César Vidal, “Cuando los pueblos se equivocan”, La libertad digital, 14.V.2001

Lo dijo Churchill y es cierto. La democracia es el peor de los sistemas de gobierno si se exceptúan todos los demás. El sistema garantiza, por regla general, el turno pacífico y regular en el poder y, gracias a ello, la existencia de raciones no despreciables de libertad y derivadamente de paz social y de justicia. Lamentablemente, la democracia no puede garantizar la virtud, la bondad o la decencia. Incluso puede convertirse en el camino hacia el poder de fuerzas políticas que, una vez en él, consagrarán la existencia de sistemas antidemocráticos o la mera esclavitud de sectores enteros de la población. En el colmo de las perversiones esas fuerzas llegan al poder apoyados en los votos de millones de ciudadanos.

Mussolini se hizo con el dominio absoluto de Italia no gracias a un golpe de estado, a una revolución o a una guerra civil sino al respaldo de importantes sectores de la población que le veían como una garantía de orden y progreso. Mayor interés, sin embargo, merece el caso de Hitler. El Führer se aupó a la cancillería alemana sobre millones de votos que lo consideraron la garantía cierta de que los alemanes recuperarían su autoestima nacional. Por supuesto, Hitler tuvo opositores pero la aplastante mayoría de los alemanes consideraron que lo que hacía lo hacía bien y que si no había que apoyarlo al menos había que dejarle hacer. Ni siquiera esa opinión varió cuando el III Reich comenzó a cosechar derrota tras derrota y a ser objeto de terribles bombardeos. El mensaje nacionalsocialista había calado tan hondo entre los alemanes que ahora se consideraban víctimas de una conjura mundial promovida –¡cómo no!– por los judíos. Fue necesaria la derrota militar para que Alemania sometiera a profunda crítica sus últimos doce años de Historia, la historia de un pueblo que, conscientemente, entregó el poder a los nazis por encima de cualquier otra consideración como la de la supervivencia de los no-nacionalistas o de los judíos.

(…) En ocasiones, los pueblos cometen terribles equivocaciones pero lo más grave no es que se condenen con ellas al desastre. Lo peor es que ese desastre lo transmiten a gente cercana que la única culpa que arrastran es la de tenerlos cerca. Así los justos –al menos de esa falta– pagan por los empedernidos pecadores. Alemania en los años treinta fue un buen ejemplo de la veracidad de esta tesis.

¿Qué ha aportado el cristianismo en la historia de la humanidad?

La historia no es útil
tanto por lo que nos dice del pasado
como porque en ella se lee el futuro.

J. B. Say

Los primeros cristianos

Los primeros años del cristianismo no pudieron comenzar con más dificultades exteriores. Desde el primer momento sufrió una dura persecución por parte del judaísmo. Sin embargo, en poco menos de veinte años desde la muerte de Jesucristo, el cristianismo había arraigado y contaba con comunidades en ciudades tan importantes como Atenas, Corinto, Éfeso, Colosas, Tesalónica, Filipos, y en la misma capital del imperio, Roma.

Desde luego, no podía atribuirse ese avance a la simpatía del Imperio Romano. En realidad, el cristianismo era para ellos incluso más molesto en sus pretensiones, sus valores y su conducta que para los judíos. No solo eliminaba las barreras étnicas entonces tan marcadas, sino que, además, daba una acogida extraordinaria a la mujer, se preocupaba por los débiles, los marginados, los abandonados, es decir, por aquellos por los que el imperio no sentía la menor preocupación. Continuar leyendo “¿Qué ha aportado el cristianismo en la historia de la humanidad?”

¿Qué sucedió realmente con la Inquisición?

Si poseyeseis cien bellas cualidades,
la gente os miraría
por el lado menos favorable.

