La sociedad es mixta, y la familia es mixta también, pero, por ejemplo, y a pesar de eso, en todas las culturas a lo largo de la historia ha sido y es habitual que, en las familias, chicos y chicas tengan dormitorios diferentes. ¿Por qué motivo? No es fácil saberlo, pero hay un sentir general de que resulta positivo para su desarrollo el hecho de que en determinados momentos tengan un cierto espacio de intimidad circunscrito a su propio sexo.
En otros ámbitos, como el deporte, también es corriente separar chicos y chicas, en casi todas las especialidades. Y nadie piensa que eso sea segregar a las personas, ni que vaya contra la igualdad: es más, en muchos casos, se hace precisamente para favorecer la igualdad.
Con frecuencia se critica a la enseñanza diferenciada diciendo que una clase solo de chicos o solo de chicas es algo artificial, ya que la escuela debe ser un espacio de socialización entre chicos y chicas, que facilite actitudes abiertas y libres.
En la idea de que hay que facilitar la socialización y las actitudes abiertas y libres, es fácil estar totalmente de acuerdo. Lo que no es tan obvio es cómo lograrlo. No es evidente que la escuela, por el mero hecho de ser mixta, eduque mejor en la igualdad y en la apertura. Es más, a muchos expertos les parece un principio muy discutible.
Y respecto a que el aula diferenciada es algo artificial, es interesante leer los numerosos estudios publicados sobre la inevitable artificialidad que suponen en sí mismos los entornos escolares. Por ejemplo, como ha señalado Jaume Camps, las aulas son el único espacio en la sociedad en el que individuos muy diferentes, todavía no adultos, se distribuyen rígidamente por edades, con un control adulto profesionalizado pero proporcionalmente pequeño respecto a lo que es, por ejemplo, la familia. La relación con los adultos en la escuela es jerárquica, vertical, pero no demasiado intensa al haber un solo profesor por grupo, lo que hace que las relaciones entre iguales tomen mucho protagonismo. En el aula se genera una cultura propia y en cierta manera desvinculada del resto de la sociedad, con unos valores, unas reglas e incluso un lenguaje diferente. Las microrrelaciones sociales que se dan en el aula no tienen comparación con las que se dan habitualmente en la familia o en su entorno social inmediato. La aprobación de los iguales puede tener mayor fuerza que la de los adultos. Y en esos entornos horizontales de iguales, con baja influencia por parte de los adultos, es donde más suelen adquirirse las actitudes y referencias respecto a las cuestiones de género, y también donde con facilidad la cultura juvenil se aleja de los objetivos académicos propios del entorno escolar.
Los grupos de pertenencia adquieren en el aula una importancia especial, como fuente de aprobación y aceptación no adulta, relacionada sobre todo con la popularidad, las cualidades físicas, el estilo estético, el atractivo personal, etc. La aprobación o desaprobación de los iguales puede tener más fuerza que la de los padres o profesores, y puede ejercer una presión fuerte aunque habitualmente sutil, pues es el propio interesado el que desea adaptarse, por miedo a la soledad y el aislamiento. Esta presión de los iguales es un poderoso elemento de socialización, y hace que la escuela sea un entorno especialmente sensible a estos temas, que se aprenden no tanto a través del curriculum sino por la interacción informal. Un niño o una niña imitará en algunas cosas a sus padres y maestros, pero, en muchos otros ámbitos, tenderá sobre todo a imitar a los del grupo en donde desea sentirse integrado, que suelen ser los de su edad y sexo. Y la escolarización supone una asociación obligatoria en aulas y, por otro lado, una habitual autosegregación por sexos dentro de ellas, aunque compartan el mismo aula.
