Al entrar en Amiens, un mendigo medio desnudo y casi helado saludó a Martín, soldado. Sin pensarlo dos veces, Martín tomó la capa, la dividió en dos con su espada y le ofreció una de las dos mitades al menesteroso. En el recodo siguiente estaba Cristo vestido con media capa. Le miraba sonriente. —Perdona, Señor, por no haberte dado la capa entera. Con el tiempo Martín se ordenaría sacerdote y más tarde sería obispo de Tours. Con el tiempo fue canonizado y se le venera con el nombre de San Martín de Tours.
Categoría: Relatos de carácter espiritual
Esperar y confiar
El muchacho contempló las ramas llenas de preciosas manzanas. Arrancó una y se derrumbó la rama. Entonces salió el viejo y sin rencor le dijo: “Están verdes, muchacho. Son hermosas, muy hermosas, pero están verdes”. El muchacho pensaba que el viejo se enfadaría, que le gritaría, pero el viejo le habló con palabras cálidas. “Hemos de recogerlas ahora que están verdes y sanas y ya madurarán durante el invierno, pero ahora no se comen, están verdes”. Al día siguiente el muchacho y el viejo colaboraron en la recogida de manzanas. “Es bueno saber que las cosas hay que recogerlas a su tiempo, sin prisas. ¿Lo entiendes?, sin prisas”. El muchacho entendía. Era un mundo nuevo, distinto. Los amigos de la escuela le decían que hay que robar, que todos lo hacen. Sus padres, que la vida y los hombres nunca te dan nada. Pero el muchacho comprendió que el viejo tenía razón, que hay que esperar y confiar. “Las cosas tienen su tiempo, su momento, no puedes crecer demasiado deprisa y disfrutar de la libertad de los mayores. Adelantarse al tiempo es malo, no debes quemar etapas. Debes estar maduro para distinguir el bien y actuar con responsabilidad. Por eso debes seguir el consejo de los mayores. La experiencia supone sabiduría. Si te empeñas en crecer demasiado deprisa no disfrutarás de este momento ni del venidero. Ten paciencia, cuando tu corazón esté maduro disfrutarás de los frutos de la vida”. Pasó el verano y el invierno y el viejo murió una mañana de primavera. Aquel día el río bajaba ligero y transparente. El muchacho recordó unas palabras del viejo sobre el regato: “Ahora no tiene profundidad, más adelante será ancho y grande y tendrá fondo, como la vida”. El muchacho pensó que así había ocurrido con el viejo, con los años estaba cargado de fondo, de sabiduría.
Tomado de José María Sanjuán, “Un puñado de manzanas”.
Un día el demonio habló de la Virgen María
En la instrucción de la beatificación de San Francisco de Sales, declaró como testigo una de las religiosas que le conoció en el primer monasterio de la Visitación de Annecy. Refirió que en una ocasión llevaron ante el obispo de Ginebra (Monseñor Carlos Augusto de Sales, sobrino y sucesor de San Francisco en la sede episcopal) a un hombre joven que, desde hacía cinco años, estaba poseído por el demonio, con el fin de practicarle un exorcismo. Los interrogatorios al poseso se hicieron junto a los restos mortales de San Francisco. Durante una de las sesiones, el demonio exclamó lleno de furia: «¿Por qué he de salir?». Estaba presente una religiosa de las Madres de la Visitación, que al oírle, asustada quizá por el furor demoníaco de la exclamación, invocó a la Virgen: «¡Santa Madre de Dios, rogad por nosotros…». Al oír esas palabras –prosiguió la monja en su declaración– el demonio gritó más fuerte: «¡María, María! ¡Para mí no hay María! ¡No pronunciéis ese nombre, que me hace estremecer! ¡Si hubiera una María para mí, como la que hay para vosotros, yo no sería lo que soy! Pero para mí no hay María». Sobrecogidos por la escena, algunos de los que estaban presentes rompieron a llorar. El demonio continuó: «¡Si yo tuviese un instante de los muchos que vosotros perdéis…! ¡Un solo instante y una María, y yo no sería un demonio!». (Tomado de Federico Suárez, “La pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, pág. 219-221).
