Cuida a los que amas

Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, unos hijos encantadores, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo malo es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo, y ella lo quitaba de los hijos y su marido, y así las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo: “Hija, esta flor te va a ayudar mucho, más de lo que te imaginas. Tan sólo tendrás que regarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores”. La joven quedó muy emocionada, pues la flor era de una belleza sin igual. Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron de nuevo, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Llegaba a casa, miraba la flor y todavía estaba allí. No mostraban señal de estropearse, estaba linda y perfumada. Entonces ella pasaba de largo. Hasta que un día, de pronto, la flor murió. Ella llegó a casa y se llevó un susto. La flor estaba completamente muerta, caída, y su raíz estaba reseca. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió: “Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra igual a esa, pues era única, igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que Dios te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos y prestarles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla. ¡Cuida a las personas que amas!”.

La canasta vacía

Así como una imagen vale más que mil palabras, una historia adecuada ilustra más que cien libros. La esposa del Faraón de Egipto había perdido muchos hijos en su vientre. Este parto, seguramente, era su última oportunidad para darle un heredero al Faraón. Rodeada de médicos y sirvientas el dolor de su vientre fue en aumento hasta que explotó en un grito de dolor liberador y, simultáneamente a su muerte dio un parto de cinco hijos, cuatro de ellos varones y una niña. El Faraón crió con amor y dedicación a sus hijos, dándoles la educación de futuros gobernantes a los varones y de princesa a la hija. Pasados los años y crecidos sus hijos, el Faraón se enfrentó al dilema de escoger a su sucesor. Dado que todos habían nacido en el mismo parto, no había un primogénito a quién el derecho le correspondiese naturalmente. Consultó con el Consejo de Ancianos: “Qué debo hacer? ¿Cómo elegir a mi sucesor? Quizás deba dividir el Imperio en cuatro reinos para ser justo con todos ellos.” Los sabios respondieron: “No, majestad, dividir el Imperio implica debilitarlo y ello acarreará su destrucción. Además, usted tuvo cinco hijos y sería injusto con su hija. Lo mejor es hacer un concurso entre ellos y el que traiga el proyecto que más beneficie a Egipto, ese sea el escogido”. Satisfecho con la sabiduría del consejo recibido, el Faraón citó a sus hijos -incluida la hija- y les dijo: “Tienen seis meses para plantear el Proyecto más beneficioso para Egipto, quién así lo haga será elegido mi sucesor.” Seis meses después los cinco hijos se congregaron en el Salón del Faraón portando los varones gran cantidad de maquetas y planos, y la hija una canasta vacía. El Faraón escuchó por turno los proyectos. Cada cual superaba al anterior: un sistema de caminos para el Reino, un sistema de canales de riego, un sistema de silos para las cosechas, un sistema de puertos para el comercio… Era difícil pensar en uno que superase en beneficios al otro. La discusión para analizar el valor de cada uno, sin duda sería ardua, problemática y difícil. Sin embargo, al llegar el turno a la hija ésta mostró su canasta vacía y dijo: “Padre, yo traigo una canasta vacía que hoy vale tanto como las maquetas que has visto. Nadie puede decir qué obra es la mejor hasta no verla hecha y, para ese entonces el contenido de mi canasta podría superar en valor a cualquiera de ellos.” Todos quedaron sorprendidos por el enunciado, pero el Faraón y el Consejo de Sabios estuvieron de acuerdo en que discutir el valor de los proyectos no tenía más sentido que discutir el valor del contenido de una canasta vacía. Entonces la solución fue obvia: los recursos del reino se emplearían para el desarrollo de los proyectos durante dos años y, al cabo de ese tiempo se analizaría el beneficio real de cada obra para el Reino. Pasaron los dos años de febril actividad y llegó el momento de presentarse al Salón del Trono. Cada uno de los hijos venía orgulloso con gran cantidad de documentos y asesores para demostrar que su obra había sido la más beneficiosa al Reino. Y la hija llegó con su canasta vacía. A su turno, cada hijo expuso el valor de las obras hechas: cómo ahora el sistema de riego había aumentado las cosechas, cómo el sistema de caminos permitía que esas cosechas llegasen hasta el último rincón del Reino, cómo el sistema de silos permitía almacenarlas de modo limpio y seguro, cómo los nuevos puertos eran fuente de comercio y prosperidad. Al llegar el turno de la hija, esta señaló su canasta y dijo: “Padre, tal como lo anuncié, el tiempo me permitiría dar valor al contenido de esta canasta. Ahora lo veis: gracias a mi canasta vacía el Reino tiene canales, caminos, silos y puertos. Sin ella sólo hubiésemos tenido proyectos y una larga discusión para ver cuál era el mejor sin que nunca ocurriese nada.” Los cuatro hermanos se dieron la vuelta, sorprendidos y azorados, y tras un momento de vacilación se arrodillaron frente a su hermana. Y así Egipto tuvo su primera Emperatriz. (Adaptación libre y resumida del cuento “La Canasta Vacía”, de Ana María Aguado, Buenos Aires, 1998).