Molière

Un concepto errado de libertad religiosa

El origen de la Inquisición se remonta al siglo XIII. El primer tribunal para juzgar delitos contra la fe nació en Sicilia en el año 1223. Por aquella época surgieron en Europa diversas herejías que pronto alcanzaron bastante difusión. Inicialmente se intentó que cambiaran de postura mediante la predicación pacífica, pero después se les combatió formalmente. En esas circunstancias nacieron los primeros tribunales de la Inquisición.

—¿Y no es un contrasentido perseguir la herejía de esa manera?

Lo es. Pero no debe olvidarse la estrecha vinculación que hubo a lo largo de muchos siglos entre el poder civil y el eclesiástico. Si se perseguía con esa contundencia la herejía era sobre todo por la fuerte perturbación de la paz social que causaba.

—¿Y cómo pudo durar tanto tiempo un error así?

Cada época se caracteriza tanto por sus intuiciones como por sus ofuscaciones. La historia muestra cómo pueblos enteros han permanecido durante períodos muy largos sumidos en errores sorprendentes. Basta recordar, por ejemplo, que durante siglos se ha considerado normal la esclavitud, la segregación racial o la tortura, y que, por desgracia, en algunas zonas del planeta se siguen aún hoy practicando y defendiendo. La historia tiene sus tiempos y hay que acercarse a ella teniendo en cuenta la mentalidad de cada época. Continuar leyendo “¿Qué sucedió realmente con la Inquisición?”

¿Qué hay de verdad en tantas leyendas negras de la Iglesia?

El ideal o el proyecto más noble
puede ser objeto de burla
o de ridiculizaciones fáciles.
Para eso no se necesita
la menor inteligencia.

Alexander Kuprin

La historia de las misiones

—Hay bastantes movimientos críticos contra el modo en que se desarrollaron las misiones. Parece que la Iglesia lleva con esto un lastre importante.

Pienso que ha habido con esto muchos juicios sumarios y apresurados que no responden a la verdad de la historia. No pretendo disculpar los fallos, grandes o pequeños, que seguro que habrá habido a lo largo de todos estos siglos de trabajo en las misiones de tantísimas personas en tantísimos lugares del mundo. Pero hay cada vez más estudios históricos serios sobre este tema, y las nuevas investigaciones dejan al descubierto que la fe, y la propia Iglesia, realizaron una gran tarea de servicio y de protección de las personas y de la cultura frente al impulso de aplastamiento que muchas veces tuvieron los conquistadores o las potencias coloniales.

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¿Cuál fue el error en el caso Galileo?

Pronto se arrepiente
el que juzga apresuradamente.

Pablio Siro

Una comparación

—¿Y qué me dices del famoso caso Galileo, condenado a morir quemado en la hoguera por defender una teoría científica hoy comúnmente aceptada?

Hay un poco de leyenda en torno a la figura de Galileo. Sin pretender ser puntilloso, lo cierto es que Galileo Galilei falleció el 8 de enero de 1642, de muerte natural, a los 78 años de edad, en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. No pasó ni un solo día en la cárcel ni sufrió ninguna violencia.

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¿Cómo actuó la Iglesia ante el nazismo?

Haz lo que sea justo.
Lo demás vendrá por sí solo.

Goethe

La Santa Sede y el Holocausto nazi

De vez en cuando se repite la acusación de que la Iglesia católica mantuvo una actitud un tanto confusa ante el exterminio de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

Estas críticas no comenzaron hasta 1963, cuando se estrenó una obra teatral del dramaturgo alemán Rolf Hochhuth, y desde entonces han venido repitiéndose con una notable falta de documentación histórica.

La realidad, en cambio, es que las más contundentes y tempranas condenas del nazismo en aquellos años provinieron precisamente de la jerarquía católica. Y si no fueron más contundentes aún fue por los difíciles equilibrios que hubieron de hacer para denunciar los abusos de Hitler sin poner en peligro la vida de millones de personas. Nunca dejaron de combatir y condenar los atropellos nazis. Pero tenían las manos atadas: pronto comprobaron que cuando arreciaban sus denuncias, las represalias nazis eran mucho mayores. Continuar leyendo “¿Cómo actuó la Iglesia ante el nazismo?”