Parábolas de los Evangelios
1.- El amigo molesto: Lc 11,5-8 2.- Los amigos del esposo: Mt 9,15 Mc 2, 19-20 Lc 5,34-35 3.- El árbol y el fruto: Mt 7,16-20 Mt 12,33 Lc 6,43-44 4.- La apariencia del cielo: Mt 16, 2 Lc 12,54-57 5.- El ciego conduciendo a otro ciego: Mt 15,14 Lc 6,39 6.- Las águilas y el cuerpo muerto: Mt 24,28 Lc 17,37 7.- El buen pastor: Jn 10,1-6.11-16 8.- El buen samaritano: Lc 10,30-37 9.- El buen árbol y el malo: Mt 7,17-19 10.- La oveja perdida: Mt 18,12-14 Lc 15,3-7 11.- Las ovejas y los cabritos: Mt 25, 32-33 12.- La vid y los pámpanos: Jn 15,1-6 13.- El que edifica la torre: Lc 14,28-30 14.- El acreedor y los deudores: Lc 7, 41-43 15.- El deudor insolvente y sin misericordia: Mt 18,23-35 16.- Los dos amos: Mt 6,24 Lc 16,13 17.- Los dos hijos: Mt 21,28-31 18.- Las diez vírgenes: Mt 25,1-12 19.- La dracma perdida: Lc 15,8-10 20.- El remiendo de paño nuevo en vestido viejo: Mt 9,16 Mc 2,21 Lc 5,36 21.- El hijo pródigo: Lc 15,11-32 22.- El mayordomo infiel: Lc 16,1-8 23.- Los muchachos sentados en la plaza: Mt 11,16-17 Lc 7,32 24.- El espíritu inmundo: Mt 12,43-45 Lc 11,24-26 25.- El fiel y el mal siervo: Mt 24, 45-51 Lc 12,42-48 26.- El festín de las bodas: Mt 22,2-14 27.- La higuera estéril: Lc 13,6-9 28.- La red echada en el mar: Mt 13,47-59 29.- La higuera que brota: Mt 24,32 Mc 13,28 Lc 21,29-30 30.- La gran cena: Lc 14,16-24 31.- El grano que muere: Jn 12,24 32.- El hombre que se marcha lejos: Mc 13,34-37 33.- El hombre fuerte y armado: Mt 12,29 Mc 3,27 Lc 11,21-22 34.- La cizaña: Mt 13,24-30.36-40 35.- Lázaro y el hombre rico: Lc 16,19-31 36.- La lámpara encendida: Mt 5,15 Mc 4,21 Lc 8, 16 Lc 11,33 37.- La levadura y la harina: Mt 13,33 Lc 13,21 38.- La levadura de los fariseos: Mt 16,6.11-12 Mc 8,15 Lc 12,1 39.- La luz del mundo: Mt 5,14 Jn 8,12 Jn 9,5 Jn 12, 35-36.46 40.- La casa edificada sobre piedra y la casa edificada sobre arena: Mt 7,24-27 41.- La casa y el reino divididos: Mt 12,25 Mc 3,24 Lc 11,17 42.- Los malos labradores: Mt 21,33-41 Mc 12,1-9 Lc 20,9-16 43.- La mies es mucha y los obreros pocos: Mt 9,37 Lc 10, 2 Jn 4,35-38 44.- El vino nuevo y los odres nuevos: Mt 9,17 Mc 2,22 Lc 5,37 45.- El ojo, lámpara del cuerpo: Mt 6,22.33 Lc 11,34-36 46.- Las aves y los lirios del campo: Mt 6,26-30 Lc 12,24-28 47.- Los obreros llamados a la viña: Mt 20,1-15 48.- El pan del cielo: Jn 6,32-35.50.51 49.- El pan de los hijos: Mt 15,26 Mc 7,27 50.- El adversario: Mt 5,25-26 Lc 12,58-59 51.- El padre y el hijo: Mt 7,9-11 Lc 11,11-13 52.- El padre de familia que vela: Mt 24,43 Lc 12,39 53.- El padre de familia que posee un tesoro: Mt 13,52 54.- La perla de gran precio: Mt 13, 45-46 55.- Las perlas y los cerdos: Mt 7,6 56.- El fariseo y el publicano: Lc 18,9-14 57.- La planta que será desarragaida: Mt 15,13 58.- La puerta estrecha y el camino estrecho: Mt 7,13-14 Lc 13,24-28 59.- La puerta de las ovejas: Jn 10,7-9 60.- La viga y la mota en el ojo: Mt 7,3-5 Lc 6,41-42 61.- Los primeros asientos en los festines: Lc 14,7-10 62.- Las zorras y las aves del cielo: Mt 8,20 Lc 9,58 63.- El rico necio: Lc 12,16-21 64.- El rey haciendo la guerra: Lc 14,31-32 65.- El sabor de la sal: Mt 5,13 Mc 9,49-51 Lc 14,34-35 66.- El grano de mostaza: Mt 13,31-32 Mc 4,31 Lc 13,19 67.- La simiente que crece insensiblemente: Mc 4,26-29 68.- El sembrador: Mt 13,3-23 Mc 4,3-20 Lc 8,4-15 69.- El siervo que vuelve del campo: Lc 17,7-9 70.- Los siervos que esperan a su señor: Lc 12,36-38 71.- Los talentos y las minas de plata: Mt 25,14-30 Lc 19,12-27 72.- El tesoro escondido: Mt 13,44 73.- El viento que sopla: Jn 3,8 74.- La viuda molesta y el juez inicuo: Lc 13,1-6 Tomado de www.buzoncatolico.com
Generosidad y egoísmo
