El milagro de Lanciano

Lanciano es un pueblo del Abruzzo, al sur de Chietti y Pescara. En el siglo VII un monje basiliano duda de la presencia del Señor en las Especies, mientras celebraba la Misa. Y, ante él, la Hostia se transforma en un trozo de carne, redondo, de la misma forma que la Hostia; y en el cáliz, el vino se transforma en Sangre que se coagula enseguida: forma 5 coágulos. Así se conserva hoy en día. La Hostia en una custodia y los coágulos en una ampolla. El 18-IX-70 se hizo una consulta a Roma para analizar lo que hay dentro. Los profesores Lindi y Bertelli, el 4-III-71, publican los resultados: carne y sangre humanas; grupo AB (el mismo de la Sábana Santa); de una persona viva; diagrama de la sangre corresponde a la sangre extraída ese mismo día del paciente; carne: fibras de miocardio.

Por qué permites esas cosas

Por la calle vi a una niña hambrienta, sucia y tiritando de frío dentro de sus harapos. Me encolericé y le dije a Dios: “¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para ayudar a esa pobre niña?”. Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, cuando menos lo esperaba, Dios respondió mis preguntas airadas: “Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti.”

He estado con Dios

Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios. Él sabía que era un largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sandwiches y botellas de leche chocolatada y comenzó su viaje. Cuando había andado un tiempo, se encontró con un viejecita que estaba sentada en el parque observando a unas palomas. El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un trago de su leche chocolatada cuando notó que la viejecita parecía hambrienta, así es que le ofreció un sandwich. Ella, agradecida, lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan hermosa que el niño quiso verla otra vez, así que le ofreció una leche chocolatada. Una vez más, ella le sonrió. El niño estaba encantado. Permanecieron sentados allí toda la tarde. Cuando oscurecía, el niño se levantó para marcharse. Antes de dar unos pasos, se dio la vuelta, corrió hacia la viejecita y le dio un abrazo. Ella le ofreció su sonrisa, aun más amplia. Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre le sorprendió la alegría en su rostro. Ella le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que estás tan contento?”. Él respondió: “Almorcé con Dios”. Pero antes de que su madre pudiese decir nada, él añadió: “¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que jamás he visto!”. Mientras tanto la viejecita, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su vecina estaba impresionada con el reflejo de paz sobre su rostro, y le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que te puso tan contenta?”. Ella respondió: “Comí unos sandwiches con Dios en el parque”. Y antes de que su vecina comentara nada, añadió: “¿Sabes, es mucho más joven de lo que esperaba”.

Escarmiento a la avaricia

Juan Gavaza casó a sus dos hijas con dos caballeros muy nobles. El padre quería tanto a sus yernos que les repartió sus posesiones en oro y demás bienes. Ellos se mostraban agradecidos. Pero cuando se acabó el tesoro y sus yernos se olvidaron del suegro. Él, muy apenado, decidió darles una lección. Pidió unas monedas a un amigo y las guardó en un cofre. Hizo que sus hijas espiaran la operación. Cuando ya habían caído en el engaño, devolvió el dinero a su amigo, esta vez, en total secreto. Los últimos días del señor Gavaza discurrieron con todo tipo de atenciones por parte de sus yernos e hijas. Cuando murió abrieron el cofre y encontraron una maza muy grande con una escritura en el mango que decía así: “Yo, Juan Gavaza hago este testamento: que quien menosprecie a alguien porque ya ha repartido todos sus bienes, como se hizo con Juan Gavaza, que en la frente le den con esta maza”.

La oración de un hombre sencillo

En el pueblo de Ars había un labrador que siempre hacía una visita a la iglesia cuando volvía del trabajo. Dejaba la azada y el hato en la puerta, entraba, y permanecía un buen rato de rodillas delante del sagrario. El Santo lo había observado. Le llamó la atención que sus labios no se movieran, aunque sus ojos no se apartaban del Tabernáculo. Un día se le acercó y le preguntó: —Dígame, ¿qué le dice al Señor durante esas largas visitas? —No le digo nada. Yo le miro y Él me mira.

Tomado de Trochu, “El cura de Ars”.

