Querer entenderse

Lo que no esperaban los protestantes alemanes era que el Papa, en su primer viaje a Alemania, citase varias veces a Lutero y lo definiese como “alguien que buscaba respuestas a sus interrogantes”. El presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica alemana había sido implacable contra los católicos y sus dificultades ecuménicas. Estaba ante el Papa sin pestañear, hasta que rompió en aplausos. Un periodista comentaba que: “vale más mirarse a los ojos y estrecharse las manos tras hablar con franqueza, que diez mil documentos pensados hasta la última sílaba”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p. 92.

El milagro de Lanciano

Lanciano es un pueblo del Abruzzo, al sur de Chietti y Pescara. En el siglo VII un monje basiliano duda de la presencia del Señor en las Especies, mientras celebraba la Misa. Y, ante él, la Hostia se transforma en un trozo de carne, redondo, de la misma forma que la Hostia; y en el cáliz, el vino se transforma en Sangre que se coagula enseguida: forma 5 coágulos. Así se conserva hoy en día. La Hostia en una custodia y los coágulos en una ampolla. El 18-IX-70 se hizo una consulta a Roma para analizar lo que hay dentro. Los profesores Lindi y Bertelli, el 4-III-71, publican los resultados: carne y sangre humanas; grupo AB (el mismo de la Sábana Santa); de una persona viva; diagrama de la sangre corresponde a la sangre extraída ese mismo día del paciente; carne: fibras de miocardio.

A lo mejor no es todo tan difícil

Christine se asombra de lo fácil que le resulta de pronto la conversación. Algo se estremece bajo su piel. ¿Quién soy yo de hecho, qué me está pasando? ¿Por qué puedo hacer de pronto todo esto? ¿Con qué soltura me muevo, y eso que siempre me decían que era rígida y patosa? Y con qué soltura hablo, y supongo que no digo ninguna ingenuidad, porque este caballero tan importante me escucha con benevolencia. ¿Me habrá cambiado el vestido, el mundo, o lo llevaba todo dentro y sólo carecía de valor, sólo estaba siempre demasiado atemorizada? Mi madre me lo decía. A lo mejor no es todo tan difícil, a lo mejor la vida es infinitamente más ligera de lo que creía, sólo hay que tener arrojo, sentirse y percibirse a sí misma, y la fuerza acude entonces de cielos insospechados. (Stefan Zweig, “La embriaguez de la metamorfosis”)

Madre sólo hay una

Cuando viniste a este mundo, Ella te sostuvo en sus brazos. Tú se lo agradeciste gritando.

Cuando tenías 1 año, Ella te alimentaba y te bañaba.

Tú se lo agradeciste llorando la noche entera.

Cuando tenías 2 años, Ella te enseñó a caminar.

Tú se lo agradeciste huyendo de Ella cuando te llamaba.

Cuando tenías 3 años, Ella te hacía todas las comidas con amor. Tú se lo agradeciste tirando el plato al suelo.

Cuando tenías 4 años, Ella te dio unos lápices de colores. Tú se lo agradeciste pintando todas las paredes del comedor.

Cuando tenías 5 años, Ella te vestía para las ocasiones especiales. Tú se lo agradeciste rebozándote en los charcos.

Cuando tenías 6 años, Ella te llevaba a la escuela. Tú se lo agradeciste gritándole: ¡NO VOY A IR! Cuando tenías 7 años, Ella te regaló una pelota. Tú se lo agradeciste arrojándola contra la ventana del vecino.

Cuando tenías 8 años, Ella te trajo un helado. Tú se lo agradeciste derramándoselo sobre su falda.

Cuando tenías 9 años, Ella te pagó unas clases de piano. Tú se lo agradeciste no practicando nunca.

Cuando tenías 10 años, Ella te llevaba con el coche al partido de fútbol y fiestas de cumpleaños.

Tú se lo agradeciste saliendo del coche sin nunca mirar atrás.

