La caja dorada

A menudo aprendemos mucho de nuestros hijos. Hace algún tiempo, un amigo mío regañó a su hija de tres años por gastar un rollo de papel de envolver dorado. No andaba muy bien de dinero y se enfureció cuando la niña trató de decorar una caja para ponerla bajo el árbol de Navidad. A pesar de ello, la pequeña llevó el regalo a su padre a la mañana siguiente, y dijo: “Esto es para ti, papá”.

Él estaba turbado por su excesiva reacción anterior, pero se molestó de nuevo cuando vio que la caja estaba vacía. “¿No sabes que cuando le das a alguien un regalo se supone que debe haber algo dentro?”, le dijo.

La pequeña lo miró con lágrimas en los ojos y dijo: “Oh, papá. No está vacía. He echado besos en la caja. Todos para ti, papá”.

El padre estaba hecho polvo. Rodeó con sus brazos a su pequeña y le pidió que le perdonara. Mi amigo me dijo que conservó esa caja dorada junto a su cama durante años. Siempre que estaba descorazonado, sacaba un beso imaginario y recordaba el amor de la niña que los había puesto allí.

Realmente, a todos nosotros, como padres, se nos ha dado una caja dorada llena de amor incondicional y besos de nuestros hijos. No hay posesión más preciosa que nadie pueda tener. (James Dobson, tomado de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)

Más de lo que me sentía capaz

Este verano he hecho mucho más de lo que me sentía capaz: amar de verdad. Los que me conocen creen que soy una persona muy positiva, que a todo le saco su lado bueno, que no me caigo fácilmente. Puede que sea cierto y que lo que hago no es más que guiñarle a la vida un ojo y esperar a ver cómo van las cosas. Pero este verano he hecho más de lo que yo me sentía capaz y he dejado a un lado creencias y sobre todo he dejado atrás eso que muchas veces todos hemos sentido alguna vez: no somos el centro del mundo y por supuesto que la tierra no gira a nuestro alrededor.

He estado de voluntaria en un centro de enfermos de sida, drogadictos rehabilitándose y reclusos. Para sorpresa mía he sido feliz, he ayudado a ser feliz y he comprendido que jamás se puede dejar de apostar por la gente, sea cual sea su pasado ni su presente y ni siquiera si su futuro es dudoso.

He convivido con personas que han pasado muchos de sus días en las peores cárceles de España y créanme si les digo que me han ofrecido mucho más de lo que la gente de mi clase o colegio o ciudad o familia lo ha hecho nunca. Créanme si les digo que la mayoría de ellos tienen los días contados pero se levantan cada mañana con un entusiasmo y una sonrisa que yo admiro, respeto y envidio, y no es fácil vivir sabiendo que tu vida se consume y que te quedan pocos capítulos que pasar.

Es duro ver cómo sufren por una vida mejor todos aquellos que se están “quitando” y saber que cuando lo hagan no existe una sociedad capaz de aceptarles de nuevo, ni capaz ni preparada y que cuando salgan de ahí no tendrán dónde ir ni nadie que les estreche en sus brazos. Es duro verles así y más duro es saber que ellos lo saben. He cambiado pañales, he duchado, limpiado, cocinado… pero sobre todo he disfrutado, he dado lo mejor de mí misma y lo he hecho con la certeza de que todas mis sonrisas han sido agradecidas y devueltas, que mis abrazos y mi cariño han sido respetados y han fomentado más cariño aún. He encontrado a bellísimas personas que la vida les ha llevado por el camino equivocado y que en muchas ocasiones ellos no han sabido esquivarlo.

He convivido con PERSONAS, algo que normalmente escasea. Si ustedes quieren juzgar a todos aquéllos que han salido de la cárcel, o que son prostitutas, transexuales, drogadictos o enfermos de sida, que sepan que dentro de cada una de ellos existe una persona que merece las mismas oportunidades, el mismo respeto y dignidad que cualquiera de nosotros pero sobre todo entiendan que no es el malo el que está entre barrotes sino el que empuja, favorece y mueve los hilos para que alguien cumpla condena en su lugar. (F. Saso, PUP, 28.IX.01).

