17. Nuestras certezas… ¿y las de los demás?

Buscando el bien
de nuestros semejantes,
encontramos el nuestro

Platón

Una novedad en la historia

La triste novedad de aquella guerra fue que, por primera vez en la historia, el asesinato se organizó como una industria de producción en serie. La historia no había conocido nada semejante.

Quizá solo quienes estuvieron en Mauthausen, en Auschwitz, en Maidanek, o en cualquier otro campo de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, pueden hacerse una verdadera idea de lo que fue aquello. Hasta las descripciones más realistas que se han hecho sobre los lager probablemente palidecerían ante la realidad de aquel horror.

Afirma Claudio Magris que los testimonios más expresivos de esa realidad no son los de las víctimas, sino los de los verdugos. Quizá por eso, el testimonio más revelador de lo que ocurrió entre aquellos barracones y las cámaras de gas, lo escribió el propio Rudolf Höss en las semanas que transcurrieron entre su condena y su muerte. Su autobiografía, titulada “Yo, Comandante en Auschwitz”, relata fríamente una serie interminable de atrocidades que sobrepasa cualquier medida humana. Höss cuenta de forma imperturbable todo lo que ocurre, la ignominia y la vileza, los episodios de ruindad y de heroísmo entre las víctimas, las dimensiones monstruosas de aquella terrible masacre. Continuar leyendo “17. Nuestras certezas… ¿y las de los demás?”

18. ¿Y por qué “eso” va a ser malo?

La libertad, como la vida,
sólo la merece quien sabe
conquistarla todos los días.

Goethe

Un sueño aterrador

Raskolnikov, el protagonista de “Crimen y Castigo” de Fiódor Dostoievski, es un joven estudiante de Derecho, convencido de que la conciencia es una simple imposición social. De hecho, mata fríamente a una vieja usurera, y después del asesinato dice no tener remordimiento alguno. Asegura haber vencido el prejuicio social de la conciencia: “¿Mi crimen? ¿Qué crimen? ¿Es un crimen matar a un parásito vil y nocivo? No puedo concebir que sea más glorioso bombardear una ciudad sitiada que matar a hachazos. No comprendo que pueda llamarse crimen a mi acción. Tengo la conciencia tranquila”.

Poco a poco, su conducta se vuelve cada vez más desequilibrada y acaba en la cárcel. Al final de la novela, mientras cumple su condena en Siberia, sufre una pesadilla inquietante. Sueña que el mundo es invadido por una plaga de microbios que transmiten a los hombres la extraña locura de creer que cada uno está en posesión de la verdad. Surgen discusiones interminables, porque nadie considera que debe ceder, se hacen imposibles las relaciones familiares y sociales y el mundo acaba convirtiéndose en un manicomio insoportable.

Reflexionando sobre este sueño, Raskolnikov acaba descubriendo que su teoría para justificar el crimen es parecida a la conducta de aquellos hombres locos de su sueño. Continuar leyendo “18. ¿Y por qué “eso” va a ser malo?”

19. ¿La moral ayuda a pensar bien?

Quien en nombre de la libertad
renuncia a ser el que tiene que ser,
ya se ha matado en vida: es un suicida en pie.
Su existencia consistirá en una perpetua fuga
de la única realidad que podía ser.

José Ortega y Gasset

¿Inculcar una moral es lavar el cerebro?

—Muchos piensan que inculcar a una persona unos principios morales preestablecidos es un modo de lavarle el cerebro. Dicen que lo mejor es que cada uno vaya sacando de su experiencia personal sus propios criterios morales.

Entiendo que lavar el cerebro a una persona consiste en disminuir su capacidad de juzgar razonadamente. Pero educar a las personas para desarrollar el hábito de ser honradas, veraces, generosas, justas o respetuosas con los demás, no puede decirse que atente contra su capacidad de tomar decisiones razonables. Es justamente al revés. Los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de juzgar razonablemente.

Por el contrario, cuando faltan los hábitos morales resulta más fácil que se extravíe la razón. Fue Lenin quien dijo aquello de que “si queremos dominar a un pueblo, antes corromperemos su moralidad”. Continuar leyendo “19. ¿La moral ayuda a pensar bien?”

20. ¿Por qué no se escucha más a la Iglesia?

Muchos creen
que discrepan de los demás
y lo que pasa es que no tienen valor
para hablar unos con otros.

John Henry Newman

¿Con qué derecho habla la Iglesia?

—¿Y qué dirías a los que piensan que la Iglesia no tiene derecho a decir cuál es esa ley natural?

En primer lugar les diría que la Iglesia goza de libertad de expresión, como cualquier otra persona o instancia social. Todos tienen derecho a manifestarse libremente en una sociedad democrática. Por tanto, es perfectamente legítimo que la Iglesia hable con libertad sobre lo que considera bueno o malo, como lo hacen los gobiernos, los sindicatos, las asociaciones que defienden la naturaleza, y como lo hace todo el mundo. Continuar leyendo “20. ¿Por qué no se escucha más a la Iglesia?”

21. ¿Son mejores los creyentes?

La carencia de vicios
añade muy poco a la virtud.

Antonio Machado

¿De qué sirve creer?