El heredero

Érase una vez, de acuerdo con la leyenda, que un reino europeo estaba regido por un rey muy cristiano, y con fama de santidad, que no tenía hijos. El monarca envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos y aldeas de sus dominios. Este decía que cualquier joven que reuniera los requisitos exigidos, para aspirar a ser posible sucesor al trono, debería solicitar una entrevista con el Rey. A todo candidato se le exigían dos características: 1º Amar a Dios. 2º Amar a su prójimo. En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio real y reflexionó que él cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y, así mismo, a sus vecinos. Una sola cosa le impedía ir, pues era tan pobre que no contaba con vestimentas dignas para presentarse ante el santo monarca. Carecía también de los fondos necesarios a fin de adquirir las provisiones necesarias para tan largo viaje hasta el castillo real. Su pobreza no sería un impedimento para, siquiera, conocer a tan afamado rey. Trabajó de día y noche, ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente para el viaje, vendió sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Algunas semanas después, habiendo agotado casi todo su dinero y estando a las puertas de la ciudad se acercó a un pobre limosnero a la vera del camino. Aquél pobre hombre tiritaba de frío, cubierto sólo por harapos. Sus brazos extendidos rogaban auxilio. Imploró con una débil y ronca voz: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme…”. El joven quedó tan conmovido por las necesidades del limosnero que de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba. Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!”. Sin pensarlo dos veces, nuestro amigo se sacó el anillo del dedo y la cadena de oro de cuello y junto con el resto de las provisiones se los entregó a la pobre mujer. Entonces, en forma titubeante, continuó su viaje al castillo vestido con harapos y carente de provisiones para regresar a su aldea. A su llegada al castillo, un asistente del Rey le mostró el camino a un grande y lujoso salón. Después de una breve pausa, por fin fue admitido a la sala del trono. El joven inclinó la mirada ante el monarca. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey. Atónito y con la boca abierta dijo: “¡Usted…, usted! ¡Usted es el limosnero que estaba a la vera del camino!”. En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: “¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!”. ” Sí -replicó el Soberano con un guiño- yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”. “Pero… pe… pero… ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?”. “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo -dijo el monarca-. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y actuar no siendo sincero en tus motivaciones. De ese modo me hubiera resultado imposible descubrir lo que realmente hay en tu corazón. Como limosnero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! ¡Tú heredaras mi reino!”.

Tu daño me hizo más fuerte

Ben Sarok, un hombre cruel, no podía ver nada sano ni bello sin destrozarlo. Al borde de un oasis se encontró con una joven palmera. Esto le irritó, así que cogió una pesada piedra y la colocó justo encima de la palmera. Entonces, con una mueca malvada, pasó por encima. La joven palmera intentó eliminar la carga, pero fue en vano. Después, el joven árbol probó una táctica diferente. Cabó hacia el interior para soportar su peso, hasta que sus raíces encontraron una fuente escondida de agua. Entonces el árbol creció más alto que todos los otros, logró culminar todas las sombras. Con el agua de las profundidades de la tierra y el sol de los cielos se convirtió en un árbol majestuoso. Años más tarde, Ben Sarok volvió para disfrutar de la imagen del pequeño árbol que había destrozado. Pero no pudo encontrarlo en ningún lugar. Por último el árbol se inclinó, le mostró la piedra sobre su copa y dijo: “Ben Sarok, tengo que agradecerte, tu daño me hizo más fuerte”.