La calumnia

Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado. Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: “Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?”, a lo que el hombre respondió: “Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas”. El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: “Ya he terminado”, a lo que el sabio contestó: “Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas”. El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: “Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste”.

Nadie triunfa solo

Nadie triunfa solo Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara. A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamas podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albretch Durer gano y se fue a estudiar a Nuremberg. Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años, para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia. Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: “Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti.” Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenia el rostro empapado en lagrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez “no… no… no…”. Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente, “No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis… Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde”. Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, solo recuerde uno. Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albretch Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamo a esta poderosa obra simplemente “manos”, pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de “Manos que oran”. La próxima vez que vea una copia de esa creación, mírela bien. Permita que le sirva de recordatorio, si es que lo necesita, de que nunca nadie triunfa solo.

La maestra

Se contaba hace muchos años una historia sobre una profesora de Primaria. Su nombre era Sra. Thompson. Cuando se ponía de pie frente a su clase de 5º grado en el primer día de colegio, decía una mentira a los niños. Como muchos maestros, ella miraba a sus estudiantes y decía que los quería a todos por igual.

Pero eso era imposible, porque ahí, en la primera fila, hundido en su asiento, estaba un pequeño llamado Teddy Stoddard. La Sra. Thompson había vigilado a Teddy el año anterior y se dio cuenta de que no jugaba con los otros niños, que sus ropas estaban sucias y que constantemente necesitaba un baño. Y Teddy podía ser desagradable. Llegó al punto que la Sra. Thompson de hecho se complacía en marcar sus apuntes con una ancha pluma roja, haciendo bien delineadas X y poniendo un gran “MD” en la parte superior de las hojas.

En la escuela donde enseñaba la Sra. Thompson, ella fue requerida para revisar el expediente de cada niño y dejó el de Teddy para lo último. Sin embargo, cuando revisó su expediente, se llevó una sorpresa.

La maestra de primero de Teddy escribió, “Teddy es un niño brillante, de pronta risa. Hace su trabajo pulcramente y tiene buenos modales, da alegría tenerlo cerca.” Su maestra de segundo escribió, “Teddy es un excelente estudiante, apreciado por sus compañeros de clase, pero está apenado porque su madre tiene una enfermedad terminal y la vida en su hogar debe ser una pugna.” Su maestra de tercero escribió, “La muerte de su madre ha sido dura para él. Intenta hacer lo mejor, pero su padre no muestra mucho interés y su vida familiar pronto le afectará si no se toman medidas.” Su maestra de cuarto escribió, “Teddy está distraído y no muestra mucho interés por la escuela. No tiene muchos amigos y a veces se duerme en clase.” Ahora la Sra. Thompson se dio cuenta del problema y se avergonzó de sí misma. Se sintió peor incluso cuando sus estudiantes le llevaron sus regalos de Navidad, envueltos en bellos lazos y brillante papel, excepto el de Teddy. Su regalo estaba chapuceramente envuelto en el pesado papel marrón que obtuvo de una bolsa de comestibles. A la Sra. Thompson le inquietó abrirlo en mitad de los otros regalos. Algunos de los niños empezaron a reír cuando encontró un brazalete de circonitas al que le faltaban algunas piedras, y una botella llena hasta la cuarta parte de perfume. Pero acalló la risa de los niños cuando exclamó lo bonito que era el bracelete, a la vez que se lo ponía, y se aplicó algo de perfume en la muñeca.

Teddy Stoddard se quedó ese día después de clase justo lo suficiente para decir, “Sra. Thompson, hoy huele usted justo como mi mamá solía hacerlo.” Después de que los niños se fueran, ella lloró durante casi una hora.

