Sin desfallecer

Lord Carnavon dirigía las excavaciones en Egipto, en el Valle de los Reyes. Todo aparece desvalijado por los ladrones de tumbas. Se acaba el dinero y le retiran la confianza. Pero él siguió trabajando sin desmayos. Unos días antes de que se suspendieran las investigaciones descubrieron el mayor tesoro arqueológico del Antiguo Egipto: la tumba de Tutankamen.

Tomado de Ceram, “Dioses, tumbas y sabios”.

Dos ratones

Dos ratones caen en un cubo de leche. El primer ratón, desilusionado, perezoso, se dejó llevar. El segundo, no perdió el ánimo y, con su buen carácter, mientras nadaba, reflexionaba. Y comprendió algo importante: a base de agitar, la leche se coagula. Se animó, aceleró un poco, y al rato aquello fue nata, y después mantequilla, y después dió un salto y salió. Estos dos ratones reflejan dos formas de afrontar los problemas.

Vosotros sois mis brazos

En una iglesia de una aldea alemana tenían un Cristo muy bonito y valioso. Estaba crucificado y la gente le tenía mucha devoción. Durante la Segunda Guerra Mundial cayó una bomba y, al explotar, le arrancó los dos brazos. Al final de la contienda, los del pueblo se planteaban restaurarlo. Pero alguien sugirió dejarlo como estaba, sin brazos. Se aceptó la propuesta e incluyeron una leyenda explicativa que decía así: “Vosotros sois mis brazos”. Así recuerda a todos que Jesucristo tiene necesidad de nosotros para seguir su misión en la tierra.

Aceptarnos como somos

Un cantero se lamentó: —Ay, si tuviera tanto dinero como este rico.

El genio lo llenó de riquezas. Pero apretaba mucho el sol, era verano.

—Ay, si fuera sol.

El genio se lo concedió.

Una nube se interpuso entre el sol y la tierra.

—Ay, si fuera nube.

El genio se lo concedió. Pero comprobó como la roca resistía a sus embates.

—Ay, si fuera roca.

El genio se lo concedió. Pero cuando vio cómo el cantero la destrozaba comentó: —Ay, si fuera cantero.

Mantener el buen humor

Tomás Moro, al llegar al pie del cadalso, no perdió su habitual serenidad y sentido del humor. Le dijo al alcalde: “Ayúdeme a subir, que ya me las arreglaré para bajar solo.” Y al verdugo: “Anímate, hombre, y no temas en cumplir tu oficio. Corto es mi cuello: procura no darme un tajo torcido. Aparta mi barba, sentiría que la cortases. Ella no es culpable de alta traición”.

Erasmo decía sobre Tomás Moro: “El hombre que se adapta tanto a la seriedad como a la broma y cuya compañía resulta siempre agradable, ése es el hombre que los antiguos llamaban: “omnium horarum homo”, un hombre para todas las horas”.

Jonás y la ballena

Una niña estaba hablando de las ballenas a su maestra. La profesora dijo que era físicamente imposible que una ballena se tragara a un ser humano porque aunque era un mamífero muy grande su garganta era muy pequeña. La niña afirmó que Jonás había sido tragado por una ballena. La profesora le repitió con ironía que una ballena no podía tragarse a ningún humano, pues físicamente era imposible. La niña contestó: “Cuando llegue al cielo le voy a preguntar a Jonás”. La maestra le preguntó: “¿Y qué pasa si Jonás se fue al infierno?”. La niña contestó: “Entonces tendrá que preguntarle usted”.

El hilo rojo

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad. Pensé que debía adentrarme en el misterio de tantas personas que quizá no nos buscan como el señor del hilillo, pero nos necesitan.

Convertido por una frase del Papa

París. Parque de los Príncipes. Un universitario logra acercarse al Papa y le grita: “Santo Padre, soy ateo, ¡ayúdeme!”. El Papa se le acercó. Hablaron a solas unos instantes. De regreso a Roma, Juan Pablo II recordó a ese chico y le dijo a don Estanislao: “Pienso que quizá podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se puede hacer algo por él”. Escribieron a París. La respuesta fue algo así como “lo intentaremos pero va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se localizó al muchacho y le dijeron: “El Papa quiere que sepas que reza diariamente por ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu problema”. Aquel muchacho explicó que al salir de allí fue a una librería y compró un Nuevo Testamento, como el Papa le había dicho…, “y nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba. Díganselo al Papa. Ya me preparo para mi bautismo”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.56.

Descubrir al que sufre

Edith Zirer es judía y en 1995, cuando contaba este relato, tenía 66 años. En 1945 fue liberada por los soldados rusos después de pasar tres años en campos de concentración y haber perdido a su familia. Dos días después llegó a una pequeña estación ferroviaria. “Me eché en un rincón de una gran sala donde había docenas de prófugos. Wojtyla me vio. Vino con una gran taza de te, la primera taza caliente que probaba en unas semanas. Después me trajo un bocadillo de queso. No quería comer, pero me forzó levemente a hacerlo. Luego me dijo que tenía que caminar para poder subir al tren. Lo intenté, pero caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó durante mucho tiempo, kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve. Recuerdo su chaqueta marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su hermano, y me decía que él también sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para siempre”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.20.

Saber mirar a nuestro alrededor

El drama de un desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iban viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en le instante de reventarse contra el pavimento había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena ser vivida.

Relato de Gabriel García Márquez