Francisco Varo, “Santiago, hermano de Jesús”, PUP, 28.X.2002

En los últimos días ha saltado a las páginas de los periódicos la noticia de que ha aparecido un osario de piedra caliza del tiempo de Jesucristo, procedente de Jerusalén, con la inscripción aramea “Ya’aqob bar Yosef ajui di Yeshua” (Jacob -o lo que es lo mismo, Santiago-, hijo de José, hermano de Jesús -o Josué-). Lo da a conocer un estudio realizado por André Lemaire, especialista en paleografía de la Escuela Práctica de Altos Estudios de París y publicado en el último número (noviembre/diciembre 2002) de la “Biblical Archaeology Review”.

El osario ha sido datado por los arqueólogos en el año 63 de nuestra era. La inscripción está grabada en una de sus caras laterales, escrita en arameo, con un tipo de letra que se utilizó entre los años 10 y 70 dC. Según los editores, se trataría del enterramiento de Santiago, al que se cuenta entre los “hermanos de Jesús” en el Evangelio de San Mateo (Mt 13,55) y en la Epístola a los Gálatas (Ga 1,19).

En Jerusalén durante el siglo I se utilizaba ese tipo de recipientes. Entonces estaba extendida la práctica de depositar los cadáveres en una tumba excavada en la roca, y al cabo de unos años reunir los huesos en un osario de piedra o cerámica, que llevaba inscrito el nombre del difunto. Se han encontrado varios centenares. Hasta ahora el personaje más conocido cuyos restos han aparecido en uno de estos recipientes era Caifás, el que fue Sumo Sacerdote, y cuyo osario salió a la luz en Jerusalén en 1990 cuando quedó al descubierto un cementerio al remover tierras para la construcción de una avenida.

El nuevo hallazgo arqueológico ha tenido amplia resonancia. Si ese “Yeshua” mencionado en la inscripción fuera Jesús de Nazaret, ésta sería la primera vez que se descubre una evidencia arqueológica sobre la figura de Jesucristo. Si ese “Yosef” se identificase con San José, habría que tomar en consideración la alusión del apócrifo “Protoevangelio de Santiago” (9,2) a que José era viudo y tenía hijos cuando tomó como esposa a María.

Los cristianos con tendencia a realizar una lectura fundamentalista de la Biblia, y por tanto con un cristianismo poco coherente, posiblemente estén de enhorabuena por lo que considerarán un argumento más a favor de la historicidad de las Escrituras. Sin embargo, una reflexión madura exige sopesar los hechos de modo crítico. La fe católica no requiere argumentos demagógicos, sino una investigación seria de la verdad.

Para cualquier técnico en la materia está claro que nunca será posible tener certeza de que realmente ese osario pertenezca al personaje del Nuevo Testamento. De una parte porque los nombres que están grabados en él (Ya’aqob, Yosef y Yeshua) eran muy comunes. Sólo entre los osarios encontrados en Jerusalén aparece cada uno de ellos centenares de veces. Personajes en los que se diera la misma combinación de esta inscripción se calcula que podía haber al menos veinte. De otra parte, la denominación “hermano” de Jesús que se aplica a Santiago es un modo semítico de hablar para designar a los “parientes”. Pero de ninguno de los personajes a los que se llama “hermano de Jesús” en el Nuevo Testamento se afirma que fuera “hijo de José”. De hecho, los dos Apóstoles de Jesús que llevan el nombre de Ya’aqob, Santiago el Mayor y Santiago el Menor, son hijos de Zebedeo y Alfeo, respectivamente según los datos evangélicos (Mt 10,2-3). No es posible, pues, identificar al personaje del osario con ninguno de ellos. Además, la urna de piedra que ahora sale a la luz tiene una procedencia insegura desde el punto de vista de la técnica arqueológica: no se sabe de dónde procede ni en qué condiciones se encontró. Es propiedad de un coleccionista que la compró vacía en un mercado de antigüedades hace quince años.