Cuando tenías 11 años, Ella te llevo a ti y a tus amigos a ver una película. Tú se lo agradeciste diciéndole que se sentara en otra fila.

Cuando tenías 12 años, Ella te aconsejó que no vieras ciertos programas. Tú se lo agradeciste esperando que ella se fuera de la casa.

Cuando tenías 13 años, Ella te sugirió un corte de pelo que estaba de moda. Tú se lo agradeciste diciéndole que ella no tenía gusto.

Cuando tenías 14 años, Ella te pagó un mes de vacaciones en el campamento de verano. Tú se lo agradeciste olvidándote de escribirle una carta.

Cuando tenías 15 años, Ella venía de trabajar y quería darte un abrazo. Tú se lo agradeciste encerrándote en tu habitación.

Cuando tenías 16 años, Ella te enseñó a conducir su coche. Tú se lo agradeciste usándoselo todas las veces que podías.

Cuando tenías 17 años, Ella esperaba una llamada importante. Tú se lo agradeciste hablando por teléfono toda la noche.

Cuando tenías 18 años, Ella lloró en la fiesta de tu graduación de la escuela. Tú se lo agradeciste estando de fiesta hasta el amanecer.

Cuando tenías 19 años, Ella te pagó la matrícula de la universidad, te llevó en coche hasta el campus y cargó tus maletas. Tú se lo agradeciste diciéndole adiós desde fuera del dormitorio, así no te sentirías avergonzado ante tus amigos.

Cuando tenías 20 años, Ella te preguntó si estabas saliendo con alguien. Tú se lo agradeciste diciéndole: “A ti qué te importa”.

Cuando tenías 21 años, Ella te sugirió algunas carreras para tu futuro. Tú se lo agradeciste diciéndole: “No quiero ser como tú”.

Cuando tenías 22 años, Ella te abrazó en la fiesta de graduación de la universidad. Tú se lo agradeciste diciéndole si te podía pagar un viaje a otro país.

Cuando tenías 23 años, Ella te dio algunos muebles para tu primer piso. Tú se lo agradeciste diciéndoles a tus amigos que los muebles eran feos.

Cuando tenías 24 años, Ella conoció a tu futura esposa y le preguntó sus planes para el futuro. Tú se lo agradeciste con una mirada feroz y le gritaste “¡Cállate!”.

Cuando tenías 27 años, Ella te ayudó a pagar los gastos de tu boda y llorando te dijo que te quería muchísimo. Tú se lo agradeciste alejándote a otro país.

Cuando tenías 30 años, Ella te dio algunos consejos para cuidar al bebé.

Tú se lo agradeciste diciéndole que las cosas son diferentes ahora.

Cuando tenías 40 años, Ella te llamó para recordarte el cumpleaños de tu papá. Tú se lo agradeciste diciéndole que estabas muy ocupado.

Cuando tenías 50 años, Ella se enfermó y necesitó que la cuidaras. Tú se lo agradeciste leyendo sobre la carga que representan los padres hacia los hijos.

De repente, un día, ella silenciosamente murió.

Y todas las cosas que nunca hiciste cayeron sobre ti como un trueno.

Tomémonos un momento para rendir honor y tributo a la persona que llamamos mamá. No hay sustituto para Ella. Alegra cada momento. Aunque a veces, no parezca la mejor de las amigas, o quizá no concuerde con tu forma de pensar, pero aun así, es tu madre. Ella estará allí para ayudarte con tus dolores, tus penas, tus frustraciones.

Pregúntate a ti mismo: ¿Has buscado tiempo para estar con ella, para escuchar sus quejas sobre su trabajo y su cansancio? Sé prudente, generoso y muéstrale el debido respeto, aunque tú pienses diferente. Una vez que se vaya de este mundo, solamente los recuerdos cariñosos del quien llamamos mamá, sólo eso nos queda.