Dos estrellas

Un ermitaño recogía diariamente un hato de ramas, lo cargaba en su borriquillo y lo intercambiaba en el pueblo por lo que le ofrecieran: queso, verduras… A mitad de camino de regreso, cuando el cansancio y el calor arreciaban, pasaba delante de una fuente de agua fresca, y el ermitaño pasaba de largo ofreciéndoselo a Dios. Por la noche Dios le obsequiaba ese sacrificio con una luminosa estrella en el firmamento. Un día un muchacho se unió al ermitaño en su camino. Ese día el sol apretaba especialmente y la cuesta se hacía pesada. Cuando se acercaban a la fuente, el viejo ermitaño leyó en los ojos del joven que el chico no bebería si él no lo hacía. Decidió beber aun a costa de quedarse sin estrella. Esa noche, brillaron dos estrellas.

Amigos como tú

Dos amigos atravesaban un bosque cuando apareció un oso. El más rápido de los dos huyó sin preocuparse del otro que, para salvarse se tiró por tierra, como muerto.

El oso, creyéndolo muerto, lo chupó y se fue. Parecía como si le hubiese dicho algo.

—¿Qué te ha dicho? Le preguntó el huidizo.

—Sólo me ha dicho que no me fíe de los amigos como tú.

Leon Tolstoi

La vanidad de un pobre gallo

Un gallo estaba convencido de que gracias a la potencia y belleza de su canto se despertaba el sol cada mañana. Un día, agotado, se quedó dormido y comprobó con horror que el sol salía como todos los días.

Juan Diego Cuauhtlactoatzin: El milagro de la Virgen de Guadalupe

Cuauhtlatoatzin era el nombre indígena de Juan Diego, que nació en 1474. Entre 1524 y 1525 se convirtió al cristianismo y fue bautizado junto con su esposa por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente.

El 9 de diciembre de 1531, diez años después de la toma de la ciudad de Tenochtitlán, actual ciudad de México, al atravesar el cerro llamado Tepeyac para escuchar la Palabra de Dios, recibió la primera aparición de la Virgen, en el lugar ahora conocido como “Capilla del Cerrito”. La Virgen María le habló en su idioma, el náhuatl, utilizando términos preñados de cariño: “Juanito, Juan Dieguito”, “el más pequeño de mis hijos”, “hijito mío”.

Las apariciones se repitieron cinco veces, hasta el 12 de diciembre. En ese día, dado que su tío estaba gravemente enfermo, Juan Diego salió a México para buscar un sacerdote. Rodeó el cerro para que la Virgen no lo encontrara. Pero ella salió a su encuentro; lo tranquilizó de la enfermedad de su tío: “Te doy la plena seguridad de que ya sanó”. Y le dijo que recogiera unas flores: “Hijito queridísimo: estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al obispo. De mi parte le dirás que por favor vea en ella mi deseo, y con eso, ejecute mi voluntad”. El deseo de la Virgen era la construcción de un santuario en su nombre.

En la casa del obispo Fray Juan de Zumárraga, al pedirle éste un signo que probara la voluntad de la Virgen, Juan Diego mostró las rosas que llevaba en su tilma (manta de algodón de la vestimenta india). Al tiempo que se esparcieron las diferentes flores (era pleno invierno, una época en la que no hay rosas), apareció de improviso en la tela la venerada imagen de María. La tela sigue siendo estudiada por científicos sin encontrar una explicación sobre cómo se pudo imprimir la imagen.

Estos extraordinarios acontecimientos desempeñaron un papel decisivo en la conversión de la población india, que en un primer momento encontraba grandes problemas para abrazar el Evangelio. En los diez años anteriores a la aparición, los misioneros y franciscanos habían convertido al catolicismo a unos 300.000 indígenas en México, mientras que tras el 1531 en sólo 7 años se convirtieron 8 millones de personas.