Todo esto ilustra la idea de que la escuela supone en sí misma una importante desvinculación artificial del entorno. Y que su capacidad de socialización no es algo tan simple como para decir que funcionará bien si es mixta y mal si es diferenciada. Lo importante es crear en la escuela un ambiente con condiciones óptimas para el aprendizaje, donde se pueda actuar y aprender con la máxima libertad. Es necesario que sea un espacio de seguridad donde las alumnas y alumnos puedan desvincularse un poco de las presiones que existen en los entornos sociales. Ese espacio de seguridad se puede generar precisamente a través de la artificialidad que supone el diseño de la escuela, de modo que la adaptación se facilite por la relación entre compañeros, que pueden constituir una fuente tanto de tensiones como de apoyo emocional. La inteligencia de género para la escuela precisa una reflexión que tenga muy en cuenta todo esto.
Hay abundantes testimonios y líneas de investigación que muestran la poca efectividad de la inclusión de niños y niñas en las mismas aulas para conseguir nuevos avances en los objetivos de igualdad de oportunidades. Si se compara la escuela de hoy con la de hace varias décadas, es verdad que ha habido, por fortuna, grandes avances. Pero parece que la mixticidad escolar ha pasado un poco por alto la necesidad de buscar estrategias para reducir los efectos negativos que ese modelo puede suponer. Existe un acuerdo general en que la principal categoría que configura psicosocialmente las aulas es el género. El sentido de pertenencia al grupo del propio sexo configura las aulas mixtas de modo distinto a las aulas diferenciadas, en las que ese sentido de pertenencia queda en segundo plano por la ausencia del otro sexo. La tendencia a la autosegregación por razón de sexo en el aula es una tendencia universal en el aula mixta, y es una autosegregación que parte de los propios alumnos, que se manifiesta desde la infancia (parece que se da sobre todo entre los 6 y 11 años), que es persistente incluso después de actividades dirigidas precisamente a incrementar la relación entre ambos sexos, y que disminuye pero no desaparece cuando en la adolescencia se incrementa la atracción por el otro sexo. Esa autosegregación por razón de sexo en el aula lleva con facilidad a una cierta polarización, pues los miembros de cada grupo tienden a alinearse con más intensidad en la dirección que caracteriza a su propio grupo, aunque a veces no estén muy convencidos de que eso sea lo mejor. Es así como los estereotipos de género pueden crecer en la escuela mixta, cuando se esperaba que sucediera todo lo contrario (cfr. Jaume Camps i Bausell, “Inteligencia de género para la escuela”, 2015, pp. 49-72).
Se trata de un fenómeno que no pasa inadvertido para quienes conocen el mundo de la educación. Y es interesante ver cómo se comenta en los planes de igualdad de centros públicos con ya varias décadas de enseñanza mixta:
“Existe una diferencia en el reparto y uso de los espacios escolares que discrimina a las niñas, se aprecia una relación de poder de los alumnos sobre las alumnas en un espacio libre, ya que son éstos los que ocupan las pistas deportivas con raras excepciones y a medida que aumenta la edad la presencia femenina en estos espacios es prácticamente inexistente. También existe una mayor ocupación del patio central. Los espacios ocupados por las alumnas están reducidos a las zonas periféricas y zonas protegidas como los porches. Las actividades que realizan también difieren, mientras los alumnos realizan más actividades físicas, las de las alumnas son más tranquilas. Las conductas agresivas y violentas también son mayoritariamente masculinas” (Plan Igualdad CEIP Las Alhomas, Granada, 2006/2007).
En algunos lugares se ha previsto que haya “agentes de igualdad” que se ocupan de imponer un modo de comportarse en el patio, de modo que no se formen grupos single-sex y que nadie se divierta en juegos que se consideran propios de uno de los sexos. Esa separación espontánea en grupos de chicos y chicas es una cuestión que exaspera a los activistas de género, que aseguran que esos grupos de chicos o de chicas en las aulas o el patio reproducen el equivocado y segregador universo exterior, y que por eso están compartiendo aulas pero no están siendo coeducados. Esto último resulta especialmente interesante, pues importa mucho distinguir entre lo que es coeducar y lo que es simplemente reunir chicos y chicas en un aula.