Autor desconocido Tomado de http://espanol.geocities.com/zcoronado/

Un burro en un pozo

Un día, el burro de un aldeano se cayó en un pozo. El pobre animal estuvo rebuznando con amargura durante horas, mientras su dueño buscaba inútilmente una solución. Pasaron un par de días y al final, como no se le ocurría mejor remedio a aquella desgracia, pensó que el burro ya estaba muy viejo y el pozo estaba casi seco, así que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo sino que era mejor enterrarlo allí. Pidió a unos vecinos que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a echar tierra al pozo en medio de una gran tristeza. El burro advirtió enseguida lo que estaba pasando y rebuznó entonces con mayor amargura.

Al cabo de un rato, dejaron de escucharse sus lastimeros rebuznos. Los labriegos pensaron que el pobre burro debía estar ya cubierto por la tierra. Entonces el dueño se asomó al pozo, con una mirada temerosa, y vio algo sorprendente. Con cada palada el burro estaba haciendo algo muy inteligente: se sacudía la tierra y pisaba sobre ella. Había subido ya varios metros y estaba bastante arriba. Todos se llenaron de ánimo, siguieron echando tierra, el burro llegó hasta la superficie, dio un salto por encima del brocal del pozo y salió trotando pacíficamente.

Llevar una vida difícil, o tener contratiempos más o menos serios, es algo que puede sucederle a cualquiera. La vida a veces parece que nos aprisiona en un pozo, y que nos echa tierra encima, todo tipo de tierra. Hay modos de reaccionar inteligentes, como el de este burro, que de lo que parecía su condena supo hacer una tabla de salvación, y otros que son todo lo contrario.

Incredulidad en Plutón

Anoche tuve en mi casa una increíble visita de un viajero. Un extraño personaje que venía nada menos que de Plutón. Estaba muy nervioso. Me explicó como en su planeta corrían terribles rumores sobre los terrícolas: “En mi planeta, dicen las malas lenguas, que a millones de esos pequeños seres humanos, vosotros mismos, lo humanos, los tenéis congelados en neveras a la espera de ser objeto de experimentos o de ser destruidos.” “¿Qué mas se comenta de nosotros en tu planeta?”, le pregunté. “Pues cosas peores, como que también a millones de seres humanos, igualmente pequeños o un poco mas grandes, se les mata, se acaba con su vida, cuando aún no han nacido, en el vientre de su madre”. Sentí como la congoja apretaba mi pecho y como las lágrimas asomaban en mis ojos. “Te estás poniendo rojo. No te enfades, si quieres yo volveré a mi planeta y les diré que nunca cuenten mentiras tan horribles sobre vosotros los humanos”. “Amigo, no me enfado con los tuyos. Me avergüenzo de los míos. Todo lo que has dicho es cierto, eso hacen algunos seres humanos grandes, con sus pequeños seres humanos”. “Entonces me voy. No era capaz de creérmelo. Me vuelvo a casa, por que si eso hacéis con los vuestros, que no haréis con los que no somos de vuestra especie”.

Jesús García Sánchez-Colomer

Es como yo

Mi hijo hace poco llegó a este mundo, de manera normal… pero yo tenía que trabajar, tenía tantos compromisos… Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba. A medida que crecía, me decía: “Papá, algún día seré como tú ¿Cuándo regresas a casa, papá?”. “No lo sé, hijo mío, pero cuando regrese jugaremos juntos…, ya lo verás”. Mi hijo cumplió diez años y me decía: “Gracias por la pelota, papá. ¿Quieres jugar conmigo?”. “Hoy no, hijo mío, que tengo mucho que hacer.” “Está bien papá, otro día será”, y se fue sonriendo, y siempre en sus labios las palabras: “Yo quiero ser como tú. ¿Cuándo regresas a casa, papá?”. “No lo sé, hijo, pero cuando regrese jugaremos juntos…, ya lo verás.” Mi hijo regresó de la universidad, hecho todo un hombre. “Hijo, estoy muy orgulloso de ti. Siéntate y hablemos un poco.” “Hoy no, papá, tengo compromisos…; por favor, préstame el coche para ir a visitar a unos amigos.” Ahora me he jubilado y mi hijo vive en un barrio cercano. Hoy le he llamado: “Hola, hijo mío, quiero verte.” “Me encantaría, papá, pero es que no tengo tiempo…; tú sabes, el trabajo, los niños…; pero gracias por llamar, fue estupendo hablar contigo.” Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había cumplido su deseo, era exactamente como yo.