El milagro para la canonización El 6 de mayo de 1990, en el mismo momento en el que el Santo Padre proclamaba beato a Juan Diego, un milagro cambió la vida del entonces veinteañero Juan José Barragán Silva. Este chico consumía marihuana desde hacía cinco años. Aquel día, exasperado y bajo el efecto de la droga, cogió un cuchillo y se hirió ante su madre. Luego, sangrando, fue al balcón para tirarse. La madre intentó sujetarlo por las piernas pero él logró soltarse y se tiró de cabeza. Sin esperanzas, el joven fue llevado al hospital Durango de la Ciudad de México, donde fue acogido por el departamento de terapia intensiva.

El profesor J. H. Hernández Illescas, considerado uno de los mejores especialistas a nivel internacional en el campo neurológico, junto a otros dos especialistas, ha definido este caso como “insólito, sorprendente e inconcebible”. También ha sido inexplicable para todos los peritos médicos a quienes se les pidió el parecer. Considerando la altura desde la que se precipitó el joven (10 metros), su peso (70 kilos), el ángulo de impacto (70 grados), se ha calculado que la caída ocasionó una presión equivalente a dos mil kilos. Sin embargo, después de tres días, de manera instantánea e inexplicable, Juan José se curó completamente. Los exámenes sucesivos confirmaron que no tenía secuelas ni neurológicas ni psíquicas, por lo que los médicos definieron su curación como “científicamente inexplicable”. A juicio de los peritos médicos la muerte debía haber sido instantánea, y quienes sobreviven a este tipo de accidentes quedan gravemente discapacitados.

La madre del muchacho, Esperanza, ha contado que justo cuando el joven estaba cayendo lo encomendó a Dios y a la Virgen de Guadalupe. Invocando a Juan Diego dijo: “Dame una prueba… ¡Sálvame a este hijo! Y tú, Madre mía, escucha a Juan Diego”.

Un modelo de inculturación de la fe Al canonizar al indio Juan Diego, Juan Pablo II lo propone como modelo de inculturación. Así lo explica en esta entrevista el padre Fidel González Fernández, rector de la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma, historiador y experto en la figura del nuevo santo.

–¿Por qué se llega a la canonización de Juan Diego 454 años después de su muerte? — Diría que por tres motivos. En primer lugar, porque la legislación canónica, establecida en tiempos de Urbano VIII, con exactitud en 1635, desanimaba la introducción de procesos de canonización en general. Las pocas causas que se iniciaban se referían a grandes fundadores de institutos u obras religiosas o a grandes figuras, muchas veces apoyadas por las monarquías o por otras autoridades religiosas. En segundo lugar, la corona española no era favorable a introducir causas de canonización. Por último, hay que tener presente que Juan Diego era indio. En el pasado, se introducían las causas de grandes fundadores, como san Ignacio de Loyola, de grandes misioneros, como san Francisco Javier, y de grandes místicos, como santa Teresa de Jesús… Pero a nadie se le ocurría iniciar la causa de canonización de un indio.

–El fenómeno guadalupano ha sido concebido por algunos más bien como un símbolo. Con la canonización, recupera su carácter histórico.

–El fenómeno guadalupano, como hecho histórico, no tuvo discusión durante tres siglos, hasta el XVIII. En la época de la independencia de México –momento en que la población pedía la intercesión de la Virgen de Guadalupe–, un español, Juan Bautista Muñoz, prefirió interpretar la aparición como un mito. Más adelante, con el liberalismo y el positivismo histórico, muchas cosas se pusieron en duda y algunos comenzaron a reducir el acontecimiento guadalupano a un símbolo. Hoy, la documentación histórica a nuestra disposición nos lleva a dar la razón a quienes en el siglo XVII analizaron jurídicamente los hechos hasta lograr también la verificación histórica.

–¿Cuál es el mensaje de Juan Diego y de nuestra Señora de Guadalupe? –El mensaje es muy sencillo. Nuestra Señora se presenta como la «Madre de aquél a través del cual se vive», que es una expresión empleada en las antiguas tradiciones indígenas para definir al Dios creador, omnipotente. La maternidad de María, por lo tanto, quiere abrazar y acoger entre sus brazos a toda la humanidad, bajo el signo de la presencia de Cristo encarnado en su seno, para hacer descubrir a los hombres el propio rostro, la propia dignidad de hijos de Dios y de hermanos entre ellos.