Este hallazgo, por lo tanto, no plantea ningún problema real a los datos que la historia y la fe mantienen hasta ahora. Al contrario, es un testimonio más acerca del trasfondo histórico de los textos del Nuevo Testamento. Se comprueba que los nombres de sus protagonistas eran los nombres más corrientes en Jerusalén y en la Galilea judía de aquel tiempo. Los Apóstoles y los primeros cristianos eran gente normal. Pero en medio de las dificultades económicas, y con los graves problemas sociales y políticos de la sociedad en que vivían, fueron hombres y mujeres de fe, sabedores que tenían algo que aportar al mundo. El gran descubrimiento al que nos acercan siempre estos hallazgos consiste en recordar la existencia, ya desde los orígenes del cristianismo, de personas corrientes que se esforzaban por ser santos allá donde estaban.

Francisco Varo Profesor de Sagrada Escritura de la Universidad de Navarra

Juan Luis Lorda, “No tan hereje: dialoguemos con rigor”, PUP, 1.II.2003

Recientemente un artículo titulado “Herejes”, de Tomás Yerro, salía en defensa del teólogo Tamayo, recordando lo que les pasaba a los herejes de otros tiempos. Es un mal argumento, además de muy sobado. Con la historia en la mano, sólo se puede demostrar lo brutos que han sido nuestros antepasados (los de todos) y lo poco que calaron en el mensaje cristiano. Pero no sirve para juzgar el presente. Es como si cada vez que hablara un socialista, se le mentase a Stalin. Y cada vez que hablara un alemán, se le recordara el Holocausto. Y cada vez que saliera un ilustrado, se le leyeran las horrorosas opiniones de Voltaire sobre la trata de esclavos (de la que era decidido partidario); o se le contara lo que pasó con los hijos de Rousseau. O cada vez que se menciona la izquierda española, se recordara lo que le sucedió al obispo de Barbastro durante la guerra civil. Esta retórica sirve para confundir los sentimientos, pero no aclara la razón.

Para aclararse, hay que atenerse a los datos. Los datos son que, en estos años, el señor Tamayo ha discrepado con frecuencia y duramente de la Iglesia. Y ha dejado claro que no piensa lo que la Iglesia piensa en muchos puntos. Cualquiera que haya leído el periódico en el que escribe, lo sabe. Esta vez sucede lo contrario y es la Iglesia la que discrepa públicamente de Tamayo. Y lo ha hecho en términos mucho menos agresivos, y con muchos menos miles de ejemplares.

Desde el punto de vista democrático, sin querer entrar en la cuestión religiosa, hay que respetar los derechos de las dos partes. Tamayo tiene el derecho de discrepar y no creer lo que cree la Iglesia. La Iglesia tiene el derecho de discrepar y no creer lo que cree Tamayo. Tamayo tiene el derecho de separarse de la Iglesia. Y la Iglesia tiene el derecho de separarse de Tamayo. En un debate público, todos los derechos que se le concedan a Tamayo se le deben conceder a la Iglesia, por el mismo título.

Pero si se quiere entrar en la cuestión religiosa, nos encontramos con un problema doctrinal, que es preciso resolver con criterios doctrinales. Aquí lo que está en juego es que la Iglesia tiene dos mil años de existencia, una confesión de fe y un Catecismo de la Iglesia Católica. Y esa Iglesia, que sabe algo de lo que dice, declara que Tamayo no dice lo mismo. Ante tal discrepancia, Tamayo tiene varias posibilidades: aceptar que no dice lo mismo y corregirse; demostrar que dice lo mismo y no corregirse; demostrar que tiene razón y corregir el Catecismo; hacer su propio Catecismo y fundar otra iglesia. Sólo a esto último se le llama herejía. Y sólo si Tamayo lo hace, puede ser considerado un hereje; no porque lo diga la Iglesia, sino porque lo dice el Diccionario de la Real Academia.