El hombre que plantaba árboles

Un hombre planta árboles y toda una región cambia. Recogemos una síntesis del relato del escritor francés Jean Giono.

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Cambio de rostro

A Leonardo Da Vinci le llevo siete años completar su famosa obra titulada “La Última Cena”. Las figuras que representan a los 12 apóstoles y a Jesús fueron tomadas de personas reales. La persona que sería el modelo para ser Cristo fue la primera en ser seleccionada. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esa obra, cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser seleccionados. Da Vinci buscaba un rostro que mostrara una personalidad inocente, pacífica y a la vez bella. Buscaba un rostro libre de las cicatrices y rasgos duros que deja la vida intranquila del pecado. Finalmente, después de unos meses de búsqueda seleccionó a un joven de 19 años de edad como modelo para pintar la figura de Jesucristo. Durante seis meses trabajó para lograr pintar al personaje principal de esa obra. Durante los seis siguientes años, Da Vinci continuó su obra buscando las personas que representarían a 11 apóstoles, y dejó para el final a aquel que representaría a Judas. Estuvo buscando durante semanas un hombre con una expresión dura y fría. Un rostro marcado por cicatrices de avaricia, decepción, traición, hipocresía y crimen. Un rostro que identificaría a una persona que sin duda traicionaría a su mejor amigo. Después de muchos fallidos intentos en la búsqueda de este modelo llegó a los oídos de Leonardo Da Vinci que había un hombre con estas características en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por haber llevado una vida de robos y asesinatos. Da Vinci vio ante él a un hombre cuyo pelo caía sobre el rostro escondiendo dos ojos llenos de rencor, odio y ruina. Al fin había encontrado a quien modelaría a Judas en su obra. Gracias a un permiso del rey, este prisionero fue trasladado a Milán al estudio del maestro. Durante varios meses este hombre se sentó silenciosamente frente a Da Vinci mientras el artista continuaba con la ardua tarea de plasmar en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando Leonardo dio la última pincelada se volvió a los guardias y dio la orden de que se llevaran al prisionero. Cuando salía, se volvió hacia Leonardo Da Vinci y le dijo: “¡Da Vinci!! !Obsérvame!! ¿No reconoces quién soy?”. El artista lo observó cuidadosamente y respondió: “Nunca te había visto hasta aquella tarde en el calabozo de Roma”. El prisionero levantó los ojos y dijo: “¡Mírame bien, soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Cristo hace siete años…!”.

Tu rostro habla por ti

Hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada. Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al terminar de subirlas se encontró con una puerta se encontró con una puerta semiabierta, y lentamente se adentró al cuarto. Para su sorpresa se dio cuenta que dentro de ese cuarto había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.

El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: “¡Qué lugar tan agradable, tengo que venir más a visitarlo!”. Tiempo después otro perrito callejero entró al mismo sitio y al mismo cuarto, pero este perrito al ver a los otros mil perritos del cuarto, se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una manera agresiva. Empezó a gruñir, y vio como los mil perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron ferozmente también a él. Cuando este perrito salió de aquel cuarto pensó: “¡Qué lugar tan horrible, nunca más volveré a entrar aquí!”. En el frontal de aquella casa había un viejo letrero que decía: “La casa de los mil espejos”. Los rostros del mundo son como espejos. Según seamos, así vemos.