—Hay muchas personas que no tienen fe, pero que son, desde el punto de vista moral, iguales o mejores que los creyentes: en bondad, en abnegación, en honradez o en el ejercicio de las virtudes sociales y familiares.

Esas razones sobre el comportamiento ejemplar de algunos no creyentes, son en el fondo un argumento a favor de la religión. No hay que olvidar que esos hombres, pese a no ser creyentes, en la mayoría de los casos son ejemplares precisamente porque se guían por unos valores que están inspirados en el cristianismo. Intentaré explicarme. Continuar leyendo “21. ¿Son mejores los creyentes?”

22. ¿Y cuando aparecen dudas?

Muy débil es la razón
si no llega a comprender
que hay muchas cosas que la sobrepasan.
Blas Pascal

He perdido la fe

«Recuerdo —me contaba en confianza un antiguo compañero mío— aquellas devociones de mi niñez y mi primera adolescencia, y la verdad es que siento haber perdido la fe. Pero así ha sido.

»Cuando mi pensamiento vuelve, con nostalgia, a aquellos recuerdos, aún adivino que había en ellos algo grande y valioso. Me sentía a gusto entonces, en esa inocencia, pero ahora pienso que todo aquello era demasiado místico, que la realidad no es así. Continuar leyendo “22. ¿Y cuando aparecen dudas?”

23. ¿Para qué sirve rezar?

Nunca están cerradas
todas las puertas
mientras estemos vivos.

José Luis Martín Descalzo

La sordera de Dios

«Me siento engañada. Me habían dicho que Dios era bueno y protegía y amaba a los buenos, que la oración era omnipotente, que Dios concedía todo lo que se le pedía.

»¿Por qué Dios se ha vuelto sordo a lo que le pido? ¿Por qué no me escucha? ¿Por qué permite que esté sufriendo tanto?

»Empiezo a pensar que detrás de ese nombre, Dios, no hay nada. Que es todo una gigantesca fábula. Que me han engañado como a una tonta desde que nací». Continuar leyendo “23. ¿Para qué sirve rezar?”

24. ¿La fe católica no es demasiado exigente?

Nunca sabe un hombre
de lo que es capaz
hasta que lo intenta.

Charles Dickens

No somos héroes

Quizá recuerdes aquella gran película protagonizada por Orson Welles que se titula “El tercer hombre”.

Una gran noria gira lentamente sobre los tejados de una Viena de posguerra, bombardeada y ocupada por las fuerzas internacionales, mientras debajo, como puntos lejanos, unos niños se entretienen en sus juegos.

El protagonista de la película es un adulterador de penicilina sin escrúpulos. Desde lo alto de la noria, su amigo le pregunta si ha llegado a ver personalmente la desgracia de alguna de sus víctimas, y este le contesta cínicamente: «No me resulta agradable hablar de eso. ¿Víctimas? ¡No seas melodramático! Mira ahí abajo: ¿sentirías compasión por algunos puntitos negros si dejaran de moverse? ¿Si te ofrecieran veinte mil dólares por cada puntito que se parara, me dirías que me guardase mi dinero…, o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar tú? Y… libre de impuestos. ¡Libre de impuestos! Hoy es la única manera de ganar dinero…».

«Antes creías en Dios», le recordó su amigo.

El protagonista reflexionó un momento y dijo: «¡Y sigo creyendo en Dios, amigo! Creo en Dios y en su misericordia; pero creo que los muertos están mejor que nosotros: ¡para lo que han dejado aquí…!». Continuar leyendo “24. ¿La fe católica no es demasiado exigente?”

25. ¿La fe aleja de la vida real?

Nadie es más esclavo
que quien se considera
libre sin serlo.

Goethe

Facilidades para pensar

—Las razones que has venido dando hasta ahora son interesantes… para pensar en ellas. Pero a veces, luego, parece como si la vida real fuera por otro lado.

Recuerdo una anécdota que contaba el profesor Allan Bloom. Un día se le acercó un estudiante y le dijo que después de leer “El banquete”, de Platón, había concluido que hoy sería imposible aquel ambiente cultural ateniense, en el que aquellos hombres reflexivos y educados se reunían para mantener apasionantes conversaciones sobre el significado de los anhelos de su espíritu.

Pero lo que ese alumno no sabía —continuaba Bloom— es que ese ambiente cultural tenía lugar en Atenas en medio de una terrible guerra.

Fue el amor de aquellos hombres por la sabiduría lo que aportó a la civilización occidental unas conquistas intelectuales de un valor inestimable. Buscaban apasionadamente la verdad, por difíciles que fueran las circunstancias en que vivían. Continuar leyendo “25. ¿La fe aleja de la vida real?”

Alfonso Aguiló, “Vanidad”, Hacer Familia nº 161-162, 1.VII.2007

Una rana se preguntaba cómo podría alejarse un poco del clima frío del invierno de su tierra. Unos gansos le sugirieron que emigrara con ellos hacia el sur. El principal problema era que la rana no sabía volar. «Dejadme que piense un momento —dijo la rana—, tengo un cerebro privilegiado».

Pronto tuvo una idea. Pidió a dos gansos que le ayudaran a buscar una caña lo suficientemente ligera y fuerte. Les explicó que cada uno tenía que sostener la caña por un extremo, y que ella iría en medio, fuertemente agarrada por la boca a esa caña.

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