Lo contaba un profesor, de esos que observan y reflexionan. El protagonista de la anécdota es un chico de ocho años que se agitaba en llanto y rebeldía mientras su madre forcejeaba para introducirle en el autobús escolar. Con la ayuda de un discreto y políticamente incorrecto azote, finalmente lo consiguió. Una vez dentro el chico, y algo más calmado, el profesor le preguntó por el motivo de su enfado. Después de algunas evasivas, Guillermo -así se llamaba- explicó que su madre no le había comprado el calendario de chocolate que él quería, sino otro, en su opinión mucho peor. Ante su airada exigencia para que su madre fuera a cambiarlo, ella tuvo la sensatez de negarse, y ésa era la razón del enojo.
El profesor intentó hacerle ver que aquello era propio de un niño caprichoso, pero Guillermo se negaba a aceptarlo. De pronto, tuvo una inspiración: «¿Entonces…, tú quieres ser como Dudley, y que tu mamá te trate como tía Petunia?». El niño abrió mucho los ojos, se quedó callado un instante, como imaginando algo, y después su respuesta sonó alta y contundente: «¡NO! ¡Nunca!».
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