La telaraña

Una vez un hombre era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre entró en una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores de la que él se encontraba. Estaba desesperado y elevó una plegaria a Dios, de la siguiente manera: “Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme”. En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que el se encontraba, y vio que apareció una arañita. La arañita empezó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez mas angustiado: “Señor te pedí ángeles, no una araña.” Y continuó: “Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme”. Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observó a la arañita que seguía tejiendo una telaraña. Estaban ya los malhechores entrando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y este quedó esperando su muerte. Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada con su telaraña, y se escuchó esta conversación: “Vamos, entremos a esta cueva.” “No, ¿no ves que hasta hay telarañas, que nadie ha entrado recientemente en esta cueva? Sigamos buscando en las demás.” Muchas veces pedimos cosas que desde nuestra perspectiva humana son lo que urgentemente necesitamos, pero Dios nos da otras con las que nos muestra mejores soluciones.

Un pequeño gusano

Un pequeño gusano caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes. “¿Hacia dónde te diriges?”, le preguntó. Sin dejar de caminar, la oruga contestó: “Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo”. Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: “¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable”. Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, y su diminuto cuerpo no dejó de moverse. De pronto se oyó la voz de un escarabajo: “¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?”. Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante: “Tuve un sueño y deseo realizarlo; subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo”. El escarabajo soltó una carcajada y dijo: “Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso”. Y se quedó en el suelo tumbado mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor le aconsejaron desistir: “¡No lo lograrás jamás!”. Pero en el interior del gusanito había un impulso que le obligaba a seguir. Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. “Estaré mejor”, fue lo último que dijo, y murió. Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo, que había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable. Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos, aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos. Una mariposa, no hubo nada que decir, todos sabían lo que pasaría, se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se había equivocado. Dios nos ha creado para realizar un sueño; pongamos la vida en intentar alcanzarlo, y si nos damos cuenta que no podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas y entonces lo lograremos. El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que superar en el camino.

Generosidad y egoísmo

Dice una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro: “¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?”. El Maestro le respondió: “Es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré una imagen de cómo es el infierno”. Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados, cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles. Ven, dijo el Maestro después de un rato, ahora te mostraré una imagen de cómo es el cielo. Entraron en otra habitación, también con una olla de arroz, otro grupo de gente, las mismas cucharas largas… pero, allí, todos estaban felices y alimentados. “¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación, si todo es lo mismo? Como las cucharas tienen el mango muy largo, no pueden llevar la comida a su propia boca. En una de las habitaciones están todos desesperados en su egoísmo, y en la otra han aprendido a ayudarse unos a otros.

J. R. R. Tolkien

Las mejores frases de “El Señor de los Anillos” Muchos de los que viven merecen morir, y muchos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos. (SA I, 2) Gandalf.

No te entrometas en asuntos de magos, pues son astutos y de cólera fácil. (SA I, 3) Gildor.

No pidas consejo a los elfos, pues te dirán al mismo tiempo que sí y que no. (SA I, 3) Frodo.

Raras veces los Elfos dan consejos indiscretos, pues un consejo es un regalo muy peligroso, aun del sabio al sabio, ya que todos los rumbos pueden terminar mal. (SA I, 3) Gildor.

El coraje se encuentra en sitios insólitos. (SA I, 3) Gildor.

Los atajos cortos traen retrasos largos. (SA I, 4) Pippin.

Los atajos cortos traen retrasos largos, pero las posadas los alargan todavía más. (SA I, 4) Frodo.

Aquel que quiebra algo para averiguar que es ha abandonado el camino de la sabiduría. (SA II, 2) Gandalf.

Aun las arañas más hábiles pueden dejar un hilo flojo. (SA II, 2) Gandalf.

El valor necesita fuerza ante todo, y luego una ama. (SA II, 2) Boromir.

Sólo desesperan aquellos que ven el fin mas allá de toda duda. (SA II, 2) Gandalf.

Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados aunque pueda parecer locura a aquellos que se atan a falsas esperanzas. (SA II, 2) Gandalf.

Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes. Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester haceros, mientras los ojos de los grandes se vuelven a otra parte. (SA II, 2) Elrond.

Desleal es aquel que se despide cuando el camino se oscurece. (SA II, 3) Gimli.

No jure que caminara en las tinieblas quien no ha visto la caída de la noche. (SA II, 3) Elrond.

Un juramento puede dar fuerzas a un corazón desfalleciente. (SA II, 3) Gimli.

Cuando las cabezas no saben qué hacer hay que recurrir a los cuerpos. (SA II, 3) Boromir.

Que el labrador empuje el arado, pero elige una nutria para nadar, y para correr levemente sobre la hierba y las hojas, o sobre la nieve… un Elfo. (SA II, 3) Légolas.

El trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en terminarse. (SA II, 7) Sam.

Ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otros tiempos necesitaban saber. (SA II, 8) Celeborn.

Donde la vista falla la tierra puede traernos algún rumor. (SA III, 2) Aragorn.

La solución se encuentra a menudo a la salida del sol. (SA III, 2) Légolas.

Cuando los grandes caen, los pequeños ocupan sus puestos. (SA III, 2) Aragorn.

Las ovejas terminan por parecerse a los pastores y los pastores a las ovejas. (SA III, 4) Bárbol.

Quien primero golpea, si golpea con bastante fuerza, quizá no tenga que golpear de nuevo. (SA III, 5) Gandalf.

Un arma traidora es siempre un peligro para la mano. (SA III, 5) Gandalf.

La esperanza no es la victoria. (SA III, 5) Gandalf.

En la duda, un hombre de bien ha de confiar en su propio juicio. (SA III, 6) Háma.

Las noticias que llegan de lejos rara vez son ciertas. (SA II, 6) Théoden.

Hay dos formas en las que un hombre puede traer malas nuevas. Puede ser un espíritu maligno, o bien uno de esos que prefiere la soledad y sólo vuelven para traer ayuda en tiempos de necesidad. (SA III, 6) Gandalf.

Un corazón leal puede tener una lengua insolente. (SA III, 6) Théoden.

Para ojos aviesos la verdad puede ocultarse detrás de una mueca. (SA III, 6) Gandalf.

Más de una vez, el huésped a quien nadie ha invitado resulta ser la mejor compañía. (SA II, 7) Éomer.

El amanecer es siempre una esperanza para el hombre. (SA III, 7) Aragorn.

Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de necesidad es como un esclavo encadenado. (SA III, 9) Aragorn.

El visitante que escapó por el techo lo pensará dos veces antes de volver a entrar por la puerta. (SA III, 10) Gandalf.

Los traidores siempre son desconfiados. (SA III, 10) Gandalf.

No puede ser al mismo tiempo tirano y consejero. (SA III, 10) Gandalf.

Cuando la conspiración está madura, el secreto ya no es posible. (SA III, 10) Gandalf.

A menudo el odio se vuelve contra sí mismo. (SA III, 10) Gandalf.

No te entrometas en asuntos de magos, que son gente astuta e irascible. (SA III, 11) Merry.

El peligro llega por la noche cuando menos se lo espera. (SA III, 11) Gandalf.

El daño del mal recae a menudo sobre el propio mal. (SA III, 11) Théoden.

Los artilugios creados por un arte superior al que nosotros poseemos son siempre peligrosos. (SA III, 11) Gandalf.

El que mordía fue mordido, el halcón dominado por el águila, la araña aprisionada en una tela de acero. (SA III, 11) Gandalf.

Una mano quemada es el mejor maestro. Luego cualquier advertencia sobre el fuego llega derecha al corazón. (SA III, 11) Gandalf.

Solo atravesando la noche se llega a la mañana. (SA IV, 2) J.R.R. Tolkien.

A menudo la noche trae las nuevas a los parientes cercanos. (SA IV, 5) Faramir.

Tarde o temprano el crimen siempre sale a la luz. (SA IV, 5) Faramir.

Los ojos parpadean si los pies tropiezan. (SA IV, 5) Faramir.

Al caer la noche las cosas parecen a veces más grandes de lo que son. (SA IV, 5) Anborn.

El alabar lo que es digno de alabanza no necesita recompensa. (SA IV, 5) Faramir.

Parece menos grave aconsejar a alguien que falte a una promesa que hacerlo uno mismo, sobre todo si se trata de un amigo atado involuntariamente por un juramento nefasto. (SA IV, 6) Faramir.

Donde hay vida hay esperanza y necesidad de vituallas. (SA IV, 7) Sam.

Los actos generosos no han de ser reprimidos por fríos consejos. (SA V, 1) Gandalf.

Es en la mesa donde los hombres pequeños realizan las mayores proezas. (SA V, 1) Beregond.

Un golpe apresurado suele no dar en el blanco. (SA V, 2) Aragorn.

Donde no falta voluntad siempre hay un camino. (SA V, 3) Dernhelm (Éowyn).

No siempre los consejos han de encontrarse en los artilugios de los magos o en la precipitación de los locos. (SA V, 4) Denethor.