Dice una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro: “¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?”. El Maestro le respondió: “Es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré una imagen de cómo es el infierno”. Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados, cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles. Ven, dijo el Maestro después de un rato, ahora te mostraré una imagen de cómo es el cielo. Entraron en otra habitación, también con una olla de arroz, otro grupo de gente, las mismas cucharas largas… pero, allí, todos estaban felices y alimentados. “¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación, si todo es lo mismo? Como las cucharas tienen el mango muy largo, no pueden llevar la comida a su propia boca. En una de las habitaciones están todos desesperados en su egoísmo, y en la otra han aprendido a ayudarse unos a otros.
Un pequeño gusano
Un pequeño gusano caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes. “¿Hacia dónde te diriges?”, le preguntó. Sin dejar de caminar, la oruga contestó: “Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo”. Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: “¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable”. Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, y su diminuto cuerpo no dejó de moverse. De pronto se oyó la voz de un escarabajo: “¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?”. Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante: “Tuve un sueño y deseo realizarlo; subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo”. El escarabajo soltó una carcajada y dijo: “Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso”. Y se quedó en el suelo tumbado mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor le aconsejaron desistir: “¡No lo lograrás jamás!”. Pero en el interior del gusanito había un impulso que le obligaba a seguir. Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. “Estaré mejor”, fue lo último que dijo, y murió. Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo, que había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable. Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos, aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos. Una mariposa, no hubo nada que decir, todos sabían lo que pasaría, se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se había equivocado. Dios nos ha creado para realizar un sueño; pongamos la vida en intentar alcanzarlo, y si nos damos cuenta que no podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas y entonces lo lograremos. El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que superar en el camino.
La telaraña
Una vez un hombre era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre entró en una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores de la que él se encontraba. Estaba desesperado y elevó una plegaria a Dios, de la siguiente manera: “Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme”. En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que el se encontraba, y vio que apareció una arañita. La arañita empezó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez mas angustiado: “Señor te pedí ángeles, no una araña.” Y continuó: “Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme”. Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observó a la arañita que seguía tejiendo una telaraña. Estaban ya los malhechores entrando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y este quedó esperando su muerte. Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada con su telaraña, y se escuchó esta conversación: “Vamos, entremos a esta cueva.” “No, ¿no ves que hasta hay telarañas, que nadie ha entrado recientemente en esta cueva? Sigamos buscando en las demás.” Muchas veces pedimos cosas que desde nuestra perspectiva humana son lo que urgentemente necesitamos, pero Dios nos da otras con las que nos muestra mejores soluciones.