Desde ese preciso día, la Sra. Thompson puso especial atención con Teddy. Mientras trabajaba con él, su mente parecía volver a la vida. Cuanto más lo animaba, más rápido respondía él. Al final del año, Teddy había llegado a ser uno de los niños más inteligentes de clase y, a pesar de su mentira de que ella querría a todos los niños por igual, Teddy se convirtió en uno de los “favoritos de la maestra” Un año más tarde, encontró una nota bajo su puerta, de Teddy, diciéndole que todavía era la mejor maestra que había tenido en toda su vida. Pasaron seis años antes de que le llegara otra nota de Teddy. Entonces le escribió que había acabado la Secundaria, el tercero de su clase, y que ella todavía era la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Cuatro años después, le llegó otra carta, diciendo que aunque las cosas habían sido duras a veces, permaneció en el colegio, perseveró y pronto obtendría su graduado con los mayores honores. Aseguraba a la Sra. Thompson que ella todavía era la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.

Pasaron cuatro años más y llegó otra carta. Esta vez explicaba que después de haber obtenido su título de Bachiller, decidió ir un poco más allá. La carta explicaba que ella era todavía la mejor y favorita maestra que había tenido nunca. Pero ahora su nombre era un poco más largo: la carta estaba firmada, Doctor Theodore F. Stoddard.

La historia no acaba aquí. Todavía recibió otra carta esa primavera. Teddy decía que había conocido a una chica y que iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y se preguntaba si la Sra. Thompson aceptaría sentarse en la boda en el sitio que usualmente estaba reservado para la madre del novio. Por supuesto, la Sra. Thompson lo hizo. ¿Y sabes qué? Lució el brazalete, aquel al que le faltaban varias circonitas. Y se aseguró de ponerse el perfume que Teddy recordaba que su madre llevaba en su última Navidad juntos. Se abrazaron y el Dr. Stoddard susurró en el oído a la Sra. Thompson, “Gracias, Sra. Thompson por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo podía hacer que las cosas fueran diferentes.” La Sra. Thompson, con lágrimas en los ojos, susurró a su vez. Dijo, “Teddy, estás totalmente equivocado. Tu fuiste el que me enseñó a mí a hacer las cosas diferentes. Yo no sabía cómo enseñar hasta que te conocí.” (Elizabeth Silance Ballard, tomado de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)

No os asustéis

Queridos papá y mama: Desde que me fui al colegio he descuidado el escribiros y lamento mi desconsideración por no haberlo hecho antes. Ahora os pondré al corriente, pero antes sentaos. No leáis nada mas, a menos que estéis sentados. ¿De acuerdo? Bueno, pues me encuentro bien ahora. La fractura de cráneo y la conmoción que me produjo la caída al saltar desde la ventana de mi dormitorio, cuando se incendió, a poco de llegar aquí, se han curado perfectamente. Pasé solo quince días en el hospital y ahora veo casi con normalidad y solo me afecta el dolor de cabeza una vez al día. Por fortuna, el incendio en el dormitorio y mi salto por la ventana fueron presenciados por un empleado de la gasolinera cercana, que aviso a los bomberos y a la ambulancia. Después me vino a visitar al hospital y como yo no tenía sitio donde vivir, a causa del incendio, él fue tan amable que me invitó a compartir su vivienda. Realmente se trata de un sótano, pero es muy bonito. Él es un muchacho excelente y nos enamoramos como locos, por lo que pensamos casarnos. Aún no sabemos la fecha exacta, pero podrá ser antes de que se note mi embarazo. Sí, papás, estoy embarazada. Me consta lo mucho que os complacerá ser abuelos y estoy segura que recibiréis bien al bebé, dándole el mismo cariño, afecto y cuidados que tuvisteis conmigo cuando era pequeña. La causa del retraso en nuestra boda se debe a una ligera infección que padece mi novio y nos ha impedido pasar las pruebas hematológicas prematrimoniales, y que yo, descuidadamente, me he contagiado de él. Estoy segura de que lo recibiréis en nuestra familia con los brazos abiertos. Él es cariñoso, y aunque no muy educado, tiene ambición. Su raza y religión son distintas de la nuestra, pero sé que vuestra tolerancia, frecuentemente expresada, no os permitirá enfadaros por esto. Ahora que ya estáis al corriente de todo, quiero deciros que no se incendió mi dormitorio, no tuve fractura ni conmoción de cráneo, ni fui al hospital, no estoy embarazada, no tengo novio, no sufro ninguna infección y no hay ningún muchacho en mi vida. Sin embargo, he sacado un suspenso en Historia y un aprobado en Ciencias, y quiero que veáis estas notas en su perspectiva adecuada. Vuestra hija que os quiere… Sufricia.