Un traidor puede traicionarse a sí mismo y hacer involuntariamente un bien. (SA V, 4) Gandalf.

La necesidad no tolera tardanzas, pero más vale tarde que nunca. (SA V, 5) Éomer.

Cuando todo está perdido llega a menudo la esperanza. (SA V, 9) Légolas.

El valor de las grandes hazañas no merma nunca. (SA V, 9) Légolas.

Donde hay un látigo hay una voluntad. (SA VI, 2) Uruk Hai.

Aun aquellos que no tienen espada pueden morir bajo una espada. (SA VI, 5) Éowyn.

No siempre lo bueno es estar curado del cuerpo. (SA VI, 5) Éowyn.

A mucha gente le gusta saber de antemano qué se va a servir en la mesa; pero los que han trabajado en la preparación del festín prefieren mantener el secreto; pues la sorpresa hace más sonoras las palabras de elogio. (SA VI, 5) Gandalf.

No dejéis que vuestras cabezas se vuelvan más grandes que vuestros sombreros. (SA VI, 6) Bilbo.

Ciertas heridas nunca curan del todo. (SA VI, 7) Gandalf.

Es viento malo aquel que no trae bien a nadie. (SA VI, 9) Tío Gamyi.

Cuando las cosas están en peligro alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven. (SA VI, 9) Frodo.

Suele ocurrir que en tiempos de peligro los hombres oculten el tesoro más preciado. (SA VI, Ap.) Aragorn.

Las mejores frases de “Cuentos inconclusos” A través de la oscuridad es posible llegar a la luz. (CI 1, I) Gelmir.

No en todas las tierras es posible cazar sin riesgo, por abundantes que sean las bestias. Y los cazadores se demoran en los caminos. (CI 1, I) Túor.

Da con prodigalidad, pero da sólo lo tuyo. (CI 1, II) Sador.

Un hombre que huye de lo que teme a menudo comprueba que sólo ha tomado un atajo para salirle al encuentro. (CI 1, II) Sador.

El dolor es una piedra de afilar para un temple duro. (1, II)Sador.

La vida de los hombres es corta, y en ella suele haber múltiples infortunios, aun en tiempos de paz. (CI 1, II) Tomado de http://www.geocities.com/aragorn_y_gandalf/frases.html

El inventario de las cosas perdidas

A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: “¡Buenos días, abuelo!”. Y él extendió su mano en silencio. Me senté junto a su sillón y después de unos instantes un tanto misteriosos, exclamó: “¡Hoy es día de inventario, hijo!”. “¿Inventario?”, pregunté sorprendido. “Sí. ¡El inventario de tantas cosas perdidas! Siempre tuve deseos de hacer muchas cosas que luego nunca hice, por no tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi pereza. Recuerdo también aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo sin yo saberlo. También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero no me atreví. Recuerdo tantos momentos en que he hecho daño a otros por no tener el valor necesario para hablar, para decir lo que pensaba. Y otras veces en que me faltó valentía para ser leal. Y las pocas veces que le he dicho a tu abuela que la quiero, y la quiero con locura. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!”. Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se le humedecieron sus ojos, y continuó: “Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mi ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo”. Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó: “¿Sabes qué he descubierto en estos días? ¿Sabes cuál es el pecado mas grave en la vida de un hombre?”. La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad: “No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal…”. Me miró con afecto y me dijo: “Pienso que el pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.” Al día siguiente, regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para hacer con calma mi propio “inventario” de las cosas perdidas, de las cosas no dichas, del afecto no manifestado.

El milagro de Lanciano

Lanciano es un pueblo del Abruzzo, al sur de Chietti y Pescara. En el siglo VII un monje basiliano duda de la presencia del Señor en las Especies, mientras celebraba la Misa. Y, ante él, la Hostia se transforma en un trozo de carne, redondo, de la misma forma que la Hostia; y en el cáliz, el vino se transforma en Sangre que se coagula enseguida: forma 5 coágulos. Así se conserva hoy en día. La Hostia en una custodia y los coágulos en una ampolla. El 18-IX-70 se hizo una consulta a Roma para analizar lo que hay dentro. Los profesores Lindi y Bertelli, el 4-III-71, publican los resultados: carne y sangre humanas; grupo AB (el mismo de la Sábana Santa); de una persona viva; diagrama de la sangre corresponde a la sangre extraída ese mismo día del paciente; carne: fibras de miocardio.