De momento, aparte del señor Yerro, nadie ha llamado hereje al señor Tamayo. La Iglesia no se dedica a ofender a las personas, sino a defender su doctrina. Es seguro que todo el proceso se habrá hecho con mucha delicadeza, probablemente mucha más de la que usa Tamayo cuando le da por discrepar. No sé cuáles serán los sentimientos de Tamayo: si se sentirá mal o se sentirá bien. Si esto le hará feliz o le causará pesar. Si la publicidad gratuita que ha conseguido le resultará ofensiva o la agradecerá por lanzarle a la fama y permitirle vender masivamente sus libros. Si es el momento más bajo o el más alto de su carrera. Si le gusta sentirse un cristiano como todos, o prefiere ser el héroe transgresor que se opone al Catecismo. Cada uno tiene un margen para elegir el papel que quiere jugar en la vida y en la Iglesia. Pero, como en el matrimonio, cuando se trata de dos, la otra parte también tiene derecho a decir algo.

A Tomás Yerro, que compara a Tamayo con San Juan de la Cruz, le reconforta “saber que, en una sociedad cada vez más narcotizante del pensamiento, aún pueden surgir intelectuales disidentes, insumisos, rebeldes, réprobos y heterodoxos”. Cree que hacen falta herejes de la política, la economía, la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura. Para Yerro, Tamayo ya ha conseguido ser hereje de la doctrina católica. Hoy por hoy, es lo más fácil y lo menos arriesgado. Ahora debería intentarlo con la economía y convertirse en disidente, insumiso, rebelde, réprobo y heterodoxo con la declaración de hacienda. A ver qué pasa.

Mariano Artigas y William Shea, “Nueva perspectiva del caso Galileo”, Zenit, 31.III.2003

«Galileo en Roma. Crónica de 500 días» (Ediciones Encuentro) es el volumen que vuelve a tratar la relación entre ciencia y fe en el caso Galileo, ahora desde la perspectiva de los seis viajes que el científico realizó a Roma para entrevistarse con el Papa.

Mariano Artigas, físico, filósofo y profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Navarra, y William Shea, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Padua (uno de los más destacados expertos sobre el tema Galileo a nivel mundial) son los responsables de la publicación del libro en español.
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Henry Kamen, “Cómo fue la Inquisición”, ARVO, 19.III.2003

¿La Inquisición significó realmente la condena de la libertad y el empleo de una crueldad indiscriminada con los “disidentes religiosos”? Una falsa y distorsionada imagen de este tribunal permanece aún en gran parte de la opinión pública. Ser “inquisitorial” ha llegado a ser sinónimo de intolerante y totalitario. Y sin embargo, esto no parece corresponderse con la verdad histórica. Pocos son los que se plantean un enfoque objetivo de la cuestión, sin apasionamientos, buscando el porqué del tribunal y las circunstancias que lo determinaron. Tal es la inspiración que anima el ensayo del profesor Kamen.

La Inquisición no fue un fenómeno exclusivamente español, a pesar de que es una impresión que a menudo encontramos a nivel popular. Si hojeamos las páginas de la cuantiosa bibliografía publicada en 1983 por Emil van der Vekene Bibliotheca inquisitionis, podemos observar un listado de 4.808 obras que abarcan la historia de más de 500 años de toda la Europa Occidental, y solamente una parte de su material se refiere a España. Últimamente, se ha venido prestando excesiva atención a la Inquisición española, por ello sería beneficioso para nosotros procurarnos una mas amplia perspectiva y considerar todo el fenómeno de la Inquisición española en su contexto europeo. Así podremos entender uno de los acontecimientos cruciales en la historia de la civilización occidental. Quiero comenzar mi exposición con ciertas preguntas clave que quizás nos ayudarán a pensar en el fenómeno. Continuar leyendo “Henry Kamen, “Cómo fue la Inquisición”, ARVO, 19.III.2003″