en ese momento desconocemos, y todo eso constituye un misterio de los distintos efectos del ansia de posesión y de poder que nos acechan a todos, por buenos que nos consideremos o seamos.
Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”