Alfonso Aguiló, “Sembradores de cizaña”, Hacer Familia nº 188, 1.X.2009

“Astérix y la cizaña” es quizá uno de los mejores álbumes de Astérix el Galo, ese simpático personaje creado por René Goscinny y Albert Uderzo hace ya más de medio siglo. Esta vez, la historia está protagonizada por Detritus, un curioso hombrecillo que tiene la extraña habilidad de lograr que, allá donde está, las personas se enfadan y discuten entre sí. Es un sembrador constante de discordia que, con sus continuas intrigas, viene a turbar la paz que reinaba en el pueblecito galo. Nada más llegar, consigue enemistar a Astérix con Abraracúrcix, y después con Obélix. Luego, organiza otro malentendido para hacer creer a los habitantes de la aldea que Astérix ha revelado el secreto de la poción mágica y ya la tienen los romanos.

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Alfonso Aguiló, “Ignorar la realidad”, Hacer Familia nº 187, 1.IX.2009

«La chica mentía. Cada palabra que pronunciaba era una gran mentira. Y su madre conocía demasiado bien a su hija para no saber que todo lo que estaba diciendo eran puros embustes.

»Pero no intentó llevarle la contraria. Parecía como si quisiera ayudarla a que siguiera mintiendo: “Mejor no saber que saber demasiado”, solía decir. En el fondo, toda su vida había adoptado el sistema que estaba practicando en aquellos momentos. Cualquier cosa antes que provocar escándalos o fomentar malos humores. Lo esencial para ella siempre había consistido en aceptar, en fingir que comprendía: dejar que la incertidumbre o la ofensa de sentirse engañada se aplacara sola y seguir la trayectoria dialéctica que le marcaban los demás.

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Alfonso Aguiló, “Prevenir la propia debilidad”, Hacer Familia nº 185-186, 1.VII.2009

Después de pasar una larga temporada en el palacio de Circe, Ulises emprende definitivamente el camino a Ítaca. La diosa, antes de dejarle partir, le había adelantado algunas de las aventuras que iba a vivir en los días siguientes. La primera de ellas era el encuentro con las sirenas.

Desde su nave, Ulises divisa el peñasco de las sirenas. La isla aparece rodeada de cadáveres cuya carne se pudre al sol sobre la arena. Los muertos son aquellos que han cedido a la seducción del canto. Al pasar por delante de aquel lugar en que los navegantes quedaban embaucados y acababan estrellándose contra los arrecifes, Ulises pide a sus hombres que todos se tapen con cera los oídos, y que a él le aten con cuerdas a un mástil del barco. Les ordena que no le suelten por mucho que luego lo pida: “Amigos, atadme con dolorosas ligaduras para que permanezca firme allí, junto al mástil; que me sujeten bien las amarras, y si os suplico o doy órdenes de que me desatéis, apretadme todavía con más cuerdas”.

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Alfonso Aguiló, “Palabras de vida y de muerte”, Hacer Familia nº 184, 1.VI.2009

Un grupo de ranas viajaba por el campo y, de repente, dos de ellas cayeron en una zanja. Todas las demás se reunieron alrededor. Cuando se asomaron, gritaron entre llantos a las dos ranas que el agujero era demasiado profundo y no podrían salir. Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera con todas sus fuerzas. Las otras seguían insistiendo en que sus esfuerzos resultarían inútiles. Finalmente, una de las ranas se rindió después de oír tantas veces que no había solución, y pasado un poco de tiempo, se desvaneció y murió.

Sin embargo, la otra rana no se desanimaba. Continuó trepando y saltando tan fuerte como le era posible, sin desanimarse a pesar de los golpes y los arañazos. Las otras ranas seguían gritando y haciendo señas para que dejara de sufrir inútilmente y se dispusiera a morir, ya que no tenía sentido seguir agotándose y lastimándose de esa manera. Pero la rana saltaba cada vez con más ímpetu, hasta que, tras un esfuerzo supremo, logró salir, con gran sorpresa de todas.

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Alfonso Aguiló, “Cambiar el mundo”, Hacer Familia nº 183, 1.V.2009

«Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo.

»Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar sólo mi país.

»Pero, con el tiempo, me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí.

»Pero tampoco conseguí casi nada. Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: si hubiera empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de cambiar mi país y —quien sabe— tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo.»

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Alfonso Aguiló, “El sufrimiento de los inocentes”, Hacer Familia nº 182, 1.IV.2009

Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un chaval delante de miles de personas no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto. Todas las miradas estaban puestas sobre el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.

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Alfonso Aguiló, “Enredarse”, Hacer Familia nº 181, 1.III.2009

Una de las mejores novelas de Evelyn Waugh cuenta la historia de un periodista de la Inglaterra victoriana que es enviado por un diario londinense a cubrir las noticias de una guerra en el Este de África.

El reportero sale de la Victoria Station, atraviesa el continente, llega a Egipto y se sube a un tren que le tiene que conducir a su destino. El trayecto es incómodo y largo. Se duerme profundamente, las estaciones van pasando en la oscuridad de la noche, y al despertar se encuentra en una población de mala muerte y muy alejada del escenario de la guerra.

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Alfonso Aguiló, “No desfallecer aunque nos quedemos solos”, Hacer Familia nº 180, 1.II.2009

Llegó una vez un sabio itinerante a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza principal, que era necesario un cambio en la marcha de aquel país. El hombre hablaba y hablaba, y una multitud considerable acudió a escucharle, aunque quizá más por curiosidad que por verdadero interés. Y aquel hombre seguía poniendo toda su alma en aquellas palabras, pidiendo que cambiaran de una vez sus relajadas costumbres.

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Alfonso Aguiló, “Exigir con acierto”, Hacer Familia nº 179, 1.I.2009

Una mañana de primavera de 1991, Lorraine Monroe entra por vez primera en la Frederick Douglass School, una modesta escuela pública situada en la 149th Street de Harlem, en New York. El lugar no inspira mucho atractivo. Hay baldosas rotas, desperdicios por el suelo, cortinas desgarradas y otras muchas muestras de abandono.

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Alfonso Aguiló, “Educar la memoria”, Hacer Familia nº 178, 1.XII.2008

Gabriel García Márquez contaba aquel breve relato de un pobre desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa merecía la pena ser vivida.

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