La oruga y la mariposa

Una pequeña oruga caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes. “¿Hacia donde te diriges?” – le preguntó -. Sin dejar de caminar, la oruga contestó: “Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo”. Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: “¡Debes estar loca!, ¿cómo podrás llegar hasta aquel lugar?, ¿tú?, ¿una simple oruga? …. una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable…”. Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, su diminuto cuerpo no dejó de moverse. De pronto se oyó la voz de un escarabajo preguntando hacia dónde se dirigía con tanto empeño. La oruga contó una vez más su sueño y el escarabajo no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y dijo: “Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso”, y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo la araña, el topo y la rana le aconsejaron a nuestro amigo desistir: “¡No lo lograrás jamás!” le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir. Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. “Estaré mejor”, fue lo último que dijo y murió. Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos, ahí estaba el animal más loco del campo, había construido como su tumba un monumento a la insensatez, ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable. Esa mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos, aquella costra dura comenzó a romperse y con asombro vieron unos ojos y unas antenas que no podían ser las de la oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas de mariposa de aquel impresionante ser que tenían en frente, el que realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado. El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que enfrentar en el camino. Aunque el camino sea largo y difícil, no te dejes vencer… si eres constante, tus sueños pueden convertirse en realidad.

No juzgues antes de tiempo

Un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera se acercó. “¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con cacahuetes?”, preguntó el niño. “Cincuenta centavos”, respondió la camarera. El niño sacó su mano del bolsillo y examinó unas monedas. “¿Y cuánto cuesta un helado solo?”, volvió a preguntar el niño. Algunas personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente. “Treinta y cinco centavos”, dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar la monedas. “Entonces quiero el helado solo”, dijo el niño. La camarera trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue. El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la camarera volvió, empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, habían veinticinco centavos… su propina. Moraleja: jamás juzgues a alguien antes de tiempo.

La silla de ruedas

05:30, oigo el despertador. Uf, ya es hora de levantarse, pero si acabo de acostarme… ¿Por qué tiene que estallar ahora este cacharro? ¿Por qué no puedo esta tan desvelado, como ayer cuando me acosté? Me quedaré cinco minutos mas, luego en la autopista los podré recuperar. Cierro los ojos y me imagino que estoy en la playa tumbado, tomando energía de mi planeta preferido.

Lo que pensé que serían 5 minutos se multiplicaron por 8. Miro al reloj, que me responde con guasa que me he vuelto a quedar dormido. Como un cohete salgo de mi cama hacia la cocina para hacerme un café con la esperanza de que me ayude a abrir los ojos. La autopista no me permite gastar un poco de adrenalina para apaciguar mi tensión, sino que la aumenta cuando me doy cuenta que estoy atascado en ella. Cuando por fin llego a la estación de trenes veo como el tren traga a sus últimos pasajeros cierra las puertas lentamente y desaparece en el horizonte. Como era de esperar llegaré tarde al trabajo.

Después de la aventura que tuve para llegar al trabajo, la motivación se derrumba por completo al pensar en la montaña de trabajo que me está esperando. Después de 8 horas y media de duro trabajo estoy realmente por los suelos.