El heredero
Érase una vez, de acuerdo con la leyenda, que un reino europeo estaba regido por un rey muy cristiano, y con fama de santidad, que no tenía hijos. El monarca envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos y aldeas de sus dominios. Este decía que cualquier joven que reuniera los requisitos exigidos, para aspirar a ser posible sucesor al trono, debería solicitar una entrevista con el Rey. A todo candidato se le exigían dos características: 1º Amar a Dios. 2º Amar a su prójimo. En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio real y reflexionó que él cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y, así mismo, a sus vecinos. Una sola cosa le impedía ir, pues era tan pobre que no contaba con vestimentas dignas para presentarse ante el santo monarca. Carecía también de los fondos necesarios a fin de adquirir las provisiones necesarias para tan largo viaje hasta el castillo real. Su pobreza no sería un impedimento para, siquiera, conocer a tan afamado rey. Trabajó de día y noche, ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente para el viaje, vendió sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Algunas semanas después, habiendo agotado casi todo su dinero y estando a las puertas de la ciudad se acercó a un pobre limosnero a la vera del camino. Aquél pobre hombre tiritaba de frío, cubierto sólo por harapos. Sus brazos extendidos rogaban auxilio. Imploró con una débil y ronca voz: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme…”. El joven quedó tan conmovido por las necesidades del limosnero que de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba. Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!”. Sin pensarlo dos veces, nuestro amigo se sacó el anillo del dedo y la cadena de oro de cuello y junto con el resto de las provisiones se los entregó a la pobre mujer. Entonces, en forma titubeante, continuó su viaje al castillo vestido con harapos y carente de provisiones para regresar a su aldea. A su llegada al castillo, un asistente del Rey le mostró el camino a un grande y lujoso salón. Después de una breve pausa, por fin fue admitido a la sala del trono. El joven inclinó la mirada ante el monarca. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey. Atónito y con la boca abierta dijo: “¡Usted…, usted! ¡Usted es el limosnero que estaba a la vera del camino!”. En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: “¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!”. ” Sí -replicó el Soberano con un guiño- yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”. “Pero… pe… pero… ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?”. “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo -dijo el monarca-. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y actuar no siendo sincero en tus motivaciones. De ese modo me hubiera resultado imposible descubrir lo que realmente hay en tu corazón. Como limosnero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! ¡Tú heredaras mi reino!”.
Cuida a los que amas
Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, unos hijos encantadores, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo malo es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo, y ella lo quitaba de los hijos y su marido, y así las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo: “Hija, esta flor te va a ayudar mucho, más de lo que te imaginas. Tan sólo tendrás que regarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores”. La joven quedó muy emocionada, pues la flor era de una belleza sin igual. Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron de nuevo, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Llegaba a casa, miraba la flor y todavía estaba allí. No mostraban señal de estropearse, estaba linda y perfumada. Entonces ella pasaba de largo. Hasta que un día, de pronto, la flor murió. Ella llegó a casa y se llevó un susto. La flor estaba completamente muerta, caída, y su raíz estaba reseca. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió: “Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra igual a esa, pues era única, igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que Dios te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos y prestarles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla. ¡Cuida a las personas que amas!”.
La oración de un hombre sencillo
En el pueblo de Ars había un labrador que siempre hacía una visita a la iglesia cuando volvía del trabajo. Dejaba la azada y el hato en la puerta, entraba, y permanecía un buen rato de rodillas delante del sagrario. El Santo lo había observado. Le llamó la atención que sus labios no se movieran, aunque sus ojos no se apartaban del Tabernáculo. Un día se le acercó y le preguntó: —Dígame, ¿qué le dice al Señor durante esas largas visitas? —No le digo nada. Yo le miro y Él me mira.
Tomado de Trochu, “El cura de Ars”.