Confirmación de las investigaciones históricas Juan Diego se dirigía al catecismo a uno de los conventos franciscanos entonces existentes en la Ciudad de México. Las apariciones sucedieron en el lugar llamado Tepeyac, un cerro conocido por un culto idolátrico precedente o por estar unido a la veneración de una deidad mexicana, de aquí las fuertes oposiciones inmediatas y por largo tiempo de algunos misioneros. La Virgen pidió al obispo Fray Juan de Zumárraga, a través del vidente, la construcción en aquel lugar de una ermita, una «morada» en honor de su Hijo, y que sería lugar de acogida y de consuelo para todos los afligidos.

El lugar de las apariciones se convierte inmediatamente un centro de peregrinación de indios y españoles, fomentado especialmente por los arzobispos de México, a partir del segundo y sucesor de Zumárraga, el dominico Montúfar. El centro de la atención y veneración de los fieles será la imagen de la Virgen estampada en la tilma del indio Juan Diego. Este «icono» de la Virgen es el que se venera hoy en la Basílica de Guadalupe.

El códice Escalada, descubierto en 1995, ofrece los datos fundamentales relativos al acontecimiento Guadalupano, al vidente Juan Diego y a la fecha de su muerte. Aparece además claramente pintada la aparición a Juan Diego, en un ambiente montañoso y de vegetación árida esteparia típica del Tepeyac, recuerda Fidel González.

Origen y vida de Juan Diego Cuauhtlactoatzin Se calcula que Juan Diego nació hacia 1474 en el pueblo de Cuautitlán, perteneciente al señorío de Texcoco. La tradición y otros documentos sitúan la fecha de su muerte en 1548. El núcleo de las informaciones sobre la persona de Juan Diego se puede tomar de la frase de Marcos Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, testigos de Cuautitlán, que declararon en el Proceso canónico llevado a cabo en México en 1666. «Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le decía a este testigo la dicha su Tía: Dios os haga como Juan Diego y su Tío, porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos», afirmó Pacheco. Los otros seis ancianos testigos mostraron unánimemente su conformidad con esta declaración. Hay que tener en cuenta que los indios eran muy exigentes cuando daban a uno de los suyos el título de «buen indio», y tan «buen indio» como para rogar a Dios que hiciera como él a alguien bienamado. La educación náhuatl –la que recibió Juan Diego–, a pesar de ser amorosa, era severa. Una de las obras del gran misionero franciscano, contemporáneo de Juan Diego, el padre Bernardino de Sahagún, describe la educación, buenas maneras y valores de la sociedad india.

Siguiendo las pautas comunes, y a través de las fuentes –como Las Informaciones Jurídicas de 1666–, se puede deducir que Juan Diego fue una persona humilde, que había tenido una fuerte educación, con una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus tierras y casas para ir a vivir a una pobre ermita dedicada a la Virgen, a dedicarse completamente al servicio de este templo, es decir, dedicarse totalmente a la voluntad de Virgen, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres.

Juan Diego narraba a cuantos le visitaban la manera en que había ocurrido el encuentro maravilloso que había tenido, y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe. La gente sencilla reconoció esta voluntad de la Virgen por medio de Juan Diego, a quien veneraban como a un cristiano santo. Los indios lo ponían como modelo para sus hijos. «Un dato innegable desde un punto de vista histórico crítico -afirma el padre Fidel González Fernández, profesor de Historia de la Iglesia en las Universidades Pontificas Urbaniana y Gregoriana, y presidente de la Comisión histórica de la causa de canonización de Juan Diego- es que su existencia se puede afirmar no sólo con certeza moral, sino con la certeza histórica requerida a través de documentos positivos, de una tradición oral constante entre las poblaciones indias, especialmente de cultura náhuatl y de otras vecinas, como la totonaca, históricamente examinadas y justamente valoradas en su origen, naturaleza y estilo. Las fuentes históricas, tanto escritas y “plásticas” (pintura, escultura, etc..), como las orales, que han tenido origen, estilo literario, expresiones, destinatarios distintos, coinciden y convergen en los datos fundamentales sobre el vidente de Guadalupe, Juan Diego Cuauhtlactoatzin».

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