Mientras estoy esperando el tren para regresar a casa empiezo casi a deprimirme. Pienso lo bien que pudiera estar si tuviera mi propia empresa, podría ganar mucho dinero y ser mi propio jefe. Pienso de lo feliz que sería si conociera y compartiera mi vida con mi alma gemela. Pienso el gozo que sentiría si fuese una gran personalidad que viajara mucho y fuese reconocida y respetada. Sigo pensando y soñando llegando a la conclusión que debo ser la persona más infeliz del planeta.

Justo en este instante paso algo que almacenaré toda mi vida en el baúl de mis recuerdos. No hablé con un ángel, pero un ángel tuvo que haber planeado este encuentro. “Hola señor, me puede ayudar a subir al tren cuando venga”, me dijo una suave y alegre voz que procedía de una adolescente. A pesar de que estaba en una silla de ruedas su rostro resplandecía como un sol al amanecer. “Cómo no, señorita, ¿qué línea de tren va a coger para llegar a su destino?”, le respondí intentando sonreir.

Su tren tardó unos minutos en llegar. Me quedé con las ganas de preguntarle de cómo le era posible estar tan alegre y feliz estando en esa situación. Cómo le iba a preguntar yo, que estaba mil veces mejor que ella. Me puedo mover libremente, puedo ir donde se me antoje sin depender de nadie, puedo practicar cualquier deporte, subir cualquier montaña… Volví a meditar sobre lo infeliz que me sentía antes de encontrar a la chica y empezó a darme vergüenza de haberme sentido así. Sólo estuve preocupándome del mal día que tuve, estuve pensando en lo negativo de mi vida. ¡Que vergüenza! “Ya llega mi tren, señor”. Le ayudé a subir el tren y con una sonrisa (esta vez sincera) le deseé un bonito día. Cuando perdí el tren de vista, empecé a repasar en las cosas positivas que puedo gozar en mi vida. No tardé mucho y empecé a sentirme bien y contento con ganas de disfrutar del presente a pesar de que tuve un mal día.

Hay un proverbio que dice que cuándo los vientos se levantan o cambian rumbo hay gente que empieza a construir muros, pero otros construyen molinos. En la vida encontramos muchos vientos, pero en vez de gastar nuestras energías en construir muros podemos construir molinos y ganar energías de estos vientos. ¿Recordamos a la chica en la silla de ruedas? Si hubiese construido muros para detener los vientos se habría agotado y se hubiese deprimido por no poder controlar los vientos. Sin embargo construyó molinos aceptando su situación y enseñando a los demás a ser positivos. (Carlos Prieto, tomado de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)

No cree en Dios

Rascólnikov, el joven protagonista de “Crimen y castigo”, tras varios días sin apenas comer ni dormir, entra en una taberna y pide un vaso de aguardiente y una empanada. Al salir, pasea por unos jardines de la ciudad. El calor del día de verano, junto al efecto del alcohol, hacen que sienta sueño. Se tumba en la hierba y queda profundamente dormido. Tiene entonces un sueño en el que recuerda como siendo niño acompañaba a su padre de la mano, y al pasar por una ruidosa calle observó una escena que se le quedó hondamente grabada. Un hombre bebido, junto a otros compañeros, maltrataba a un pequeño caballo viejo y flaco que apenas podía mover el gran carromato al que estaba uncido, pues llevaba una carga desproporcionada para sus fuerzas. El hombre, de grueso cuello y rostro carnoso color zanahoria, invitaba a sus amigos a que se subieran al carromato, con lo que hacía aún más difícil moverlo. Mientras, insistía a gritos en que haría galopar a ese caballo, mientras lo golpeaba una y otra vez, primero con un látigo, después con un palo y por último con una barra metálica. El pobre animal, que hacía angustiosos intentos para mover el carro, acabó lleno de heridas y totalmente rendido. Fue entonces, ante el espectáculo de tanta crueldad, cuando un anciano que contemplaba la escena comentó: “En verdad, este hombre no cree en Dios”.